El lunes, 22 de julio de 1304, al amanecer, en un arrabal de Arezzo llamado L’Horto, nací, en el exilio, de padres honestos, florentinos de nacimiento y poseedores de una fortuna que rozaba la pobreza.
Epistola ad Posteros
Su padre, ser Pietro, o Petrarco, di Ser Parenzo, había sido desterrado de Florencia por los Güelfos Negros en 1302, a causa de sus simpatías públicas hacia el también desterrado, Dante. Después de pasar por otras ciudades, en 1312, la familia se instaló en el Condado Venesino, cerca de Avignon.
Poco después pasaron a Carpentras, donde Petrarca estudió Humanidades con el toscano Convenole de la Prata. En una carta a su amigo de la infancia, Guido Settimo, por entonces, arzobispo de Génova, escribió: Estuve cuatro años en Carpentras, pequeña villa cercana a Avignon, del lado de levante, y allí aprendí un poco de Gramática, de Dialéctica y de Retórica, tanto como se podía aprender a aquella edad y como se podía enseñar en la escuela.
Durante su estancia en Carpentras, en mayo de 1314, tuvo la oportunidad de asistir a la entrada de los 23 cardenales reunidos para elegir un nuevo pontífice; 15 del lado francés de los Alpes y ocho del lado italiano, que poco después hubieron de dispersarse, ante un ataque de gascones familiares del difunto pontífice, Clemente V.
Me fui a Montpellier -1316-, donde consagré cuatro años al estudio de las leyes, después a Bolonia, donde, durante tres años oí explicar todo el cuerpo del Derecho Civil.
Allí también, ¡qué tranquilidad teníamos, qué paz, qué abundancia, qué afluencia de estudiantes, y qué maestros!
Petrarca: Cartas Familiares a Amigos
En 1318 o 19, fallecía su madre, Eletta, a los 38 años; parece que esta pérdida provocó la inspiración de sus primeros versos, una elegía formada por 38 hexámetros, en recuerdo de ella. El año siguiente, 1920, él y su hermano pequeño se fueron a estudiar a Bolonia, junto con su amigo Guido Settimo. Allí conocieron a los tres hermanos Colonna: Agapito, Giordano y Giacomo, haciendo amistad especialmente, con este último.
A finales de aquel año, Petrarca concibió la idea de escribir utilizando la lengua vulgar, en este caso, la toscana, lo que suponía, no sólo una gran novedad, sino también una importante ruptura con el clásico latín, hasta entonces, único vehículo de expresión literaria.
Los dos hermanos no volvieron a Avignon hasta la muerte de su padre, en 1326. Petrarca, con 22 años, decidió entonces abandonar Bolonia y los estudios de Derecho, para instalarse en la corte romana, en la primavera de aquel año. Allí vivieron los dos hermanos durante unos meses, con la reducida herencia paterna, en compañía de su amigo Giacomo Colonna.
Francesco Petrarca y Lombardo della Seta, obra de Altichiero, Padua, c. 1376.
Oratorio de San Giorgio, Padova
Allí empecé a ser conocido y mi amistad fue buscada por grandes personajes. ¿Por qué? Confieso ahora que lo ignoro y que me sorprende, pero es cierto que entonces no me sorprendía, pues, según la costumbre de la juventud, yo me creía muy digno de todos los honores.
Epístola a la posteridad
Cuando se agotaron los fondos, Francesco y Gerardo, optaron por recibir las órdenes menores, más bien, como un medio de resolver su futuro.
En 1330, Francesco visitó a su amigo Giacomo, obispo de Lombez, junto al cual, su hermano Gerardo ya era canónigo. Al parecer aquella visita constituyó un feliz paréntesis.
Fue un verano casi divino gracias a la franca alegría del maestro dueño de casa y de sus compañeros.
Epístola a la posteridad
De vuelta en Avignon, Petrarca entró al servicio del ya cardenal Giovanni Colonna. La sede pontificia le parecía la Nueva Babilonia sobre la que lanzó, sin medida alguna, los peores insultos, adjudicándole sucias historias, que no eran sino fruto de su indignación partidista: Oh, Avignon, es así como veneras a Roma, tu soberana? ¡Desgraciada tú, si la infortunada empieza a despertarse!
El Palacio de los Papas en Aviñón, residencia de los pontífices desde 1309 hasta 1377. La ciudad provenzal se convirtió, en aquellos años, en un centro cultural y comercial de primer orden, lo que permitió a Petrarca –y no a su pesar-, conocer a los protagonistas de la vida política y cultural de su época.
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Sin embargo, una mañana, la horrenda ciudad se transformó radicalmente ante sus ojos, convirtiéndose en el cofre de su mayor tesoro.
Laura
Laura. Simone Martini
Laura, célebre por su virtud y largamente cantada en mis poemas, apareció a mis ojos por primera vez en el tiempo de mi juventud más florida, el año del Señor, de 1327, el 6 de abril, en la iglesia de Santa Clara de Avignon, por la mañana.
