Chopin. Obra de María Wodzińska, 1835. Museo Nacional de Varsovia (MNW)
No se comprendería la historia –la breve historia–, de Chopin, sin conocer los violentas transformaciones que sufrió el mundo europeo en su época y las inquietantes alteraciones que se produjeron casi sin interrupción, las cuales, vistos los inesperados cambios de fronteras a que dieron lugar, han hecho dudar incluso de la verdadera nacionalidad de este gran compositor, que, aunque pueda con todo derecho llamarse ciudadano del mundo, tuvo raíces, tanto polacas como francesas, que sin duda, condicionaron, aunque siempre favorablemente, la creación de su obra musical. Podemos decir, no obstante, que su vida artística, o buena parte de esta; la más madura, se desarrolló en París, pero resulta complejo dilucidar exactamente cuál sería su posición política; si polaco afecto a la revolución en el país de su infancia, si francés afecto a la aristocracia nostálgica del Antiguo Régimen y el Absolutismo borbónico.
La residencia de Chopin en París –desde 1831 hasta su fallecimiento– ciudad en la que desarrolló sus posibilidades artísticas hasta el infinito y que vino a ser el eje de su celebridad, coincide casi plenamente con el gobierno de Luis Felipe I de Orleans, entre el 9 de agosto de 1830 y el 24 de febrero de 1848.
El gobierno del anterior monarca, Carlos X, había constituido un fracaso, por y para su lucha sin tregua contra la Constitución y lo Derechos Civiles. Recurrió abiertamente al fraude electoral, al chantaje y al libelo, según los casos, lo que desencadenó continuos y graves desórdenes en París, hasta que, abandonado por todos, se vio obligado a salir de la ciudad y del país.
Carlos X, de Françóis Gérard. Réplica del original, regalo de Luis X a Fernando VII. Prado (MNP) Madrid.
Carlos X abdicó, obligando a su hijo, el Delfín Luis Antonio de Borbón, Duque de Angulema a hacerlo también, en favor de su nieto Enrique de Artois, duque de Burdeos, que debería reinar como Enrique V y que sólo tenía 12 años en aquel momento. Después envió una carta a su primo Luis Felipe –que solo se entendería en un personaje obsesionado–, pidiéndole que proclamara rey a su elegido. Era el 30 de julio de 1830.
Primo mío,
Estoy profundamente apenado por los males que afligen y podrían amenazar a mis gentes por no haber encontrado un modo de prevenirles. He tomado la resolución de abdicar de la corona en favor de mi nieto el duque de Burdeos.
El Delfín, que comparte mis sentimientos, renuncia también a sus derechos en favor de su sobrino. Debéis, en vuestra calidad de lugarteniente general del reino, hacer proclamar el ascenso de Enrique V al trono. Por otra parte, tomaréis todas las medidas que os corresponden para ajustar las nuevas formas de gobierno durante la minoría del nuevo rey...
Comunicad mis intenciones al cuerpo diplomático y hacedme saber lo antes posible la proclamación por la cual mi nieto será reconocido bajo el nombre de Enrique V.
A pesar de no aceptar aquella especie de abdicación, Luis Felipe de Orleans la comunicó a las Cámaras el 3 de agosto; estas restablecieron inmediatamente la Carta Constitucional de 1814, y declararon el trono vacante, procediendo a elegir al propio Luis Felipe de Orleans como nuevo Rey de los franceses, el 9 de agosto de 1830.
Carlos X se instaló entonces en Londres, donde fue informado de que su presencia no era grata y que sería tratado como un ciudadano más. Asimismo se vio acosado por los numerosos acreedores que había dejado en su anterior exilio durante la Revolución, hasta que Francisco I lo invitó a residir en Praga, donde finalmente, murió de cólera en 1836.
Luis Felipe I, por Franz Xaver Winterhalter, en 1841. Palacio de Versalles.
Luis Felipe I de Francia -Égalité fils-, París,6 de Septiembre de 1773–Inglaterra, 26 de Agosto de 1850, se convirtió así en el último rey de Francia, entre 1830 y 1848; un período denominado Monarquía de Julio, que se produjo exactamente entre dos procesos revolucionarios; el de 1830 –Revolución de Julio- y el de 1848 –Primavera de los Pueblos-.
