lunes, 15 de julio de 2019

LEONARDO DA VINCI ● TERCERA PARTE


Leonardo legó sus cuadernos a su discípulo, Francesco Melzi, además de algunos instrumentos de su creación.


Melzi al que ya conocemos por el autorretrato conservado en el Museo Bonnat, permaneció junto a Leonardo hasta su fallecimiento, pero no publicó su obra. 

Leonardo tuvo un favorito; el conocido como Salai, es decir: Gian Giacomo Caprotti da Oreno.

Sorprendente (y, en cierto modo, enigmático) San Juan Bautista, de Leonardo, conservado en el Louvre, cuyo modelo fue Salai.

Il Salaino, o «diablillo», al que Vasari describía como: “un gracioso y bello joven con el pelo fino y rizado, con el cual, Leonardo estaba encantado” había entrado al servicio del maestro en 1490, cuando tenía 10 años y resultó ser un muchacho muy difícil. Solo un año después de su llegada, Leonardo ya tenía una lista de adjetivos referidos a él, como “ladrón”, “mentiroso”, “terco” y “glotón”, que le había robado, al menos, en cinco ocasiones, y que despilfarraba todo en ropa, teniendo hasta veinticuatro pares de zapatos. A pesar de ello, en los cuadernos de Leonardo aparecen múltiples imágenes suyas y se sabe que permaneció a su servicio, como ayudante, durante treinta años.

Francesco Melzi, que procedía de una familia aristocrática lombarda, fue admitido como aprendiz en el taller de Leonardo, en 1506, cuando tenía 15 años. Se le considera su alumno preferido y, como sabemos, junto con Salai, le acompañó cuando se fue a Francia, pero Melzi permaneció a su lado hasta el último momento, mientras que Salai, volvió a Milán en 1518, donde se construyó una casa, en un viñedo, propiedad de Leonardo, que este finalmente le legó. Salai fallecería en 1525, de muerte violenta, no se sabe si en un duelo, o asesinado.

Dejó cierto número de pinturas, que firmó como Andrea Salai, y, aunque Vasari dice que Leonardo “le enseñó muchas cosas sobre pintura”, lo cierto es que su trabajo se considera de inferior calidad que el de otros alumnos, como Marco d’Oggiono, o Giovanni Antonio Boltraffio. Sin embargo, su copia de “Gioconda”, realizada en 1515, conocida como “Monna Vanna”, fue valorada tras la muerte del joven artista, en una cifra muy elevada, tratándose de un pequeño retrato.

Boltraffio y Oggiono volvieron al taller de Leonardo cuando este regresó a Milán y siguieron su aprendizaje junto con otros alumnos, como Giovanni Ambrogio de Predis, Bernardino de Conti, Francesco Napoletano o Andrea Solario.

De Predis: ¿Beatrice d’Este? y De Conti: Una señora

Napoletano: Madonna Lia y Solario: Laudista

Isabel d’Este: Estudio de Leonardo

Isabel de Este, (1474-1539), marquesa de Mantua fue una gran mecenas de las artes. De ella podemos decir, con bastante seguridad, que fue la única amiga de Leonardo.

Descendiente de Alfonso V de Aragón, por ser nieta de Fernando I de Nápoles –a su vez, hijo extramatrimonial, legitimado, de Alfonso V-. Hija de Hércules I d’Este y de Leonor de Aragón, se casó con Francisco II Gonzaga, marqués de Mantua.

Antecesores de Isabel d’Este: 
Alfonso V de Aragón, El Magnánimo y María de Castilla, 
Hija de Enrique III de Castilla, El Doliente, y de Catalina de Lancaster

Padres de Isabel d’Este: Hércules I d’Este y Leonor de Aragón.

Hércules I, apodado El Diamante, o El Viento del Norte. Como admirador de Savonarola, patrocinó un testamento musical en su honor, basado en la historia del monje y la obra escrita por él en prisión, en Florencia; la meditación titulada “Infelix ego”, se convirtió en inspiración y base del Miserere de Josquin des Prez.

Leonor de Aragón. Imagen del manuscrito “Il modo di regere e di regnare”, que su autor, Antonio Cornazzano, le dedicó, como a personalidad destacada y reconocida por el buen hacer durante sus regencias.

