jueves, 30 de junio de 2016

Que se detengan todos los relojes • W. H. Auden



W. H. Auden

Funeral Blues

Que se detengan todos los relojes, que callen los teléfonos.
Evitad que el perro ladre, con un suculento hueso.
Silenciad los pianos, y destemplad los tambores.
Llevaos el ataúd y que vengan los que tienen que llorar.

Que los aeroplanos evolucionen sollozando
y escriban el mensaje en el cielo: Él Ha Muerto.
Poned crespones en los blancos cuellos de las palomas silvestres
y que los guardias de tráfico lleven guantes negros de algodón.

Era mi norte, mi sur, mi este y oeste;
mi semana de trabajo y mi descanso del domingo;
mi tarde, mi noche, mis palabras, mi canción.
Creí que este amor viviría para siempre; me equivoqué.

Nadie necesita ya las estrellas; apagadlas todas.
Envolved la luna y desmantelad el sol.
Vaciad el océano y talad el bosque,
porque ahora ya nada puede hacerle bien.

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Una primera versión de Funeral Blues se publicó en 1936, pero el poema en su forma final, la más conocida, apareció en The Year's Poetry - La poesía del Año, en Londres, 1938. La versión de 1936 tenía cinco estrofas; la de 1938, cuatro y sólo las dos primeras son iguales en ambas versiones.

La de 1936 es un poema satírico de duelo por un líder político, escrito para el libreto en verso, The Ascent of F6, de Auden y Christopher Isherwood. Benjamin Britten lo tomó como base sobre la que compuso una pieza para coros y grupo instrumental, que se presentó en la primera versión de The Ascent of F6 y en 1938 hizo un arreglo para voz y piano, que interpretó la soprano Hedli Anderson. 

Partitura de B. Britten

Poco después, el poema fue incluido en la Antología The Year's Poetry, una compilación llevada a cabo por Denys Kilham Roberts y Geoffrey Grigson, en Londres.

Auden lo incluyó en su libro Another Time –N. York, de 1940-, con otros tres poemas, reunidos bajo el encabezamiento: Four Cabaret Songs for Miss Hedli Anderson; el poema en cuestión fue titulado Funeral Blues en esta edición y nunca volvió a cambiarse.

En Collected Poetry, de 1945, Funeral Blues es el poema XXX de la sección, Songs and Other Musical Pieces, y en los Collected Shorter Poems 1927-57, de 1966, es el poema IX de la sección Twelve Songs, Parte II -1933-38. La misma numeración aparece en sus Collected Poems, de 1976, 1991 y 2007.

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W.H. Auden
York, 21 de febrero, 1907 – Viena, 29 de septiembre, 1973

Sus primeros poemas son de finales de los años 20, pero fue a partir de 1930, cuando el poeta creó su estilo específico, mezclando un lenguaje conciso con otro de tono tradicional, junto con un intenso sentimiento dramático. Auden halló una expresión poética exclusiva y muy innovadora, como vehículo extraordinario para transmitir sus planteamientos o sentimientos, en ocasiones, personales, en ocasiones, universales.

En 1939, se instaló en los Estados Unidos, donde se nacionalizó en 1946. Allí estudió en la Escuela Gresham y en la Universidad de Oxford, donde descubrió su vocación poética y se integró en un grupo de escritores e intelectuales de izquierda, de los que los más conocidos eran Stephen Spender, Christopher Isherwood, Cecil Day Lewis y Louis MacNeice.

Stephen Spender

Christopher Isherwood

Cecil Day Lewis

Louis MacNeice

Entre sus primeros libros escritos en América, está Another Time - Otro Tiempo, que contiene algunos de sus poemas más conocidos, entre ellos September 1, 1939 - 1 de septiembre de, 1939 y Musee des Beaux Arts - Museo de Bellas Artes, para el que se inspiró en una pintura de Brueghel. El volumen también contiene elegías a los poetas A. E. Housman, Matthew Arnold, y William Butler Yeats, cuyas obras y principios estéticos tanto habían influido en el desarrollo filosófico y literario de Auden.