Era hijo del duque Luis Felipe II de Orleans, llamado Philippe Égalité –de donde procede el sobrenombre de su hijo-; simpatizó con la causa revolucionaria, aunque él mismo moriría en la guillotina durante el Terror, en 1793.
En 1781, su padre había encargado la educación de Luis Felipe a una dama, ya preceptora de sus hijas, llamada Félicité de Genlis, cuya designación constituyó un notable escándalo. Se trataba de una escritora ilustrada, con un sistema pedagógico en el que predominaba el aprendizaje de idiomas, gracias al cual Luis Felipe podía conversar en alemán, inglés, italiano y español.
Madame de Genlis diría de él posteriormente: Era príncipe, he hecho de él un hombre; era torpe, he hecho de él un hombre hábil; era aburrido, le he hecho un hombre amable; era cobarde, le he hecho un hombre bravo; era mezquino, no he podido hacer de él un hombre generoso. Liberal, todo lo que se quiera; generoso, no.
Retrato de Luis Felipe de Orleans, entonces duque de Chartres, en 1792.
León Cogniet. Palacio de Versalles
Al estallar la Revolución en 1789, al igual que su padre, se adhirió a los revolucionarios. Era Coronel de un Regimiento de Dragones, y en 1792, durante la guerra fue ascendido a Teniente General, participando en las acciones de Valmy y Jemappes. En abril de 1793, a causa de la ejecución de Luis XVI, el general Dumouriez le abandonó y se pasó a las filas realistas, por lo que Luis Felipe tuvo que marchar al exilio, sin apenas medios de subsistencia, permaneciendo lejos de Francia durante el resto del periodo republicano y hasta el final del gobierno de Napoleón, en 1815. Durante todo ese tiempo mantuvo oculta su personalidad, empleándose como profesor en un pueblo próximo a Suiza, donde recibió la noticia de la ejecución de su padre.
En 1795 viajó por Escandinavia, marchando después a los Estados Unidos tras la liberación de sus hermanos, Antonio Felipe y Luis Carlos, que habían sido hechos prisioneros. Más tarde se reuniría con ellos en Filadelfia.
F. A. Biard - Louis-Philippe de Orléans, acogido en un campamento de lapones durante su exilio en Cap Nord en agosto de 1795. Palais de Versailles.
Los aventurados viajes del joven Luis Felipe, recuerdan los periplos de Jules Verne. El Cabo Norte es uno de los puntos más septentrionales de Europa, con un acantilado de 307 metros de altura, al norte de Noruega.
Situación exacta del Cabo Norte en el mapa físico de Europa. Un destino para espíritus aventureros en la época de Luis Felipe.
El acantilado del Cabo Norte y una imagen actual tomada desde el mismo.
Luis Felipe vivió después en Nueva York, donde trabajó como profesor de francés, y en Boston, alojándose en el histórico edificio en el que hoy se asienta el restaurante más antiguo de la ciudad, el famoso Union Oyster House.
En 1797 visitó Cape Cod, al este de Massachusetts, coincidiendo con la división de la ciudad de Eastham en dos municipios, una de las cuales fue llamada Orleans, posiblemente en su honor.
Ese mismo año, cuando aún vivía en Boston, tuvo noticia del golpe de Estado del 18 de Fructidor –1797– contra los monárquicos moderados, y del subsiguiente exilio de su madre –Louise Marie Adélaïde de Bourbon, Madeimoselle de Penthièvre-, en España, por lo que decidió volver a Europa junto con sus hermanos.
Se dirigió primero a La Habana, durante cuya jornada, a causa la guerra entre España y Gran Bretaña, la nave en la que viajaba, fue interceptada por otra británica y los nobles pasajeros obligados a permanecer en Cuba, sin posibilidad de abandonar la isla, hasta que fueron expulsados por las autoridades españolas. Viajaron entonces, por Bahamas y Nueva Escocia, hasta Inglaterra, donde llegaron en enero de 1800.
En 1808 -tratando de evitar los avances de Napoleón, cuyos ejércitos no sólo habían tomado Nápoles, sino que había declarado extinguida la dinastía Borbón en España-, Luis Felipe viajó a Palermo, donde residía Fernando I de las Dos Sicilias -Fernando Antonio Pascual Juan Nepomuceno Serafín Jenaro Benedicto, tercer hijo de Carlos III de España y de María Amalia de Sajonia-. Allí conoció a María Amelia de Borbón-Dos Sicilias, hija de Fernando I, con la que se casó el 25 de noviembre en 1809.
