viernes, 29 de mayo de 2015

Antón Pavlovich Chejov–Анто́н Па́влович Че́хов


Chejov pintado por su hermano Nikolai

Ningún otro escritor ruso, excepto Pushkin y Tolstoi, ha sido llorado con tanta congoja y dolor como lo ha sido Antón Pavlovich Chejov-Антон Павлович Чехов. Fue no sólo un escritor genial, sino además una persona muy querida. Él sabía por dónde pasaba el camino hacia la grandeza del alma, hacia la dignidad y la felicidad del hombre, y supo dejarnos todas las señales de ese camino. 

Konstantin Paustovski. –Nominado al Premio Nobel de Literaturaa, en 1965-.

Antón Chejov fue el tercero de los seis hijos que tuvieron Pavel Chejov Yegorovich y su esposa Yevgeniya Yakovlevna:

Alexander, escritor y periodista; Nikolái, pintor; Iván, pedagogo; María, maestra y también pintora, y Mijaíl, el pequeño, cuyo libro titulado En torno a Chéjov - Вокруг Чехова, obtuvo un enorme éxito por su gran valor biográfico y literario.

Fachada de la casa, alquilada desde 1859 hasta 1861, donde nació Antón Chejov.

Nacido el 17 de enero Juliano, o bien, el 29 Gregoriano, en 1860, bajo el reinado del Zar Alejandro II, cuando la familia vivía en Taganrog – Таганрог, un puerto en el Mar de Azov en el sur de Rusia, donde su padre tenía una tienda.

Fachada de la tienda del padre de Chejov y casa donde vivieron desde 1869 a 1874.

A pesar de ser especialmente discreto en lo relativo a su persona, a través de la lectura de sus cartas –que no fueron publicadas hasta 1951–, se puede obtener información muy valiosa: No tuve infancia. El despotismo y las mentiras deformaron nuestra niñez a tal grado que me repugna y horroriza pensar en ella. Cuando era niño, fui tratado con tan poca benevolencia que ésta me parece algo extraordinario. Me gustaría ser bondadoso con la gente, pero no sé cómo.

Su padre dominante, severo, cruel y con cierta inclinación al fanatismo religioso, obligaba a los niños a levantarse muy temprano para asistir a misa y cantar en el coro que él mismo había organizado, mientras él los acompañaba al violín. Ensayaban de 10 a 12 de la noche, todos los días, luego rezaban de rodillas con la cabeza rozando el suelo y al día siguiente, acudían temprano al colegio. Al recordar mi infancia se me presenta profundamente sombría y la ortodoxia ya no existe para mí. Todo el mundo nos miraba con emoción y envidiaba a nuestros padres, pero en ese momento nosotros nos sentíamos como pequeños convictos.

Catedral de la Asunción en Taganrog, donde el 10 de Febrero de 1860, fue bautizado. No existe en la actualidad.

Cuando sus hermanos mayores –Alexander y Nikolái- llegaron a la adolescencia, se dedicaron a beber, jugar y evitar cualquier obligación, por lo que fue Antón quien debió asumir todas las responsabilidades familiares. Trabajaba todos los días desde las 8 de la mañana en la tienda familiar y, posteriormente, a lo largo de toda su vida, protegió y sostuvo económicamente a toda su familia.

Años después, Antón reprocharía a su hermano mayor la forma en que trataba a su esposa y sus hijos, recordándole el comportamiento de su padre: Quiero recordarte el despotismo y la mentira de nuestra juventud; despotismo que destruyó a nuestra madre, y mentira que mutiló nuestra infancia Eso es repugnante y aterrador. Piensa en ello. Recuerda el horror y repugnancia que sentimos aquel día en que el padre montó en cólera en la cena por el exceso de sal en la sopa y llamó estúpida a la madre.

Foto de familia de los Chejov. Taganrog, 1874. 
Arriba, de pie: Iván, Antón, Nikolaï, Alexandre y Mitrofan –su tío-. 
Sentados: Mikhaïl, Maria, Pavel Egorovich -el padre-, Evguenia Yakovlevna -la madre-; Ludmilla Pavlovnan -esposa de Mitrofan-, y Gueorgui -su hijo-. 
Museo Chekov de Badenweiler. Foto: S. Isakovich

De acuerdo con el relato de su hermano Mijaíl, a los trece años asistió por primera vez al teatro en compañía de su madre. Ella se sentó en el patio de butacas, mientras que ellos fueron a gallinero. Antón era el más ruidoso. Al final de cada acto gritaba y silbaba, pero no a los actores, sino a los aristócratas griegos sentados en la platea. Era tal el ruido que armaba que muchas veces los griegos abandonaban la sala antes de que terminara el espectáculo.

Componía pequeñas obras para representar en casa de sus amigos, y después las rompía. También componía pequeños poemas para las amigas de su hermana María, de las que solía enamorarse. Más tarde, declaró que la poesía no era su fuerte ni tampoco le atraía mucho su lectura, exceptuando la de Pushkin.

Los negocios del padre empezaron a ir mal, hasta que las deudas le obligaron a abandonar la ciudad en 1876, llevándose a sus dos hijos mayores. Las penurias económicas se agravaron, y la madre envió a los más pequeños a vivir con su abuelo. Con ella quedaron Antón y su hermana. Finalmente, en Moscú, empezaron una nueva vida llena de dificultades que, al parecer, minaron en buena parte la resistencia de la madre.

El escritor permaneció en Taganrog, ocupándose de liquidar las propiedades de la familia, algo que consiguió dos años después, un período durante el cual vivió y se costeó los estudios dando clases privadas al hijo del vecino que le había acogido y, curiosamente, cazando jilgueros, que después vendía, a la vez que enviaba algunos artículos a los periódicos, con todo lo cual, aún alcanzaba a aportar algunos fondos que servían de ayuda a su familia en Moscú. Durante el mismo período, también dedicó todo el tiempo posible a la lectura; entre sus autores preferidos, figuraba en primer lugar, Cervantes, aunque, sobre todo leía a los más importantes autores rusos, como Iván Turgueniev, o Goncharov. Según sus cartas, durante aquellos años de soledad, pasaba horas en la biblioteca estudiando y solo regresaba a la casa para cenar y dormir.

El Gymnasium de Taganrog. donde Chejov estudió hasta 1879

A pesar de que el colegio de Taganrog era como una especial división de prisioneros, donde a los presos se les cambiaba el garrote y el palo por el griego y el latín, cuantos conocieron a Chejov durante su época de estudiante, resaltan su excelente trato, su alegría contagiosa y su fina ironía y, a pesar de muchas dificultades, nunca perdió la alegría, que se evidenciaba en los cuentos que enviaba a su hermano Alexander, quien trabajaba en periódicos cómicos de Moscú y consiguió que algunos de sus cuentos fueran publicados, lo que significó el ingreso de algunos rublos más para la supervivencia familiar.

Muy centrado en la familia, Chejov no tenía muchos amigos, a pesar de ser muy apreciado. La soledad de los años pasados en Taganrog, marcaron su carácter de hombre solitario, reservado y discreto, si bien se hizo con el respeto y el afecto de la gente sencilla que diariamente se cruzaba con él; hombres y mujeres de pueblo. 

Al terminar los estudios secundarios, él mismo pudo trasladarse finalmente a Moscú, donde se matriculó en la Facultad de Medicina, y donde, además de proseguir sus estudios, se convirtió en responsable de toda la familia, a la que logró sacar adelante, escribiendo numerosos artículos para diferentes periódicos.

Había obtenido una beca de 25 rublos otorgada por la Municipalidad de Taganrog, a cambio de que dos estudiantes se alojaran en su casa, mediante un modestísimo alquiler. Los hermanos mayores -Alexander y Nikolay- ya no vivían en la casa y los demás, sobrevivían en un sótano desde cuya ventana solo se podían ver los pies de los transeúntes. Y así se convirtió en el principal soporte económico y moral de la familia, vendiendo a los periódicos, pequeños artículos, de carácter cómico y social, con el apoyo de Alexander, a la vez que adelantaba en sus estudios. 