Además de los aspectos formales, la obra de Auden destaca, sobre todo, por su compromiso con los más trascendentes asuntos morales y políticos de su tiempo, junto con los cuales, su poesía se centra también en el amor personal, la reflexión política, la religión, la moral, las relaciones personales y la naturaleza.

El carácter trascendente de sus sentimientos religiosos, al igual que le ocurría a T.S. Eliot, no le impedía tratarlos de forma ingeniosa e incluso, con cierta ironía, ya que su preocupación más absorbente provenía de las cuestiones sociales, que afrontaba con una sorprendente capacidad de análisis sico-sociológico. Todo ello, unido a un profundo rigor intelectual, hizo de él un verdadero maestro de la poesía.

Por otra parte, el tono introspectivo que en ocasiones asume su poesía, no implica, en absoluto que el autor esté exponiendo una experiencia, ocasional o no, perteneciente a su propia intimidad. 

En este sentido, John G. Blair -autor de The Poetic Art of W.H. Auden, El arte poético de WH Auden-, advierte contra el supuesto descubrimiento de experiencias o sentimientos personales de Auden, a través de la lectura de su poesía: En ninguno de sus poemas -asegura-, podemos sentirnos seguros de que el orador es el propio Auden. En el curso de su carrera ha demostrado impresionantes posibilidades de hablar por medio de cualquier tipo de personaje dramático; en consecuencia, la elección de un tono íntimo y personal no implica la auto-expresión directa del poeta.

Auden ascendió al paradigmático Olimpo de la gran poesía escrita en inglés en el siglo XX, acompañado de otros grandes, tanto como los son William Butler Yeats o T.S. Eliot. 

Al igual que T.S.Eliot, Auden también escribió diversos ensayos de gran altura, así como interesantísimos estudios de asunto literario, entre los cuales destacan los dedicados a Shakespeare, Konstantinos Kavafis, Virginia Wolf, Oscar Wilde o Paul Valéry, y compositores, como Hofmannsthal, Wagner o Verdi.

En 1963 la Academia Sueca admitió su candidatura al Premio Nobel, en principio, junto al irlandés Samuel Beckett –a quien se le concedió en 1969-; el japonés Yukio Mishima –propuesto en tres ocasiones, sin resultados positivos-; el chileno Pablo Neruda –que lo obtuvo en 1971-; el danés Aksel Sandemose y el griego Giorgos Seferis, que, finalmente lo recibió en aquella ocasión. Auden no lo recibió ni volvió a ser propuesto.

A finales de los años 20, es decir, en pleno auge del nazismo, vivió en el Berlín de la República de Weimar. Después también viajó por China con su inseparable compañero Isherwood y estuvo en España durante la guerra civil, cooperando como conductor de ambulancias.

En 1939, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Auden e Isherwood se fueron a América donde, al poco tiempo, Auden conoció al joven poeta Chester Kallman, con el que estableció una relación profunda y duradera; de hecho, hasta el final de su vida.

Su libro Poemas, impreso privadamente en 1928 por Steven Spender, se publicó en 1930, con el apoyo de T.S. Eliot. Plantea la decadencia de la sociedad inglesa, y gira en el entorno de diferentes planteamientos psicológicos. Consolidó su fama como escritor.

Después escribió tres obras de teatro en colaboración con Isherwood: El perro bajo la piel (1935), El ascenso del F-6 (1936) y En la frontera (1938).

En 1935, se casó con Erika Mann –hija del gran novelista Thomas Mann, también galardonado con el Nobel en 1929, por su gran novela Los Buddenbrook-, con el fin de proporcionarle un pasaporte británico y ayudarla así a escapar de la Alemania nazi. 

Viajó a Islandia con su amigo MacNeice, y a China, con Isherwood. Escribió Carta desde Islandia en 1937 y Viaje a una guerra, en 1939, el año en que se fue a vivir a los Estados Unidos, donde siguió escribiendo poesía y trabajó como crítico, conferenciante y editor.