Gran humanista, Isabel creó la corte que describe Baltasar de Castiglione en “El Cortesano”, y se convirtió en protectora de pintores, como Rafael, Mantegna y Giulio Romano y de músicos, como Bartolomeo Trombocino y Marchetto Cara.

 Isabel d’Este: Óleo de Tiziano, en el Louvre y 
Francisco II Gonzaga, su esposo, en los Uffizi.

Tuvo Leonardo, por el contrario, muchos amigos, célebres en sus respectivos dominios y, que, sin duda, han dejado un sello notable en la historia de las artes y las ciencias. Así, el matemático Luca Pacioli en cuyo libro colaboró el genio; César Borgia, para el cual trabajó dos años; Lorenzo de Médicis, y el médico Marcantonio della Torre. También conoció a Miguel Ángel, pero ambos fueron, más bien, rivales. 

Parece que existen testimonios sobre cierta “connivencia íntima” con Nicolás Maquiavelo, con el que, además, Leonardo mantuvo una estrecha relación epistolar. Tuvo también una buena relación con el músico Franchini Gaffurio, al que, posiblemente, retrató, y con el arquitecto Jacopo Andrea da Ferrara, hasta que este murió asesinado.

Al margen de estas amistades, Leonardo mantuvo su vida privada con gran discreción, casi, en secreto, pero sus cualidades físicas e intelectuales descritas por Vasari, hicieron que desde muy pronto, ya desde el siglo XVI, se especulara sobre su personalidad, del mismo modo que lo haría posteriormente, por ejemplo, Sigmund Freud, que deduce conclusiones sobre su personalidad, a partir de ciertas actitudes sintomáticas, entresacadas de la relación con sus más íntimos amigos, que, al parecer, también servirían para explicar la supuesta impresión de androginia de algunos de sus retratos.

Lo que sí es cierto, es que Leonardo fue un apasionado de la naturaleza y los animales. Vasari explica que cuando pasaba por ferias en las que se vendían aves, las compraba para ponerlas en libertad inmediatamente.

Poco más se sabe de él, excepto que era zurdo, aunque no tenía dificultad para utilizar la mano derecha.

Leonardo pensaba que es preciso involucrarse en combatir el mal, puesto que “El que descuida el castigo del mal, colabora en su realización”.

Por otra parte, parece que no confiaba excesivamente en la naturaleza humana, ni en el destino que podría darse a sus inventos, tal como declaró al hablar del submarino: “No describiré mi método para permanecer bajo el agua, ni cuánto tiempo podría hacerlo, sin comer; no lo divulgaré, en razón de la maléfica naturaleza de los hombres, que lo utilizarían para el asesinato en el fondo del mar, destruyendo navíos y hundiéndolos, con los hombres que transportan”.

Finalmente, cabe destacar que ponía la recompensa moral, muy por encima de lo material: “La riqueza se pierde, pero la virtud es nuestro verdadero bien, y la verdad, la recompensa del que la posee. Además, no se pierde ni nos abandona hasta la muerte”.


El instintivo liberador de aves enjauladas, era, asimismo, famoso por su vegetarianismo, característica que permite emparejarlo con personajes del mundo clásico antiguo, como Pitágoras o Empédocles de Agrigento. “Si eres realmente, como te describes, el rey de los animales -que yo más bien diría de los brutos y de los más grandes-, ¿Por qué tomas a tus “súbditos” y a sus crías, para satisfacción de tu palacio, y te conviertes en la tumba de todos ellos? ¿No produce la naturaleza “alimentos simples” en abundancia? Y si no puedes contentarte con estos ¿por qué no preparas tus comidas mezclándolos con otros de origen vegetal, de forma sofisticada? 
Quaderni d’Anatomia, II, 14 r.

En este sentido, pronto observaremos cómo algunos elementos de su “Cena” son diferentes de los habituales.

Leonardo tenía una necesidad de racionalizar, inusual hasta entonces, entre los técnicos. Para él la técnica no era un simple asunto de artesanos, ni de ignorantes, basados en tradiciones que nunca analizaron. Como bien se sabe, en principio, procedía desde el error o el acierto para tratar de deducir la verdad, y sus frecuentes catástrofes le servían para retomar el camino más indicado. Poco a poco, elaboró una especie de doctrina técnica, que, nacida de la observación, era seguida después por la práctica, empezando a veces por experimentar en pequeños modelos. Para él, «el conocimiento es hijo de la experiencia», que permite verificar constantemente las intuiciones y teorías, puesto que “la experiencia no se equivoca nunca”, y también: “son los juicios previos los que confunden, prometiendo resultados que no proceden de la experimentación”.

