viernes, 25 de noviembre de 2022

Marcel Proust ● El sentido de la vida a través del recuerdo.


Robert y Marcel Proust, en 1877

…Un día de invierno, cuando volví a casa, mi madre, viendo que tenía frío, me propuso que tomara, contra mis costumbres, un poco de té. Me negué al principio, pero, no sé por qué, cambié de opinión. Mandó a buscar uno de aquellos pastelillos pequeños y redondos, que llaman Petites Madeleines, que parecían haber sido formadas en las estrías de una concha de Santiago. 

De pronto, maquinalmente, abrumado por la triste jornada y la perspectiva de un también triste día siguiente, llevé a mis labios una cucharada del té, en el que había remojado un trozo de magdalena. Y en el mismo instante en que el trago, mezclado con miguitas del dulce tocó mi paladar, me estremecí, atento a algo extraordinario que me pasaba.

1885

Me invadió un delicioso placer, aislado, sin la noción de su causa. De inmediato me trajo las indiferentes vicisitudes de la vida, sus inofensivos desastres, su ilusoria brevedad, del mismo modo que opera el amor, llenándome de una preciosa esencia, o quizás esta esencia no estaba en mí, sino que era yo mismo. 

Dejé de sentirme mediocre, contingente, mortal. ¿De dónde podía surgir tan poderosa alegría? Sentía que estaba ligada al sabor del té y del dulce, pero los superaba infinitamente, pues no debía ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía? ¿Qué significaba? ¿Dónde aprehenderla? Bebí un segundo trago y no encontré nada más que en el primero, y un tercero, me aportó menos que el segundo.

Era el momento de parar, pues la virtud del brebaje parecía disminuir. Estaba claro que la verdad que buscaba, no estaba, sino en mí. Despertó, pero no la conocía y no podía más que repetir indefinidamente, cada vez con menos fuerza, el mismo testimonio que no sabía interpretar, pero que quería, al menos poder poner intacto a mi disposición, de inmediato, para su aclaración definitiva.

Dejé la taza y me centré en mi mente para que ella misma encontrara la verdad. Pero ¿cómo? Grave incertidumbre, siempre que la mente se siente superada por ella misma; cuando el que busca es el paisaje oscuro en el que debe buscar y cuando todo su equipaje no le sirve de nada. ¿Buscar? No solamente, sino crear. Estás frente a algo que todavía no es y que debes hacer realidad, para poder entrar en su luz.

… … …

Y, de repente, apareció el recuerdo. El sabor era el del trocito de magdalena que los domingos por la mañana, en Combray (porque aquel día no salía antes de la hora de misa), cuando iba a darle los buenos días en su habitación, me ofrecía mi tía Léonie, después de haberla sumergido en su infusión de té o de tila. 

La casa de la tía Léonie

... todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann, y las nínfeas de Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus casitas, y la iglesia y todo Combray y sus alrededores, todo tomaba forma y solidez, y salía, ciudad y jardines, de mi taza de té.

1895
Primeras páginas de Du côté de chez Swann con las notas de revisión escritas a mano por el autor.

À la recherche du temps perdu, normalmente citado sencillamente como La Recherche, es una novela de Marcel Proust, escrita entre 1906 y 1922 y publicada entre 1913 y 1927, en siete tomos, de los que los últimos aparecieron después de la muerte del autor. Más que el relato de una secuencia determinada de sucesos, esta obra se interesa, no en los recuerdos del narrador, sino en una reflexión psicológica sobre la literatura, sobre la memoria del tiempo. Sin embargo, como señala Jean-Yves Tadié, en Proust y la Novela, todos estos elementos dispersos, se descubren ligados unos a otros, cuando, a través de todas sus experiencias, negativas o positivas, el narrador -que es también el protagonista de la obra-, descubre el sentido de la vida en el arte y en la literatura, en el último tomo.

Como siempre es cuestión de matices, a la palabra “recherche” se le podría aplicar, en este caso, el sentido, también usual, de “investigación” y probablemente, resultara más apropiado, pues de acuerdo con lo que escribe Proust, el protagonista no “buscaba” nada, sino que, es un hallazgo casual -la magdalena-, quien le devuelve al pasado y hace aflorar los recuerdos de forma inesperada, y es solo a partir de entonces, cuando emprende el análisis exhaustivo de los mismos, es decir, su “recherche”.

El resultado, es genial; À la recherche du temps perdu es considerado como una de las mejores obras de Literatura del siglo XX.

1906

“La Recherche” se publicó en siete tomos: 

1. Du côté de chez Swann/ Por el Camino de Swan, editado a cuenta del autor, por Grasset, en 1913, seguido de una versión modificada de Gallimard, 1919.

2. À l'ombre des jeunes filles en fleurs/A la Sombra de las Muchachas en Flor. 1919, Gallimard. Fue galardonado con el Premio Goncourt.

3. Le Côté de Guermantes/El Mundo de Guermantes, en dos volúmenes, por Gallimard, 1920-21.

4. Sodome et Gomorrhe I et II/Sodoma y Gomorra, I y II. Gallimard, 1921-1922)

5. La Prisonnière/ La Prisionera. Póstumo, en 1923.

6. Albertine disparue/Albertine desaparecida. Póstumo, en 1925, su título original, era La Fugitive.

7. Le Temps retrouvé/El Tiempo Reencontrado. Póstumo, 1927.

Considerando estas divisiones, la redacción y la publicación, se hicieron de forma paralela, e incluso el concepto que Proust tenía de su novela, evolucionó en el transcurso del proceso.

Cuando se publicó el primer tomo por cuenta del autor, en Grasset, 1913, gracias a René Blum -Proust conservó la propiedad literaria-, la guerra interrumpió la publicación del segundo y permitió al autor rehacer la obra, que adquirió amplitud en el transcurso de noches de trabajo agotadoras. Trabajó sin descanso sus borradores dactilografiados y manuscritos, y se propuso poner fin a su colaboración con el editor. La Nouvelle Revue Française, -NRF-, dirigida por Gaston Gallimard, que estaba en plena batalla editorial con Grasset desde 1914, pero cometió el error de negarse, en 1913, a publicar Du côté de chez Swann, pues André Gide, figura dominante del comité editorial de la NRF, juzgó que se trataba de un libro snob dedicado a Gaston Calmette, director de Le Figaro. La NRF, que se consideraba abanderada de la renovación de las letras francesas, agravó el caso el 1º de enero de 1914, cuando uno de sus fundadores, Henri Geon, juzgó Du côté de chez Swann, como “una obra de ocio en la más plena acepción del término”. Sin embargo, escritores de renombre como Lucien Daudet, Edith Wharton y Jean Cocteau, no ocultaron sus elogios a este primer tomo. André Gide reconoció inmediatamente su error y suplicó a Proust que se uniera a la NRF, que había recuperado la posibilidad de imprimir. Proust informó a Grasset de su intención de abandonarlo en agosto de 1916, y tras un año reglamentando el problema: cuestión de indemnizaciones, compensaciones y pago de derechos, Gaston Gallimard lanzó la publicación de dos volúmenes que compró a su concurrente, y en octubre de 1917, a los casi doscientos ejemplares de Swann, que no se habían vendido; les puso una cubierta de la NRF antes de volver a sacarlos a la venta.

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I Du côté de chez Swann

I.

Durante mucho tiempo me acostaba temprano. A veces, apenas se apagaba la vela, mis ojos se cerraban tan deprisa, que no tenía tiempo de decir “me duermo·. Y, más o menos, media hora después, el pensamiento de que era hora de dormir, me despertaba; quería dejar el libro que aún creía tener en las manos y soplar la vela...

Combray, el nombre dado por Proust al pueblo de su infancia, Illiers, -rebautizado tras su fallecimiento, como Illiers-Combray-, abre La Recherche du Temps Perdu. El narrador, ya adulto, recuerda las distintas habitaciones en las que ha dormido a lo largo de su vida, especialmente, la de Combray, donde pasaba las vacaciones cuando era pequeño. La habitación protagonista se encuentra en la casa de su tía abuela, prima de su abuelo, “mi tía abuela en cuya casa vivíamos…”

Marie de Rabutin-Chantal. Mme. de Sevigné. Marquesa. De Claude Lefébvre-(Atrib.) Museo Carnavalet. París. La escritora preferida de la abuela de Marcel Proust

El narrador recuerda hasta qué punto, la hora de acostarse era una tortura para él; significaba que iba a pasar una noche entera lejos de su madre, lo que le causaba enorme angustia: “en el momento en el que tenía que meterme en la cama, lejos de mi madre y de mi abuela, mi dormitorio se convertía en el punto fijo y doloroso de mis preocupaciones”. Durante mucho tiempo había olvidado aquel episodio de sus estancias en la casa de su tía abuela, hasta que un día, su madre le ofreció una taza de té y unas magdalenas que, al principio rechazó, pero que después terminó aceptando. Fue entonces cuando, años después, el té y las migas del dulce, hicieron resurgir toda la parte de su vida pasada en Combray. “...y todo Combray y sus alrededores, todo, cobró forma y solidez, y salió, villa y jardines, de la taza de té.” Este fragmento dio lugar a la expresión popular “magdalena de Proust”, empleada para calificar, frecuentemente un alimento, que le trae a alguien recuerdos felices.

Esta parte de la vida del narrador no solo está marcada por el drama de la hora de acostarse; fue también ocasión de despertar sus sentidos; el olor de las zarzas, la vista de la naturaleza en los alrededores de Combray durante sus paseos, etc.; la lectura, las novelas de Bergotte, autor ficticio, que será, incluso, un personaje de la novela; el narrador pasea por Combray de extremo a extremo con su familia; la parte de Méseglise, o la de Guermantes, si el tiempo lo permite. Adora a su madre y a su abuela, y más globalmente, su familia aparece como un capullo en el que el narrador niño, se siente feliz, protegido y mimado.

Un amour de Swann es un paréntesis en la vida del narrador. Aquí relata la gran pasión que sintió Charles Swan, al que conoce en la primera parte, como vecino y amigo d la familia; por la “cocotte” Odette de Crécy. En esta parte, vemos a un Swann enamorado, pero torturado por los celos y la desconfianza hacia Odette. Los amantes viven cada uno en su casa y cuando Swann no está a su lado, le corroe la inquietud; se pregunta qué hará Odette, si no lo está engañando. Odette frecuenta el salón de los Verdurin, matrimonio de ricos burgueses que todos los días reciben a un círculo de amigos para cenar, charlar o escuchar música. Al principio, Swann encuentra a Odette en este ambiente, pero poco después, tiene la desgracia de no complacer ya a la señora Verdurin, que lo aparta de las veladas organizadas en su casa, por lo que cada vez tiene menos oportunidades de ver a Odette, por lo que sufre angustiosamente; después, poco a poco sale de su pena y se sorprende: “¡Y pensar que he malgastado años de mi vida y que he deseado morir... por una mujer... que no era mi tipo!”.

El paréntesis no es anecdótico; prepara la parte de la Recherche en la que el protagonista conocerá sufrimientos similares a los de Swann.

En cuanto a los nombres de los lugares, empiezan por un ensueño sobre las habitaciones de Combray y sobre la del gran hotel de Balbec; ciudad imaginaria inspirada, en parte por la villa de Cambray. Ya adulto, el narrador compara y distingue habitaciones. Recuerda que siendo muy joven, pensaba en los nombres de los diferentes lugares, tales como Balbec, pero también, Venecia, Parma o Florencia. Por entonces, le hubiera gustado descubrir la realidad que se escondía tras aquellos nombres, pero el médico de la familia desaconsejó todo proyecto de viaje, a causa de una fea fiebre que había contraído. Tuvo entonces que permanecer en su habitación de París; sus padres vivían a dos pasos de los Champs-Élysées, y solo pudo permitirse paseos por París con su nodriza Françoise. Es entonces cuando conoce a Gilberte Swann, a quien ya había visto en Combray. Se hace amigo de ella y se enamora. Su gran asunto en aquel momento era ir a jugar con ella y sus amigos a un jardín próximo a los Champs-Elysées. Se las ingenia para cruzarse con los padres de Gilberte y saluda a Odette Swann, convertida en la esposa de Swann y madre de Gilberte.

II À l’ombre des jeunes filles en fleurs

Empieza en París, y toda una parte, titulada Autour de Madame Swann/En torno a Mme. Swann, marca la entrada del protagonista en la casa de los padres de Gilberte Swann, a la que va, invitado por su joven amiga, para jugar o cenar. Se queda tan prendado, que una vez de vuelta en casa de sus padres, hace todo lo que puede para llevar la conversación al tema de Swann; todo lo que compone el universo de Swann le parece magnífico: “no sabía ni el nombre ni la clase de cosas que había ante mis ojos y solo comprendía que, si estaban cerca de los Swann, debían ser extraordinarias.” Se siente feliz y orgulloso de salir por París con los Swann. 

Es durante una cena en su casa cuando conoce al escritor Bergotte, cuyos libros le gustaban desde hacía mucho tiempo. Pero queda defraudado, porque, el verdadero Bergotte, está a mil millas de la imagen que de él se había forjado por la lectura de sus obras. “Todo el Bergotte que yo había elaborado lentamente... de golpe, no servía para nada...

La relación con Gilberte evoluciona: todo se viene abajo y el narrador decide no verla más. Su pena es intermitente. Poco a poco, consigue distanciarse de ella y no sentir nada más que indiferencia con respecto a ella. Sigue, no obstante, ligado a Odette Swann.

Dos años después de la ruptura, se va a Balbec con su abuela -en la parte titulada Nombres de ciudades: la ciudad”-. 

Al marcharse a la estación balnearia, se siente desgraciado, pues va a encontrarse lejos de su madre. Su primera impresión de Balbec, es la decepción; la ciudad es distinta de lo que había imaginado. Por otra parte, la perspectiva de una primera noche en un lugar desconocido, le asusta. Se siente solo cuando, día tras día, observa a la gente que frecuenta el hotel. Su abuela se acerca a una de sus viejas amigas, la señora Villeparisis y comienza una serie de paseos en el coche de esta aristócrata. En el transcurso de uno de ellos, el narrador siente una extraña impresión al ver tres árboles cuando el coche se acerca a Hudimesnil. Siente que la alegría le invade, pero no sabe por qué. Piensa que debería pedir que pararan el coche para ir a ver de cerca aquellos árboles, pero renuncia por pereza. La señora de Villeparisis le presenta a su sobrino, Saint-Loup, del cual se hace amigo. Se encuentra con Albert Bloch, un amigo de la infancia, y se lo presenta a Saint-Loup. Finalmente conoce al barón de Charlus -un Guermantes, como la señora Villeparisis y muchos otros personajes de la obra-. El protagonista se sorprende por el extraño comportamiento del barón, que empieza por mirar intensamente al protagonista, y después, cuando lo conoce, se muestra increíblemente lunático. Poco a poco, el narrador ensancha el círculo de sus conocimientos. Albertine Simonet y sus amigas, hacen amistad con él y al principio, se siente atraído por alguna de ellas. Termina por enamorarse de Albertine. 

Llega el mal tiempo, la estación termina y el hotel se vacía.

III Le Côté de Guermantes

Esta parte se divide en dos secciones cuyos acontecimientos se desarrollan esencialmente en París: los padres del narrador cambian de alojamiento y en adelante, viven en una parte del hotel de los Guermantes. Su doncella, la vieja Françoise, lamenta el traslado. El narrador piensa en el nombre de los Guermantes, como antes pensaba en los nombres de los lugares. Le gustaría mucho integrarse en el mundo de la aristocracia. Para acercarse a la señora de Guermantes, a la que importuna siguiéndola indiscretamente por París, decide visitar a su amigo Robert de Saint-Loup, que está de guarnición en Doncières. “La amistad, la admiración que Saint-Loup sentía hacia mí, me parecían inmerecidas y me resultaban indiferentes. De pronto, vi en ello un premio; me hubiera gustado que se lo revelara a la señora de Guermantes, y habría sido capaz de pedirle que lo hiciera. Visita, pues, a su amigo, que le recibe con mucha amabilidad y está atento a todos los menores detalles con él. De vuelta en París, el protagonista se entera de que su abuela está enferma. Saint-Loup aprovecha un permiso para ir a París; sufre a causa de su amante, Rachel, a quien el narrador identifica como una antigua prostituta que trabajaba en una casa de citas. El narrador frecuenta el salón de la señora Villeparisis, la amiga de su abuela, y observa mucho a las personas que la rodean. Todo esto da al lector una imagen muy detallada del barrio de Saint-Germain entre el final del siglo XIX y el principio del XX. El narrador empieza a frecuentar el salón de los Guermantes. La salud de su abuela se sigue deteriorando; es víctima de un ataque cuando pasea con su nieto.

IV Sodome et Gomorrhe

El título evoca las dos ciudades destruidas por Dios para castigar a sus habitantes, infieles e inmorales. En esta entrega, el narrador descubre que la homosexualidad está muy presente en su entorno. Un día descubre la del señor de Charlus, así como la de Jupien, fabricante de chalecos, que vive cerca de su casa. Charlus no es solo el amante de Jupien; rico y cultivado, sino que también es su protector. El narrador, tras descubrir la “inversión sexual” de Charlus, asiste a una velada en casa de la princesa de Guermantes, lo que le permite observar de cerca el mundo de la aristocracia del barrio de Saint-Germain, y se entrega a consideraciones sobre esta parte de la sociedad. Después de una larga velada, el narrador vuelve a su casa y espera la visita de su amiga Albertine, que se hace esperar, lo que irrita al protagonista y se angustia. Finalmente llega, y el hielo se funde, pero, dicho esto, el corazón del narrador, es inestable. A veces, ya no siente amor por Albertine, algo que él llama “intermitencias del corazón”. 

Hace una segunda visita a Balbec. Esta vez está solo, porque su abuela ha muerto, lo que le lleva a hacer comparaciones con su primera estancia en la estación balnearia. Al descalzarse, recuerda que antaño, su abuela misma le quitaba los zapatos con amor. El recuerdo le perturba; solo ahora comprende que ha perdido para siempre a su abuela que le adoraba. Esta estancia en Balbec queda pautada por los sentimientos que, como dientes de sierra, tiene por Albertine: tanto si se siente enamorado, como si ella le resulta indiferente, piensa en romper. Y empieza a sospechar de ella; se pregunta si no será lesbiana. Pero no alcanza ninguna certeza. Al final del segundo día, decide casarse con ella, pensando que, al hacerlo, cambiará sus inclinaciones.

V La Prisonnière

Vida en común con Albertine. 

El narrador ha vuelto a París, a la casa de sus padres, ausentes en aquel momento y se instala allí con Albertine y Françoise la doncella. Cada uno tiene su habitación y su cuarto de baño. El narrador hace todo lo posible por controlar la vida de Albertine, para evitar que se cite con mujeres. La mantiene, por así decirlo, prisionera en su casa, y cuando sale, él se las arregla para que Andrée, una amiga común, la siga en todos sus desplazamientos. La actitud del narrador está muy próxima a la de Swann con Odette, en Un amour de Swann. El amor, lejos de hacerle feliz, suscita una continua desconfianza y unos celos permanentes. El protagonista se da cuenta también, de que a pesar de todas sus precauciones, Albertine le resulta extraña en muchos aspectos. Haga lo que haga, constituye un misterio para él. La vida en común no durará mucho tiempo. Un día, Françoise anuncia al narrador que Albertine se ha ido al amanecer.

VI Albertine disparue

La tristeza y el olvido.

“¡La Señorita Albertine se ha ido!” El sufrimiento psicológico va mucho más lejos que la propia psicología. Hace un momento, analizándome, creía que esta separación para siempre, era justamente lo que deseaba, pues comparando la mediocridad de los placeres que me proporcionaba Albertine, con la riqueza de los deseos que me impedía realizar, me había sentido sutil, y había concluido que no quería volver a verla y que ya no la amaba. Pero aquellas palabras: ”La Señorita Albertine se ha ido”, acababan de producir en mi corazón tal sufrimiento, que creí que no podría resistirlo mucho tiempo.

En algunas ediciones, esta parte se titula La Fugitive, originalmente deseado por Proust, pero que era ya el título de otro libro, aunque se corresponde muy bien con el contenido, que forma un díptico con La Prisonnière. Albertine escapa de la casa del narrador en cuanto siente su completa indiferencia hacia ella, lo que provoca un nuevo giro en el corazón de este. Hace todo lo posible para encontrar a su amada y quiere creer que pronto volverá a su lado. 

Desgraciadamente se entera por un telegrama que Albertine ha muerto, víctima de una caída del caballo. Se le ha ido definitivamente. Su corazón oscila entre el sufrimiento y el desapego. Se dedica con Andrée a un trabajo de investigación para deducir si ella era, o no, lesbiana y descubre que, efectivamente, era el caso.

Va a casa de la duquesa de Guermantes y se cruza con su amor de la infancia, Gilberte Swann, convertida en la señorita Gilberte de Forcheville: Swan ha muerto de enfermedad y Odette se ha vuelto a casar con el señor de Forcheville. Swan soñaba con hacer admitir a su mujer en los medios aristocráticos a título póstumo y se cumple con el segundo matrimonio de Odette. El narrador viaja a Venecia con su madre. A la vuelta, se entera de la boda de Gilberte con su amigo Robert de Saint-Loup. Algún tiempo después, va a Tansonville, no lejos de Combray, a visitar a los recién casados. Gilberte confía al narrador que es desgraciada, porque Robert la engaña. Es cierto, pero ella cree que es con mujeres, mientras que a Robert le atraen los hombres.

VII Le Temps retrouvé

Tansonville

El comienzo de esta última entrega transcurre todavía en Tansonville. El narrador, que quería convertirse en escritor desde que era niño, lee un fragmento del Journal des Goncourt/Diario de los Goncourt, antes de dormir, y se convence de que no es capaz de escribir, por lo que decide renunciar a ser escritor. Estamos en plena Primera Guerra Mundial. El París de la época, presenta personajes globalmente germanófobos y totalmente preocupados por lo que pasa en el frente. Charlus es una excepción; es germanófilo. Saint-Loup se ha alistado, ha ido a combatir y ha muerto en el campo de batalla. Después de la guerra, el narrador acude a una velada en casa de la princesa de Guermantes. De camino, toma de nuevo conciencia de su incapacidad para escribir. 

El final de un fragmento de música en el salón-biblioteca de los Guermantes, donde el sonido de una cuchara, la rigidez de la servilleta que usa, etc. desencadenan en él el placer que sentía antaño, en tantas ocasiones, al ver los árboles de Hudimesnil, por ejemplo. Esta vez decide profundizar sus impresiones; descubrir por qué ciertas sensaciones le hacen tan feliz. Comprende finalmente, que la memoria involuntaria es la única capaz de resucitar el pasado; que la obra de arte permite vivir una verdadera vida, lejos de mundanidades y que permite también abolir los límites impuestos por el Tiempo.

El protagonista está por fin preparado para crear una obra literaria.

(Resumen traducido de Wikipedia Fr.)

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“Tuve la desgracia de empezar mi libro con la palabra “yo” e inmediatamente se dedujo que, en lugar de tratar de descubrir leyes generales, me analizaba en el sentido más individual y detestable de la palabra”. Marcel Proust.


A pesar de su intenso personalismo, resulta una evidencia, que la filosofía y la estética de Proust, reflejan claramente, por ejemplo, la filosofía de Schopenhauer; la sociología de Gabriel Tarde; el Impresionismo; la música de Wagner o el desdichado asunto Dreyffus.

Schopenhauer, por Jules Lunteschütz. -Gabriel Tarde, Profesor del Collège de France

Claude Monet: Impression, soleil levant, 1872, Paris, Musée Marmottan Monet

Wagner, 1871, fotografía de Franz Hanfstaengl. -La degradación de Dreyfuss Dibujo de Henri Meyer en el Petit Journal del 13.1.1895, con el título, “El Traidor”.

Su estilo es, no obstante, muy personal. Sus frases, a menudo, largas y la construcción compleja, recuerdan al duque de Saint-Simón, uno de los autores que cita con más frecuencia. Algunas frases requieren un cierto esfuerzo por parte del lector para distinguir su estructura y, por tanto, su sentido más preciso. Los contemporáneos de Proust, afirmaron que empleaba prácticamente el mismo lenguaje en su conversación. El académico Jacques de Lacretelle, amigo de Proust, informó que “un profesor americano, M. Herbert de Ley, autor de un estudio corto pero preciso y documentado, titulado Marcel Proust et le duc de Saint-Simon, constató que, de unos cuatrocientos personajes aristocráticos de Proust, casi la mitad tienen nombres que aparecen en las Mémoires de Saint-Simon.

Los dos escritores que influyeron más profundamente en Proust, marcando un eje en la “Recherche du Temps perdu”, son, sin discusión, Saint-Simón y Balzac. Y, sin embargo, ¡qué diferencia de temperamento y de formación entre ellos!”. 

(Jacques de Lacretelle: “Saint-Simon et Proust”.)

Saint-Simon, de Jean-Baptiste van Loo, 1728, detalle. Castillo de Chasnay. Col. Privada.- Honoré de Balzac.

Su particular estilo traduce una voluntad de captar la realidad en todas sus dimensiones, en todas las percepciones posibles; en todas las facetas del prisma de los diferentes personajes. Reúne preocupaciones e impresiones, pues la realidad solo tiene sentido a través de la percepción, real o imaginaria, que de ella tiene el sujeto.

Su prisma no es solo el de los actores, sino el de cada uno de ellos, desde los diversos puntos de vista del tiempo que pasa; el punto de vista del momento presente, del pasado y el pasado tal como lo vuelve a percibir en el presente.

Pero la obra no se limita a esta dimensión psicológica e introspectiva, sino que analiza, a menudo, sin piedad, la sociedad de su tiempo: la oposición entre la esfera aristocrática de los Guermantes, y la burguesía advenida de los Verdurin, a los que hay que añadir el mundo de los servidores domésticos, representados por Françoise. Al hilo de los tomos, la obra refleja también la historia contemporánea, desde las controversias del affaire Dreyfus, hasta la Guerra del 14. 

De izquierda a derecha, de pie: Príncipe Edmond de Polignac, Princesa de Brancovan, Marcel Proust, Ppe. Constantin Brancoveanu (hermano de Anna de Noailles), y Léon Delafosse. Debajo: Madame de Montgenard, Princesa de Polignac, Condesa Anna de Noailles. Delante: Princesa Helen Caraman-Chimay (hermana de Anna de Noailles) y Abel Hermant. Antes de 1901.

Por otra parte, la acción se inscribe en un tiempo perfectamente definido por numerosas referencias históricas que fijan con claridad el período de la Recherche, por ejemplo, cuando Swann empieza a frecuentar a los Verdurin, estos han asistido al entierro de Gambetta, Ministro de la III República, o en “les jeunes filles en fleur”, se narra la visita del Zar Nicolás II a París, en otoño de 1896.

 

Gambetta, fotogr. Carjat.- Nicolás II.

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¿Cómo compuso Marcel Proust À la recherche du temps perdu?/En busca del tiempo perdido. ¿Cómo fue imaginada esta obra, creada, transmitida, incluso tras la muerte del escritor, en 1922, hasta convertirse en una de las más célebres de la literatura mundial?

Una exposición organizada tomo tras tomo, cuenta la historia de À la recherche, apoyándose en los resultados de veinte años de investigación proustiana.

Con ocasión del Centenario de la muerte de Marcel Proust, la Biblioteca Nacional de Francia (BNF), propone, desde el 11 de octubre de 2022, hasta el 22 de enero de 2023, una exposición consagrada a À la recherche du temps perdu, que reúne más de 370 documentos, entre manuscritos, cuadros, fotografías, objetos y vestimentas.

Marcel Proust, "À la recherche du temps perdu", manuscrito autógrafo. Sesenta y dos cuadernos de borradores, incluyendo los de las diferentes partes de la “Recherche” en diversos estadios de su redacción. BnF. 

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EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO. El protagonismo de la imagen pictórica en el tiempo de Marcel Proust.

Hay una relación prácticamente completa en la obra de Eric Karpeles, “El Museo Imaginario de Marcel Proust”, que solo anota las obras citadas por su nombre o evocadas con suficiente precisión, para ser identificadas. 

Proust frecuentaba el Museo del Louvre con mucha regularidad, así como las exposiciones de las galerías parisinas. También viajaba al extranjero, especialmente, a Italia y los Países Bajos donde vio numerosas obras que también cita. Del mismo modo, se inspiró en reproducciones publicadas en libros y revistas de arte.

“Solo por el arte podemos salir de nosotros mismos, saber lo que ve otro de este universo que no es el mismo que el nuestro y cuyos paisajes nos resultarían tan desconocidos como los que puede haber en la Luna. Gracias al Arte, en lugar de ver un solo mundo; el nuestro, lo vemos multiplicarse, y cuantos más artistas originales haya, más mundos tendremos a nuestra disposición.

—Marcel Proust, Le Temps retrouvé / El Tiempo recuperado

Jean-Baptiste-Camille Corot – La Catedral de Chartres. Louvre

“en lugar de [darme] fotografías de la Catedral de Chartres... se informaba por Swann si algún gran pintor la había representado...”

Turner. 1817-20. Getty

Tiziano: Asunción de María, 1516-18. Santa María Gloriosa dei Frari en Venecia. A l'ombre des jeunes filles en fleurs (tome 2)

Mona Lisa. Leonardo da Vinci, 1503-6. Louvre. A l'ombre des jeunes filles en fleurs (tome 2).
“Harmonie en rose et or” de J.M. Whistler, 1871-74. Frick Coll. NY. A l'ombre des jeunes filles en fleurs (tome 2).
Los Hijos de Edward, (Niños de la Torre) de Paul Delaroche, en 1830. Louvre. Le Côté de Guermantes (tome 3).
Frans Hals - De regentessen van het oudemannenhuis / Las Regentes de la Casa de los Ancianos. Frans Hals Museum, Haarlem, Países Bajos. Le Côté de Guermantes (tome 3).

James Tissot – Le Cercle de la Rue Royale. 1868. Orsay. La Prisonnière (tome 5)
Une coque de cheveux noirs en forme de cœur, appliquée au long de l’oreille comme le nœud d’une infante de Velasquez. Una concha casco de pelo negro en forma de corazón, aplicado a lo largo de la oreja como una infanta de Velazquez. Velázquez. Meninas, fragmento. Museo del  Prado.
El Tiempo Reencontrado. T. VII. Primera Guerra Mundial

Viendo al Apocalipsis en el cielo -los aviones enfocan sus proyectores sobre la ciudad-, como en el Entierro del Conde de Orgaz, del Greco, dos diferentes planos son paralelos.


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