En China con Isherwood. 1938

En 1941 publicó The Double Man – El Hombre Doble, y entre ese año y el siguiente, For the Time Being – Por el Momento, -ambas obras, reflejo de su permanente preocupación por el tema religioso-. 

Después de la aparición de The Sea and The Mirror –A Commentary on Shakespeare’s The Tempest, entre 1942-44, publicó Collected Poetry, antología que contribuyó a acrecentar su reputación de gran poeta. Pero fue su obra, The Age of Anxiety: A Barroque Ecloge, de 1947, la que puso en sus manos el Premio Pulitzer. Auden dramatiza en esta obra las conversaciones de cuatro personas muy diferentes entre sí, reunidas en un bar de Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial; los cuatro intentan comprenderse, tanto a sí mismos, como a los acontecimientos en los que se hallan inmersos.

Sus numerosas innovaciones lingüísticas, frecuentemente recibían más alabanzas que reproches, aunque estos no faltaran. Creen algunos críticos, que su palabra estaba fuertemente influida, no sólo por muy diversos conocimientos de carácter intelectual y científico, sino también y, sobre todo, por la música.

Entre las ediciones de su obra en esta etapa, destacan los Poemas Completos, de 1945; El Escudo de Aquiles, de 1995 y Poemas extensos completos, de 1969; años durante los cuales, trabajó como profesor de poesía en Oxford.


En sus últimos años, Auden publicó tres grandes volúmenes: City Without Walls and Other Poems – Ciudad sin muros, y otros Poemas, escrito entre 1965 y 68; Epistle to a Godson and Other Poems - Carta a un ahijado, y otros poemas, escrito entre 1968-71 pero que quedó inacabado, y la obra póstuma Thank You, Fog: Last Poems, Gracias, Niebla: Últimos poemas, de 1972-73. 
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A lo largo de unos cuarenta años, quizá algo más, la experimentación técnica y lingüística iniciada por Auden enriqueció la poesía inglesa, no sólo con sus renovadores hallazgos personales, sino también redescubriendo en el antiguo fondo lírico de su nación. Se le ha acusado de emplear en exceso, sustantivos como verbos, de abusar de términos fuera de uso y de saquear el gran diccionario de Oxford.

Destaca, como característica que surge del conjunto de su poesía, una llamativa mezcla de desesperación, con una gran alegría de vivir.

Escribió en el prólogo de Poesía de Oxford, de 1927, que, Toda la poesía genuina es en cierto sentido, la formación de una esfera privada dentro de un caos público. Se ha destacado también, que en un entorno de depresión, no estrictamente mundial, pero casi, había algo tranquilizador en sus escritos, que contribuyó e reconstruir el sosiego interno de millones de lectores.

Sus conferencias –un importante aspecto, que vamos a dejar a un lado, para centrarnos en la poesía-, se han conservado en gran parte, gracias a las notas tomadas por sus alumnos.
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Auden también recibió el Premio Nacional de Literatura en Poesía por El Escudo de Aquiles, en 1956.

Tetis y Hefesto. Bellas Artes, Boston. 480 aC. 

Tetis mira por encima del hombro de Hefesto, la fragua en la que este acaba de fabricar el escudo de Aquiles. Tetis examina las imágenes labradas, en las que, obviamente, Auden no ve lo mismo que veía Homero. Podríamos decir que el poeta pone allí su mirada dotada por el tiempo, para distinguir la diferencia entre la realidad y un mundo idealizado, cuando, en definitiva, ambos se basan en la guerra, con cuyos objetivos se alimenta la mentalidad de un pueblo desde la infancia, de modo que, en el futuro, serán incapaces de concebir un mundo en paz, en el que se guardan las promesas y un hombre puede llorar cuando ve llorar a otro.

                             El escudo de Aquiles

            Miró por encima de su hombro
            buscando vides y olivos,
            ciudades de mármol bien gobernadas
            y barcos sobre mares ignotos.
            Pero allí en el brillante metal 
            las manos habían puesto en su lugar
            un falso desierto
            y un cielo plomizo.