Retrato de la reina María Amelia de Borbón-Dos Sicilias –esposa de Luis Felipe- en 1835, con sus dos hijos menores Enrique de Orleans, duque de Aumale (1822) y Antonio de Orleans, duque de Montpensier (1824).
Tuvieron diez hijos, entre ellos, Antonio, duque de Montpensier, Infante de España, por su matrimonio con Luisa Fernanda, hija de Fernando VII de España y hermana, por tanto, de Isabel II. Una de las hijas de este último, María de las Mercedes de Orleans, se casaría con Alfonso XII de España, su primo, hijo de Isabel II.
En 1830, tras la caída de Carlos X, Luis Felipe accedía al trono de Francia.
Sencilla alegoría del retorno Borbón el 24 de abril de 1814: Luis XVIII levanta a Francia de entre las ruinas. Louis-Philippe Crépin. Palacio de Versalles.
El Palais Royal de París, donde se instaló Luis Felipe cuando volvió a Francia en 1814. Víctor-Jean Nicolle, hacia 1810
Al contrario que su antecesor, Luis Felipe aceptó la Constitución y con ello se ganó el apoyo de la burguesía, que atravesaba un período de gran expansión económica, cuyos intereses la alejaron paulatinamente del proletariado, creándose entre ambos estamentos la distancia que antaño separaba al monarca de sus súbditos.
Su etapa es conocida históricamente como la Monarquía de Julio, si bien, los monarcas anticonstitucionales le apodaron El Rey de las Barricadas, aunque fue precisamente la acción de las Barricadas la que le apartó del poder, dando paso a la Segunda República.
A pesar de mantener una actitud moderada y, sobre todo, prudente, dadas las circunstancias, dejó sus decisiones en manos de Guizot, quien no fue capaz de impedir que el país desembocara en la ruina en todos sus aspectos, provocando la abdicación forzosa del monarca.
Su reinado, como dijimos, viene a coincidir casi exactamente con la estancia de Chopin en un París en el que, a pesar de inestabilidad, se desarrollaba un gran ambiente artístico, musical y literario
Conocedor del creciente interés de pintores y escritores franceses por todo lo relacionado con España, si bien bajo un concepto más relacionado con el romanticismo que con la realidad, Luis Felipe promovió la creación de la llamada Galería Española del Museo del Louvre.
Como sabemos, Luis Felipe, casado con María Amelia de Nápoles, sobrina de Carlos IV de España, había vivido en Andalucía en 1810. Conociendo, pues, ya rey, la riqueza pictórica conservada en España, y aprovechando el momento de la Guerra Carlista y la Desamortización, envió al especialista de arte Baron Taylor y al pintor Dauzats en 1835, para que adquirieran, para él, personalmente, una colección representativa de las distintas corrientes pictóricas, y firmas de artistas españoles, que en aquel momento estaban a la venta, en la que Invirtió un millón trescientos mil francos.
A pesar de la prohibición expresa del ministro Mendizábal de sacar obras de arte del reino, los representantes de Luis Felipe lograron burlar la ley, sacándolas por mar desde la costa levantina, para evitar así su control en el paso de los Pirineos.
La Galería se inauguró en enero de 1838 y fue puesta amablemente a disposición de los parisinos por Luis Felipe. Se trataba de una colección de 412 cuadros, en su mayoría, de autores españoles, a través de los cuales, los franceses conocieron, por ejemplo, al Greco, a Zurbarán, Goya y otros.
Al abdicar, en 1848, Luis Felipe reclamó la colección de la Galería Española, como patrimonio personal, que le fue reconocida y restituida, estúpidamente, en opinión de Charles Baudelaire. Naturalmente, el destronado monarca, la llevó consigo a Londres, donde sería subastada en 1853.
La realidad es que el mundo occidental era un volcán, pero París, a pesar de las muchas víctimas y la gran inestabilidad, mantuvo una especie de mundo ideal, que tal vez no lo era tanto, sino una necesidad vital de los momentos límite, aunque de acceso muy restringido, en el que sobrevivía el arte y la cultura; en este caso, la música.