El método de Leonardo, en realidad, se basaba en la investigación por medio del empleo de cálculos matemáticos, de donde su extraordinario interés por los instrumentos de medida. Estos datos eran relativamente fáciles de obtener, por ejemplo, para calcular y prevenir la resistencia de las vigas, pero eran más complicados, cuando se trataba de arcos. Con todo, fue el primero que aplicó tales cálculos en lugar de recurrir a métodos tradicionales, prácticamente estimativos. 

También es cierto que sus resultados son fragmentarios, y les falta una coherencia que habría permitido su aplicación inmediata, pero es algo que no tardarían en hallar sus sucesores.

Para él, la investigación, era la vía normal en todos los dominios de la ciencia y del arte y nunca dejó de buscar, porque consideraba que todo está ligado. Su actividad imparable y su insaciable curiosidad, mantuvieron su espíritu activo, ya que, “igual que el hierro se oxida y el agua estancada pierde su pureza, la inactividad mina el vigor del espíritu”. Consideraba la pintura, por ejemplo, como la expresión visual de un todo; el arte, la filosofía y la ciencia son, en su opinión, indisociables, de donde procedería su característica definición de polímata. “Quien menosprecia la pintura -escribió-, no ama, ni la filosofía ni la naturaleza”.

Al proponer una “síntesis a través de la belleza”, Leonardo sentó las bases de la corriente innovadora del Renacimiento, a pesar de que aquella gran tentativa de sintetizar arte y ciencia, a la larga, serviría, más bien, para marcar la separación definitiva entre uno y otra, constituyendo un hito en el principio de la edad moderna.

Con todo, seguimos entendiendo a Leonardo en su compleja multiplicidad de intereses, a pesar de que, en ocasiones, unos le alejen de otros, sin remedio, puesto que tal condición no implica omnipresencia, ni omnipotencia, ni omnisciencia. Como dijo en una carta enviada a Isabel d’Este; en un momento dado, su entrega a los experimentos matemáticos, le había hecho odiar los pinceles. En Venecia, se centró en la ingeniería militar y, en Florencia, en sus múltiples proyectos urbanísticos, olvidando, en todo caso, la pintura, que, sin embargo, parecería que es la actividad que mejor le representa.

Su más indiscutible virtud, sin duda, la que brilla por todas partes y a través de todos sus actos, es su total falta de interés por el dinero o la riqueza. Sin duda no es el único, ni tampoco sería el último, pero no hay duda de que, si hubiera querido enriquecerse, no habría tenido dificultades para lograrlo, pero ese objetivo no estaba entre sus proyectos.
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Para finalizar este inútil deseo de hallar una definición para tan complejo y reservado personaje, y antes de proceder a otro vano intento de explicación de las singulares características de su “Cena”, no queda sino reflejar, siquiera, en lo más singular-, lo que sobre él escribió Giorgio Vasari en sus Vitae que, a la vez, servirá de resumen o reordenamiento de todo lo expuesto hasta aquí.

Leonardo Da Vinci Pintor y Escultor Florentino • Vasari

Las Vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos, descritas por Giorgio Vasari.

Giorgio Vasari. Autorretrato. 1571-74. Uffizi

Arezzo, 30.7.1511-Florencia, 27.6.1574. 

Arquitecto, pintor y escritor, es considerado uno de los primeros historiadores del arte, por su obra Le vite de' più eccellenti pittori, scultori, e architettori italiani, da Cimabue insino a' tempi nostri, de 1550, con una segunda edición, ampliada, en 1568. Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos… es un gran conjunto de biografías de artistas italianos, con datos, anécdotas, leyendas y curiosidades, entre las cuales se encuentra, la que sigue, resumida, de Leonardo da Vinci.
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Valiosos dones llueven de los cielos sobre los seres humanos -muchas veces naturalmente; y sobrenaturales a veces-, de forma pródiga, otorgando a un individuo la belleza, la gracia y la inteligencia, que evidentemente se sabe que es obra de Dios, y no adquirida del arte humano. Esto lo vieron los hombres en Leonardo, que, además, de la belleza del cuerpo, no alabado nunca bastante, tenía una gracia más que infinita en cualquiera de sus acciones; y mucha virtud, que por todas partes el espíritu volvió en las cosas difíciles, que con facilidad los revolvía. Tuvo una gran fuerza, habilidad, espíritu y valor, siempre leal y magnánimo. Y la fama de su nombre se extendió, porque no solamente en su tiempo fue querido, mucho más después de muerto.

Admirado y celestial fue Leonardo, sobrino de ser de Piero de Vinci, que realmente buen tío y padre fue, (en la edic "Giuntina" de 1568 lo cita como padre; es generalmente aceptado que fue hijo ilegítimo) en ayudarlo en su juventud, tanto en erudición como en la enseñanza de las letras, las cuales le habrían proporcionados grandes beneficios, de no ser muy voluble e inestable. Se puso a estudiar muchas cosas que, comenzadas, a continuación, las abandonaba. 

En pocos meses que estudió el ábaco, hizo tanto progreso, que al exponer continuamente sus dudas puso en dificultad al maestro que le enseñaba, y a menudo lo confundía. Se dedicó a la música, y resolvió aprender a tocar la lira, pero como al que le da la naturaleza un espíritu elevado muy lleno de gracia, cantaba divinamente improvisando. Aunque tuviera distintas cosas esperando, no dejó nunca de dibujar y hacer relieves de las cosas que le venían a la cabeza, con más imaginación que ningún otro.

Visto esto por Ser Piero, y considerado la altura de su talento, tomó un día algunos de sus proyectos, y los llevó a Andrea del Verrocchio, que era muy amigo suyo, y le rogó que le dijera de Leonardo, si se podría esperar, con dedicación al dibujo, algún beneficio. Estupefacto quedó Andrea en ver el precoz arte de Leonardo, y reconfortó a Ser Piero recomendándole que Leonardo empezara cuanto antes su aprendizaje. 

Leonardo acudió de buen grado al estudio y no solamente aprendió escultura, sino todas aquéllas artes en las que el dibujo intervenía. Y teniendo una inteligencia divina y maravillosa, y siendo un excelente geómetra, quiso que su profesión fuera la pintura. 

Mostró la naturaleza en las acciones de Leonardo tanto talento, que sus razonamientos hacían callar a los científicos con razones naturales. Fue listo y sutil, y con un perfecto arte de persuasión mostraba la complejidad de su talento, que en las cosas de números hacían mover los montes, calculaba los pesos, y mostraba que se podía elevar el templo de San Giovanni de Florencia y ponerle escaleras, sin destruirlo, y lo hacía con tan convincentes razonamientos que los convencía, aunque cada uno, cuando él se había ido, comprendía para sí la imposibilidad de hacerlo. 

Era muy agradable en la conversación, con la que se ganaba los espíritus de la gente. Y sin tener prácticamente nada y trabajando sin continuidad, tuvo sirvientes y caballos, de los cuáles gustaba, así como otros muchos animales, que con gran paciencia domesticaba. Con frecuencia, al pasar por lugares donde se vendían pájaros, de su mano los sacaba de la jaula y pagando a quien los vendía el precio que le pedían, los echaba a volar, volviéndolos a la perdida libertad. 

La naturaleza le favoreció mucho, mostró tanta divinidad en las cosas, que, en perfección, prontitud, vivacidad, bondad, belleza y gracia, ningún otro nunca le igualó.

Se encuentra que Leonardo comienza muchas cosas que nunca termina, pareciéndole que la mano no podía añadir más perfección a las cosas. Ideaba tales dificultades, que, con las manos, aún que fueran muy excelentes, no sabrían expresarlo nunca. Y filosofando de las cosas naturales, llegó a entender las propiedades de las hierbas; siguió y observó el movimiento del cielo, el curso de la luna y la marcha del Sol. 

También había en su espíritu conceptos heréticos, que no se acercaban a ninguna religión, considerando por aventura mucho más ser filósofo que cristiano.

Cuando todavía estudiaba arte con Andrea del Verocchio, el cual haciendo una tabla dónde San Juan bautizaba a Cristo, Leonardo trabajó un ángel, que tenía algunas prendas de vestir; -se cree que también pintó los paisajes de fondo-, y aunque era adolescente, lo llevó de tal manera, que mejor que las figuras de Andrea era el ángel de Leonardo y fue causa de que Andrea nunca más quiso pintar, mortificado de que un niño sabía más que él. 