Una llanura sin detalles, seca y parda,
ni una brizna de hierba, ninguna señal de vida.
Nada de comer, ni un lugar para sentarse. 
Aun así, congregada en su vacío, permanecía
una multitud confusa,
un millón de ojos, un millón de botas en fila, 
Sin expresión, esperando una señal.

En el aire una voz sin rostro
demostró con estadísticas que cierta causa era simplemente,
tan árida y plana como el paisaje:
Nadie fue vitoreado y nada se discutió;
una columna tras otra, en una nube de polvo
marcharon manteniendo una creencia,
cuya lógica los llevaba, dondequiera que fuera, al sufrimiento.

            Miró por encima de su hombro
            buscando lugares rituales
            novillos adornados con flores blancas,
            libaciones y sacrificios,
            Pero allí en el brillante metal 
            donde debía estar el altar
            vio el chispeante brillo de una forja…
            una escena bien distinta.

Alambre de púas encierra una sitio cualquiera
donde descansan aburridos oficiales (uno de ellos ha soltado un chiste)
y los centinelas sudan porque es un día de calor:
Un montón de gente honrada y común
observa desde fuera sin moverse ni hablar,
cómo tres pálidas figuras son llevadas y atadas
a tres postes clavados en el suelo.

El tamaño y la majestad de este mundo, todo
lo que tiene peso y siempre pesa lo mismo,
quedaba en manos de otros; ellos eran pequeños
y no podían esperar ayuda y la ayuda no llegó:
Lo que a sus enemigos complacía, fue hecho, su vergüenza
fue todo lo que los peores pudieran desear; perdieron su orgullo;
y murieron como hombres antes de que murieran sus cuerpos.

            Miró por encima de su hombro
            buscando a los atletas y sus juegos,
            hombres y mujeres que bailaran
            moviendo sus dulces extremidades
            pronto, pronto, la música,
            pero allí, en el brillante escudo
            sus manos no había hecho ninguna pista de baile
            sino un campo ahogado de maleza. 

Un muchacho desharrapado, sólo y sin rumbo,
vagaba sin hacer nada; un pájaro
vuela escapando de su certera piedra:
que las niñas sean violadas, que dos muchachos apuñalen a un tercero,
eran para él axiomas, porque jamás había oído
de un mundo en el que se guardan las promesas,
o en el que uno puede llorar porque ve llorar a otro.

El armero de finos labios,
Hefesto, se aleja cojeando.
Tetis, la de los pechos esplendorosos
clama consternada
ante lo que el dios ha causado
para complacer a su hijo, el fuerte
corazón-de-acero, asesino-de-hombres, Aquiles,
que no viviría mucho tiempo.

Efectivamente, Aquiles, al reintegrarse a la lucha con sus nuevas armas, ya sabía que iba a terminar con la vida de su odiado enemigo, pero también, que estaba condenado a morir él mismo muy pronto.

A través de los ojos del poeta, Tetis verá el mundo en guerra que envuelve a ambos, cuando esperaba una visión dorada de la vida olímpica y sus más hermosas ceremonias. En el escudo solo hay desierto, aunque las cifras, -en realidad, Auden habla de estadísticas-, demostraran que la causa era justa, pero los hombres ya habían muerto como seres humanos antes de perder la vida, obligados a someterse siempre a alguna verdad absoluta parecida. Auden hace pensar en la responsabilidad que cabe a cada cual por el auto-sometimiento.

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En el canto XVIII de la Ilíada, Homero habla de la confección de la armadura de Aquiles, obra exclusiva, que Tetis, la madre del héroe ha pedido a Hefesto. La descripción de la artística decoración del escudo, es una auténtica cosmología; en realidad, la primera representación –écfrasis- precisa que tenemos, por escrito, de cuantos elementos componían el mundo occidental en la época.

La completísima descripción del Escudo de Aquiles hecha por Homero, se considera una obra de arte, dentro de otra y, siendo la Ilíada uno de los más firmes fundamentos de la literatura universal, no sorprende que un gran poeta, ya en el siglo XX, tomara este capítulo como punto de partida, para crear una nueva obra de arte a través de la cual poder expresar a su vez, valientemente, unos principios, radicalmente contrarios a los que defendía Homero.