Ajedrez en el Café Régence
Frédéric Chopin tocando el piano en el salón Prince Radziwills 1837. Pintura de Hendrik Siemiraddzky
***
Pero la dualidad originaria de Chopin se remontaba más atrás en la historia. Nada de lo anterior había ocurrido; ni lejanamente se habían previsto las pesadillas revolucionarias y contrarrevolucionarias, cuando, en 1725, Luis XV se casaba con Marie Leszczyńska, hija de Stanislas Leszczynski, rey de Polonia entre 1704 y 1709, refugiado en Lorena, cuando aún era territorio del Imperio. En 1737, Leszczynski se convertía en duque de Lorena, título que conservó hasta su muerte en 1766, justo cuando Lorena pasó a pertenecer a Francia, muy poco antes de que allí naciera Nicolás Chopin, el padre de Frédérick, quien, en 1787 se instaló en Polonia como preceptor de los hijos de una familia noble.
Louis XV, 1730. Hyacinthe Rigaud. Palacio de Versailles
Marie Leszczyńska –noble polaca- lisant la Bible, 1748. Jean-Marc Nattier.
Palacio de Versalles
En 1795, el reino de Polonia desaparecía como tal, después de un tercer repartimiento entre Rusia, Prusia y Austria, pero en 1807, las guerras napoleónicas permitieron el restablecimiento de un Estado Polaco, como Ducado de Varsovia, en el que nacería Chopin, en 1810. Sin embargo, cuando las tropas francesas hubieron de retirarse, esa parte del territorio polaco fue ocupada por Rusia en 1813, desapareciendo definitivamente del mapa político dos años después, a causa de los acuerdos adoptados en el Congreso de Viena.
Sesión del Congreso de Viena. Convocado en 1814 con el objeto de proceder al reajuste o repartimiento territorial de Europa. Intervinieron las principales potencias, representadas por sus embajadores: Austria, Metternich, Gran Bretaña, Castlereagh, Rusia, Alejandro I, Prusia, Humbolt y Francia con Talleyrand. España participó pero no intervino apenas, por ser entonces potencia de segundo orden, al igual que Portugal.
Después de la caída de Napoleón, se produjo la restauración de los reyes destronados por la Revolución Francesa y el propio Imperio. Los distintos monarcas intentaron reimplantar el absolutismo al viejo estilo y el Congreso de Viena colaboró en la empresa, pero los liberales burgueses empezaron a promover movimientos que atemorizaron a los gobernantes partidarios del absolutismo en Austria, Rusia y Prusia, quienes unieron sus fuerzas integrándose en la llamada Santa Alianza.
Los integrantes de la Santa Alianza
El Zar Alejandro I de Rusia, el Rey Federico Guillermo III de Prusia y el emperador Francisco I de Austria.
La idea de restaurar el Antiguo Régimen; no fue secundada en principio por el Reino Unido, a pesar de lo cual, el legitimismo, que sostenía el origen divino del poder de los reyes, fue impuesto por Talleyrand, que logró reponer en Francia a los Borbones en la figura de Luis XVIII. La solidaridad entre aquellos estados, implicaba la cooperación mutua a través de una política común capaz de neutralizar potenciales movimientos revolucionarios.
En la reordenación de las fronteras, alteradas por las conquistas napoleónicas, no se tomaron en consideración las aspiraciones nacionalistas, tampoco los derechos de algunos príncipes que habían sido despojados de sus tronos por los franceses en años precedentes, bien al contrario, se impusieron los intereses de las cinco potencias participantes; –Rusia obtuvo, entre otras cosas, el control de gran parte de Polonia y la anexión de Finlandia.
El llamado Reino de Polonia, quedó bajo soberanía rusa, justamente durante el período en el que la familia de Chopin vivió allí. El Zar Alejandro I promulgó una Constitución relativamente liberal -Si nuestra civilización estuviera más avanzada -decía-, aboliría la esclavitud aunque me costara la cabeza-, pero su Carta de Derechos no resistiría al advenimiento del absolutista Zar Nicolás I, rey de Polonia desde 1815.
En noviembre de 1830 se produjo una insurrección, que terminó siendo violentamente reprimida, a finales del año siguiente, quedando Polonia rusa y sin Constitución.