Empleaba varios seudónimos: Hermano de mi hermano; Médico sin pacientes; G. El tonto; El hombre que rápidamente se enfurece; y el más conocido, Antosha Chejonté. Se dice que escribió su primer cuento con la finalidad de obtener dinero para comprarle a su madre una tarta de cumpleaños. 

Dos años después fue contratado en el Novoye Vremya -Nuevos Tiempos-, un popular periódico de San Petersburgo, propiedad de su buen amigo Alexei Suvorin, tal vez el mejor amigo de su vida, que era, además un magnate de la prensa. Chejov vio mejorar notablemente sus ingresos, llegando a proponerse, finalmente, el objetivo de buscar una casa mejor para la familia.

Por entonces, recibió un gran halago y un claro reproche del escritor Dmitry Grigorovich, quien, tras la lectura de su cuento El Cazador, calificó al autor de verdadero talento, a la vez que le decía que debía escribir menos y cuidar más la calidad de sus escritos. Chejov se sintió herido ante aquella crítica, ya que, desde sus primeras publicaciones, era evidente que cuidaba en extremo la calidad de su obra, que solía revisar una y otra vez, antes de sentirse satisfecho. El propio Grigorovich aplaudió después su colección de cuentos titulada En el Crepúsculo, que, en 1887 obtuvo el célebre Premio Pushkin.

Chejov, a la derecha, con tres de sus hermanos

En el mismo año de la obtención de aquel premio, su salud sufrió un claro tropiezo que le decidió a emprender un viaje a Ucrania a través del cual recuperó el concepto de la belleza de la estepa, que reflejó en la novela del mismo título. La Estepa es un largo viaje contemplado por los ojos de un niño, en el que Chejov aportó una gran sensibilidad personal y una ya indudable y madura calidad literaria.

Siguió Ivanov, una obra cuyo éxito sorprendió al propio autor. Para entonces, Chejov había reconocido y definido su técnica con claridad. De acuerdo con su concepto, en la narrativa sólo deben intervenir los elementos estrictamente necesarios, descartando todo lo demás. Es decir, que si en el primer capítulo se habla de una escopeta colgada en la pared, debe ser porque va a ser necesario hablar de la misma dos o tres capítulos después; de no ser así, la escopeta no debe aparecer.

Con el tiempo, supo que la observación de la vida en sus aspectos más auténticos, constituiría la base de su creación literaria. Tres meses antes de su fallecimiento escribiría: Si me encuentro bien de salud, en julio o agosto viajaré al Extremo Oriente, pero no en calidad de corresponsal, sino como médico. Me parece que un médico ve mucho más que un corresponsal. Solía bromear diciendo que la medicina era su legítima esposa, y la literatura, su amante.

Las historias que escribía eran muy breves, reducidas al espacio que le imponían los periódicos, pero a la vez, una circunstancia que redundaría en una magistral economía de recursos literarios que al final, revolucionó la técnica del cuento.

–La brevedad es hermana del talento. El lenguaje debe ser sencillo y elegante. El arte de escribir consiste menos en escribir bien que en tachar lo que está mal escrito–.

Antón Chejov. Osip Braz

A través del humor y la sátira, Chejov se burla de la ordinariez, de la vanidad, de la vulgaridad y de la estupidez humana, en unos artículos que le van abriendo camino, a pesar de que las condiciones de su entorno familiar y de trabajo pesan exclusivamente sobre él, aun en el nuevo domicilio. 

Escribo en pésimas condiciones, rodeado de huéspedes, niños, música y lecturas de la Biblia. En el cuarto de al lado llora el hijo de un paciente ...Mi cama está ocupada por un familiar que vino de visita y a cada rato viene a hablarme de medicina. El niño sigue aullando. Acabo de tomar la firme determinación de nunca ser padre. Pienso que los franceses tienen pocos hijos porque son un pueblo literario. Aun así, el mundo literario de Chejov iba tomando forma.

A los 24 años -1884- obtiene el título de Médico y publica su primer libro, Leyendas de Melpómene- Сказки Мельпомены, sin éxito, y dos años después termina Cuentos Estrepitosos- Пёстрые рассказы, que no llega a ser editado. Entre tanto, escribe casi 130 cuentos, de los que elige 16 para su edición en 1887: En el Crepúsculo-В сумерках, para ser leídos cuando se pone el sol, e inesperadamente, recibe el Premio Pushkin de Literatura, de la Academia de Ciencias.

Antiguo dibujo de la casa de Moscú, donde Chejov vivió con su familia, desde 1886 a 1890. La casa era conocida como Korneyev.

Con el premio, había aparecido el éxito, que se tradujo en doce ediciones en solo dos años. Chejov se planteó durante cierto tiempo la posibilidad de abandonar la medicina, pero finalmente, optó por seguir adelante. 

En 1892, Chejov compró una pequeña casa de Campo en Mélikhovo, al sur de Moscú, donde vivió con su familia hasta 1899. Instalado allí, trabajó como médico de forma desinteresada y con una entrega absoluta. Durante la epidemia de cólera que se produjo en Rusia, se le encargó organizar una especie de unidad sanitaria preventiva en su casa y Chejov no sólo cumplió su cometido, sino que creó otras unidades a sus expensas, en solitario y, frecuentemente, enfermo. Desde el primer día que se instaló en Mélikhovo, los enfermos empezaron a llegar desde veinte kilómetros a la redonda; acudían a pie o en carretas, pero frecuentemente, era él mismo quien se desplazaba para visitarlos. A veces, desde antes de amanecer ya le esperaban mujeres campesinas con sus niños delante de su puerta.

Chejov con amigos en Milikhovo.

Chejov atendía a los enfermos, iba de una aldea a otra, daba charlas sobre cómo luchar contra el cólera y escribía a sus amigos diciéndoles que le era imposible escribir, a pesar de lo cual, nunca abandonó la tarea del todo, compatibilizando su necesidad de escribir, con la atención a los pacientes, especialmente, a los menos favorecidos, ya que, en su opinión, el bien público, era, o debía ser, una necesidad del alma y una condición de la felicidad personal.

Por entonces conoció a Piotr Ilich Tchaikovsky- Пётр Ильи́ч Чайко́вский, a quien dedicó varias obras, e incluso se propusieron escribir el libreto y la música sobre una obra de Lermontov, que no llegaron a hacer realidad. A Chejov le gustaba la música de Glinka, Chopin y Beethoven, pero sobre todos ellos, Tchaikovsky y, muy especialmente, su ópera Eugenio Onieguin.

En 1889 fallecía su hermano Nicolai a causa de la tuberculosis, convirtiéndose, en cierto modo en figura moral de su novela, Una Historia Lúgubre, sobre un hombre que se aproxima al final de su vida, consciente de que nunca ha tenido un objetivo. De acuerdo con la biografía de su hermano Mijail, Chejov, que trabajaba en una especie de tesis sobre el estado de las prisiones de su época, con vistas a la regeneración del sistema carcelario, tras la depresión que le causó la muerte de Nicolai, convirtió su proyecto en una especie de obsesión. 

El año siguiente emprendió un largo y complicado viaje hasta la isla de Sajalín, al norte de Japón, con el fin de visitar su trágicamente famosa colonia penal, en la que pasó tres meses entrevistando a presos para elaborar un estudio, que afrontó conmocionado y enfurecido por lo que observó: además de la evidente malversación de suministros, castigos corporales y mujeres forzadas a la prostitución, constituyendo su límite el estado de los niños que vivían en la Colonia junto a sus padres presos; en el vapor de Sajalín, viajó con un hombre que, tras haber asesinado a su mujer, llevaba grilletes en los pies e iba acompañado de su hija de seis años. Por la noche descansaban sin separación, presos, soldados, niños y viajeros.

Hubo momentos en que sentí que me hallaba ante los límites extremos de la degradación humana. 

Tras sus observaciones, Chejov concluyó que cualquier intento de mejorar la terrible situaación, por caritativo que fuera, sería inútil, si el gobierno no asumía la obligación de proteger la integridad de los reclusos a los que debía custodiar.