Aun a riesgo de caer en el exceso, parece conveniente copiar aquí la parte del Canto XVIII de la Ilíada, en la que Homero describe el Escudo, ya que la magnitud de los detalles que aporta, ha constituido desde siempre la admiración de la crítica. Por otra parte, es posible que su lectura sea lo más apropiado para comprender la visión quasi profética de Auden consternado ante lo que el dios ha causado –no en vano, de un modo u otro, vivió dos guerras mundiales-. 

Ilíada, XVIII, 478- 608.

La bóveda celeste. Representó la tierra, y el cielo, y el mar, el sol infatigable y la luna llena, y todos los astros que coronan el cielo, las Pléyades, las Híades, la Fuerza de Orión, y la Osa, también llamada  Carro, que se vuelve y espía a Orión, y, sólo ella es privada  de los baños del Océano.

La ciudad feliz. Hizo dos ciudades humanas, hermosas. En una, hay bodas y festines. Los casados, desde su hogar, bajo antorchas flameantes, son conducidos por la ciudad y por todas partes se celebra el himeneo. Los jóvenes danzantes giran y entre ellos, las flautas y las liras resuenan. Las mujeres, en pie, admiran todo ante sus puertas. La multitud está reunida en la plaza.

Allí se ha producido una querella. Dos hombres discuten el valor de un crimen. Uno afirma haber pagado todo y lo declara ante el pueblo, el otro niega haber recibido nada y ambos reclaman a un testigo, para concluir. La multitud grita; parte por uno, parte por otro; los heraldos contienen a la multitud. Los ancianos están sentados en piedras pulidas, en el círculo sagrado. Sus cetros se hallan en las manos de los heraldos cuya voz hace temblar el aire. Después los toman y se disponen a dar su opinión cuando les corresponda. En el centro hay dos talentos de oro, para aquel, que, entre ellos, pronuncie el juicio más recto.

La ciudad en guerra. En torno a la otra ciudad acampan dos ejércitos, que relucen bajo sus armas. La alternativa aprobada por los asaltantes, es, o destruir la ciudad, o saquearla y dividir en dos partes los bienes que encierra. Pero los asediados no ceden, y, en secreto, preparan una emboscada. Las murallas, las defienden las mujeres y sus niños – allí está en pie-, y también los hombres a los que ya frena la vejez. Los demás marchan; a su cabeza van Ares y Palas Atenea, los dos revestidos de oro, hermosos y grandes con sus armas, como dioses, y muy reconocibles; los soldados, por debajo de ellos, parecen pequeños.

Una vez que llegan  a un lugar apropiado para la emboscada, en el lecho del río, donde abrevan los rebaños, y allí se despliegan, cubiertos de bronce flameante. A distancia de la tropa hay dos vigías, esperando ver a los corderos y a los bueyes de retorcidos cuernos, que pronto aparecieron  ante ellos, seguidos por dos pastores, tocando felices el syrinx; no esperan la trampa.

Al verlos, los hombres emboscados corren sobre ellos. Rápidamente se interponen ante los bueyes y los hermosos rebaños de corderos blancos, y matan allí mismo a los pastores. Los asaltantes, oyendo el gran ruido hecho en torno a los bueyes en el lugar de la asamblea donde estaban sentados, inmediatamente montan en sus caballos nerviosos, salen y llegan al instante. Tomando posición, libran batalla en las orillas del río; los combatientes se golpean unos a otros con sus picas de bronce. Con ellos se mezcla la Discordia, el Tumulto y la Divinidad funesta de la muerte, que lleva un hombre, vivo, pero recién herido, otros sin heridas y otro muerto, al que a través del tumulto arrastra por los pies. La vestimenta sobre sus hombros, está roja por la sangre de los hombres. Estos personajes se mezclan con los seres vivientes; combaten, y toman para ellos los cadáveres de unos y otros.