Numerosos miembros del ejército polaco se refugiaron entonces en el extranjero y algunos miles de ellos, concretamente, en Francia, donde fueron acogidos con gran simpatía y ayudados por el gobierno. Fue justo entonces, cuando Chopin llegó a Francia, aunque no como refugiado de la insurrección polaca. En Francia permaneció durante la llamada Monarquía de Junio, 1830–48, y el principio de la II República, que después se extendería hasta 1851.
En el año 1848, concretamente, se produjeron nuevas revueltas en muchos países, como Alemania, Italia, Hungría y otros, que marcaron el siglo XIX con el nacimiento de las nacionalidades, entre ellas, la polaca. Durante el mismo período, Chopin se convirtió en una importante figura para el movimiento nacional polaco.
Sus padres; Nicolás, nacido en territorio francés, y su madre, la polaca Tekla Justyna Krzyżanowska, se habían instalado en Polonia al servicio de la Condesa Skarbek, de quien Tekla era pariente y dama de honor. El hecho de ser el padre francés -circunstancia que otorgaba el mismo derecho al compositor-, ha planteado dudas sobre el modo en que hoy entenderíamos como su nacionalidad; aunque él mismo se consideraba polaco, y así lo entendieron sus contemporáneos y compatriotas, que siempre hablaron de él como del Compositor Nacional Polaco. Balzac, por ejemplo, se refirió a Liszt y a Chopin diciendo: El húngaro es un demonio, y el polaco, un ángel. El propio Liszt se refería a él como el artista polaco.
Chopin, de Henri Lehmann, en 1840 –30 años.
En realidad, la circunstancia de haber permanecido veinte años en Polonia, aun cuando nunca volvió, haría de Chopin un polaco. Del mismo modo, se suele reconocer la influencia de la madre polaca sobre su educación y formación, además de que, él mismo solía reivindicar su pertenencia a aquel país, al que, en su opinión, la opresión rusa a partir de 1831, tuvo el patético significado de una tortura incurable y de una herida abierta para siempre.
En todo caso, el dolorido patriotismo del compositor, se tradujo en su música, tal como Liszt hizo notar: Los lamentos de Polonia otorgan a estos tonos, no sé qué poesía misteriosa que, para todos los que la han sentido verdaderamente, no puede compararse con nada.
A pesar de todo, esta dimensión de exilio del músico sármata –como le llamaba Schumann–, es interpretada hoy de otra manera. Se habla de una nostalgia típicamente eslava; de una sensibilidad cultural, por encima de las contingencias políticas, pero, para Liszt, Chopin puede situarse entre los primeros músicos que individualizaron en sí mismos el sentido político de una nación.
No obstante, el peso de la identidad creada por estas características, no impide tomar en consideración, el aspecto francés del compositor, ya que, incluso legalmente, como hemos dicho, podía adoptar esta nacionalidad por el origen de su padre. Además, Chopin se instaló en París en 1831 y allí transcurrió la mitad de su vida, siendo entonces una de las capitales culturales del mundo occidental. Además de que en París encontró a sus más decisivas amistades, como serían, George Sand, Delacroix, o Liszt; conoció asimismo a Balzac, Berlioz o Heine, siendo allí donde creó lo esencial de su obra, es decir, que vivió un ambiente cultural, social y político, francés y no polaco, y en el que a su vez quedó marcada su huella, que parece evidente en compositores como Debussy, Ravel o Fauré.
Por otra parte, se considera, casi con la misma evidencia, la influencia del compositor en aspectos más amplios del terreno artístico; Monet habría captado en su pintura efectos de luz similares a la brillante sonoridad de muchas de las composiciones de Chopin.
Si la sensibilidad de Chopin es polaca y de ella procede en parte la recuperación de melodías populares, su lenguaje musical es culto y participa de la gran música, tal como dijo Delacroix: Chopin fue el primero que supo prestar una atención fascinada a los cantos y danzas populares de su Polonia natal, sin haber incluido jamás ninguna frase específica de los mismos en su producción.
En cierta ocasión, en París, improvisó ante un compatriota una pieza que aquel creyó recordar como una canción de cuna de su infancia: –Es imposible que conozca esta canción –declaró Chopin–, aunque sí el espíritu que la anima, que es el espíritu de una melodía polaca.
Su música procedía de una sabia conjunción de armonía y contrapunto, y era, ante todo, de carácter aristocrático, alejada, básicamente, de cualquier forma popular o folklórica, como es el caso de las Mazurcas, en las que el lenguaje musical de su autor es más universal que polaco.