Santa Clara de Avignon
Laura de Noves, la esposa del marqués Hugo de Sade, acababa de cumplir 17 años y Petrarca se enamoró de ella inmediatamente, aunque en silencio y a distancia. Laura se convertiría así en la musa de una de las obras más valiosas de la literatura occidental en lengua vulgar: Il Canzoniere.
Su forma de andar no tenía nada de mortal; tenía la forma de un ángel y sus palabras tenían un sonido distinto de la voz humana. Yo, que no tenía en el corazón la chispa amorosa, sorprendentemente me inflamé de golpe.
Si Laura existió, o no, es más bien un arcano; aunque una parte de la crítica ha negado su existencia real, hay otra que no parece tener la menor duda al respecto. Es muy posible, con todo, que el poeta viera un rostro real, al que después dotó de todas las mejores cualidades imaginables, convirtiéndolo en un objeto literario, necesario para dotar de contenido su composición poética.
No parece lógico, en cambio, aquella especie de amor irremediable, que se ha dado en llamar platónico, mantenido y soportado en silencio y a distancia, durante tantos años, hacia una mujer que no sólo estaba casada, sino que era madre de familia numerosa. Tan perfecta creación, que no necesitaba un soporte físico para sostenerse, parece que no podría proceder, sino de la imaginación del poeta, quien así alcanzaba la posibilidad de tratar de un tema amoroso, dentro de la virtud, con el que, efectivamente, acertó frente a sus contemporáneos y a la posteridad. Hoy quizás podría calificarse, más que de virtuoso, de virtual.
La obra de Petrarca en lengua vulgar es comparativamente, insignificante frente a la latina, sin embargo, la historia de aquel amor no correspondido por Laura es la que se ha mantenido en toda su lozanía a través de los siglos, en el imaginario común dentro de la literatura occidental.
Encontrándose en Vaucluse, a mediados del año 1338, Petrarca escribiría a Giacomo Colonna, una carta que, aparentemente debía solventar todas las dudas al respecto, pero sólo resuelve una pequeñísima parte de su extraña, larga y más bien, dolorosa vivencia amorosa. Según aquella misiva, Laura había existido realmente y, por tanto, había hecho penar al poeta.
Hay en mi pasado una mujer de alma notable, conocida entre los suyos por su virtud y su antiguo origen, cuyo resplandor fue subrayado, y el nombre llevado muy lejos por mis versos. Su seducción natural desprovista de artificio y el encanto de su rara belleza, antaño le habían ganado mi alma. Durante diez años soporté el peso acosador de sus cadenas en mi nuca, encontrando indigno que un juez femenino haya podido imponerme tanto tiempo, tanta presión.
Epistolæ metricæ, I, 6
Al parecer, incluso existió un retrato de ambos, realizado por el gran artista Simone Martini, que llegó a Avignon en 1336, para decorar el palacio de los papas. Petrarca habría tenido la oportunidad de conocerlo y encargarle dos medallones, con su efigie y la de Laura.
Por otra parte, resulta curioso saber que, a pesar de que se supone que el poeta tenía ocupada la mente y el corazón por su gran amor imposible, en 1337, tuvo un hijo, nacido en Avignon, al que llamó Giovanni.
En la capilla napolitana de Sancta Maria dell’Incoronata de Nápoles, construido entre 1360 y 1373, los frescos de las bóvedas representan los Sacramentos y el Triunfo de la Iglesia. En la Boda, se han creído reconocer los retratos de los reyes, Robert d’Anjou y su esposa, la reina Jeanne y parece posible que, en el Bautismo fueron retratados Petrarca y Laura. De ser así, significaría que la platónica historia de amor no era del todo secreta.
Napoli, chiesa di Santa Maria Incoronata - Affresco di Roberto d'Oderisio
que representa el bautismo de Carlo Duca di Calabria en los brazos de la reina Jeanne d’ Anjou.
Napoli, chiesa di Santa Maria Incoronata - Affresco di Roberto d'Oderisio que representa el matrimonio de la reina Joannna I de Anjou con Louis de Taranto.
Desde 1330 a 1333 Petrarca se dedicó a viajar, visitando París, Lieja, Aix-la Chapelle, Flandes y Renania.
El Ventoux
Su hermano Gerardo se reunió con él en el Condado Venaissin en 1336 y allí, el 26 de abril, ambos emprendieron una de las aventuras que mayor eco han encontrado, tras su relato por parte del poeta; el ascenso al monte Ventoux.
El poeta describió la experiencia en una carta a su confesor François Denis de Borgo San Sepolcro, pero a pesar de que el relato constituye un hito existencial y literario, algunos críticos dudan de que se llevara a cabo en el momento en que lo sitúa el poeta, es decir, en 1336, ya que, por entonces, debido a una oleada de accidentes climáticos muy adversos, no era posible efectuar la escalada. Ello lleva a pensar que, conocida la montaña en cuestión, el poeta describió un ascenso de carácter más místico que deportivo, aunque quizás reunió ambas características, pero en una fecha posterior a la indicada por él.