Se dice que Ser Piero de Vinci, estando en la casa de su campesino, quien de un tronco por él cortado, muy contento y de buen grado había hecho una rodela. Pidió a ser Piero, que se la hiciera pintar en Florencia. Dijo a Leonardo que pintara algo en ella. Leonardo, la tomó, y viendo que estaba mal trabajada y torcida la enderezó con el fuego, y tras enyesarla y acondicionarla con un método suyo, comenzó a pensar lo que podía pintar sobre ella, hasta que sorprendiera a quien tuviera delante. Representó la cabeza de Medusa saliendo de una piedra oscura y rota, bufando veneno de la garganta abierta, con fuego de los ojos y humo en la nariz, que parecía monstruosa y horrible. Terminada esta obra, que ya estaba olvidada del villano y del tío, Leonardo le dice que enviaran por la rodela. Ido pues Ser Piero una mañana, Leonardo había puesto la rodela a la luz sobre un caballete en la ventana, que deslumbraba, y lo hizo pasar a verlo. 

Ser Piero, súbitamente sacudido, no creyendo que aquélla era la rodela, ni pintura figurada lo que se veía en ella. Y al volver con el paso atrás, Leonardo lo sostuvo, diciendo: "Esta obra sirve para lo que se hizo: cogedla pues y lleváosla, este es el fin, que las obras esperan". Parecióle esta cosa más que milagrosa a Ser Piero. A continuación, compró a un mercader otra rodela pintada con un corazón traspasado por una flecha, y se la ofreció al villano que le estuvo agradecidísimo mientras vivió. Ser Piero vendió en secreto la de Leonardo en Florencia a unos mercaderes, por cien ducados. Y seguidamente llegó a las manos de Francesco Duque de Milán, vendida en trescientos ducados por los provechosos mercaderes.

Pintó a continuación Leonardo a Nuestra Señora en un marco, que era según el Papa Clemente VII, muy excelente. Y entre las otras cosas que había hecho, pintó una jarra llena de agua con algunas flores, donde, otra maravilla de realidad, imitaba el rocío de agua, que parecía de verdad. 

Madonna del clavel, 1478. Alte Pinakothek

“...pintó una jarra llena de agua con algunas flores, donde otra maravilla de realidad, imitaba el rocío de agua, que parecía de verdad.“

A Antonio Segni, su amigo, pintó en una hoja un Neptuno, dibujado con tanta diligencia, que parecía enteramente vivo. Se veía el mar perturbado, y el carro tirado por caballitos de mar con las quimeras, y conocidas cabezas de dioses marinos muy bonitas. Le ofreció Fabio a su hijo Giovanni Gaddi, ese dibujo con este epigrama:

PINXIT VIRGILIVS NEPTVNVM, PINXIT HOMERVS
DVM MARIS VNDISONI PER VADA FLECTIT EQVOS.
MENTE QVIDEM VATES ILLVM CONSPEXIT VTERQVE
VINCIVS AST OCULIS, IVREQVE VINCIT EOS.

Virgilio pintó a Neptuno, pintó Homero 
los caballos mientras pasando por el vado doblegan a los dioses (u olas) del mar. Ciertamente el poeta descubrió aquello con la mente, pero
venció a ambos con los ojos, y venció a estos con justicia.


Llevó a Milán, con gran reputación a Leonardo ante el Duque Francesco, el cual se divertía mucho con el sonido de la lira, y Leonardo llevó un instrumento, que tenía, fabricado por él mismo, de plata una gran parte, para que la armonía principal fuera más sonora y con mayor timbre. Sobrepasó a todos los músicos, que habían concursado. 

También fue el mejor improvisador de rimas recitadas de su tiempo. Sintiendo el duque los razonamientos tan maravillosos de Leonardo, se enamoró de sus virtudes increíblemente. Y con ruegos, le hizo pintar una tabla de altar, con una Natividad que envió el duque al emperador -Le atribuyen la Virgen de las Rocas que vendió durante el pleito, sin los laterales, de Giovanni Ambrogio de Predis-. 

Leonardo Da Vinci - Vergine delle Rocce (Louvre).