Sus conclusiones fueron publicadas entre 1893 y 1894 bajo el título Ostrov Sakhalin - La isla de Sajalín, más como el resultado de una investigación de carácter social, que como una obra literaria, aspecto en el que incidiría posteriormente, redactando la historia titulada El Asesinato, en la que hablaba del Infierno de Sajalín, que a su vez constituyó el asunto de un poema de Seamus Heaney -autor galardonado con el Premio Nobel-, titulado, Chejov en Sajalin.

Chejov en Mélikhovo, 1897

En 1894, Chejov empezó a escribir La Gaviota en su casa de Melikhovo, en la que, para entonces había una huerta productiva y muchos árboles nuevos, que según Mijaíl, Antón cuidaba como si fueran sus hijos. La Gaviota constituyó un fracaso en su estreno en San Petersburgo, siendo abucheada por el público, pero encontró el éxito al año siguiente, cuando Constantin Stanislavski se encargó de su preparación.

La catástrofe del estreno de La Gaviota le afectó enormemente, y la alegría de algunos autores contemporáneos suyos frente al fracaso, es un hecho reconocido. Además, y esto fue para mí otra sorpresa, Chejov le tenía antipatía a Stanislavski como director. El método era, y sigue siendo, el mejor modo de asesinar la comedia, y para Chejov La Gaviota era definitivamente una comedia. Arthur Miller (1915–2005) -Diario La Nación, de Buenos Aires, 1997

En marzo de 1897, Chejov sufrió una grave recaída, que hizo recomendable un cambio radical en su vida. El año siguiente murió su padre, y se decidió a adquirir un terreno en las afueras de Yalta, donde se hizo construir una pequeña villa a la que se trasladó con su madre y su hermana. Allí plantó también árboles y flores y allí recibió la visita de dos grandes de la literatura rusa: León Tolstoi y Maxim Gorki.

Chejov en su despacho, en Yalta.

Fachada de la casa de Yalta

Con Tolstoi


Con Gorki

El 25 de mayo de 1901, Chejov se casó, casi en secreto, con Olga Knipper, a la que conoció en los ensayos de La Gaviota, pero, dado su rechazo al matrimonio, decidió poner sus condiciones, que fueron aceptadas por la actriz. Me casaré con usted si así lo desea, pero con la condición de que todo debe continuar como es hasta ahora; es decir, que vivirá en Moscú, donde yo iré a visitarla. Me comprometo a ser un excelente marido, siempre que mi esposa, como la luna, no aparezca en mi cielo todos los días.

1902. Con Olga Knipper.

Sobre tales acuerdos, Anton y Olga repartieron su vida entre Yalta y Moscú, donde ella continuó desarrollando su carrera como actriz. En sus cartas aparecen frecuentemente ideas sobre el Método de Dirección de Stanislavski, y consejos del propio Chejov a Olga acerca de la realización de sus obras. 

Para mayo de 1904, la enfermedad de Chejov ya era evidente para todos, aunque nadie hablaba de ello al autor, ya que en opinión de sus mejores amigos, cuando más cerca estaba del final, más lejana le parecía a él su posibilidad.

El 3 de junio, acudió con Olga a un balneario alemán en el Selva Negra, desde donde escribió cartas aparentemente alegres a su hermana, asegurándole a ella y a su madre, que estaba mejorando. 

Pero no era así. Años después, en 1908, Olga describió los últimos momentos de su marido: Anton se sentó inusualmente erguido y dijo en voz alta y con claridad –aunque no sabía casi nada de alemán–: Ich sterbe -Me muero-. El doctor lo calmó con una inyección y pidió Champagne. Anton tomó un vaso lleno, lo miró, me sonrió y dijo: Hacía mucho tiempo que no bebía champán. Terminó la copa y se apoyó tranquilamente en su lado izquierdo. Me acerqué y le llamé, pero había dejado de respirar y dormía pacífico como un niño.

Ocurrió en Badenweiler, Baden-Wurtemberg –del Imperio Alemán- el 15 de julio 1904. 

El cuerpo de Chejov fue llevado a Moscú en un vagón de ferrocarril refrigerado y enterrado junto a su padre en el cementerio Novodevichy.

Son conocidas las dramáticas circunstancias de su fallecimiento lejos de su país, en el hotel de Badenweiler.

Las cartas que Olga Knipper-Chéjova, su esposa, envía a su hermano y a la madre de Chéjov –encontradas no hace mucho tiempo- testimonian el clima de angustia vivido en los últimos días junto a su marido. Son terriblemente dramáticas.

12 de junio. Paramos en un hotel grande y Antón expresó el deseo de quedarse aquí ya que la comida es excelente. Fuimos a almorzar al comedor principal, pero fue por última vez, al día siguiente nos mudamos. Imagínate: ese mismo día, casi en seguida del almuerzo, viene a verme el doctor Shverer, quien ya había estado con nosotros, y, muy sutil y suavemente, me transmite que el director del hotel le comentó que muchos de sus huéspedes se habían quejado porque, habían conocido la enfermedad del escritor, y no querían permanecer junto a él. ¡Fue espantoso escuchar esto! Al doctor no le fue nada fácil decírmelo. No pude soportarlo y prorrumpí en llanto. En otras palabras: nos echan. ¡No podemos permanecer como prisioneros en la habitación! Fue horrible. Esa misma tarde quise marcharme definitivamente y por eso fui a ver al doctor. Él me tranquilizó. 

Encontré una buena habitación, soleada. Por supuesto, la comida es la corriente, alemana. No te haces una idea cuán duros han sido para mí estos días. Es desesperante, espantosa la sociedad de aquí; por donde mires, pura masa pequeño burguesa. Y esta gente ha tenido el valor de mirar a Antón como si fuera un apestado. El, por supuesto, no sabe nada de esto, le dije que el hotel era demasiado ruidoso.

20 de junio. Mañana nos mudamos a un nuevo hotel. Antón no soporta la insípida comida de aquí, todo le repugna. Ahora en todas partes habrá de sentirse mal, se da cuenta de que no se recupera. Fiebre alta y constante, tos, insomnio, es el segundo día que tiene 38,1 de fiebre. No sé qué hacer. Al fin y al cabo, quizás lo mejor sea viajar a Yalta y alimentarlo como lo hicimos en mayo en Moscú. Se queja del frío y de la humedad del lugar. Veremos qué pasa. Es muy duro verlo así, terrible.

El 21 de junio se trasladaron al Hotel Sommer.

En la noche del 14 al 15 de julio la salud de Chejov empeora. El mismo manda llamar a su doctor Schôwher. Le falta el aire, se ahoga. Cuando su mujer Olga le coloca sobre el pecho una bolsa de hielo para aliviar los estertores de su agonía, Chejov le pregunta, saliendo momentáneamente del delirio, -¿para qué poner hielo sobre un corazón vacío?-. Rechazó el oxígeno que le ofrecieron y, acto seguido, tras beber una copa de champagne, dice clara y serenamente las dos palabras en alemán: Ich sterbe -Me muero. 

***
Siempre modesto, Chejov nunca imaginó la magnitud de su fama póstuma; de hecho, había comentado al escritor Iván Bunin, que apenas duraría lo mismo que su vida, pero el enorme éxito de El jardín de los cerezos, el mismo año de su muerte, llegó a tiempo para mostrarle cómo había aumentado el afecto del público ruso. Para entonces, sólo Tolstoi era más célebre que él. Después, su fama se extendió mucho más lejos, alcanzando la admiración de escritores como James Joyce, Virginia Woolf, Katherine Mansfield, o George Bernard Shaw.

Retrato de Chejov, por Valentin Sierov

Los cuentos de Chejov son tan interesantes hoy, como cuando aparecieron por primera vez, y de ello es prueba la constante reedición de la mayor parte de sus títulos.

Vladimir Nabokov, aseguraba que La dama del Perrito es una de las más grandes historias que se han escrito, a pesar de su sexismo aparente y la problemática relación entre los personajes.

Virginia Woolf, reflexionó sobre la calidad única de Chejov en The Common Reader, First Series: The Russian Point of view, de 1925.

Leyendo a Chejov encontramos repetida la palabra alma una y otra vez por todas sus páginas. Incluso viejos borrachos la usan libremente. Es el personaje principal en la ficción rusa, delicada y sutil en Chejov, pero que es, a veces, antipática en otros autores.

Aparte de Shakespeare, no hay lectura más excitante. Abrimos una puerta y nos encontramos en una habitación… y muchas personas muy diferentes están hablando a gritos de sus asuntos más privados. Nadie piensa en dar explicaciones. Son almas, torturadas, almas infelices, cuya única ocupación es hablar, revelar, confesar…

Los hombres son al mismo tiempo santos y villanos y sus acciones, a la vez, bella y viles. Los amamos y odiamos a la vez. No existe esa precisa división entre el bien y el mal, tal como suele ser considerada. A veces, aquellos por los que sentimos más afecto, son los peores criminales, y los más abyectos pecadores nos provocan una poderosa admiración parecida al amor.

Pero, ¿en qué acaba todo esto? Tenemos más bien la sensación de que hemos superado nuestros propios límites; como si una melodía se hubiera cortado sin los acordes esperados para cerrarla. Estas historias no son concluyentes, nos decimos, y formulamos una crítica basada en la suposición de que las historias deben concluir de una manera reconocible. Pero, de este modo se plantea la cuestión de nuestra propia aptitud como lectores, enfocada para la mayoría, en la ficción victoriana. Con Chejov, necesitamos un sentido muy audaz y una atención literaria que nos permita escuchar la melodía, y en particular las últimas notas que completan la armonía.

Alan Twigg, Editor Jefe y Editor de BC Bookworld en Vancouver, Canadá.
Se puede argumentar que Anton Chejov es el segundo escritor más popular en el planeta. Sólo Shakespeare supera a Chejov en términos de adaptaciones cinematográficas de su trabajo. En todo caso y, en general, sabemos menos aún sobre Chejov de lo que sabemos del misterioso Shakespeare.

***

Como sabemos, cuatro obras de teatro de Chejov, ocupan un lugar destacado en el Olimpo de las Letras:

La gaviota –Чайка, 1896
Tío Vania –Дядя Ваня, 1899-1900
Tres hermanas –Три сестры, 1901
El jardín de los cerezos –Вишнёвый сад, 1904

Portada de la primera edición de Tres Hermanas con los retratos de las actrices que estrenaron la obra en 1901.

Además del Viaje a Sajalín – Остров Сахалин, de 1895, aparecieron casi 250 cuentos y relatos, escritos entre 1885 y 1899, entre ellos, la célebre Dama del Perrito, de 1899, avalan la calidad literaria de este escritor, grande, por encima de su propia obra.

Cuando un reportero de la revista Siever quiso escribir su biografía, Chejov le escribió: En 1891 hice una gira por Europa, donde bebí vino espléndido y comí ostras. Descubrí los secretos del amor a los 13 años. Mantengo excelentes relaciones con mis amigos, tanto médicos como escritores. Estoy soltero. No obstante, todo esto no vale nada. Escriba lo que le parezca. Si no hay hechos, sustitúyalos por un comentario lírico. 

La falta de datos autobiográficos, acrecentó el misterio y avivó la fantasía de muchos biógrafos y lectores. Aún hoy, su vida sigue despertando gran interés. Se trata de un gran hombre y un escritor genial, que cambió los modelos de la dramaturgia, dando nacimiento a una nueva literatura, la de la sensibilidad.

***
Chejov medía cerca de 1,80 de estatura, tenía el rostro alargado, el cabello castaño y una cicatriz en la frente. En cuanto al color de sus ojos, se diría que cada uno los veía de un modo diferente. Gorki dijo que eran grises, tristes y dulces, en los que a veces brillaba una sonrisa. Pero que, a veces, su mirada se tornaba fría, viva y ruda. Y que la sombra de una tristeza profunda velaba sus ojos bondadosos, rodeados de pequeñas arrugas.

Tenía la frente amplia, blanca, impecable, perfecta en su forma. Orejas grandes. Su apretón de manos era fuerte, pero al mismo tiempo reservado, discreto, como si ocultase algo,- declaró Kuprín, añadiendo que había en él algo de simple y modesto, algo extraordinariamente ruso, popular: en la cara, en el acento y en el habla, incluso había, en apariencia, cierta negligencia en sus maneras propia del estudiante moscovita. Yo vi a un Chejov cuyo rostro nadie ha podido captar en una fotografía y que, lamentablemente, no supo comprender y ni sentir en profundidad ni uno solo de los artistas que pintaron su retrato. Yo vi el más hermoso, fino e inspirado rostro humano que me haya tocado apreciar en mi vida. Nunca he visto una sonrisa tan seductora como la de Chejov.

A Bunin lo cautivó no sólo la inteligencia y el talento de Chejov, sino su voz recia y su sonrisa infantil y para Nemiróvich-Dánchenko también tenía una sonrisa muy particular. Surgía de improviso, - dice - tan rápido como desaparecía. Amplia, abierta, a pleno rostro, franca, aunque breve. Como si de repente cayera en la cuenta que, quizás, el motivo no mereciese reír más de lo debido. En Chejov fue así toda la vida. Era un rasgo familiar. Su madre tenía el mismo modo de sonreír, también la hermana, y, en especial, su hermano Iván.

El escritor Korolenko describe así el rostro de Chejov: Había algo singular en ese rostro que uno no pude determinar de inmediato. Mi esposa lo señaló de manera muy acertada: a pesar de su insoslayable intelectualidad, notaba ciertos pliegues que hacían pensar en un sencillo muchacho del campo. Lo cual lo hacía especialmente atractivo. Incluso los ojos de Chejov, azules, luminosos y profundos, alumbraban a un mismo tiempo con inteligencia y una casi infantil espontaneidad. Su sencillez de movimientos, modales y manera de hablar eran factores dominantes tanto en su persona como en su escritura. En general, la impresión que tuve de Chejov en nuestro primer encuentro fue la de un hombre profundamente jovial, amante de la vida.

Sin embargo, el escritor y dramaturgo Lazarev-Gruzinski, amigo de Chejov, discrepa con Korolenko. Mi impresión personal de Chejov fue la de un estudiante culto y de infinita simpatía. Las cartas de Chejov dan la idea de un ser audaz, lo cual era natural en él, salvo en los aciagos días de su enfermedad, pero los retratos no reflejan esa audacia, sino bondad y cordialidad.

Nemiróvich-Dánchenko: De él podría decirse que era bien parecido, de buena estatura, de agradable cabellera castaña y ondulada, peinada hacia atrás, barba rala y bigotes. Porte modesto, pero sin excesiva timidez; de actitud reservada. Tenía voz de bajo; dicción auténticamente rusa, con tonalidades dialectales netamente rusas; la entonación era flexible, semejante a un canto ligero, pero sin nada sentimental y sin sombra de artificialidad.

Iván Novikov,-Chejov, hablaba tal como escribía, con frases cortas, meditadas, un tanto parco y muy preciso; igual de parcos y expresivos eran sus gestos apenas esbozados, y, al mismo tiempo plenamente definidos.

El escritor Potapenko, también amigo de Chejov recuerda: Lo miré de arriba abajo, esperando ver algo singular en él. Pero no era de esos que gustan impresionar. Todo lo contrario, trataba de hacerse notar lo menos posible.

Alexander Kuprín recuerda también que Chejov, en su casa de Yalta, podía pasar más de una hora sentado en un banco detrás de la casa, inmóvil, en silencio, con las manos apoyadas en las rodillas y mirando el mar.

A Chejov le gustaba ironizar sobre su persona. En carta al músico  Tchaikovsky –16 de marzo de 1890- establece una especie de rangos jerárquicos entre los maestros de la cultura rusa de su tiempo. En primer lugar coloca a León Tolstói; en segundo lugar, al propio Tchaikovsky, y en tercer lugar, al extraordinario pintor Ilya Repin. Personalmente, se situaba en el número 98.

Le gustaba más escuchar que hablar y prefería la buena compañía de algunos amigos a las fiestas y veladas artísticas.