El Ventoux
Hoy se cree, que si bien el relato que conocemos del ascenso al Ventoux, no corresponde a la fecha citada, ni tampoco coincide con el contenido de la carta a del Borgo, sino que sería más bien una reelaboración posterior, ello no implica necesariamente, que el evento no se hubiera producido. El hecho es que, a pesar de las escasísimas indicaciones geográficas aportadas por el poeta, hay una que parece sostener la veracidad del relato; Petrarca dice que se detuvo a descansar al pie del Filiole, lugar que veremos castellanizado como “Hijuelo” en una antigua traducción castellana, y que constituye una referencia prácticamente desconocida para los no versados en aquella escalada.
El Filiole, pues, es un pico que domina la cumbre más importante del Ventoux, y va desde el Col des Tempêtes, hasta el Jas de la Couinche. La referencia al lugar, hoy llamado Combe Fiole, demostraría, al parecer, la veracidad de la experiencia; Petrarca debió alcanzar, al menos, aquel punto en concreto, situado a menos de mil metros de la cumbre del Ventoux.
Aviñón. Al fondo, el monte Ventoux
Además de la visión de Laura y el ascenso del Ventoux, Avignon también proporcionó a Petrarca la posibilidad de recuperar a los autores clásicos, con el objetivo de proseguir su personal aventura vital, compartiendo las búsquedas que aquellos autores habían emprendido siglos atrás. La ciudad de los puentes y los “pontifex”, contribuyó, a pesar de sus críticas, a despertar en el poeta la voluntad de reemprender su búsqueda existencial, ofreciéndole asimismo, los medios para proseguirla.
Así, su ya reconocida fama como poeta se complemetaría pronto con la de hombre de letras. Sus relaciones con la Curia y especialmente con la familia Colonna, le dieron la oportunidad única, de conocer a los numerosos eruditos, sabios y letrados que visitaban la entonces sede papal de Avignon. También tuvo entonces la oportunidad de aprender los principios de la lengua helénica, con el griego calabrés, Marlaam, obispo de Saint-Sauveur, que viajó a Avignon como embajador de Andrónico III Paleólogo, con el fin de intentar zanjar el cisma entre las Iglesias ortodoxa y católica.
Asimismo, con la ayuda de sus relaciones y amigos, pudo efectuar una búsqueda organizada de antiguos manuscritos latinos que permanecían olvidados en las bibliotecas de abadías, ciudades, o particulares, recuperando así reconocidos textos de Cicerón, Propercio y Quintiliano, a los que aplicó un profundo y concienzudo análisis filológico, logrando asimismo, recomponer las Décadas IV y I de la Historia Romana de Tito Livio, haciéndolos accesibles hasta el día de hoy a partir de fragmentos que restauró cuidadosamente, comparándolos con otra copias existentes.
Vaucluse
La Fontaine de Vaucluse
Decidido a iniciar una vida solitaria, entregada a la poesía y la reflexión trascendente, a partir de 1338, Petrarca halló un refugio apropiado en las fuentes de Vaucluse, a las orillas del Sorgue, y allí hizo llevar su biblioteca.
Encontré un valle muy estrecho pero solitario y agradable, llamado Vaucluse, a pocas millas de Avignon, donde la reina de todas las fuentes, la Sorgue, tiene su manantial. Seducido por el agrado del lugar, llevé allí mis libros y mi persona.
Epístola a la posteridad
Lleno de entusiasmo por tal descubrimiento, Petrarca vivió allí en distintas ocasiones, hasta 1353; un total de quince años.
He hecho de este lugar, mi Roma, mi Atenas, mi patria. Exiliado de Italia por los furores civiles, vine aquí, medio libre, medio forzado. Que otros amen la riqueza, yo aspiro a una vida tranquila, me basta con ser poeta. Que la fortuna me conserve, si puede, mi campito, mi humilde techo y mis queridos libros, y que ella se quede con lo demás. Las Musas, vueltas del exilio, viven conmigo en este amado asilo.
En las Familiarum rerum, añadía: Ningún lugar conviene mejor a mis estudios. De niño visité Vaucluse; de joven volví allí y aquel valle encantador me calentó el corazón en su seno expuesto al sol; siendo un hombre hecho, pasé dulcemente en Vaucluse mis mejores años y los instantes más felices de mi vida. Ya anciano, es en Vaucluse donde quiero morir.
Allí, durante su primera estancia, escribió la célebre, De Viris Illustribus y el gran poema latino África, sobre Escipión el Africano. La segunda estancia, a lo largo del año 1342, siguió al nacimiento de su hija natural, Tullia Francesca. De acuerdo con el historiador de Vaucluse, Jules Courtet, Petrarca sólo amó a Laura, pero ello no le impidió tener alguna distracción.
Durante la tercera estancia; en 1346, escribió De Vita Solitaria y Psalmi Penintentiales.
En resumen, casi todos los opúsculos que salieron de mi pluma (y el número es tan grande que aún me ocupan y me fatigan) fueron hechos, empezados y concebidos aquí.
Escribió a Francisco Nelli, prior de la iglesia de los Santos Apóstoles en Florencia: He adquirido en Vaucluse dos jardines que no pueden convenir mejor a mis gustos y a mi plan de vida. Normalmente, llamo a uno de estos jardines, mi Helicón transalpino, muy sombreado, porque es muy propio para el estudio y está consagrado a nuestro Apolo. El otro jardín, más cerca de la casa, está cultivado y es querido por Baco.
En consecuencia, se dice que Petrarca, ya receptor de toda clase de honores, cultivaba conjuntamente, su musa y sus viñas, a pesar de que, según su confesión, la Sorgue habría sido un lugar perfecto de residencia, si Italia hubiera estado más cerca y Aviñón más lejos.
La Fontaine del Sorgue, dibujo de Petrarca
Croquis de la Fontaine realizado por Petrarca, en el margen de su ejemplar de la Historia Natural de Plinio, es el más antiguo que existe. El Sorgue mana de la roca, que remata una capilla. En la base, un ave zancuda precede a la leyenda: Transalpina solitudo mea jocundissimo.
El laurel de Apolo
En 1340, su maestro y confesor, el monje agustino Francesco de Borgo San Sepolcro, le propuso recibir la corona de laurel de los poetas en la Sorbonne. Los doctores de París le ofrecían esta distinción para agradecerle su trabajo por el renacimiento de las letras y el hallazgo de los textos antiguos, que abrieron el camino a los humanistas.
El Senado romano también se lo propuso y Petrarca optó por este último, dado su interés en hacerse coronar por Robert d’Anjou, rey de Nápoles y conde de Provenza, alegando que el rey de Sicilia es el único al que aceptaré de buena gana entre los mortales, como juez de mis talentos.
* * *
La Corona de Laurel
En el camino de Padua, Petrarca recibió una carta del Senado de Florencia por medio de su amigo Boccaccio, en la que se le llenaba de alabanzas, se le proponía ir a enseñar en la universidad florentina que acababa de inaugurarse, y se le aseguraba que se le devolverían los bienes paternos:
Ilustre retoño de nuestra patria, hace tiempo que vuestro renombre ha llegado a nuestros oídos y conmovido nuestras almas. El éxito de vuestros estudios y el arte admirable en el que sois excelente, han ganado el laurel que ciñe vuestra frente y os hace digno de servir de modelo y de impulso a la posteridad.
Hallaréis en los corazones de vuestros compatriotas todos los sentimientos de respeto a los cuales tenéis tanto derecho. Pero, a fin de que no haya nada en vuestra patria que en adelante pueda heriros, os acordamos, por nuestra propia liberalidad y por un impulso de ternura paterna, los campos antaño disfrutados por vuestros antepasados, que acaban de ser recuperados por los dominios públicos.
Este don es poca cosa en sí mismo, sin duda, y poco proporcionado a los que merecéis, pero lo apreciaréis más si observáis nuestras leyes, nuestros usos, y si recordáis a todos los que no han podido obtener semejante favor. Podéis, pues, en adelante, vivir en esta ciudad que es vuestra patria.
Nos alabamos de que no tendréis que ir a ninguna parte a buscar los aplausos que el mundo os da, ni la tranquilidad que amáis. No encontraréis entre nosotros Césares o Mecenas; estos títulos nos resultan desconocidos. Pero encontraréis compatriotas celosos de vuestra gloria, decididos a publicar vuestras alabanzas y a extender vuestro renombre, sensibles al honor de tener por conciudadano a uno que no tiene igual en el mundo. Hemos resuelto, tras madura deliberación, ensalzar nuestra ciudad haciendo florecer en ella las ciencias y las artes; fue así como Roma, nuestra madre, adquirió el imperio de toda Italia.
Así pues, sólo vos podéis satisfacer nuestros deseos. Vuestra patria os conjura, por todo lo que hay de más santo, por todos los derechos que tiene sobre vos, a consagrarle vuestro tiempo, presidir sus estudios y concurrir a darle así un resplandor que envidiará el resto de Italia.
Los magistrados, el pueblo y los grandes os llaman, vuestros penates y vuestros campos recuperados os esperan. Si hay en nuestro estilo algo que os moleste, debe ser un motivo más para llevaros a cumplir nuestros deseos: vuestras lecciones nos son necesarias. Hacéis la gloria de vuestra patria y por ello le sois tan querido; con este título os apreciará más si cedéis a sus instancias.
Respuesta de Petrarca
He vivido bastante, mis queridos compatriotas, siguiendo el axioma del sabio: hay que morir cuando ya no se desea nada. Hombres ilustres y generosos, si hubiera estado con vosotros, no habría podido pedir más de lo que me ofrecéis en mi ausencia, y sin haberlo solicitado. Cubierto por vuestros favores, me atrevería a apropiarme la respuesta que San Agustín dio al Senado, derramando lágrimas. Alcanzada la cumbre de mis deseos, ¿qué podría pedir a los dioses, si no que vuestra buena voluntad dure tanto como mi vida?
Giovanni Boccaccio, intérprete de vuestra voluntad y portador de vuestras órdenes, os dirá cuánto deseo obedeceros y cuales son mis proyectos para la vuelta, pues se los he confiado. Cuando os entregue esta carta, os informará de mis sentimientos y os ruego que creáis sus palabras como si hablara yo mismo. Quiera el cielo que vuestra república florezca para siempre.