Laterales de Giovanni Antonio de Predis

Hizo en Milán, para los monjes de San Domenico, en Santa María de las Gracias, una Última Cena, una obra muy bonita y maravillosa, y a las cabezas de los Apóstoles les dio tanta majestad y belleza, que la de Cristo la dejó inacabada, no pensando poder dar esta divinidad celestial, que se imagina de Cristo. El trabajo permanece sin terminar, los Milaneses le tienen mucha veneración, y los forasteros también quieren saber lo que Leonardo imaginó, donde se expresa esa sospecha que tenían los Apóstoles, de traición a su Maestro. Se les ve en la cara el amor, el miedo y el desprecio, el desdén y el dolor, de no comprender el espíritu de Cristo. Es una maravilla.

La Última Cena, Convento de Santa Maria delle Grazie, Milán. Leonardo da Vinci.

Cada mínima parte de la obra muestra una increíble diligencia, incluso en el mantel se pinta el tejido de lino, de una manera que lo enseña incluso mejor que de verdad.


La nobleza de esta pintura, por la composición, o por la diligencia, llamó al deseo del Rey de Francia de llevarla a su reino, y quiso, con armazones de traviesas de madera y hierros, que se la llevaran a Francia, sin considerar el gasto. Pero al estar hecha en pared, hizo que Su Majestad se llevara solo el deseo, y la obra permaneció en Milán.

Mientras realizaba esta obra propuso al duque hiciera a un caballo de bronce de maravilloso tamaño, en memoria del duque con su imagen. Y tan enorme él lo comenzó, pero no pudieron acabarlo nunca. 

Es la opinión que Leonardo, como en otras cosas suyas lo hacía, lo comenzaba para no terminarlo; porque, siendo de tal tamaño y queriendo hacerlo de una pieza, desde el comienzo tenía ya la dificultad de concluirlo. 

Vino en ese tiempo a Milán el rey de Francia; siendo rogado Leonardo de hacer algo bizarro, hizo un león, que caminaba, y a continuación se abría el pecho todo lleno de flores de lis. 

Tomó en Milán a Salai Milanés para su recreo, que era muy elegante en gracia y hermoso, teniendo bonitos cabellos, anillados y rizos, con el que Leonardo se divirtió mucho; y le enseñó muchas cosas del arte, y algunos trabajos que en Milán se dice que son de Salai, fueron retocados por Leonardo.

Volvió de nuevo a Florencia, donde encontró que los monjes servitas tenían encargado a Filipino en las obras de la tabla del altar mayor de la Anunciación; Leonardo dijo que de buen grado habría hecho él la obra. Filipino oído eso, como agradable persona que era, se retiró; y los monjes le llevaron la tabla para que la terminara, pagando los gastos a él y a su familia. Y estuvo largo tiempo, pero nunca la comenzó. 

Hizo un cartón de Nuestra Señora y una Santa Ana, con un Cristo, que también les pareció maravilloso a todos los autores, una vez terminada, en la habitación estuvo expuesta dos días para verlo los hombres y las mujeres, jóvenes y los viejos, como se va a las fiestas solemnes, para ver las maravillas de Leonardo, que hicieron asombrar a todo este pueblo. 

La Virgen con el Niño, Santa Ana y San Juan. Leonardo da Vinci.
Cartón de Burlington House. Nat. Gallery. Londres

Retrató a Ginevra de Americo Benci, obra muy bonita; y el trabajo abandonado, los monjes, se lo devolvieron de nuevo a Filipino, al que le sobrevino la muerte y no pudo terminarlo.

Leonardo pinta para Francesco del Giocondo el retrato de Mona Lisa, su mujer; y después de cuatro años lo dejó inacabado. 

Este trabajo lo tiene hoy el Rey Francesco de Francia en Fontanable; en el cual, prueba en quien quiera ver, en cuánto el arte puede imitar la naturaleza. En él se pueden ver incluidos todos los detalles mínimos y sutiles que se pueden pintar con finura. Los ojos tienen ese lustre y este brillo que continuamente está en los vivos, y en torno a ellos están estos rosáceos tibios, y los pelos que él supo hacer con enorme finura. En las cejas parecen nacer los pelos en la carne, a veces más, otras, menos, y vueltos, según los poros de la carne, no pueden ser más naturales. La nariz, con todas las aquéllas bonitas aperturas rosáceas y tiernas, se veía como viva. La boca, con su hendidura fina, unida del rojo de la boca con la encarnación de la cara, con colores que parecían realmente como carne. En la fuente de la garganta, si se observaba con atención, se ve latir el pulso: y en la verdad se puede decir que fuese pintada de una manera que debe hace temblar y temer a cada vigoroso autor, sea cual sea. Mona Lisa era muy bonita, mientras la retrataba, había gente que tocaba y cantaba, y continuamente bufones que la hacían estar alegre, para no llevar esa melancolía que suele tener a menudo la pintura de los retratos. Y en este de Leonardo había un gesto muy agradable. era más divino que humano al verlo, y se tenía como una obra maravillosa, por no ser diferente del natural.