Chopin supo dotar a sus Mazurcas con la esencia misma del ser polaco, pero internacionalizándola, por así decirlo. Quizás sea esta la razón por la que Cyprian Norwid, un descendiente bohemio de Juan III Sobieski y uno de los más grandes poetas polacos modernos, las comparó con la epopeya griega, dedicándole su poema Fortepian Szopena; El Piano de Chopin, cuando los soldados rusas destruyeron el piano del compositor.
En definitiva, Chopin, habría tenido distintos padres espirituales, pero ninguno de ellos sería polaco; Mozart era para él insuperable y Bach, su maestro preferido.
No es, pues, polaco, ni francés, ni alemán, sino que revela un origen mucho más alto; desciende del reino de Mozart, de Rafael y de Goethe y su verdadera patria es el mundo maravilloso de la poesía. H. Heine.
Frédéric Chopin. 1849. Ernst Burger, Fotógrafo.
Chopin pasó entre nosotros como un fantasma. Franz Liszt
A partir de 1842, la salud de Chopin se agravó considerablemente tras sufrir la pérdida de tres de las personas más significativas en su vida. En la primavera de aquel año, un amigo de la infancia, fallecía a causa de la tuberculosis; le seguía, en Varsovia, en el mes de mayo, su primer profesor de música, que para entonces, se había convertido en un gran amigo de sus padres. Finalmente, en mayo de 1844, era su padre quien fallecía en Varsovia, obsesionado con la posibilidad de no estar verdaderamente muerto; una especie de pesadilla que, al parecer también sufriría el compositor cuando llegara su hora.
Atravesó entonces Chopin una importante depresión, a pesar de la cual escribió a sus personas más queridas intentando tranquilizarlas: He sobrevivido a tantas personas más jóvenes y más fuertes que yo, que ya me parece ser eterno. No os inquietéis nunca por mí; Dios me ha bendecido.
***
Sand y Chopin. Reconstrucción de un boceto de Delacroix.
La imagen de George Sand, se encuentra en el Museo Ordrupgaard de Copenhagen. La de Chopin, en el Louvre.
George Sand, nombre literario de Aurore Dupin, Baronesa Dudevant, vivió once años con el compositor al que admiraba profundamente. En 1838 se instalaron en Mallorca, junto con Solange y Maurice, los dos hijos de la escritora.
Durante el invierno, Chopin cayó enfermo y se le diagnosticó tuberculosis, por lo que ambos decidieron recogerse en un Monasterio Cartujo de Valldemossa, donde a pesar de que el pianista compuso los 24 Préludes, op. 28, su salud no dejó de empeorar, por lo que se vieron en la necesidad de adelantar su vuelta a Francia.
Desde la puerta de mi celda se ve un claustro enorme y cuando el viento golpea la puerta suena como cañonazos por todo el monasterio. Verás que no me falta poesía ni soledad. George Sand.
En mayo se instalaron en Nohant, en la casa de campo de George Sand, donde permanecieron hasta 1846; un período de brillantes creaciones compositivas, como la Polonaise Héroïque, op. 53, o la Cuarta Balada titulada Barcarolle, op, 60.
En Julio de 1847, tras una discusión relacionada con el marido de Solange, el escultor Clésinger, la pareja se distanció y optaron por no volver a verse, pero Chopin mantuvo siempre una estrecha amistad con Auguste y Solange.
***
Los inviernos eran cada vez más difíciles de superar para el músico. Los escritos de George Sand demuestran que Chopin decaía de forma evidente, pero fue tras su ruptura con la escritora, en 1847, cuando su estado de salud se degradó con más rapidez. Aún hizo una última tournée de siete meses por Inglaterra y Escocia, organizada por su alumna Jane Stirling, pero el viaje resultó para él agotador, física y moralmente.
Cuando llegó a Londres el 20 de abril de 1848, la densa polución de la ciudad, provocada por la incineración masiva de carbón, contribuyó decisivamente al ya notable deterioro de su estado, a pesar de que experimentó la alegría de conocer a su admirado Charles Dickens, así como tuvo la oportunidad de ofrecer algunas veladas musicales ante la más reconocida aristocracia, incluida la reina Victoria, lo que aumentó considerablemente su renombre en el Reino Unido, pero también acentuaron su ya permanente fatiga, llegando a sentirse agobiado por los interminables aplausos que solía recibir: Terminarán por ahogarme con su amabilidad y yo, por amabilidad, les dejaré hacerlo.