Olga Knipper-Chéjova recuerda por su parte: Antón Pávlovich escuchaba con suma atención y muy serio cada uno de los saludos y brindis en su honor, pero a veces levantaba la cabeza en un gesto que lo caracterizaba y era como si todo lo que estaba ocurriendo en ese instante él lo observase desde las alturas, a vuelo de pájaro, como si él no tuviese nada que ver con todo aquello, ajeno; entonces el rostro se le iluminaba con una ligera y radiante sonrisa, y le aparecían las típicas arrugas en la comisura de sus labios: con toda seguridad había escuchado algo gracioso que luego recordaría y le haría reír, invariablemente, con risa infantil.

Chejov daba largos paseos por el bosque, cogía setas y pensaba en los temas de sus obras. No le gustaba mucho Crimea, especialmente Yalta, pero sí amaba el norte: Moscú y San Petersburgo. Tampoco le gustaba hablar de su enfermedad y se molestaba cuando le preguntaban. Prefirió luchar solo contra ella, en silencio; apenas hace alusión a ella en su correspondencia.

El empeño que ponía en todo lo que hacía, siempre daba sus frutos. Cuando sus hermanos vieron el terreno que había comprado para construir la casa de Yalta, pensaron que Antón había sufrido una estafa, porque se trataba de un erial, pero cuando volvieron a verlo, transformado en un oasis, apenas podían dar crédito a sus ojos.

La modestia de Chejov era proverbial. Enemigo de cualquier elogio a su persona -asombrosa modestia, la de los grandes hombres, - como dijo Stanislavsky, en los ensayos nunca se sentaba junto al director, sino en las últimas filas, sin que nadie pudiera convencerlo de hacer otra cosa. Tampoco le gustaba hablar de su obra y era casi imposible sacarle algún comentario o consejo: Ahí está todo escrito –decía-, no soy director; soy médico.

No perteneció a ningún partido político ni tampoco fue muy radical en sus ideas. No soy un liberal, ni conservador, ni monje, ni indiferente. Mi santuario es el cuerpo humano, la salud, la inteligencia, el talento, la inspiración y el amor.

Sus códigos de conducta y de ética intelectual eran intachables. Cuando su amigo Gorki, fue expulsado como miembro de la Academia de Ciencias de Moscú, por motivos políticos y por expresa decisión del zar, Chejov, en señal de protesta y secundado por el escritor Korolenko, renunció a su puesto en la sección de Literatura de la misma Academia.

1894

Desde 1879 hasta 1904, Chejov mantuvo una intensa correspondencia con escritores, familiares y amigos. Se calcula que escribió cerca de cuatro mil cartas, de las cuales se han publicado hasta hoy unas tres mil quinientas, que constituyen un documento fundamental sobre su propia obra y una profunda y originalísima reflexión teórica sobre el cuento, el teatro y la creación literaria en general.

Volviendo de la isla de Sajalín, en el Vapor Petersburgo. 1890
Chejov y el guardiamarina Glinka llevan sendas mangostas. Es un cruce entre rata y cocodrilo, o tigre y mono. Cartas Humorísticas de Chejov. 1890. Foto Shcherbaka.




domingo, 17 de mayo de 2015

Gustavo Adolfo Bécquer. Siempre habrá poesía.


Gustavo Adolfo Bécquer, pintado por Valeriano Bécquer, 1862

Gustavo Adolfo Domínguez Bastida Insausti de Vargas Bécquer Bausa. Nacido en Sevilla el 17 de febrero de1836, es el poeta y narrador de perfil romántico, al que conocemos como Gustavo Adolfo Bécquer, y constituye un curioso fenómeno literario desde varios puntos de vista, como lo es, por ejemplo, el hecho de que se adhiriera incondicionalmente, a un romanticismo ya agotado, a pesar de lo cual, ha sido, desde hace décadas, muy admirado generalmente como poeta, en ciertas fases de la vida, entre adolescencia y juventud, con un apasionamiento que suele decrecer paulatinamente, hasta desaparecer con el paso del tiempo, aun dejando tras de sí una estela de oscuras golondrinas en la historia de la Literatura.

Tanto él como su hermano Valeriano adoptaron el apellido Bécquer, que conservaron de los ancestros paternos flamencos y, también, como su padre, que apoyó su vocación, destacaron ambos como dibujantes y pintores. 

Tenía Gustavo cuatro años cuando falleció su padre y apenas once cuando perdió a la madre; una situación que seguramente dio lugar a la existencia de una grande y cálida afección entre ambos hermanos que, a partir de entonces compartirían vida, fortuna e infortunios, hasta el punto de que, enfermo y deprimido, Gustavo Adolfo falleció sólo tres meses después que Valeriano.

Tras el fallecimiento del padre, dejando siete hijos, más uno que nació póstumo, Becquer ingresó en el Colegio Náutico de San Telmo, donde vivió en régimen de internado para huérfanos pobres de noble cuna, hasta que la reina Isabel lo cerró, al parecer por falta de fondos, para convertirlo en palacio residencia, dejando en la calle a un buen número de alumnos sin recursos. Pasó entonces Gustavo a residir con una tía suya, en cuya biblioteca, seguramente se aficionó a la poesía, que constituiría su principal vocación, pasando la pintura a ocupar un segundo lugar en sus intereses.

M. Castellano, Gustavo Adolfo Bécquer (1855). Fotografía del archivo de Rafael Montesinos.

A los 18 años, finalmente, se fue a vivir a Madrid, soñando con hacerse un sitio en el mundo literario, aunque para ello tuvo que pasar una época de carencias que podríamos asimilar con la bohemia, durante la cual, a duras penas sobrevivió escribiendo guiones para zarzuela y algún trabajo para la prensa.

En 1857 visitó, en compañía de su hermano, una ciudad muy próxima a Madrid, que, desde entonces, se convirtió en un objetivo de su destino vital y literario. El interés por Toledo, se centraba, en principio, en el proyecto de componer una Historia de los Templos de España –cuya idea provenía de la lectura de El Genio del Cristianismo, de Chateaubriand–, pero además, aquella ciudad llegó a convertirse en el principal, o en uno de sus más importantes motivos de inspiración, tal vez el que haría su obra imperecedera, ya que por todas partes encontraba rincones sugerentes y emotivos, a pesar de que por aquella misma época fue cuando se le declaró la posible tuberculosis que terminaría con su vida. En cuanto a su proyecto sobre los Templos, solo llegó a completar la primera parte, que se publicó en un tomo bellamente ilustrado por Valeriano.

Historia de los Templos de España. Edición de 1857, Madrid.

La tradición religiosa es el eje de diamante sobre el que gira nuestro pasado. Estudiar el templo, manifestación visible de la primera, para hacer en un sólo libro la síntesis del segundo: he aquí nuestro propósito.

El año siguiente, cuando asistía a la tertulia de Joaquín Espín, profesor del Conservatorio, director de la Universidad Central y Organista de la Capilla Real –todo ello bajo la protección de Narváez–; Bécquer conoció a su hija Josefina, de la que parece que se enamoró, pero sólo hasta que conoció a su hermana Julia, cantante de ópera, que se convirtió en el objeto de un amor desesperado y doliente.

Ramón María Narváez y Campos, Presidente del Consejo de Ministros en numerosas ocasiones, hasta 1868. Más generalmente conocido con El Espadón de Loja. Obra de Vicente López, en el Museo de BB.AA. de Valencia.

Julia Espín Colbrandt

De Julia sabemos que en cierta ocasión cantó para la Reina Isabel y que actuó una temporada en la Scala de Milán bajo el nombre de Giuletta Collbrand, pero sobre todo, que, al parecer, tenía los ojos azules.

            Tu pupila es azul, y cuando ríes,
            su claridad suave me recuerda
            el trémulo fulgor de la mañana,
            que en el mar se refleja.

            Tu pupila es azul, y cuando lloras,
            las trasparentes lágrimas en ella
            se me figuran gotas de rocío
            sobre una violeta.

            Tu pupila es azul, y si en su fondo
            como un punto de luz radia una idea,
            me parece en el cielo de la tarde
            una perdida estrella.

            Rima XIII

Pero la relación entre ellos nunca llegó a formalizarse, porque Julia, habituada a un medio ambiente exquisito, no tenía ninguno intención de adaptarse a la vida bohemia del poeta, que, además, apenas era conocido fuera de su entorno habitual. Bécquer pasó una temporada triste, que intentó superar escuchando la música de Chopin más acorde con su estado de ánimo.

Aún así, unos meses después volvió a enamorarse de una muchacha de Valladolid, de la que se dice que era dama de rumbo y manejo, que no ha sido identificada y que, o bien nunca quiso relacionarse con él, o si lo hizo, le abandonó pronto, pues el poeta terminó cayendo de nuevo en la soledad y desesperación, de la que, tal vez intentó curarse, casándose, de forma completamente inesperada, el 19 de mayo de 1861, con Casta Esteban y Navarro, hija del médico que trataba al poeta, con la que, andando el tiempo, tendría –aunque no está del todo claro–, dos, o tres hijos.

Para entonces, ya había publicado las Cartas Literarias a una Mujer, que suponen una especie de prólogo de sus famosas Rimas.

O’Donnell. 1889

Durante el llamado Gobierno Largo de la Unión Liberal de O’Donnell, de 1858 a 1863 –por cierto, un período admirablemente tranquilo dentro del reinado de Isabel II–, con el aporte financiero de José de Salamanca, González Bravo fundó El Contemporáneo, donde Bécquer consiguió un trabajo estable como reportero literario y de salón, gracias al apoyo de su buen amigo Rodríguez Correa. Allí trabajó hasta la desaparición del periódico, en 1865, período durante el cual pudo cubrir en buena parte las necesidades familiares.

Tras el nacimiento de su primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo –Soria, 1862–, Bécquer sufrió una peligrosa recaída de su enfermedad, que le decidió a trasladarse, en compañía de su hermano Valeriano al bellísimo Monasterio de Veruela, en Zaragoza. 


En efecto; en el fondo del melancólico y silencioso valle, al pie de las últimas ondulaciones del Moncayo, que levantaba sus aéreas cumbres coronadas de nieve y de nubes, medio ocultas entre el follaje oscuro de sus verdes alamedas y heridas por la última luz del sol poniente, vi las vetustas murallas y las puntiagudas torres del monasterio, en donde ya instalado en una celda, y haciendo una vida mitad por mitad literaria y campestre, espera vuestro compañero y amigo recobrar la salud, si Dios es servido de ello, y ayudaros á soportar la pesada caiga del periódico en cuanto la enfermedad y su natural propensión á la vagancia se lo permitan.

En el antiguo e inspirador Monasterio, el poeta escribió y envió a su periódico, una serie de artículos, posteriormente agrupados y publicados bajo el título de Cartas Desde mi Celda, que podemos situar entre los que componen la cima de su producción literaria.



Monasterio de Veruela

Por entonces, de acuerdo con nuestro corresponsal, el monasterio estaba algo ruinoso, pero habitable y, en todo caso, al parecer, el aire puro de las proximidades del Moncayo, podría favorecer una mejoría en su estado de salud.

Al penetrar en aquel anchuroso recinto, ahora mudo y solitario, al ver las almenas de sus altas torres caídas por el suelo, la hiedra serpenteando por las hendiduras de sus muros, y las ortigas y los jaramagos que crecen en montón por todas partes, se apodera del alma una profunda sensación de involuntaria tristeza. Las enormes puertas de hierro de la torre se abren rechinando sobre sus enmohecidos goznes con un lamento agudo, siempre que un curioso viene á turbar aquel alto silencio, y dejan ver el interior de la abadía con sus calles de cipreses, su iglesia bizantina en el fondo y el severo palacio de los abades. Pero aquella otra gran puerta del templo, tan llena de símbolos incomprensibles y de esculturas extrañas, en cuyos sillares han dejado impresos los artífices de la Edad Media los signos misteriosos de su masónica hermandad; aquella gran puerta que se colgaba un tiempo de tapices y se abría de par en par en las grandes solemnidades, no volverá á abrirse, ni volverá á entrar por ella la multitud de los fieles, convocados al son de las campanas que volteaban alegres y ruidosas en la elevada torre.

Claustro del Monasterio

Para penetrar hoy en el templo es preciso cruzar nuevos patios, tan extensos, tan ruinosos y tan tristes como el primero, internarse en el claustro procesional, sombrío y húmedo como un sótano, y, dejando a un lado las tumbas en que descansan los hijos del fundador, llegar hasta un pequeño arco que apenas si en mitad del día se distingue entre las sombras eternas de aquellos medrosos pasadizos, y donde una losa negra, sin inscripción y con una espada groseramente esculpida, señala el humilde lugar en que el famoso don Pedro Atares quiso que reposasen sus huesos.

Una vez alcanzada la recuperación, los dos hermanos viajaron a Sevilla. Parece que la relación de Gustavo con su esposa, si alguna vez fue buena, se había deteriorado, entre otras cosas, debido a las constantes ausencias del poeta, que frecuentemente permanecía en casa de su amigo González Bravo, que además se constituyó en su mecenas, proporcionándole trabajos a veces no muy acordes con su capacidad y sensibilidad, así, en 1864 volvía a Madrid, donde trabajó como censor para su protector, durante tres años, con un sueldo fijo. 

Tras el nacimiento de su segundo hijo, Jorge, surgieron serios problemas en la vida del poeta. 

A mediados de septiembre de 1868, se inició el movimiento que provocó la caída de Isabel II y con ella, la de González Bravo noble, diputado, ministro, embajador y presidente del Gobierno, todo varias veces, y sobre todo, Caballero Blanco de la reina. Ante el Sexenio Democrático, ambos se exiliaron; la reina, a París y González Bravo, a Biarritz, donde falleció tres años después. Estos acontecimientos dieron al traste con los planes de Bécquer, que había preparado la edición de su poesía, cuyo prólogo iba a firmar el Ministro y cuyo manuscrito desapareció de su casa en los tumultos.

Tanto Gustavo como su hermano perdieron, uno el trabajo y el otro la pensión que recibía regularmente, a cambio de la entrega de algunas pinturas. Cuando Valeriano murió, escribió Gustavo:

Al llegar la revolución suprimieron en Fomento su pensión. Era tan poca cosa, y la devolvía en tres o cuatro cuadros con tanta usura, que yo creo que hicieron mal, pues la colección hubiera sido tanto más interesante cuanto más completa. La pensión no era una canonjía ni mucho menos; sin embargo, él sintió mucho perderla, porque perdió la base para seguir sus instintos, corriendo de pueblo en pueblo, pintando y dibujando al aire libre.

Después del desastre, los dos hermanos se fueron a vivir a Toledo durante unos meses; allí encontraban la tranquilidad deseada y podían seguir en contacto con Madrid, donde siguieron publicando eventualmente algunos de sus trabajos.

Bécquer hacia 1865. Fotografía de Laurent.

No parece aceptable la idea de que los dos hermanos crearan la serie de viñetas, teóricamente dedicadas al menosprecio de los Borbones, pero que en realidad sólo afectaban, y con un gusto pésimo, a la reina Isabel II. Los denigrantes dibujos no encajan con su amistad con González Bravo, el gran defensor de la reina, y el que en buena parte solucionaba las necesidades financieras de ambos, ni tampoco con la postura política de ellos mismos, que no parecían simpatizar mucho con el nuevo sistema imperante durante el Sexenio Liberal, ya que, de otro modo, no habrían abandonado discretamente Madrid en aquel momento.

El 15 de diciembre –seguimos en el año 68, nacía, en Noviercas, Emilio Eusebio, el tercer hijo de Casta Esteban.

Al parecer, la llegada de aquel hijo, supuso para el poeta el reconocimiento de la infidelidad de su esposa, y con ello la separación, aunque no radical ni definitiva, pues siguieron manteniendo una relación más o menos amistosa. 

Sin embargo, en 1884, la propia Casta Esteban, firmando ya como viuda de Bécquer, publicó Mi Primer Ensayo; una colección de relatos, cuyo contenido, en ocasiones parece biográfico. De acuerdo con parte de la crítica, en uno de sus relatos, Casta podría estar hablando de una infidelidad personal.