Y entre los grandes gonfalonieri y los ciudadanos se decidió que, en la nueva gran sala de Consejo, debía tener alguna bella obra; cuando Piero Soderini Gonfaloniere entonces de justicia, le encargó dicha sala. Para llevarlo a cabo Leonardo, comienza un cartón para la sala del papa, sita en Santa María Novella, con la historia de Niccolo Piccinino oficial del Duque Filippo de Milán, en el cual dibujó caballos que combatían por una bandera, cosa muy excelente y de gran maestría, por las admirables consideraciones que tuvo en hacer en esta fuga. 

En ella se conoce la rabia, el desprecio y la venganza de los hombres como de los caballos; hay dos, que se trenzaron con las patas delanteras, con gesto de venganza con los dientes que hacen que aumente el combate por la bandera, apresada por las manos de un soldado, mientras con la fuerza de los hombros, pone al caballo en fuga, vuelto con el cuerpo, agarrado a el asta del estandarte, para deslizarlo a la fuerza de las manos de otros cuatro, que dos lo defienden con una mano cada uno, y otra en aire con las espadas intentan cortar el asta; mientras que un soldado viejo con un gorro rojo al gritar tiene una mano en el asta, y con el otro un alfanje e intenta cortar de un golpe las dos manos a los, que con fuerza apretando los dientes, intentan con muy orgullosa actitud defender su bandera; en tierra entre las piernas de los caballos hay dos figuras en escorzo, que combaten, mientras que uno en tierra tiene encima un soldado, quien eleva el brazo cuanto puede, con fuerza para clavar en la garganta el puñal, para matarlo, mientras con las piernas y forcejeando con los brazos, lo que puede para no morir. 

No puede expresarse los dibujos que Leonardo hizo en las prendas de vestir de los soldados, muy variados; igual que las cimeras y los otros adornos, y con la maestría increíble que mostró en las formas y los alineamientos de los caballos: de los cuáles Leonardo nadie mejor que otro maestro pintó, la bravura, los músculos y elegante belleza. La anatomía en escorzo la dibujó junto con la de los hombres, y una y otros redujo a la verdadera luz moderna. Se dice que para dibujar el cartón hizo un andamio muy ingenioso, que, apretándolo, se elevaba, y al ampliarlo, se reducía. Quiso colorear la pared al óleo, e hizo una composición de una mezcla para encolar la pared, que mientras pintaba en dicha sala, comenzó a chorrear, de manera que tuvo que abandonar la pintura. 

(La pintura –batalla de Anghiari-, fue cubierta en espera que él, u otro artista, se decidieran un día a terminarla. En 1557 se remodeló el Salón, el mismísimo Vasari fue quien tapó el fresco inacabado, y lo sustituyó por el suyo con la misma Batalla, luego se comprende la pormenorizada descripción de la imagen del cartón al que hace referencia, de la que existe una posible, descripción de Leonardo). 

Tenía Leonardo un enorme espíritu y en sus acciones era muy generoso. 

Fue a Roma con el Duque Giuliano de Médicis en la designación del Papa León, que apreciaba las cosas filosóficas, y sobre todo la alquimia, mientras caminaba, con pasta de cera hacía animales muy ligeros llenos de viento, los cuales, al soplar, les hacía volar por el aire; pero cesando el viento, caían en la tierra. 

Hizo infinitas de estas locuras, y estudió los espejos; e intentó modalidades muy extrañas en aceites para pintar y barnices para mantener las obras hechas. Se dice que le fue encargada una obra del Papa, y que rápidamente comenzó a destilar aceites y hierbas para hacer el barniz; por lo que se dijo el Papa León: "Dios me ampare, no sirve para hacer nada, comienza a pensar al final antes que el principio de la obra". 