Cuando volvió a París, no sólo se encontraba gravemente enfermo, sino también exhausto económicamente, ya que los gastos médicos que tenía que afrontar eran enormes, de modo que decidió continuar impartiendo clases, aunque generalmente lo hacía echado en un sofá, cerca del piano. El tiempo libre lo pasaba con amigos, especialmente, con el pintor Delacroix. Cuando se presentó la última fase de su enfermedad, a finales de junio de 1849, su hermana mayor Ludwika acudió a su lado, permaneciendo en la casa número 12 de la Place Vendome hasta el día 17 de octubre de 1849, último día de la existencia del inmenso compositor y pianista, que contaba 39 años.
Fue su antigua amante, Delfina Potocka quien consiguió a Ludwika el pasaporte para que pudiera acudir junto a su hermano desde Polonia. El 16 de julio 1849, Delfina había enviado una carta a Chopin desde Aix-la-Chapelle, diciéndole que pronto le visitaría, pero recibió malas noticias, por lo que decidió adelantar su viaje, llegando a tiempo para cantar ante el compositor algunas de sus piezas favoritas.
El 30 de marzo de 1849, escribió Delacroix: Vi a la encantadora señora Potocka esta tarde, en la casa de Chopin. Yo la había oído cantar dos veces, y pensé que nunca había encontrado nada más perfecto, especialmente la primera vez, cuando ya era el atardecer y el vestido de terciopelo negro que llevaba puesto, la disposición de su pelo, de hecho, todo lo relacionado con ella, a juzgar por lo que pude ver, me hizo pensar que debía ser tan deslumbrantemente hermosa tal como sus movimientos que eran ciertamente graciosos.
Eugène Delacroix. Autorretrato, 1860. Louvre
Tal vez por entonces, la condesa pasó cierto tiempo con Chopin, porque Delacroix, vuelve a mencionarla el once de abril: Creo que fue la noche en que vi a la señora Potocka de nuevo en la casa de Chopin. Cantó tan maravillosamente como siempre; fragmentos de los Nocturnos y música de piano de Chopin, entre otras cosas, como Le Lac, de Lamartine, el de arreglo vulgar y pretencioso de Niedermeyer. He tenido esta canción maldita en el cerebro durante los últimos dos días.
Estas reuniones se produjeron durante la última primavera de la vida de Chopin. En algún momento Delfina regresó a su casa en Niza, pero cuando se enteró de que se agotaban los días de su amigo, se apresuró a regresar a París para estar con él, aunque se trataba, entonces y ahora, de un viaje importante. Llegó sólo dos días antes de que se agotara la delicada existencia del compositor.
Estimado señor Chopin,
No quiero molestarle con una larga carta, pero no puedo permanecer mucho tiempo sin noticias de sus proyectos futuros y de salud. No me escriba usted mismo, pero he preguntado por u salud. Debería seriamente pensar en Niza para pasar el invierno. Madame Auguste Potocka ha respondido: ella no dejará piedra sin mover para obtener el permiso de Mme Jędrzejewicz Ludwicka– pero me dice que hay grandes dificultades en ese país infeliz.
Sufro cuando oigo de su vivir, tan abandonado en la enfermedad y la infelicidad. Le ruego que me envíe unas palabras aquí a Aix-la-Chapelle.
Todo aquí está triste o aburrido, porque la vida pasa de largo a mi alrededor de la misma manera: ya no hay penas amargas ni duras pruebas, porque tengo suficiente con las que ya he vivido. A mí tampoco me ha sonreido la felicidad en esta tierra. Todo aquellos a los que he querido, me han pagado con ingratitud o nuevas tribulaciones. Con todo ello, mi vida sólo ha sido una enorme disonancia.
Que Dios los guarde, querido señor Chopin! Adiós hasta principios de octubre, a más tardar.
D. Potocka
Delfina acudió a visitarlo con el tiempo justo. En algún momento durante los últimos días, se le pidió que cantara para él, y así lo hizo, a pesar de las lágrimas y pequeñas interrupciones del enfermo.