* * *
Así, el 8 de abril de 1341, día de Pascua, en una ceremonia celebrada en el Capitolio, con solemnidad extraordinaria, Petrarca recibió de manos del senador Orso dell’Anguillara, la Corona de Laurel de Apolo. A partir de entonces fue elogiado por todo aquel que en Occidente tenía algo que ver con el mundo de las letras.
Sin embargo, aquellos laureles tan deseados le decepcionaron muy pronto: La Corona sólo sirvió para hacerme conocido y perseguido –escribió a uno de sus amigos. Y confió a otro: El laurel no me aportó ninguna luz, pero me atrajo muchas envidias.
Roma se convirtió para el poeta, en una obsesión. Idolatraba esta ciudad más que ninguna otra en el mundo, y escribió: Roma, la capital del mundo, la reina de todas las ciudades, la sede del imperio, la roca de la fe católica, manantial de todo ejemplo memorable.
Cola di Rienzo
Aquella gloriosa ciudad en ruinas, le brindó la oportunidad de conocer a Nicola Gabrino, conocido como Cola di Rienzo, en quien el poeta depositó sus esperanzas, a pesar de que, para que Roma volviera a ser lo que fue, entendía que el papado debía volver de Avignon.
Cola di Rienzo, estatua en Campidoglio, Roma.
En 1343, Cola di Rienzo llegó a Avignon como embajador. Se proponía pedir al Pontífice que abandonara aquella ciudad para volver a Roma, lo cual no podía menos que agradar al poeta. El papa le escuchó, pero no efectuó el menor movimiento y el poeta sufrió una decepción, que se convirtió en ácidas críticas al pontífice, que, no obstante, le encomendó una embajada a Nápoles en septiembre de aquel año. Llegado allí, Petrarca describió el reino como un navío cuyos pilotos la llevaban al naufragio; un edificio arruinado y sostenido sólo por el obispo de Cavaillon.
El año siguiente, el poeta reanudó sus estudios y empezó a escribir lo cuatro libros de Rerum Memorandum.
Cuando, en 1347, Rienzo fue elegido Tribuno, Petrarca Petrarca recuperó la fe en el porvenir de Roma. Abandonó a su amigo el cardenal Giovanni Colonna y volvió a Roma para reunirse con Rienzo y apoyar su causa públicamente.
Sin embargo, sus esperanzas fueron pronto decepcionadas.
Tras lanzar su consigna de “¡Muerte al tirano!”, Rienzi fue expulsado de Roma el 15 de diciembre de 1347 y tuvo que refugiarse en un convento franciscano, mientras preparaba un viaje a Praga para reunirse con el emperador Carlos IV de Luxemburgo, quien, sin embargo, lo hizo prisionero y lo envió a Avignon, donde permaneció preso durante un año en la Tour du Trouillas, en el Palacio de los Papas.
Federico Faruffini, Cola di Rienzo contempla le rovine di Roma, 1855, col. privada, Pavia.
Petrarca empezó a cuestionarse su admiración por aquel hombre al que había creído providencial y capaz de hacer renacer el esplendor de la antigua Roma. Escribió a su amigo Francesco Nelli:
Nicola Rienzi ha venido últimamente a la Curia, o, más bien, no ha venido; ha sido traído como prisionero; el tribuno, antaño temido en la ciudad de Roma, es ahora el más desgraciado de los hombres. Y para colmo de infortunio, no sé si es tan poco digno de piedad como desgraciado, él, que habiendo podido morir con tanta gloria en el Capitolio, se ve obligado a soportar para su gran vergüenza y la de la República Romana, un encierro, primero, en la prisión de un Bohemio y después, en la de un Limusino.
Un año después, envió una durísima carta al propio Rienzo: Me harás decir lo que Cicerón decía a Brutus: me avergüenzo de ti.
Rienzo estuvo encarcelado hasta el 3 de agosto de 1353. Llamado a Roma por el cardenal Gil Álvarez Carrillo d Albornoz, murió en una nueva insurrección del pueblo romano.
La muerte de Laura y el Cancionero
Laura. Biblioteca Laurenciana. Florencia
El día 6 de abril de 1348, veintiún años, día tras día, después de su descubrimiento por Petrarca, Laura, el parangón de todas las virtudes, murió, sin duda, atacada por la peste negra. Petrarca se encontraba entonces en una embajada ante el rey Luis de Hungría. Fue su amigo Louis Sanctus de Beeringen, quien el 27 de abril le envió un correo desde Avignon para comunicarle la fatal noticia. Petrarca lo recibió el 19 de mayo. Además de la muerte de su amada, le informaba que los más notables se habían marchado de Avignon para refugiarse en los campos vecinos y que siete mil casas estaban cerradas.
El 3 de julio, su amigo y protector, el cardenal Giovanni Colonna, también moría de la contagiosa y fatal enfermedad. Había sido a Colonna a quien por primera vez habló de su amor por Laura, aquella dama de elevado rango, cuya imagen le perseguía en sus peregrinaciones y en su soledad de Vaucluse.
Profundamente abatido, sólo pudo escribir: ¿Podrá la posteridad creer en tantas desgracias? Sin embargo, recuperando el control propio de su naturaleza, compuso un soneto en el que decía que la muerte parecía bella en su hermoso rostro, que constituyó la cumbre de su poesía, con una de las imágenes más perfectas del concepto del ideal encarnado en Laura.
Ya no le quedaba sino compilar sus sonetos para formar el Cancionero al que todavía llamaba Rime Sparse o Rerum Vulgarum Fragmenta.
En su primera parte, In Vita Madonna Laura, el poeta aparece atormentado por su pasión amorosa, y el humanista, enamorado de la vida y de la gloria, se encuentra con el cristiano que trata de negar todas sus debilidades.
En la segunda, In Morte di Madonna Laura, los tormentos del poeta se han calmado y Laura, transfigurada por la muerte, se vuelve más tierna y accesible, transformando la amargura en suave melancolía. Por aquellos poemas, que recorrerían Europa durante siglos, Laura y Petrarca entraron en el imaginario amoroso con el mismo título que Tristán e Isolda o Romeo y Julieta. El imposible amor de Messer Francesco por Madonna Laura, había encontrado, para la eternidad, un marco, en las orillas del Sorgue.
Había sido suficiente la magia de un encuentro fortuito, para que el genio de uno de los más grandes poetas pudiera magnificarlo. Vaucluse es el sitio donde concibió las Epístolas, pero es también, y, sobre todo, el valle en el cual el amante platónico de Laura vagabundeó de pensamiento en pensamiento y de monte en monte.
Viaje a Italia
Aunque las relaciones de Petrarca con Clemente VI habían sido a veces tensas, una estima recíproca unía a aquellos dos hombres, y previendo el fin de este pontífice, el 16 de noviembre de 1352, el poeta quiso abandonar definitivamente su retiro de Vaucluse.
Pero sorprendido por una lluvia torrencial, tuvo que detenerse en Cavaillon. Cuando supo que los caminos hacia Italia estaban cortados, bien por la nieve, bien por soldados desertores, decidió volverse atrás.
Sus relaciones con el nuevo papa, Inocente VI no fueron muy amistosas. Hay que decir que el poeta había tomado aversión, no sólo hacia la Curia, sino también a los médicos de la Corte pontificia, y entre ellos a Guy de Chaulhac, y que su conocido apoyo a Rienzo y sus partidarios, contra los cuales luchaba el cardenal Albornoz en Italia, le habían atraído la hostilidad el nuevo pontífice. No obstante, prefirió abandonar Vaucluse y el Condado Venaissin, para ir a hacerse olvidar en Italia. Antes de su partida se detuvo en la Cartuja de Montrieux para ver a su hermano Gérard.
Pasó la frontera por Montgenèvre en mayo de 1353 y la vista de su tierra de origen desde la cima del col, elevó su emoción literaria y escribió: Saludos, tierra santísima, tierra amada por Dios, tierra suave para los buenos y temida por los soberbios.
Epistolæ metricæ, III, XXIV
Había abandonado Vaucluse en el mejor momento, porque el día de Navidad de aquel mismo año, una banda de hombres armados entró en el Vallis Clausa y quemaron la casa del poeta.
Petrarca jamás volvió a Florencia.
Por invitación del arzobispo Giovanni Visconti, Petrarca se quedó, primero, en Milán, en una casita cerca de San Ambrosio, y después en el monasterio de San Simplicio Extramuros. Durante los nueve años de su estancia en Lombardía, ejercitó de nuevo su verbo maligno contra Guy de Chaulhac, publicando Invectiva contra un médico.
Petrarca diplomático
En 1356, Barnabo y Galeazzo Visconti, potentados de Milán que acababan de suceder a su tío Giovanni, le encargaron que volviera a Praga como embajador ante el emperador Carlos IV de Luxemburgo. Inocencio VI también utilizó sus talentos diplomáticos ante el Dogo Giovanni Dolfin, en 1357.
El 13 de enero de 1361, llegó a Villeneuve-lès-Avignon el embajador de Galeazzo Visconti; era Petrarca. Tras un elocuente discurso, entregó al rey de Francia, de parte del Milanés, una sortija con un diamante, perdida por Juan II en Maupertuis. Después ofreció al Delfin Charles otra con un rubí. Encantado, el rey quiso retener al poeta en su Corte, pero Petrarca prefirió volver a Milán.
A su vuelta, su hijo Giovanni acababa de morir de la peste. Huyendo de la epidemia que atacaba la llanura del Po, Petrarca abandonó a los Visconti y se refugió en Padua por invitación de Francesco da Carrara. Pronto volvió a Venecia, en 1632, donde fue acogido por el Dogo Lorenzo Celsi. El poeta proclamó entonces, con elevado acento ditirámbico:
Augusta ciudad, único receptáculo en nuestra época, de libertad, de paz y de justicia, último refugio de los buenos y único puerto donde encuentran acogida las naves de los que aspiran a la tranquilidad.
Seniles, IV, III
Permaneció allí cinco años y allí acudieron su hija y su yerno, que acababan de tener una niña, a la que llamaron Eletta. En el transcurso de aquella estancia terminó De Remediis y Familiari, así como su compendio Senili. Para responder a los ataques de los jóvenes venecianos averroístas, compuso De sui ipsius et multorum ignorantia, disgustado al haber sido tratado de ignorante por aquel grupo.
Arquà
La casa del poeta en Arquà, litografía de 1831
En 1367, Petrarca abandonó la Serenísima República con su hija Francesca y su nieto Francescuolo da Brossano, aceptando la invitación de Francesco de Carrare, señor de Padua. El poeta compró entonces una casa en las Colinas Euganeas.
Allí supo de la entrada triunfal de Urbano V en Roma, el 16 de octubre de 1367. Petrarca mostró una alegría sin límites y comunicó a su amigo Francisco Bruni: Jamás mis palabras podrán igualar lo que pienso de este pontífice. Le he hecho reproches que creía justos, pero no le he alabado como deseaba; mi estilo ha sido vencido por sus méritos. No es al hombre a quien celebro, es a la virtud que amo y admiro con verdadera admiración.
El 31 de mayo de 1368, Urbano VI declaró a Barnabò Visconti culpable de rebeldía contra la iglesia y predicó la cruzada contra él. El papa deseaba que Carlos de Luxemburgo se pusiera a la cabeza. Petrarca abandonó Arquà para viajar a Udine junto al emperador y participar en la guerra contra los Visconti.
Dos años después, cuando volvía a Roma, junto a Urbano V, sufrió un síncope y el día 4 de abril de 1370 redactó su testamento.
Cuando en 1373, Gregorio XI anunció a su vez su deseo de volver a Roma, Petrarca se sintió colmado de alegría. Un año antes, desesperado, había redactado una Apologia contra Gallum, en la que refutaba la tesis favorable al mantenimiento del papado en Avignon.
Aquel año, el poeta, a pesar de la edad y el cansancio, aceptó volver a vestir la toga de embajador para ayudar a su amigo Francesco di Carrara. Batido por los venecianos, este último debía, además, pagar un oneroso rescate para liberar a su hijo que había sido tomado como rehén. Petrarca le acompañó a Venecia con el fin de recomendarlo al Dogo Andrea Contarini.
Petrarca moría en Arquà, el 19 de julio de 1374, en una crisis de apoplejía. Su hija Francesca, que lo encontró con la cabeza apoyada en el libro que estaba leyendo, le hizo levantar un mausoleo y su nieto fue el encargado de ejecutarlo.
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Laura y la poesía
Laura y Petrarca, miniatura del Cancionero.
Amor me halló del todo desarmado
y abierto el camino de los ojos al corazón,
que de lágrimas se hizo nave y salida.
Pero, a mi parecer, no le honró
herirme con flecha en tal estado
y a vos, armada, no mostrar ni el arco.
Desde el 6 de abril, un viernes santo, ante la visión de Laura a la salida de la iglesia de Santa Clara de Avignon, Petrarca desarrolló una larga pasión celebrada en el Canzoniere y después en I Trionfi.
Laura pudo ser la esposa de Hugues de Sade, pudo ser un personaje anónimo idealizado, o tal vez, una ficticia herramienta poética. De hecho, la realista imagen del Cancionero; una mujer casada y madre de familia numerosa, no responde a los clichés trovadorescos del amor cortés. Su supuesta presencia causaba a Petrarca una alegría inexplicable, a la vez que alimentaba un deseo imposible, cuya descripción hace del poeta el personaje central de poemario.
Detalle del retrato de Laura Battiferri presentando el Cancionero
Angelo Bronzino, 1550-55. Palazzo Vecchio de Florencia
Dividido entre el amor profano –confesaba su vil inclinación por las mujeres- y la concepción medieval del amor –Laura, como Beatriz, tenían que mostrarle la vía que conduce a la salvación-, Petrarca se refugió en el ensueño y magnificó en sus versos lo que no podía ser una realidad.
Marc Maynègre resume así la filosofía del poeta: Esta puesta en escena de la contemplación de sí mismo, va a transformarse en una contemplación estética; una obra de arte en la que la belleza se convierte en el ideal del poeta.
Y María Cecilia Bertolami constata: Desde el primer soneto, el Cancionero se presenta como la historia ejemplar de un fracaso. El amor por Laura, tal como es descrito en el primer soneto de la colección, es un juvenil error que ha conducido al poeta a oscilar constantemente fra le vane speranze e il van dolore.
Para la época de la muerte de Laura, en 1348, el poeta llegó a considerar el dolor de su pérdida, tan difícil de vivir como lo había sido su anterior desesperación. Sus palabras parecen contradecir la creación de un mito de carácter literario:
En mi juventud luché constantemente contra una pasión amorosa desbordante pero pura –mi único amor-, y habría seguido luchando, si la muerte prematura, amarga pero salutífera para mí, no hubiera extinguido las llamas de la pasión. Ciertamente me gustaría poder decir que he estado completamente libre de los deseos de la carne, pero mentiría si lo dijera.
Cartas a la Posteridad. Petrarca
Es una observación importante, porque revela que el clima espiritual de Petrarca no evolucionó, a pesar de que la disposición de los poemas del Cancionero querría demostrar un ascenso progresivo desde lo humano a lo divino, hecho confirmado por los Triunfos, que manifiestan igualmente la intención de considerar como alcanzado el tranquilo puerto, siempre codiciado por el poeta.
Triunfos
Si en el Cancionero, Laura no existe más que a través de los efectos que provoca en el alma del poeta, no ocurre lo mismo con los Trionfi. Empezado en 1354, este poema alegórico es un testamento espiritual o triunfante, a veces, siempre en pugna entre el Deseo de la Castidad, la Muerte y la Gloria, el Tiempo y la Eternidad.
En esta epopeya amorosa, el poeta dirige a su musa provenzal esta pregunta que había dejado sin respuesta en el Cancionero: ¿El amor hizo alguna vez nacer en vuestro espíritu la idea de apiadaros de mi largo tormento?
Abandonando su frialdad habitual, Laura confiesa a Francesco:
Nunca estuvo mi corazón lejos de ti y nunca lo estará.
Y el poeta precisa:
El fuego amoroso era igual en nosotros, mi corazón estaba contigo, pero no me atreví a poner mis ojos sobre ti.
El Cancionero se cierra con una invocación del nombre de la Virgen María, mientras los Triunfos terminan con el de Laura.
Para Pierre Dubronquez, Petrarca, que siempre estuvo dudoso entre la atracción y el rechazo del mundo, desarrolla en su obra una sensibilidad tan nueva que no sabe todavía lo que percibe, y una consciencia que busca en su patrimonio espiritual una regla de conducta para seguirla.
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Los Sonetos
El soneto de Petrarca, llamado soneto, genéricamente, italiano, consta de una octava -dos cuartetos-, seguida de un sexteto -dos tercetos-.
Los Sonetos y Canciones del poeta Francesco Petrarcchi, que traduzia Henrique Garces de lengua Thoscana en Castellana. Madrid, 1594
Con su primera gran obra, África, una epopeya en latín -que trata de la Segunda Guerra Púnica-, Petrarca se convirtió en una celebridad europea y fue esta la obra que le hizo ganar la corona de laurel de los petas y el reconocimiento de sus pares.
Paradójicamente, si sus obras latinas le proporcionaron enorme celebridad en vida, fue, sobre todo, el Cancionero toscano, el que pasó a la posteridad. Desde el siglo XVI al XVIII, fueron tan numerosos los imitadores de su estilo, que dieron lugar al nacimiento del término petrarquismo.
Su muerte, en 1374, impidió al poeta terminar su tercera obra mayor, Los Triunfos.
Entre la ingente obra latina de Petrarca, cabe destacar: De Viris Ilustribus; el diálogo Secretum; un relato de su lucha interior, que no estaba destinado a la publicación que desarrolla un debate con San Agustín; Rerum Memorandum Libri, un tratado incompleto sobre las virtudes cardinales, De Remediis Utriusque Fortunae, su obra en prosa latina más popular; Itinerarium, una guía de la Tierra Prometida; De Sui Ipsius y Multorum Ignorantia, contra los aristotélicos.
Escribió las obras culturales y su epopeya poética en latín, pero los sonetos y cantos. en toscano, idioma que iba, desde entonces, a fijar la lengua literaria italiana.
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Somos deudores del gran Petrarca, en primer lugar, por haber sacado de la caverna de los godos, las Cartas que llevaban tanto tiempo enterradas.
Pico de la Mirándola, 1463-1494
Petrarca, después de todo, no tiene, quizás, más mérito que haber escrito bagatelas sin genio, en un tiempo en que esas distracciones eran muy estimadas, porque eran raras.
Voltaire, Carta a los autores de la Gazette Littéraire,
6 de junio de 1674
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Dante y Petrarca. Giovanni da Ponte. Fogg Art Museum. Cambridge, Massachusetts.
Índice de Viris Illustribus, 1379, BnF MS Latin 6069F, con un retrato del autor
Francesco Petrarca, Studiolo di Federico da Montefeltro
El encuentro entre Laura y Petrarca en Aviñón, en 1327. Josef Manes, Fragmento.
Narodni Galerie. Czech
Encuentro entre Petrarca y Laura en la Iglesia de Santa Clara en Aviñón. Marie Spartali Stillman (1844-1927)
Petrarca y Laura en un fresco. Casa de Petrarca
P. Saltini, Simon Memmi retratando a Laura por encargo de Petrarca, 1863,
Firenze, Galleria Palatina di Palazzo Pitti
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!Muchísimas gracias! Me ha encantado.
ResponderEliminarEs una alegría compartir la admiración por este poeta sereno y genial, al que la Literatura debe tanto. Gracias a ti y un saludo muy cordial. Clara.
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