Existía un gran desprecio entre Miguel Ángel Buonaruoti y él; por lo que partió de Florencia Miguel Ángel para competir, con el permiso del Duque Giuliano, fue llamado por el papa para la fachada de San Lorenzo. 

Leonardo, que supo de esto, partió y fue a Francia, donde el rey que tenía obras suyas, le tenía mucho afecto, y deseaba que coloreara el cartón de Santa Ana; pero él, según su costumbre, lo tuvo gran tiempo en palabras. 

Finalmente, venido a viejo, estuvo muchos meses enfermo, y al verse cerca de la muerte, discutiendo de cosas católicas, volvió de nuevo al buen camino, se convirtió a la fe cristiana con muchas lágrimas. Luego confesó y se arrepintió, si bien ya no podía tenerse en pie. 

Sostenido en los brazos de sus amigos, quiso tomar el muy santo Sacramento. El rey que a menudo, y afectuosamente tenía costumbre de visitarle; reverente se sentó sobre la cama, y le contó el mal suyo, y en cuanto había ofendido no obstante a Dios y los hombres de mundo, no impulsando el arte como convenía. Le sobrevino un paroxismo mensajero de la muerte. El rey intentó ayudarlo colocándole la cabeza y el espíritu suyo, que muy divino era, conociendo no poder tener principal honor, expiró en brazos del rey, a la edad de 75. 

La pérdida de Leonardo fue mucha para todos estos que le habían conocido, porque fue persona que dio mucho honor a la pintura. Él, con el esplendor del aire suyo, que era muy bello, levantaba cada espíritu triste, y con las palabras volvía cualquier intención en contra. Él con sus fuerzas paraba violencias y furias; y con la derecha torcía el eslabón de muralla y la herradura de un caballo, como si fueran plomo. Con liberalidad recogía y daba posada a amigos pobres y ricos, con tal que tuvieran talento y virtud.

Adornaba y honraba con cada acción suya una desnuda habitación. Florencia recibió un enorme don al nacer Leonardo, y una pérdida infinita en su muerte. En el arte de la pintura añadió a la manera de colorear al aceite una determinada oscuridad; con la que dieron los modernos gran fuerza y relieve a sus figuras. Y en la escultura hizo pruebas en las tres figuras de bronce que están sobre la puerta de San Giovanni de la parte de tramontana, hechas por Giovan Francesco Rustici, pero aconsejado de Leonardo, que es el más bonito vaciado en dibujo y perfección que modernamente se ha visto. 

Giovan Francesco Rustici

De Leonardo tenemos la anatomía de caballos y de los hombres mucho más perfecta. Por tanto, así divino, aunque mucho más se impulsaba con las palabras, que con los hechos, el nombre y el renombre suyo no se apagará ya nunca. Para eso dice en su epitafio:

El a todos vence solo, 
vence a Fidias vence a Apeles, 
y aún a todos los demás victoriosos. 

Y en otro aún, para verdaderamente honrarlo dice: 

LEONARDVS VINCIVS. QVID PLVRA?...

Leonardo da Vinci ¿Qué más?, 
divino talento, divinas manos, 
que ha merecido muerte en brazos reales, 
virtud y fortuna levantaron este monumento caro, 
gente y patria gloria hacen del reposo de Leonardo, 
su sabia mano introdujo sombras en la pintura 
y color en el óleo, experto en bronce en cuerpos de hombres y dioses, 
y pintando caballos


Giovanni Antonio Boltraffio, de Milán, fue discípulo de Lionardo y hombre muy hábil e inteligente. En el año 1500 pintó para la iglesia de la Misericordia, situada en las afueras de Bolonia, una tabla al óleo con la Virgen y el Niño, San Juan Bautista, un San Sebastián desnudo y el retrato del donante de rodillas. Puso su firma en esta hermosa obra, agregando que era discípulo de Lionardo. Realizó otras obras en Milán y otros lugares, pero la que acabo de comentar es la mejor de todas.

Giovanni Antonio Boltraffio (Milán, 1467-1516): Retrato de un joven, 1495-1498. Nat. Gal. Art, Washington D.C.

Marco Uggioni,o D’Oggione, otro discípulo, pintó en Santa Maria della Pace la Muerte de la Virgen y las Bodas de Caná en Galilea, siendo también autor de una de las primeras copias que se hicieron de La Cena.


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