El arado. Hefesto puso también en el escudo un blando barbecho, fértil tierra de labor, vasta, que requiere tres vueltas del arado. Muchos labradores hacen girar sus atelajes y los colocan aquí y allá. Cuando habiendo dado media vuelta, llegan al límite del campo, toman una copa de un vino dulce como la miel, que les da un hombre que se adelantaba. Después vuelven al surco, impacientes por llegar al límite del profundo barbecho. La tierra se oscurece tras ellos, y parece exactamente, una tierra labrada, aunque es de oro. Y esta obra era una maravilla extraordinaria.

La siega. Hefesto puso también un dominio real donde los obreros siegan con afiladas hoces. De las gavillas, unas, a lo largo del surco, temblando, caen al suelo; otros hombres las atan con cuerdas. Tres de ellos se quedan allí y tras ellos, los niños recogen brazadas y las llevan sin interrupción. El rey, entre ellos, en silencio, llevando su cetro, está en un trono, con el corazón alegre. Los heraldos, aparte, bajo una encina se ocupan de la comida. Habiendo sacrificado un enorme buey, lo preparan, y las mujeres, para la cena de los obreros, echaban mucha harina blanca.

La vendimia. Hefesto puso también una viña, completamente cargada de racimos; una viña bella, dorada; los racimos negros están encima de las cepas, que por todas partes se levantan sobre horquillas de plata. En su torno trazó un foso de metal azul oscuro, y todo alrededor, una barrera de estaño. Un sendero único lleva hasta allí y lo siguen los porteadores después de la vendimia.

La danza. Los jóvenes llenos de tiernos sentimientos, en cestos llevan los frutos, dulces como la miel. En medio de ellos, un niño con una cítara de claro sonido, toca de manera encantadora y, sobre este aire, canta un bello canto con su delicada voz. Los otros, golpeando el suelo al unísono, siguen la cadencia de su canto y su delicado acento, con sus pies danzantes. 

El ganado. Hefesto hizo sobre el escudo un rebaño de vacas de rectos cuernos. Eran de oro y estaño  y mugiendo se lanzaban sobre el estiércol hacia el pasto, cerca de un río ruidoso, bordeado de flexibles cañas. Los pastores de oro acompañan a las vacas; son cuatro, y nueve perros de ágiles patas, los siguen.

Dos leones terribles, entre las primeras vacas sujetan a un toro que muge fuertemente y lo arrastran; los perros los persiguen, junto con la gente joven. Los dos leones, habiendo desgarrado la piel del gran buey, lo devoran. Los pastores, en vano azuzan a sus rápidos perros para que ataquen a los leones, pero estos solo pueden acercarse y ladrar sin poder atacarlos.

Las ovejas. Hefesto –el ilustre cojo-, hizo también un gran pastizal para las blancas ovejas en un hermoso valle, con establos, chozas cubiertas y apriscos.

La danza. Cinceló el ilustre cojo un lugar para bailar, parecido al que antaño había hecho en la vasta Knossos ; Dédalo ejecutó para Ariadna la de los bellos bucles. Allí, chicos y chicas jóvenes poseedores de muchos bueyes, bailan cogidos de la mano. Ellas visten con finas telas y ellos, túnicas bien cosidas, y brillan con suaves aceites. Ellas llevan hermosas coronas y ellos, puñales de oro, sujetos en tahalíes de plata.

A veces corren girando sobre sus hábiles pies, con mucha soltura, como cuando con una rueda en las manos, el alfarero, sentado, mira si gira bien; a veces, al contrario, corren en fila, las unas tras las otras.  La gente rodea el encantador baile con enorme placer. Entre los danzantes canta un aedo divino que toca la cítara, y dos acróbatas, al ritmo del canto, voltean en el centro. 

El Río Océano. Hefesto añadió la gran fuerza del Río Océano en el borde extremo del escudo sólidamente trabajado. 

Y cuando hubo terminado el escudo grande y fuerte, fabricó para Aquiles una coraza más brillante que el fuego; un grueso casco adaptado a sus sienes, hermoso y hecho con arte, al que añadió un penacho de oro.  

Y cuando el ilustre forjador de los robustos brazos terminó todas las armas, las depositó ante la madre de Aquiles, que las tomó y llevándolas consigo, como un gavilán saltó del nevado Olimpo.