Delfiny Potockiej, de Félix Barrias. 1885
Los que se hallaron presentes ofrecieron informaciones confusas y contradictorias acerca de lo que realmente cantó, por lo que hoy resulta imposible saberlo.
En realidad se ignora si ambos mantuvieron una relación amorosa propiamente dicha, porque no hay cartas, ni declaraciones por parte de ninguno de los dos, pero un amigo del compositor, aseguró que al ver llegar a Delfina, Chopin exclamó: ¡Dios a retrasado mi llamada para premiarme con el placer de verte!
17 de octubre de 1849.
De acuerdo con su voluntad, y, a causa de los temores compartidos con su padre, el corazón de Chopin fue extraído de su cuerpo y llevado por su hermana a Varsovia, donde permanece en la iglesia de la Santa Cruz.
Tras una emotiva ceremonia en La Madeleine durante la cual fue interpretada su famosa Marcha Fúnebre, su cuerpo fue depositado en el cementerio Père Lachaise, bajo una bella escultura de Auguste Clésinger, el marido de Solange, la hija de George Sand.
George Sand aseguró que la madre de Chopin, había constituido la única pasión de su vida.
***
19 de septiembre de 1863.
A raíz de la insurrección contra los rusos, miembros de la policía polaca instalados en al palacio Zamoyski lanzaron varias bombas desde el último piso del palacio sobre el coche del general Théodore Berg que acababa de ser nombrado gobernador del Zar en Polonia. Berg no resultó herido, pero sí su ayudante y los caballos. Como represalia, el ejército expulsó de su apartamento del último piso al hijo del conde Zamoyski, que no tenía nada que ver con el atentado.
El el tercer piso de aquel palacio estaba el apartamento de la hermana de Chopin, Izabela Barzinska. que había llevado allí muebles y recuerdos de familia, entre los que había un piano en el que había tocado Chopin. El palacio fue confiscado, el conde emigró a París y su hijo fue hecho prisionero en la Ciudadela de Varsovia y condenado a ocho años de trabajos forzados.
Durante las pesquisas, los guardias saquearon el edificio, tiraron por las ventanas y quemaron al pie de la estatua de Copérnico los muebles, los cuadros, los manuscritos y los libros de partituras de Chopin, cuyo piano fue estrellado contra el asfalto. La cultura nacional sufrió con ello una pérdida irreparable.
El Piano de Chopin forma parte de la obra más célebre de Norwid; Vade-Mecum, de 1865; un compendio de cien poemas encadenados. Fue escrito en el otoño de 1863 a raíz de este suceso.
Cyprian Norwid: Le Piano de Chopin (Fragmentos).
À Antoine C.
La música es una cosa extraña. Byron
¿El arte?… es el arte y…éso es todo. Béranger
¡Estuve en tu casa aquellos días, Frederic!
Tu mano –por su blancura
de albatros, y su fuerza y su elegancia
Y sus roces conmovedores de pluma de avestruz
mezclándose ante mis ojos con el teclado
de marfil…
Y parecías esa figura
que desde el corazón del mármol
antes de ser tallado
ya evoca el cincel
del genio – eterno Pigmalión.
Y en aquello que interpretabas, tal era la sencillez
de la perfección de Pericles
que si alguna antigua virtud
en una mansión de alerces
entrara, se diría:
Renazco en el Cielo,
y la puerta se convierte en arpa.
una cinta el camino…
Y allí estaba Polonia
la perfección de la historia
encantada en un arco iris de éxtasis-
Y, he aquí que tu canto se acaba, y ya no te veo,
pero oigo no sé qué sonido… de niños que riñen
y todavía hay toques que discuten
de deseo no cantado,
y chocan en sordina
Por ocho, por cinco…
Murmuran: ¿Ha preludiado? ¿Nos rechaza?...
Ahí está –mira, Frederic; es Varsovia:
Bajo el astro ardiente
singulamente tallado-.
¡Mira, los órganos de la Catedral, mira! Tu nido.
Ahí están las casas patricias, antiguas
como la República,
los adoquines de las plazas sordos y grises
y la espada desnuda de Segismundo.
Y de nuevo veo, ciego por el humo,
que entre las columnas del balcón
un mueble, que parece un sarcófago,
es alzado…y cae…cae… ¡Tu piano!
Las sordas piedras han gemido:
El ideal ha tocado el suelo.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario