Atardecer sobre el río Amazonas desde Brasil
Junto a la historia de grandes navegantes y exploradores, ha habido piratas, filibusteros, bucaneros, corsarios, etc. Entre ellos, además, los había ricos y los había pobres; nobles y plebeyos; cristianos u otomanos; famosos y desconocidos; sanguinarios o solo ladrones; incendiarios, esclavistas, avaros, dadivosos, feos y guapos; unos fueron ahorcados y otros, condecorados y, excepcionalmente, también hubo mujeres. Excepto en este último, ¿en qué grupo encuadrar al singular Lope de Aguirre? Más bien, parece inclasificable.
Un hombre que no temía matar ni morir, y que, como el Capitán Pirata de Espronceda, diría: “¿Y si caigo ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo del esclavo, como un bravo, sacudí.”
Lope de Aguirre, el Loco pinto, el Tirano o el Peregrino, que nació entre 1511 y 1515, fue, en realidad, un explorador y conquistador, que no dudó en llevar a cabo múltiples homicidios, dictados por su exclusiva voluntad, aunque él los entendía como ejecuciones, para erigirse en la autoridad de una expedición que buscaba El Dorado, y rebelarse, posteriormente, contra su rey, Felipe II, al que envió una carta, a la vez, cargada de lógica e incoherencia, pero, sobre todo, inusual en su osadía.
Finalmente, murió asesinado a su vez, en Barquisimeto -en la actual Venezuela-, el 27 de octubre de 1561.
Exceptuando las acciones relativas a su actividad en Indias, es poco lo que se sabe de su biografía. Al parecer, había nacido en el Valle de Araoz, del Señorío de Oñate, hoy en Guipúzcoa, pero que, entonces formaba parte del Reino de Castilla, si bien el cronista Ibargüen-Cachopín, escribió que había nacido en el valle de Aramayona, en Álava:
"Uno deste apellido de Aguirre, llamado Pedro de Aguirre, que fue vecino del valle de Aramayona, en tienpo del emperador Carlo quinto nuestro señor de gloriosa memoria, se levantó con una parte de la India, porque deseando venir de allá a su tierra de acá porque estava muy rico y valido, aunque pidió licencia para ello dibersas veces, no se la quisieron dar, por lo cual se amotinó y, juntándose con algunos de su cuadrilla y allegados, se apoderó de una gran parte de la tierra, de tal suerte que se llamava rey. Y a cavo de poco tienpo, no le suçedieron las cosas conforme su voluntad deseaba, fue preso juntamente con una hija suya, a la cual él mató con una daga, diçiéndola que más valía que muriese siendo hija de rey y que no que la llamasen después hija de traidor.
Este Pedro de Aguirre, como digo, fue vecino e natural del valle de Aramayona, de la antes iglesia de Sant Estevan de Urívarri, y como su padre tuviese otros hijos en quien dejó su casería y açienda, le puso a este moço a çer çapatero en la çiudad de Vitoria, donde forçó una donçella, por lo cual fue condenado a pena de horca y açer cuartos. [fol.16r.] Y haciéndose diligençias defensibas sobre ello, y habiendo contentado a la parte, se tuvo horden e modo como el carçelero se descuidase, y con esto el moço huyó e pasó en Indias, donde se casó y enriqueció.
E por su sobervia le suçedió lo que abéis oido, donde pagó con la vida lo que escusó en Vitoria. Éste tomó el apellido de Aguirre sólo porque él se crio en la casa de Aguirre de Urívarri de Aramayona, e no por que fuese deçendiente de ninguna casa de Aguirre, porque su madre, después de muerto su padre, fue y se casó segunda vez a esta casa de Aguirre con Estívaliz de Aguirre, dueño desta casa, siendo ella primero casada en el barrio de Saola en la anteiglesia de San Joan de Ascoaga. Y este Pedro de Aguirre, porque la casa de su dependençia donde naçió y la casa de Aguirre donde se crio, por ser anbas a dos deudoras y tributarias al señor de Aramayona, por esto allá en las Indias sienpre dixo e publicó que hera natural vizcaíno e dependiente legítimo de la casa y solar de Aguirre del lugar de Gabiria del prinçipado de Areria, siendo al contrario la berdad, por pasar el cuento deste caso como está referido"
Ibargüen-Cachopín, Crónica del siglo XVI
Se enroló con Cristóbal Vaca de Castro y en 1538 participó, entre otras, en la Batalla de las Salinas. En 1544 estaba del lado del primer virrey del Perú, Blasco Núñez Vela, que llegó de España con órdenes de implantar las Leyes Nuevas, que se proponían acabar con las encomiendas y liberar a los nativos.
Blasco Núñez Vela. 1495-1596. Virrey del Perú.
Las Leyes Nuevas o Leyes y ordenanzas nuevamente hechas por su Majestad para la gobernación de las Indias y buen tratamiento y conservación de los Indios, son un conjunto legislativo promulgado el 20 de noviembre de 1542 que pretendía mejorar las condiciones de vida de los indígenas, fundamentalmente a través de la revisión del sistema de la encomienda, reconociendo diversos derechos favorables a los nativos.
A los conquistadores allí asentados, no les gustaron unas leyes que prohibían, fundamentalmente, explotar a los indios. En consecuencia, Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal organizaran un ejército con la intención de evitar su implantación, con el cual lograron derrotar al Virrey Núñez, en 1544.
Lope de Aguirre, formó entonces parte de un complot organizado por Melchor Verdugo, para liberar al virrey, y, en consecuencia, se enfrentó al rebelde Gonzalo Pizarro. Pero el intento fracasó y Aguirre escapó de Lima, llegando a Cajamarca, donde procedió a reclutar hombres para volver a ayudar al virrey, quien, entre tanto, huyó por mar, a Tumbes, y reclutó un pequeño ejército, en la seguridad de que todo el mundo se uniría a él, en apoyo del poder real.
Núñez Vela se enfrentó a Gonzalo Pizarro y su ayudante Francisco de Carvajal, conocido como El Demonio de los Andes, durante dos años, pero, finalmente, fue derrotado en Iñaquito el 18 de enero de 1546.
Melchor Verdugo y Lope de Aguirre huyeron a Nicaragua, desde Trujillo, donde se embarcaron con 33 hombres. Melchor Verdugo otorgó algunos ascensos, entre ellos, el de sargento mayor a Lope de Aguirre, y el de Contador, al clérigo Alonso de Henao, que, posteriormente, participaría en la famosa expedición de Pedro de Ursúa al territorio Omagua en búsqueda del fabuloso El Dorado.
En 1551, Lope de Aguirre volvió a Potosí; entonces, de Perú, y hoy, de Bolivia.
Panorámica actual del legendario Potosí.
Acusado de haber infringido las leyes sobre protección de los indios, Aguirre fue arrestado por el juez Francisco de Esquivel, quien lo condenó a ser azotado públicamente, sin atender a las reclamaciones del acusado sobre su hidalguía, que lo eximiría de aquel castigo, y la sentencia fue ejecutada, algo que Aguirre nunca olvidó. Espero pacientemente a que se agotara el mandato de Esquivel, quien, justificadamente temeroso de la venganza, cambiaba de residencia continuamente, pero Aguirre lo siguió hasta Quito y después, volvió tras él, a Cuzco.
Se dice, tal vez con más base en la leyenda, que en la realidad, que para consumar su venganza, Aguirre persiguió a Esquivel, siempre a pie, durante tres años y cuatro meses, a lo largo de unos 6.000 km., y el hecho, es que, finalmente, mató al magistrado en la biblioteca de su propia residencia, en Cuzco, lo que le acarreó una condena a muerte.
Logró eludir la condena, escapando a tiempo, para refugiarse en Tucumán. Posteriormente, en 1554, fue perdonado por Alonso de Alvarado, que necesitaba tropas para combatir a otro encomendero rebelde, Francisco Hernández Girón. En tal condición, participó Aguirre en la batalla de Chuquinga, en la que recibió una grave herida en el pie derecho, que le provocó una cojera permanente, además de que se quemó las manos, al disparar un arcabuz defectuoso.
En 1560, poco antes de ser relevado, el virrey Andrés Hurtado de Mendoza organizó una expedición para la conquista de El Dorado en el territorio de los omaguas, pensando que era la mejor forma de alejar del Perú a los numerosos soldados y mercenarios, que pobres y/o resentidos tras las recién pasadas guerras civiles, pudieran organizar nuevas rebeliones o alterar el orden vigente. Dedujo el virrey que las expectativas de un rápido enriquecimiento, animarían a muchos de ellos a unirse a su empresa.
Pedro de UrsúaAl mando del veterano Pedro de Ursúa, el 26 de septiembre de 1560 partieron los expedicionarios navegando por el río Marañón –de donde procede su adopción del sobrenombre de marañones-. Algo más de 300 españoles; varias decenas de esclavos negros y unos 500 sirvientes indios, se embarcaron en dos bergantines, dos barcazas chatas y unas cuantas balsas y canoas. Al parecer, Ursúa, no pensaba en otra cosa que, en su elegida amante mestiza, Inés de Atienza. Entre los expedicionarios, se encontraba Lope de Aguirre, que acudió acompañado por su joven hija, también mestiza, llamada Elvira.
Pero solo unos meses después, el 1 de enero de 1561, Aguirre participó en el derrocamiento y asesinato de Ursúa, al lado del que sería su sucesor, Fernando de Guzmán, -matando, también a Inés de Atienza, bajo el cargo de que los hombres se la disputarían-. Aquella primera complicidad no evitó que, poco después, Aguirre asesinara también a Fernando de Guzmán, al que él mismo sustituyó, alcanzando entonces, por su cuenta y con sus propios seguidores, el Océano Atlántico -probablemente por el río Orinoco-, no sin dejar huella de su paso, al causar numerosos estragos durante su recorrido.
Atardecer en el delta del Orinoco. Ferdinand Bellermann. 1843.
El 23 de marzo de 1561, Aguirre instó -o, tal vez, obligó, puesto que, para entonces, ya se temían sus inexorables venganzas-, a 186 capitanes y soldados a firmar una declaración de guerra contra el Imperio español, en la que, a la vez, se proclamaba príncipe del Perú, Tierra Firme y Chile. Además, mandó una carta a Felipe II, exponiéndole sus planes de desobediencia y autogobierno, que firmó con su nombre, seguido de su autodefinición, como, El Traidor.
En julio de 1561 tomó la isla de Margarita, y dijo a sus pobladores que era dueño de un valioso tesoro de los Incas, algo que, ellos, incluyendo el gobernador don Juan Villadrando, llevados por la codicia, creyeron sin ninguna evidencia. Aguirre apresó al gobernador y a varios miembros del Cabildo y después se apoderó, a sangre y fuego, de La Asunción y otras poblaciones próximas.
Informadas las autoridades de tierra firme, enviaron a Francisco Fajardo a combatirlo, pero Aguirre, antes de abandonar Margarita, mató a garrote al gobernador y a 50 vecinos y escribió una nueva carta al rey español insultándolo gravemente; esta vez firmando como, El Peregrino.
De nuevo, “La Canción del Pirata”:
“...y al mismo que me condena
Colgaré de alguna antena,
Quizás en su propio navío.
El 29 de agosto de 1561, abandonó la isla de Margarita con rumbo a Borburata en tierra firme, donde su abierta rebelión contra la monarquía española cambió de curso, y Borburata fue víctima también de sus saqueos al mando de sus “marañones”. En un intento de tomar Panamá, ocupó Nueva Valencia, ya entonces, propiedad del Rey, provocando la huida de los habitantes, llenos de pánico a los montes mientras que otros se refugiaron en las islas del lago Tacarigua.
El conquistador Juan Rodríguez Suárez le salió al encuentro con cuatro soldados más para emboscarlos y terminar con los insurrectos, pero los indios que le seguían los pasos los rodearon y, después de tres días de lucha, dieron muerte, tanto a Rodríguez Suárez como a sus acompañantes.
Atravesando la serranía de Nirgua, Aguirre cayó sobre Barquisimeto. Alertadas por Pedro Alonso Galeas, un desertor de la expedición, tropas españolas acantonadas en Mérida, Trujillo y El Tocuyo, bajo el mando del maestre de campo Diego García de Paredes y Hernando Cerrada Marín, se dirigieron a Barquisimeto para detenerlo y ajusticiarlo.
Ya derrotado y sin salida, Aguirre mató a su hija, Elvira, y a algunos de sus antiguos seguidores que, entonces, intentaban capturarlo.
Dos de sus antiguos “Marañones”, Juan de Chávez y Cristobal Galindo, dispararon sus arcabuces contra él, terminando con su vida, el 27 de octubre de 1561. Uno de ellos disparó, pero solo consiguió rozarlo, causando la burla de Aguirre.
“!Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río... -Continúa “La Canción del Pirata”.
Pero el segundo acertó, acertó mortalmente. Saltó después sobre él un soldado, llamado Custodio Hernández, que, por orden de García de Paredes, le cortó la cabeza, y tomándola por su larga cabellera, se la presentó al maestre de campo, esperando con ello, ganar indulgencia para su pasado marañón.
El cuerpo de Aguirre fue descuartizado y devorado por los perros, con la excepción de la cabeza, que quedó expuesta en una jaula, como escarmiento, en El Tocuyo, durante mucho tiempo, y las manos, que fueron llevadas a Trujillo y Valencia. En un juicio de residencia post mortem realizado en El Tocuyo, Aguirre fue declarado culpable del delito de lesa majestad. En Mérida y El Tocuyo algunos de sus marañones también fueron procesados; declarados culpables de los crímenes cometidos y sentenciados a muerte por descuartizamiento.
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Las cartas que se conservan de Aguirre, tienen un enorme valor histórico, y, lo cierto, es que reflejan a un hombre con formación y, sin duda, excelente caligrafía, pero también, a un intrigante, grosero, torpe en su ira, desagradable, ambicioso, temperamental, exaltado, astuto, hábil, rebelde, temerario, fanático y vengativo y, por todo ello, peligroso.
Para muchos, Lope de Aguirre es la sublimación extrema de un carácter capaz de lo mejor y de lo peor, de las más gloriosas gestas y las más abyectas infamias, concediendo un valor absoluto al Honor, tantas veces, mal entendido, que no perdonaba ni olvidaba una ofensa y para el que la idea de no vengarla, era algo impensable. Era, se ha dicho, un paranoico, lindando con la psicopatía; que mataba con extrema facilidad, tanto a enemigos como amigos, si llegaba a sospechar de su fidelidad y obediencia ciega. Se le atribuyen, personalmente. o por orden suya, 72 asesinatos, de ellos, 64 españoles, tres sacerdotes, cuatro mujeres y un indio, lo que indicaría su falta de discriminación. Por otra parte, también combatió a todo un Imperio cara a cara y, de hecho, culminó una prodigiosa singladura a través de Sudamérica.
A su manera, Aguirre pedía justicia. Su carta de rebeldía dirigida al rey Felipe II es más una carta de un súbdito desencantado que la arrogante misiva de un tirano, no se puede olvidar que él sí reconoció y concedió la igualdad de derechos a negros e indios.
Dijo en una ocasión: "Aquí el que dice la verdad es tratado de loco". Él decía lo que creía y actuó en consecuencia. Tal fue Lope de Aguirre, el loco Aguirre, el tirano Aguirre, la ira de Dios, o el Príncipe de la Libertad, que dormía vestido y armado, rodeado de sus fieles, porque desconfiaba de todos.
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Como ya hemos adelantado, fue ya cerca del final de su vida, cuando escribió y envió, al menos, tres cartas, entre la que destaca rotundamente, la enviada a Felipe II, de cuyo contenido, trasluce la verdadera imagen de nuestro protagonista, del cual no tenemos retrato alguno.
- El 20 de setiembre de 1561, desde Borburata, otra, dirigida al rey Felipe II. La más importante en muchos aspectos, de las tres.
- El 22 de octubre de 1561, desde Barquisimeto, una tercera, para el gobernador Pablo Collado.
Estas cartas, especialmente, la enviada a Felipe II, definen a este sorprendente personaje, de forma única e inconfundible; nadie, que sepamos, fue nunca capaz de dirigir al monarca, los reproches e insultos que Aguirre le dedicó y nada más interesante que leerla detalladamente, de principio a fin.
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CARTA DE LOPE DE AGUIRRE A FELIPE II, REY DE ESPAÑA
Rey Felipe, natural español, hijo de Carlos, invencible:
Lope de Aguirre, tu mínimo vasallo, cristiano viejo, de medianos padres, hijo-dalgo, natural vascongado, en el reino de España, en la villa de Oñate vecino, en mi mocedad pasé el mar Océano a las partes del Pirú, por valer más con la lanza en la mano, y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien; y así, en veinte y cuatro años, te he hecho muchos servicios en el Pirú en conquistas de indios, y en poblar pueblos en tu servicio, especialmente en batallas y reencuentros que ha habido en tu nombre, siempre conforme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga, como parescerá por tus reales libros.
Bien creo, excelentísimo Rey y Señor, aunque para mi y mis compañeros no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos servicios como has recibido de nosotros; aunque también bien creo que te deben de engañar los que te escriben desta tierra, como están lejos. Avísote, Rey español, adonde cumple haya toda justicia y rectitud, para tan buenos vasallos como en estas tierras tienes, aunque yo, por no poder sufrir más las crueldades que usan estos tus oidores, Visorey y gobernadores, he salido de hecho con mis compañeros, cuyos nombres después diré, de tu obediencia, y desnaturándonos de nuestras tierras, que es España, y hacerte en estas partes la más cruda guerra que nuestras fuerzas pudieren sustentar y sufrir; y esto, crée, Rey y Señor, nos ha hecho hacer el no poder sufrir los grandes pechos, premios y castigos injustos que nos dan estos tus ministros que, por remediar a sus hijos y criados, nos han usurpado y robado nuestra fama, vida y honra, que es lástima, ¡oh Rey! y el mal tratamiento que se nos ha hecho. Y ansí, yo, manco de mi pierna derecha, de dos arcabuzazos que me dieron en el valle de Chuquinga, con el mariscal Alonso de Alvarado, siguiendo tu voz y apellidándola contra Francisco Hernández Girón, rebelde a tu servicio, como yo y mis compañeros al presente somos y seremos hasta la muerte, porque ya de hecho hemos alcanzado en este reino cuán cruel eres, y quebrantador de fe y palabra; y así tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero. Pues tu Virey, marqués de Cañete, malo, lujurioso, ambicioso tirano, ahorcó a Martín de Robles, hombre señalado en tu servicio, y al bravoso Thomás Vazquez, conquistador del Pirú, y al triste de Alonso Díaz, que trabajó más en el descubrimiento deste reino que los exploradores de Moysen en el desierto; y a Piedrahita, que rompió muchas batallas en tu servicio, y aun en Lucara, ellos te dieron la victoria, porque si no se pasaran, hoy fuera Francisco Hernández rey del Pirú. Y no tengas en mucho el servicio que tus oidores te escriben haberte hecho, porque es muy gran fábula si llaman servicio haberte gastado ochocientos mil pesos de tu Real caja para sus vicios y maldades. Castígalos como a malos, que de cierto lo son.
Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los reinos de Castilla, sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como estas partes tienen. Y mira, Rey y Señor, que no puedes llevar con título de Rey justo ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado sean gratificados.
Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos; que si muchos fuésedes, ninguno podría ir al cielo, porque creo allá seríades peores que Lucifer, según teneis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni hago caso de vosotros, pues os llamais siempre menores de edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro gobierno es aire. Y cierto, a Dios hago solemnemente voto, yo y mis docientos arcabuceros marañones, conquistadores, hijos-dalgo, de no te dejar ministro tuyo a vida, porque yo sé hasta dónde alcanza tu clemencia; y el día de hoy nos hallamos los más bien aventurados de los nascidos, por estar como estamos en estas pares de Indias, teniendo la fe y mandamientos de Dios enteros, y sin corrupción, como cristianos; manteniendo todo lo que manda la Sancta Madre Iglesia de Roma; y pretendemos, aunque pecadores en la vida, rescibir martirio por los mandamientos de Dios.
A la salida que hicimos del río de las Amazonas, que se llama el Marañón, ví en una isla poblada de cristianos, que tiene por nombre la Margarita, unas relaciones que venían de España, de la gran cisma de luteranos que hay en ella, que nos pusieron temor y espanto, pues aquí en nuestra compañía, hubo un alemán, por su nombre Monteverde, y lo hice hacer pedazos. Los hados darán la paga a los cuerpos, pero donde nosotros estuviéremos, crée, excelente Príncipe, que cumple que todos vivan muy perfectamente en la fée de Cristo.
Especialmente es tan grande la disolución de los frailes en estas partes, que, cierto, conviene que venga sobre ellos tu ira y castigo, porque ya no hay ninguno que presuma menos que de Gobernador. Mira, mira, Rey, no les creas lo que te dijeren, pues las lágrimas que allá echan delante tu Real persona, es para venir acá a mandar. Si quieres saber la vida que por acá tienen, es entender en mercaderías, procurar y adquirir bienes temporales, vender los Sacramentos de la Iglesia por prescio; enemigos de pobres, incaricativos, ambiciosos, glotones y soberbios; de manera que, por mínimo que sea un fraile, pretende mandar y gobernar todas estas tierras. Pon remedio, Rey y Señor, porque destas cosas y malos exemplos, no está imprimida ni fijada la fée en los naturales; y, más te digo, que si esta disolución destos frailes no se quita de aquí, no faltarán escándalos.
Aunque yo y mis compañeros, por la gran razón que tenemos, nos hayamos determinado de morir, desto y otras cosas pasadas, singular Rey, tú has sido causa, por no te doler del trabajo destos vasallos, y no mirar lo mucho que les debes; que si tú no miras por ellos, y te descuídas con estos tus oidores, nunca se acertará el gobierno. Por cierto, no hay para qué presentar testigos, más de avisarte cómo estos, tus oidores, tienen cada un año cuatro mil pesos de salario y ocho mil de costa, y al cabo de tres años tienen cada uno setenta mil pesos ahorrados, y heredamientos y posesiones; y con todo esto, si se contentasen con servirlos como a hombres, medio mal y trabajo sería el nuestro; mas, por nuestros pecados, quieren que do quiera que los topemos, nos hinquemos de rodillas y los adoremos como a Nabucodonosor; cosa, cierto, insufrible. Y yo, como hombre que estoy lastimado y manco de mis miembros en tu servicio, y mis compañeros viejos y cansados en lo mismo, nunca te he de dejar de avisar, que no fies en estos letrados tu Real conciencia, que no cumple a tu Real servicio descuidarte con estos, que se les va todo el tiempo en casar hijos e hijas, y no entienden en otra cosa, y su refrán entre ellos, y muy común, es: "A tuerto y ya derecho, nuestra casa hasta el techo".
Pues los frailes, a ningún indio pobre quieren, absolver ni predicar; y están aposentados en los mejores repartimientos del Pirú, y la vida que tienen es áspera y peligrosa, porque cada uno de ellos tiene por penitencia en sus cocinas una dozena de mozas, y no muy viejas, y otros tantos muchachos que les vayan a pescar: pues a matar perdices y a traer fruta, todo el repartimiento tiene que hacer con ellos; que, en fe de cristianos, te juro, Rey y Señor, que si no pones remedio en las maldades desta tierra, que te ha de venir azote del cielo; y esto dígolo por avisarte de la verdad, aunque yo y mis compañeros no queremos ni esperamos de ti misericordia.
¡Ay, ay! qué lástima tan grande que, César y Emperador, tu padre conquistase con la fuerza de España la superbia Germania, y gastase tanta moneda, llevada destas Indias, descubiertas por nosotros, que no te duelas de nuestra vejez y cansancio, siquiera para matarnos la hambre un día! Sabes que vemos en estas partes, excelente Rey y Señor, que conquistaste a Alemania con armas, y Alemania ha conquistado a España con vicios, de que, cierto, nos hallamos acá más contentos con maiz y agua, sólo por estar apartados de tan mala ironía, que los que en ella han caido pueden estar con sus regalos. Anden las guerras por donde anduvieron, pues para los hombres se hicieron; mas en ningún tiempo, ni por adversidad que nos venga, no dejaremos de ser sujetos y obedientes a los preceptos de la Santa Madre Iglesia Romana.
No podemos creer, excelente Rey y Señor, que tú seas cruel para tan buenos vasallos como en estas partes tienes; sino que estos tus malos oidores y ministros lo deben hacer sin tu consentimiento. Dígolo, excelente Rey y Señor, porque en la ciudad de Los Reyes, dos leguas della, junto a la mar, se descubrió una laguna donde se cría algún pescado, que Dios lo permitió que fuese así; y estos tus malos oidores y oficiales de tu Real patrimonio, por aprovecharse del pescado, como lo hacen, para sus regalos y vicios, la arriendan en tu nombre, dándonos a entender, como si fuésemos inhábiles, que es por tu voluntad. Si ello es así, déjanos, Señor, pescar algún pescado siquiera, pues que trabajamos en descubrirlo; porque el Rey de Castilla no tiene necesidad de cuatrocientos pesos, que es la cantidad por que se arrienda. Y pues, esclarecido Rey, no pedimos mercedes en Córdoba, ni en Valladolid, ni en toda España, que es tu patrimonio, duélete Señor, de alimentar los pobres cansados en los frutos y réditos desta tierra, y mira, Rey y Señor, que hay Dios para todos, igual justicia, premio, paraíso e infierno.
En el año de cincuenta y nueve dió el Marqués de Cañete la jornada del río de las Amazonas a Pedro de Orsúa, navarro, y por decir verdad, francés; y tardó en hacer navíos hasta el año de sesenta, en la provincia de los Motilones, que es término del Pirú; y porque los indios andan rapados a navaja, se llaman Motilones: aunque estos navíos, por ser la tierra donde se hicieron lluviosa, al tiempo del echarlos al agua se nos quebraron los más dellos, y hicimos balsas, y dejamos los caballos y haciendas, y nos echamos el río abajo, con harto riesgo de nuestras personas; y luego topamos los más poderosísimos ríos del Pirú, de manera que nos vimos en Golfo-duce; caminamos de prima faz trecientas leguas, desde el embarcadero donde nos embarcamos la primera vez.
Fue este Gobernador tan perverso, ambicioso y miserable, que no lo pudimos sufrir; y así, por ser imposible relatar sus maldades, y por tenerme por parte en mi caso, como me ternás, excelente Rey y Señor, no diré cosa más que le matamos; muerte, cierto, bien breve. Y luego a un mancebo, caballero de Sevilla, que se llamaba D.Fernando de Guzmán, lo alzamos por nuestro Rey y lo juramos por tal, como tu Real persona verá por las firmas de todos los que en ello nos hallamos, que quedan en la isla Margarita en estas Indias; y a mí me nombraron por su Maese de campo; y porque no consentí en sus insultos y maldades, me quisieron matar, y yo maté al nuevo Rey y al Capitán de su guardia, y Teniente general, y a cuatro capitanes, y a su mayordomo, y a un su capellán, clérigo de misa, y a una mujer, de la liga contra mí, y un Comendador de Rodas, y a un Almirante y dos alferez, y otros cinco o seis aliados suyos, y con intención de llevar la guerra adelante y morir en ella, por las muchas crueldades que tus ministros usan con nosotros; y nombré de nuevo capitanes, y Sargento mayor, y me quisieron matar, y yo los ahorqué a todos. Y caminando nuestra derrota, pasando todas estas muertes y malas venturas en este río Marañón, tardamos hasta la boca dél y hasta la mar, más de diez meses y medio: caminamos cien jornadas justas: anduvimos mil y quinientas leguas.
Es río grande y temeroso: tiene de boca ochenta leguas de agua dulce, y no como dicen: por muchos brazos tiene grandes bajos, y ochocientas leguas de desierto, sin género de poblado, como tu Majestad lo verá por una relación que hemos hecho, bien verdadera. En la derrota que corrimos, tiene seis mil islas. ¡Sabe Dios cómo nos escapamos deste lago tan temeroso! Avísote, Rey y Señor, no proveas ni consientas que se haga alguna armada para este río tan mal afortunado, porque en fe de cristiano te juro, Rey y Señor, que si vinieren cien mil hombres, ninguno escape, porque la relación es falsa, y no hay en el río otra cosa, que desesperar, especialmente para los chapetones de España.
Los capitanes y oficiales que al presente llevo, y prometen de morir en esta demanda, como hombres lastimados, son: Juan Gerónimo de Espíndola, ginovés, capitán de infantería; los dos andaluces; capitán de a caballo Diego Tirado, andaluz, que tus oidores, Rey y Señor, le quitaron con grande agravio indios que había ganado con su lanza; capitán de mi guardia Roberto de Coca, y a su alférez Nuño Hernández, valenciano; Juan López de Ayala, de Cuenca, nuestro pagador; alférez general Blas Gutiérrez, conquistador, de veinte y siete años, alférez, natural de Sevilla; Custodio Hernández, alférez, portugués; Diego de Torres, alférez, navarro; sargento Pedro Rodríguez Viso, Diego de Figueroa, Cristobal de Rivas, conquistador; Pedro de Rojas, andaluz; Juan de Salcedo, alférez de a caballo; Bartolomé Sánchez Paniagua, nuestro barrachel; Diego Sánchez Bilbao, nuestro pagador.
Y otros muchos hijos-dalgo desta liga, ruegan a Dios, Nuestro Señor, te aumente siempre en bien y ensalce en prosperidad contra el turco y franceses, y todos los demás que en estas partes te quisieran hacer guerra; y en estas nos dé Dios gracia que podamos alcanzar con nuestras armas el precio que se nos debe, pues nos han negado lo que de derecho se nos debía.
Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada, y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud,
Lope de Aguirre, el Peregrino.
(Se conserva una copia del Manuscrito de Aguilar en el British Museum. Add. 17616. Cap. II del libro 3.a fols. 139 r.—-144 v.).
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Emiliano Jos, escribió una completísima tesis sobre Aguirre, La expedición de Ursúa al Dorado, la rebelión de Lope de Aguirre y el itinerario de los Marañones, de la cual, en 1928 el académico de la Historia, Ricardo Beltrán, informó en un discurso publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia.
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I La expedición de Ursúa al Dorado y la rebelión de Lope de Aguirre, por don Emiliano Jos
INFORME:
El señor Director se sirvió designarme para informar acerca del libro de don Emiliano Jos titulado La expedición de Ursúa al Dorado y la rebelión de Lope de Aguirre, y, cumpliendo el encargo, tengo el honor de proponer el siguiente dictamen:
"Ilustrísimo señor: La Real Academia de la Historia ha examinado la obra escrita por el señor don Emiliano Jos, con el título de La expedición de Ursúa al Dorado, la rebelión de Lope de Aguirre y el itinerario de los Marañones, según los documentos del Archivo de Indias y varios manuscritos inéditos, ...
La que ahora ha venido a informe de la Real Academia de la Historia es un extracto de la tesis del autor; agraciada con el premio extraordinario del Doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras, Sección de Historia. Del título mismo de la obra se deduce su división en tres partes, a saber: la expedición de Ursúa al Dorado, la rebelión de Lope de Aguirre y el itinerario de los Marañones; pero la personalidad y los hechos del tirano Aguirre llenan casi todas las páginas del libro, y así tenía que suceder tratándose de aquel hombre, prototipo de la audacia sin freno y protagonista de uno de los episodios más extraordinarios en los anales de la conquista de las Indias, tan extraordinario, que difícilmente han podido explicar los críticos la razón o el móvil de los actos realizados por aquel hombrecillo deforme, flaco de carne, gran hablador, bullicioso y charlatán, que a fuerza de osadía y crueldad puso en alarma a gran parte de la América del Sur; todo lo contrario, nos dice el señor Jos, que su jefe y víctima, el intrépido conquistador y galante caballero Pedro de Ursúa, gentilhombre por su nacimiento y su persona. Los más de los autores, casi-todos, nos hablan de Lope de Aguirre como un hombre desprovisto de todo sentimiento de humanidad, malvado y traidor, que no sólo mata para quitar estorbos que le impiden satisfacer sus ambiciones, sino que asesina sin necesidad o sin causa conocida, por instinto sanguinario o por exceso de iracundia.
No falta, sin embargo, quien ha pretendido rehabilitar su memoria, como hizo el señor Ispizúa, presentándolo como el primer mártir de la independencia de América, a la que pretendía salvar del yugo de los Reyes de Castilla, negando a éstos el derecho de señorear en las Indias. Claro es que siempre, y más aún en siglos que pasaron, el carácter feroz de la guerra, que obliga a imponerse por la fuerza y el terror, es circunstancia que motiva la aparición de hombres sin entrañas, y de ellos, ciertamente, algunos más que nuestro Lope de Aguirre hubo entre aquella soldadesca que intervino en las rebeliones del Perú y otras partes de América; pero nadie superó ni aun igualó al tirano de Oñate, y bien puede afirmarse, con nuestro llorado compañero señor Bécker —y así lo recuerda el señor Jos— que la figura de Lope de Aguirre es lo más sombrío de nuestro pasado colonial, y borrón sangriento que mancha las páginas de la historia de la conquista del Nuevo Mundo.
El señor Jos aporta manuscritos inéditos que ahora, por primera vez se utilizan en la Historia, y estudia y compara las relaciones de los primeros cronistas y los documentos de la época, algunos hasta el día desconocidos, y procedentes en su mayor parte del Archivo de Indias, de la Biblioteca de esta Real Academia, de las Bibliotecas nacionales de Madrid y París, del Museo Británico, etc., y con ellos a la vista va aclarando puntos dudosos en el sangriento episodio de la rebelión de Aguirre, y llega a la siguiente conclusión expuesta en estos breves y rotundos términos: "Marcamos ya sin titubeos la demencia del rebelde." Es decir, que Lope de Aguirre fué un loco, un demente, un irresponsable. Pero... fué un demente, como muchos, que tuvo accesos de locura muy interesantes y aun geniales. Basta leer —dice el señor Jos— la inaudita carta que dirigió a Felipe II. Sólo un loco podía atreverse —sin más fuerza que 200 arcabuceros— a declarar guerra a muerte a este monarca; a decirle, con el tono y el estilo del superior al inferior, que sus promesas merecían menos crédito que los libros de Martín Lutero, que no podía llevar el título de rey con justicia, y que todos los reyes debían ir al infierno parque eran peores que Lucifer.
Asesinado don Fernando de Guzmán, a quien el mismo Aguirre había hecho proclamar Príncipe del Perú, Tierra Firme y Chile, quedó el loco como único jefe de los "Marañones", es decir, los navegantes del Marañón o Amazonas, que a las órdenes de Aguirre siguen por el río hasta desembocar en la mar del Norte, y por él ir a la isla Margarita. Nos habla el autor de la llegada a ésta y luego a la tierra firme de Venezuela y de los varios sucesos acontecidos hasta la muerte de Aguirre, que poco antes de ser arcabuceado comete el último acto de locura; apuñala a su hija. Con la vida de Aguirre termina la rebelión, cuyos efectos, si fueron escasos y efímeros en el orden político, no así en el geográfico.
Y aquí empieza la tercera parte de la obra, El itinerario de los Marañones, parte muy interesante, porque en ella se estudia punto por punto y se comparan entre sí las relaciones del viaje y se aborda el discutido problema de saber por dónde llegaron los Marañones al Atlántico: ¿navegando aguas abajo por el Amazonas hasta el Océano? ¿Aprovechando la comunicación del Amazonas con el Orinoco por los ríos Negro y Casiquiare? ¿Por otro río o camino de la Guayama? El señor Jos resuelve el problema a favor del Amazonas, y con este motivo hace nuevo alarde de erudición y crítica estudiando desde el punto de vista hidrográfico la región intermedia entre el Alto Orinoco y el Amazonas, y llegando, con los datos que aporta de mapas y relaciones antiguos y modernos y los fotograbados que presenta, a la conclusión de que hubiera sido imposible la expedición por el interior. Uno de los autores que cita entre los modernos exploradores es el señor Hamilton Rice, a quien aún no hace un año tuvimos el placer de oír aquí en Madrid cuando por iniciativa de nuestro actual director, el señor Duque de Alba, vino a dar una conferencia ante la Real Sociedad Geográfica. El señor Hamilton Rice, que ha visto y descrito los ríos Negro y Casiquiare, aunque en la mencionada conferencia no trató expresamente de ellos, nos relató sus viajes por región de valles y ríos idénticos, de la misma cuenca del Negro, y los que tuvimos la suerte de oírle y de ver las proyecciones cinematográficas que expuso, necesariamente tenemos que estar de acuerdo con el señor Jos.
Para navegar por aquellos ríos, llenos de saltos y raudales, hoy mismo, en el siglo XX, es preciso disponer de centenares de hombres que carguen con la nave para transportarla por tierra o para retenerla y guiarla en los malos pasos. De los datos geológicos que proporcionan Rice y otros viajeros se deduce que en el siglo XVI, menos desgastadas por la erosión las rocas del cauce, las dificultades para la navegación habrían de haber sido mayores que en nuestros días. Y aparte quedan, para apoyar la opinión del señor Jos, las interpretaciones muy juiciosas y meditadas que hace de mapas y de relatos, crónicas y documentos antiguos, entre éstos la carta de Aguirre a Felipe II, en que le habla de la boca de "ochenta leguas de agua dulce del grande y temeroso río de las Amazonas que se llama el Marañón". De la hidrografía histórica de esta parte de América dudo que haya trabajo que supere al del señor Jos. Hay tal copia de pareceres, de crítica y de comparación entre ellos, de aportación de pruebas y argumentos, que el mismo autor, temiendo que la lectura de todo cause fatiga, indulta al lector de la que él supone pena de leer los párrafos de letra pequeña, salvo si tuviera interés especial en las cuestiones a que se refieren. No acaba aquí la obra. Siguen más de 100 páginas de Apéndice documental y de Bibliografía, y los índices de nombres propios de personas y de lugares citados.
Mas no queremos dar fin a este informe sin transcribir las últimas palabras del libro, porque expresan una iniciativa que los cultivadores de la historia patria no debemos dejar que pase inadvertida. "Amargo es decirlo —exclama el señor Jos—; ¡pero cuan pocos estudiantes españoles utilizan los Archivos de Simancas e Indias! Muy acertado es que salgan pensionados para trabajar y perfeccionarse en el extranjero. ¿Cuántos años transcurrirán hasta que en el Ministerio de Instrucción pública se vea la conveniencia, la necesidad de pensionar a los jóvenes estudiantes de Historia para que investiguen en tales archivos? De pensionados, de investigadores españoles, deben salir las substanciosas páginas, las monografías ricas en aportaciones nuevas, las cuales, así como las de las investigaciones americanistas en general, reunirá y dará forma definitiva el digno sucesor de los mejores cronistas de Indias que, en síntesis de arte y verdad, escriba la gloriosa historia de los hechos de los españoles en las islas y tierra firme del mar Océano."
El trabajo del señor Jos, objeto de este informe, es precisamente una de esas monografías ricas en aportaciones nuevas y que tan útiles son para la Historia de la España americana. En consecuencia, la Academia reconoce y declara expresamente que la monografía formada por el señor don Emiliano Jos como extracto de su tesis doctoral sobre “La Expedición de Ursúa al Dorado, la rebelión de Lope de Aguirre y el Itinerario de los Marañones", es una obra de mérito relevante.
La Academia, no obstante, decidirá con mayor acierto, Madrid, 20 de marzo de 1928. RICARDO BELTRAN RÓZPIDE. Aprobado por la Academia en sesión de 23 de marzo.
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Extractos del trabajo de Jos
Entre los capítulos aludidos en las palabras del P. Zahm (Mozans) pocos más justamente que el de la Rebelión de Aguirre y su trayectoria, deben ser incluidos, no tanto por su desconocimiento, como por las caprichosas, apasionadas y falsas interpretaciones de que ha sido objeto en todos los tiempos, y señaladamente, desde mediados del siglo pasado hasta los años actuales.
En la sangrienta aureola del loco Aguirre. no caben las desentonadas coloraciones que se han querido añadir, aunque no por eso deja de ser su persona interesantísima y extraordinaria, pues para ello bastaría su inaudita carta a Felipe II. La insólita franqueza, la arrogancia loca que en ella se observan no eran las únicas características de Lope de Aguirre el “Peregrino”. Era éste también el felino astuto y carnicero que celadamente hace sus presas, era un redomado traidor, un hombre de veracidad traspapelada, un hombre cuya alma tenía más vueltas y revueltas que camino entre montañas. La prueba de su mendacidad es concluyente.
Era conocido en Perú como Aguirre el loco, mucho antes de que Ursúa realizase la expedición al Dorado.
Tan ociosos nos parecen los panegíricos desaforados como los dicterios que acumulan otros tratadistas contra un demente, cruel, sanguinario, al que es preciso anular, reducir a impotencia completa sin duda alguna, pero que en definitiva es un irresponsable.
...Entre los documentos de ese Archivo [de Indias, en Sevilla], ... se encuentran... varios manuscritos inéditos sobre nuestro tema, cuyos autores fueron testigos presenciales de los sucesos que narran, es decir, que son elementos del más subido valor. Tales manuscritos los hemos copiado o extractado en los lugares donde se encuentran, a saber: Academia de la Historia y Biblioteca Nacional de Madrid, Biblioteca N. de París y Museo Británico de Londres.
Lope de Aguirre tuvo un puesto en el Teatro y en la Novela. En el primero con un drama del colombiano Carlos Arturo Torres, estrenado en Bogotá en 1891. En la segunda con Las Inquietudes de Shanti-Andia de Pío Baroja, y en la novela histórica con las Ultimas Tradiciones de don Ricardo Palma y Los Marañones de Ciro Bayo. Hora es ya de que tenga plaza en la Historia, y si lo hemos conseguidlo juzgarán los historiadores.
«Sobresalía entre la falange de revoltosos un hombre de pequeña estatura llamado Lope de Aguirre. Su persona fué siempre despreciada por ser mal encarado, flaco de carnes, gran hablador, bullicioso y charlatán; de ánimo siempre inquieto, amigo de sediciones y alborotos.”
A poco de comenzada la expedición. Pedro de Ursúa, Gobernador de la provincia fugaz del Dorado, nombró Tenedor de Difuntos a Lope de Aguirre quien interpretando a su manera las obligaciones de aquel empleo, les dió tan extraordinario cumplimiento, que ascienden a sesenta los difuntos que tiene a su cargo. Lejos de agradecer la merced, fué Aguirre el que convenció a los descontentos, que querían huirse al Perú para que no lo hiciesen sin dar muerte a Ursúa. El infelice Gobernador en la noche del día de Año-Nuevo de 1561, fué sorprendido por una cuadrilla de canallas que le deshicieron materialmente a estocadas, e igual suerte cupo a su Teniente el madrileño don Juan de Vargas. Los asesinos se apoderaron de todas las armas, dejaron sin ellas a los soldados de quienes sospechaban, nombraron General a un hidalgo sevillano don Fernando de Guzmán y Aguirre quedó como Maestre de Campo. Este, ayudado por sus amigos apuñala a sus rivales y ahorca o da garrote a todos aquéllos de quienes sospecha que se oponen o han de oponerse a los proyectos, que expone a sus soldados, de volver al Perú y arrebatarlo a quienes lo dominaban. Recuerda a la tropa que los rebeldes del Perú fueron vencidos por no decidirse a titularse reyes, y les dice luego que para que con ellos no pase lo mismo es conveniente que se desnaturen de España, que nieguen el vasallaje a Felipe II y que juren como a su nuevo Príncipe a don Fernando de Guzmán, a quien como tal va a besar la mano y los soldados a continuación de él.
“…yo y mis compañeros... tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero”. Si había alguna comparación insufrible para el catolicísimo Felipe II, era seguramente este parangón desfavorable, con Lutero el fundador del Protestantismo.
La vituperable conducta de muchos frailes también es censurada en la carta.
En esa ciudad [Barquisimeto] se habían reunido pocos más de cien hombres de diversas poblaciones de Venezuela, con ánimo de impedir el paso a los rebeldes “marañones”, los cuales como en su mayoría no simpatizaban con el rebelde, fuéronse pasando al campo de los leales, de tal manera, que a ‘los cinco días se encontró su Fuerte Caudillo solo, por lo que sintiendo ya la muerte—que le fué dada por dos de sus mismos soldados— asesinó a su hija Elvira para que no fuese llamada hija del Traidor. Caía muerto éste, de dos arcabuzazos, cuando con su misma espada, uno de sus oficiales, Custodio Hernández, le cortó la cabeza que había cogido por las barbas.
Tenía grandísimo temor a posibles conspiraciones contra su vida. Este temor convirtióse en manía persecutoria, le acabó de volver loco y le hizo cometer los crímenes, no ya más injustos, sino más necios. Según decía, su corazón le avisaba de las traiciones que contra él se tramaban, así que, desde el momento en que su víscera cardíaca se convirtió en el monitor o gaceta de las conspiraciones de los “marañones”, ninguno de ellos quedó seguro.
No era más envidiable la del rebelde, en constante vigilia, no descansando casi nunca ni de noche ni de día, creyendo a veces probable un triunfo, pero más el fracaso a partir de la deserción de Munguía, y sobre todo, desde que en Venezuela comenzaron a dejarle los primeros soldados. Sus últimos días en Barquisimeto fueron una terrible, acerba agonía ante la cual no se puede permanecer insensible. Aguirre suplicando a sus soldados que no le abandonen hasta el Perú donde sus huesos quieren descansar, Aguirre apuñalando a su hija al mismo tiempo que grita desgarradoramente ¡hija mía!, ¿cómo no ha de inspirar piedad? Leyendo detenidamente la relación de Vázquez, no pudimos menos de indignarnos ante las carnicerías de Lope, pero al llegar hacia el fin, al acercarse su desastrada muerte tampoco dejamos de sentir cierta opresión. Mucho nos complace recordar en estas líneas que el Marqués de la Fuensanta del Valle, que también leyó despaciosamente a Vázquez, le sucedió otro tanto (pág. XLII de su Introducción).
¿Tendrá razón Baroja, a quien le resulta Aguirre casi simpático? Es arriesgado llegar en esto a una conclusión. El lector de la vida de tan singular personaje, pasa por situaciones de ánimo alternativas. La compasión quizá deba ser el último sedimento que se pose en el espíritu. Locura, maldad, astucia y grandeza son las características de Lope, más considerables aquéllas, pero indudable ésta en la franqueza con que luego de la muerte de Ursúa se firma traidor, en la parte buena que pudo tener su proyecto de independencia, en la carta a Felipe II, en su temeraria declaración de guerra a muerte al Rey y en su no menos temerario propósito de atravesar el continente hasta el Perú. El ingenioso, el blasfemo, el neurótico, tuvo también sus momentos de artista en la soberbia terminación de su carta a Felipe II:—Hijo de fieles vasallos y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud. Lope de Aguirre, el Peregrino—y cuando añora para su descanso eterno el Perú, - aquella gloriosa tierra donde gozarán y descansarán mis huesos lo que el "cuerpo tanto trabajó y ha padecido”.
Mísera le parecía la tierra de Venezuela en comparación de la peruana, pero ahora no se acuerda de sus riquezas para calificarla, la llama bellamente “gloriosa”. No había sido afortunada su vida en el Perú, no le importa, quiere que a su muerte le acoja aquella “gloriosa tierra”, empapada con sangre suya.
Al dar fin a estos mal pergeñados renglones sobre el rebelde, no dejaremos de expresar nuestro deseo de que la tierra de Venezuela le haya sido tan leve [*] como lo hubiera sido la del Perú. Tirano Aguirre, Aguirre el loco, Lope de Aguirre el Peregrino, descansa en paz.
[*] Alude al conocido epitafio latino: STTL; Sit Tibi Terra Levis: “Que la Tierra Te sea Leve”, después sustituido por el también latino, RIP; Requiescat In Pace: “Descanse en Paz”.
A Elvira de Aguirre dio el Gobernador honrosa sepultura en Barquisimeto. Su basquiña y corpiño con, las señales de las heridas, según Piedrahita, se conservaron largo tiempo en Tocuyo donde y en una jaula estuvo expuesta la cabeza de Aguirre.
Al llegar al término de estas cansadas líneas, confesaremos que no estamos persuadidos de ser ellas las definitivas sobre la totalidad de los temas estudiados. Nuestra visión de Aguirre, por ejemplo, es una de tantas como se pueden presentar de tan especial figura, pero al menos no se aparta de la historia, lo cual no puede afirmarse de otras, y además marcamos ya sin titubeos la demencia del rebelde.
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Terminaba así Espronceda, su “Canto a Teresa”:
“Truéquese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver más ¿qué importa al mundo?”.
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Fuente: “Histogeomapas”
Mapa base: Google Heart
Trujillo, el punto de partida. Iglesia de San Agustín. Trujillo, Peru.
Barquisimeto, el punto final. Antigua catedral de Barquisimeto, hoy Iglesia de San Francisco de Asís.
Firma de Lope de Aguirre y negativo del texto original.
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El capitán Francisco Vázquez, uno de los marañones de Ursúa que sobrevivió a Lope de Aguirre, de quien escapó en la Isla Margarita, hacia 1562 terminó su Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado, una de las crónicas más detalladas y valiosas de aquel viaje.
Disponible en Google:
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