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Otro aspecto muy destacable en la poesía de Auden –de la que estos ejemplos son apenas una pequeñísima, aunque importante muestra-, es el conjunto de poemas dedicados a otros poetas a los que el autor más admiraba.

W. B. Yeats
Dublín, 13 de junio de 1865 - Roquebrune-Cap-Martin, Francia, 28 de enero de 1939

            
In Memory Of W.B. Yeats

      1
      Desapareció al terminar el invierno;
      los arroyos estaban helados, los aeropuertos casi abandonados,
      la nieve borraba las estatuas públicas;
      el mercurio se hundió en la boca del moribundo día.
      Los instrumentos que tenemos confirman
      que el día de su muerte fue un frío y oscuro día.

      Lejos de su enfermedad,
      los lobos corrían a través de los verdes bosques, 
      al campesino río no le atraían los muelles de moda;
      con lenguas de luto
      la muerte del poeta le fue ocultada a sus poemas.

      Pero para él fue su última tarde siendo él mismo,
      una tarde de enfermeras y murmullos;
      las provincias de su cuerpo se rebelaron,
      las plazas de su mente quedaron vacías,
      el silencio invadió los suburbios,
      falló la corriente de sus sentimientos y se transformó en sus admiradores.

      Ahora está disperso en cien ciudades,
      completamente entregado a afectos desconocidos,
      encontrará su felicidad en otros bosques
      y será castigado bajo un código de conciencia ajeno.
      Las palabras de un hombre muerto
      se han modificado en la entraña de los vivos.

      Pero en la importancia y el ruido del mañana 
      cuando los agentes rujan como bestias en el parquet de la Bolsa,
      y los pobres tengan el mismo sufrimiento al que están tan acostumbrados, 
      y cada cual en su propia prisión casi se crea que es libre, 
      unos pocos miles pensarán en este día
      como se piensa en un día en que se hizo algo apenas inusual.

      Los instrumentos que tenemos confirman
      que el día de su muerte fue un frío y oscuro día.

      2
      Eras tonto como vosotros; tu virtud lo superó todo:
      la parroquia de mujeres ricas, la decadencia física,
      a ti mismo. La loca Irlanda te hirió en poesía.
      Ahora Irlanda sigue con su locura y con su clima,
      porque la poesía no hace que sucedan las cosas; sobrevive
      en el valle que se ha hecho, donde los ejecutivos
      no querrían actuar; fluye en el sur
      desde chozas de aislamiento y dolores atareados,
      toscas ciudades en que crecemos y morimos; sobrevive
      un forma de acontecer, como una boca.

      3
      Tierra, recibe a un honorable huésped:
      William Yeats es llevado a su descanso.
      Dejad caer la nave irlandesa vacía de poesía.

[Auden borró las tres estrofas siguientes.]

      [El tiempo que es intolerante
      con el audaz y el inocente,
      e indiferente en una semana
      ante un bello físico,

      Adora el lenguaje y perdona
      cada uno de los que viven;
      perdona cobardías, presunciones,
      y pone las honras a sus pies.

      El tiempo con esta extraña excusa
      perdonó a Kipling sus opiniones,
      y perdonará a Paul Claudel,
      los perdona porque escriben bien.]

      En la pesadilla de la oscuridad
      todos los perros de Europa ladran,
      y las naciones vivas esperan,
      cada cual secuestrada en su odio;

      la desgracia intelectual
      mira desde cada rostro humano,
      y en mares de piedad yace
      bloqueada y helada en los ojos.

      Sigue, poeta, sigue recto
      hasta el extremo de la noche;
      con tu voz sin restricciones
      hasta que nos convenzas de que nos alegremos.

      Con el cultivo de un verso
      haz un muerto de la maldición;
      canta el humano fracaso 
      en un rapto de angustia.

      En los desiertos del corazón
      deja surtir la fuente curativa
      en la prisión de sus días
      enseña cómo orar al hombre libre.

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Wystan Hugh Auden está enterado en Kirchstetten, Austria.

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Audio

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