En todo caso, fue una época difícil para los Bécquer, como lo demuestra una carta firmada por Gustavo Adolfo y dirigida a Francisco de Laiglesia, el 18 de julio de 1869:

   Mi querido amigo:
   Me volvía de ésa con el cuidado de los chicos y en efecto parecía anunciármelo, apenas llegué cayó en cama el más pequeño. Esto se prolonga más de lo que pensamos y he escrito a Gaspar y Valera que sólo pagó la mitad del importe del cuadro. Gaspar he sabido que salió ayer para Aguas Buenas y tardará en recibir mi carta; Valera espero enviará ese pico, pero suele gastar una calma desesperante; en este apuro recurro una vez más a usted y aunque me duele abusar tanto de su amistad, le ruego que si es posible me envíe tres o cuatro duros para esperar el envío de dinero que aguardamos, el cual es seguro, pero no sabemos qué día vendrá y tenemos al médico en casa y atenciones que no esperan un momento. Adiós. Estoy aburrido de ver que esto nunca cesa. Adiós, mande usted a su amigo que le quiere,
Gustavo Bécquer

Apenas tres o cuatro meses después, escribía a su esposa, anunciándole el envío de 140 reales y disculpándose por no poder enviarle más.

De nuevo en Madrid, ya en 1870, se funda La Ilustración de Madrid, proyecto que ha de dirigir Gustavo Adolfo y en el que colaborará Valeriano, quien, sin embargo, fallece en el mes de septiembre, quedando Gustavo sumido en un dolor sin consuelo y enfermando él mismo poco después, en esta ocasión, sin remedio. Gustavo Adolfo Bécquer fallecía el día 22 de diciembre, apenas tres meses después que Valeriano.

Por alguna razón que desconocemos, poco antes de morir, Gustavo rogó a su amigo Augusto Ferrán que quemara sus cartas, porque serían mi deshonra, y que se ocuparan de sus hijos, añadiendo: Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo.

Al terminar sus funerales, el extraordinario pintor Casado del Alisal, propuso a un grupo de amigos una reunión en la que decidirían qué hacer con respecto a la obra del poeta. Así, el día 24 de diciembre de 1870, se reunieron en el estudio del pintor y decidieron lanzar una suscripción pública, a través de la cual reunirían fondos, tanto para lanzar la edición, como para proteger a la viuda del poeta y sus hijos. El acuerdo fue decisivo para la conservación de la obra de Bécquer, que, de lo contrario, muy probablemente se habría perdido. La primera edición de las Obras Completas de Gustavo Adolfo Bécquer, pues, apareció en 1871 en dos tomos.

Curiosamente, sus amigos y protectores corrigieron algunos textos del manuscrito original de las desaparecidas Rimas, titulado después Libro de los Gorriones, en el que Bécquer reunió las rimas que pudo recomponer–hoy conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid-; alteraron su orden, e incluso suprimieron diez de sus poemas, publicando sólo 76, de las 86 que, como hoy sabemos, componen el total de las mismas.

G. A. Bécquer. Libro de los gorriones: Colección de proyectos, argumentos, ideas y planes de cosas diferentes que se concluirán o no según sople el viento. Biblioteca Nacional. España.

La aceptación de la obra de Bécquer es desigual, variada y, sobre todo, sorprendente su pervivencia, casi un siglo y medio después de su desaparición, con las alabanzas de unos y la escasa valoración de otros.

En aquella primera edición, se utilizaran –en el sentido figurado y negativo del término-, algunos factores destinados a exaltar ciertas claves consideradas de carácter romántico, destacando, por ejemplo, la dificultosa existencia del poeta; su muerte excesivamente temprana; la propia edición, debida a la caridad, y la inserción en la portada, no del famoso retrato de Gustavo Adolfo realizado por Valeriano, que ha llegado a constituir un tópico del romanticismo pasado, que se pretendía reanimar, sino una imagen del rostro del poeta cuando estaba de cuerpo presente; todo un conjunto destinado a remover los sentimientos del lector a favor del personaje así creado, más que a la lectura atenta de su poesía, que aparecía así envuelta en un halo indefinible de cadencias que el aire dilata en la sombra. –Rima I–.

El retrato de Gustavo realizado por su hermano Valeriano, sobradamente conocido, desde que se retiró la imagen de la primera edición, peca quizás del mismo interés por idealizar la memoria del joven romántico, fallecido tan tempranamente, ya que el verdadero aspecto de Bécquer no se correspondía del todo con aquella pintura

Bécquer hacia 1869. Fotografía de M. de Herbert. 
Colección de Antonio Rodríguez Moñino.

Por otra parte, hay que reconocer que no sabemos quien pudo ser la musa –presencia obligatoria en la poesía amorosa-, de su obra lírica, ya sea la ligeramante alegre o la cargada de dolor, desengaño y melancolía, porque las relaciones que se le conocen apenas fueron correspondidas y parece probado que tampoco pensaba en su mujer.

En todo caso, su poesía está ahí, y parece que ha podido influir, al menos, en los comienzos de multitud de poetas, famosos o no y, sobre todo, de aprendices del género; su romanticismo, aunque decadente, no dejaba por ello de contener muchos de los rasgos de un tipo de poesía que marcó una época, si bien no era ya la de Bécquer, y sigue dejando su huella en cierto modo, impresa en los orígenes de muchos poetas, pero sobre todo, en la memoria colectiva, verdadero testigo de su pervivencia, con todos sus inmateriales componentes, que, no obstante, pueden darse al margen de la experiencia del que escribe.

¡Dulces palabras que brotáis del corazón, asomáis al labio y morís sin resonar apenas, mientras que el rubor enciende las mejillas! ¡Murmullos extraños de la noche, que imitáis los pasos del amante que se espera! ¡Gemidos del viento que fingís una voz querida que nos llama entre las sombras! ¡Imágenes confusas, que pasáis cantando una canción sin ritmo ni palabras, que sólo percibe y entiende el espíritu! ¡Febriles exaltaciones de la pasión, que dais colores y forma a las ideas más abstractas! ¡Presentimientos incomprensibles, que ilumináis como un relámpago nuestro porvenir! ¡Espacios sin límites, que os abrís ante los ojos del alma ávida de inmensidad y la arrastráis a vuestro seno, y la saciáis de infinito! ¡Sonrisas, lágrimas, suspiros y deseos, que formáis el misterioso cortejo del amor! ¡Vosotros sois la poesía, la verdadera poesía que puede encontrar un eco, producir una sensación, o despertar una idea!
Cartas Literarias

            No digáis que agotado su tesoro,
            de asuntos falta enmudeció la lira:
            podrá no haber poetas, pero siempre
            habrá poesía.
                        Rima 39 (IV)

            ¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
            en mi pupila tu pupila azul.
            ¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
            Poesía... eres tú. 
                        Rima 21:

El poeta sería, en la concepción de Bécquer, aquel que debe domar la rebeldía de la palabra precisa para comunicar todo aquello que contiene el aparatoso verso primero, de su Rima I, que terminará después transformado en el tímido deseo de ser apenas susurrado:

            Yo sé un himno gigante y extraño
            que anuncia en la noche del alma una aurora,
            y estas páginas son de este himno,
            cadencias que el aire dilata en la sombra.

            Pero en vano es luchar
            que no hay cifra capaz de encerrarlo
            y apenas, oh hermosa
            si teniendo en mis manos las tuyas
            pudiera, al oído, contártelo a solas.

Dibujo de Gustavo Adolfo Bécquer. Colección de Julia Senabre Bécquer. 
Fotografía del archivo de Rafael Montesinos.


El 15 de enero de 1871 La Ilustración de Madrid dedicó al poeta un homenaje que contenía una nota de Narciso Campillo, en la que aseguraba que la vida de Gustavo Adolfo fue sólo una mañana tempestuosa, aunque anunciaba ser un mediodía espléndido y una serena y luminosa tarde.

***
Obra: Edición de 1871


de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes


…las páginas que siguen, donde se contiene todo lo que precipitaamente trabajó en su dolorosa vida mi pobre amigo, sólo aguardan estos oscuros renglones míos para convertirse en una obra que edita la caridad y que el genio de su autor hará vivir eternamente.

…Hablemos de él.
Gustavo era un ángel. Hay dos escritores a quienes en la vida he oido hablar mal de naie. El uno era Bécquer.

Todas las obras que contienen estos dos tomos han sido escritas sin tomarse más tiempo para idearlas que aquel  que tardaba en dibujar con la pluma lo que había de ser objeto de su inspiración; y era de ver los primores de sus cuartillas. 

Heine es, sin embargo menos artista que Gustavo, y el deseo de ser original lo arrastra a veces más allá de lo verdadero, siendo escéntrico y escéptico. (sic). Todas las Rimas de Gustavo forman, como el Intermezzo de Heine, un poema más ancho y completo que aquel.

Leedlo pronto y olvidad el mío, escrito nada más que para acompañarlo siempre. Él sólo, desde la otra vida podrá apreciarlo.
Ramón Rodríguez Correa

***
La Introducción Sinfónica que sigue, es, en realidad, la del Libro de los gorriones, que el poeta llama Rimas y que define como Poesías que recuerdo del libro perdido.


Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el Arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo.

Fecunda, como el lecho de amor de la Miseria, y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi Musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes a dar forma. Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse al beso del sol en flores y frutos.

Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la media noche que a la mañana no puede recordarse. En algunas ocasiones y ante esa idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida y agitándose en terrible aunque silencioso tumulto buscan en tropel por donde salir a la luz, de las tinieblas en que viven. Pero ¡ay!, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra, y la palabra, tímida y perezosa, se niega a secundar sus esfuerzos! Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. Tal caen inertes en los surcos de las sendas, si cae el viento, las hojas amarillas que levantó el remolino.

Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres: ellas son la causa desconocida para la ciencia de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí: paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un término y a éstas hay que ponerles punto.

El Insomnio y la Fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso maridaje. Sus creaciones, apretadas ya, como las raquíticas plantas de un vivero, pugnan por dilatar su fantástica existencia disputándose los átomos de la memoria como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo.

¡Andad, pues!; andad y vivid con la única vida que puedo daros. Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis palpables. Os vestirá, aunque sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estofa tejida de frases exquisitas en la que os pudierais envolver con orgullo como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros como se cincela el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. ¡Mas es imposible!

No obstante, necesito descansar; necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo por cuyas hinchadas venas se precipita la sangre con pletórico empuje, desahogar el cerebro insuficiente a contener tantos absurdos.

Quedad pues consignados aquí, como la estela nebulosa que señala el paso de un desconocido cometa; como los átomos dispersos de un mundo en embrión que aventa por el aire la muerte antes que su Creador haya podido pronunciar el fiat lux que separa la claridad de las sombras.

No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en extravagante procesión pidiéndome con gestos y contorsiones que os saque a la vida de la realidad del limbo en que vivís, semejantes a fantasmas sin consistencia. No quiero que al romperse este arpa vieja y cascada ya, se pierdan a la vez que el instrumento las ignoradas notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea pudiendo, una vez vacío, apartar los ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear y las gentes de diversos campos se mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido; mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales; mi memoria clasifica revueltos nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado con los de días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.

Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la Muerte sin que vengáis a ser mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id pues al mundo, a cuyo contacto fuisteis engendrados, y quedad en él como el eco que encontraron en un alma que pasó por la tierra sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas y sus luchas.

Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje; de una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro.
G. A. B. Julio 1868
***
            Leyendas:

La Creación, poema indio.
Maese Pérez, el organista.
Los ojos verdes.
La ajorca de oro.
El Caudillo de las manos rojas, tradición india.
El Rayo de luna.
La Cruz de Diablo.
Tres fechas.
El Cristo de la Calavera.
La Corza blanca.
Creed en Dios, cantiga provenzal.
La Promesa.
La Rosa de Pasión.
El Beso.
El Monte de las Ánimas.
La Cueva de la Mora.
El Gnomo.
El Miserere.
***



            Desde mi celda. 
Cartas Literarias. Ocho cartas más una última dirigida a la señorita Doña M. L. A.

            Artículos varios:

La Pereza.
El aderezo de esmeraldas.
Las Perlas
La Venta de los Gatos
–Un drama (hojas arrancadas de un libro de memorias).
–Recuerdos de un viaje artístico. (La basílica de Santa Leocadia).
–La arquitectura árabe en Toledo.
–¡Es raro!
–Las hojas secas
–La mejor de piedra (fragmento).
–Pensamiento
***
            Rimas

Libro de los gorriones, Lista de las Rimas

I. Yo sé un himno gigante y extraño.
II. Saeta que voladora.
III. Sacudimiento extraño.
IV. No digáis que agotado su tesoro.
V. Espíritu sin nombre.
VI. Como la brisa que la sangre orea.
VII. Del salón en el ángulo oscuro.
VIII. Cuando miro el azul horizonte.
IX. Besa el áura que gime blandamente.
X. Los invisibles átomos del aire.
XI. Yo soy ardiente, yo soy morena.
XII. Porque son, niña, tus ojos.
XIII. Tu pupila es azul, y cuando ríes.
XIV. Te ví un punto, y flotando ante mis ojos.
XV. Cendal flotante de leve bruma.
XVI. Si al mecer las azules campanillas.
XVII. Hoy la tierra y los cielos me sonríen.
XVIII. Fatigada del baile.
XIX. Cuando sobre el pecho inclinas.
XX. Sabe, si alguna vez tus labios rojos.
XXI. ¿Qué es poesía? dices mientras clavas.
XXII. ¿Cómo vive esa rosa que has prendido.
XXIII. Por una mirada, un mundo.
XXIV. Dos rojas lenguas de fuego.
XXV. Cuando en la noche te envuelven.
XXVI. Voy contra mi interés al confesarlo.
XXVII. Despierta, tiemblo al mirarte.
XXVIII. Cuando entre la sombra oscura.
XXIX. Sobre la falda tenía.
XXX. Asomaba a sus ojos una lágrima.
XXXI. Nuestra pasión fue un trágico sainete.
XXXII. Pasaba arrolladora en su hermosura.
XXXIII. Es cuestión de palabras y no obstante.
XXXIV. Cruza callada, y son sus movimientos.
XXXV. ¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día.
XXXVI. Si de nuestros agravios en un libro.
XXXVII. Antes que tú me moriré: escondido.
XXXVIII. Los suspiros son aire, y van al aire.
XXIX. ¿A qué me lo decís? lo sé: es mudable.
XL. Su mano entre mis manos.
XLI. Tú eres el huracán, y yo la alta.
XLII. Cuando me lo contaron sentí el frío.
XLIII. Dejé la luz á un lado, y en el borde.
XLIV. Como en un libro abierto.
XLV. En la clave del arco mal seguro.
XLVI. Me ha herido recatándose en las sombras.
XLVII. Yo me he asomado a las profundas simas.
XLVIII. Como se arranca el hierro de una herida.
XLIX. Alguna vez la encuentro por el mundo.
L. Lo que el salvaje que con torpe mano.
LI. De lo poco de vida que me resta.
LII. Olas gigantes que os rompéis bramando.
LIII. Volverán las oscuras golondrinas.
LIV. Cuando volvemos las fugaces horas.
LV. Entre el discorde estruendo de la orgía.
LVI. Hoy como ayer, mañana como hoy.
LVII. Este armazón de huesos y pellejo.
LVIII. ¿Quieres que de ese néctar delicioso.
LIX. Yo sé cuál el objeto.
LX. Mi vida es un erial.
LXI. A ver mis horas de fiebre.
LXII. Primero es un albor trémulo y vago.
LXIII. Como enjambre de abejas irritadas.
LXIV. Como guarda el avaro su tesoro.
LXV. Llegó la noche y no encontré un asilo.
LXVI. ¿De dónde vengo? El más horrible y áspero.
LXVII. ¡Qué hermoso es ver el día.
LXVIII. No sé lo que he soñado.
LXIX. Al brillar un relámpago nacemos.
LXX. ¡Cuántas veces al pié de las musgosas.
LXXI. No dormía; vagaba en ese limbo.
LXXII. Las ondas tienen vaga armonía.
LXXIII. Cerraron sus ojos.
LXXIV. Las ropas desceñidas.
LXXV. ¿Será verdad que cuando toca el sueño.
LXXVI. En la imponente nave.
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