sábado, 11 de noviembre de 2023

LA GRAN REDADA II. ENSENADA • Prisión General de Gitanos

Como sabemos, con la autorización del rey de España, Fernando VI, Ensenada organizó una operación secreta, ejecutada de manera sincronizada en todo el territorio español el miércoles 30 de julio de 1749 y conocida como Gran Redada o Prisión General de Gitanos. Tenía por objetivo arrestar a todos los gitanos del reino, separando a los hombres de las mujeres a fin de lograr la extinción de la etnia. Ya en el primer día de la acción fueron detenidos entre 9000 y 12.000 gitanos. Los varones gitanos mayores de siete años fueron encadenados e internados en arsenales donde realizarían trabajos forzados. Las mujeres y los niños lo fueron en cárceles y fábricas. Sus bienes fueron confiscados. Esta acción finalizó en 1763.

La Gran Redada de 1749: cuando los Borbones intentaron acabar con el pueblo gitano

En 1752 más de 600 mujeres fueron enviadas desde Málaga a la Casa de Misericordia de Zaragoza, llegando a hacinar allí a 800 personas, ante lo cual el capellán comenta que “la Casa deberá separarlas de los pobres que tiene, para que su mala semilla no corrompa la ignorancia de costumbres en que procuramos mantenerlos”.

Reformas de Ensenada

Apenas firmado un decreto, ya había otro, o más de uno esperando sobre la mesa de Fernando VI. El marqués se encarga de saberlo todo: sabe tratar con suma elegancia y picardía a los embajadores acreditados en Madrid; conoce al dedillo el estado de las fuerzas de infantería que están estacionadas en Nápoles o en cualquier otro punto de la Italia borbónica; de los navíos de línea que anclan en la bahía de Cádiz... Ensenada está en todo. Gracias a su labor, la política europea empieza a hacerse en Madrid. Las distintas cancillerías saben que es él quien manda, y con él negocian.

Será tras la firma con los Borbones de Francia del Segundo Pacto de Familia, en 1743, y la Paz de Aquisgrán, de 1748, cuando Ensenada tendrá manos libres para dedicar todo su tiempo a los asuntos internos de España, acometiendo sus innovadores proyectos.

Las reformas de Ensenada son muestra perfecta de la labor de un ministro ilustrado:

• Se aprueba un nuevo modelo de Hacienda en 1749 que sustituye los impuestos tradicionales por el impuesto único del catastro (catastro de Ensenada). Sin embargo, jamás llegó a aplicarse a causa de la oposición nobiliaria a tal medida. También se redujo la subvención del Estado a las Cortes y al Ejército, pero esta reforma tampoco se dio por completada a causa, asimismo, de la oposición de la nobleza.

• Lógica abolición de las rentas provinciales y un nuevo decreto sobre baldíos, más reglamentos sobre casas y caballerizas reales y nuevas ordenanzas de obras y bosques. Los métodos ahorrativos de Ensenada lograron un oportuno excedente de trigo que, por ejemplo, fue vital para solucionar la mala cosecha en Andalucía en 1750.

• Mejora de la carretera del puerto de Guadarrama a la altura de San Rafael (entre Madrid y Segovia) y fijación de aranceles.

• Mejora de la navegación fluvial del Ebro hasta Tortosa y mejora, asimismo, de los puertos de Barcelona y de Palma de Mallorca.

• Creación de fábricas de jarcia y lona, del Real Colegio de Cirugía de la Armada en Cádiz, impresión de códices en árabe o griego, un proyecto sobre la creación de un archivo histórico en Madrid.

• Creación del Giro Real en 1752: se trata de una entidad bancaria que favorece las transferencias de fondos públicos y privados fuera del país. Todas las operaciones de intercambio con el extranjero quedan en manos de la Hacienda Real, y así sale beneficiado el Estado. El resultado fue inmejorable: al año de funcionar ya se habían recaudado 1.831.911 escudos, y sin necesitar las remesas de Indias que tanto auxiliaban la economía española con Felipe V. Sin duda, este es un claro antecedente del futuro Banco de San Carlos, que se instauró gracias a Carlos III. El desahogo de la Real Hacienda gracias a estas medidas es ya un hecho. El marqués ya comentó en varias ocasiones:

Las monarquías bien gobernadas cuidan con preferencia todo del Real Erario y de que todos los vasallos no sean pobres.

• Se impulsa el comercio con las colonias de América. Su misión es acabar con el monopolio de Indias, así como eliminar la corrupción del comercio colonial. Así, se incrementaron los ingresos y disminuyó el fraude. En los reinos de la península se eliminan las aduanas interiores y se liberaliza el comercio.

• Creación en 1752 de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, enmarcada en plena Ilustración.

A sus 44 años, el marqués alcanzó la cima de su carrera. Había logrado que la monarquía española fuera recuperando un esplendor que tantos años de guerras inacabables habían ensombrecido:

Porque rica, la Monarquía respetada de todos será, y pobre, de todos será despreciada.

En 1750 recibe con todos los honores la Orden del Toisón de Oro la Gran Cruz de Malta, pero eso no disminuye ni mucho menos su humildad y ritmo de trabajo: tres años más tarde ya logra encauzar con resultados satisfactorios las imprescindibles relaciones entre España y la Santa Sede. Son importantes sus relaciones con los Banfi, Orcasitas, Francia, Mogrovejo... y altos cargos, como el cardenal Valenti, secretario personal del papa, y el auditor Manuel Ventura Figueroa.

También trabó amistad con Antonio de Ulloa y Jorge Juan, que enviaron informes, técnicos navales, ingenieros de caminos, de canales y fabricantes textiles, vidrios, armas. El concordato con la Santa Sede de 1753 garantizaba a la monarquía española el pleno apoyo de la Iglesia a cambio de beneficios económicos y el reforzamiento del poder papal sobre los clérigos españoles, aunque el Estado salía reforzado por encima del papa. Gracias al Concordato incluso se le ofreció el cardenalato al marqués, pero este lo rechazó.

En 1750 ya se había firmado también el Primer Tratado de Límites entre España  y Portugal, un acuerdo que Ensenada logró paralizar solicitando el apoyo del rey de Nápoles, el futuro Carlos III de España, porque beneficiaba en demasía a Gran Bretaña a través de su tradicional alianza con Portugal.

Gracias al decisivo impulso de Ensenada se construyen también los tres grandes arsenales clásicos en que quedarán apoyadas para siempre la Marina y la flota de guerra españolas: Ferrol, Cartagena y La Carraca.

Compitiendo en el mar contra la poderosa flota británica, el marqués aconseja en 1748 que el experto marino Jorge Juan y Santacilia vaya de visita a Gran Bretaña para informarse y conocer a fondo a los mejores técnicos navales del momento. Será así como proyecte y haga realidad la construcción para España de una flota digna en calidad a la británica, con un aumento de por lo menos 60 navíos de línea y 65 fragatas listas para operar. Asimismo, Ensenada eleva el Ejército de tierra a 186.000 soldados y la Marina a 80.000.

Pese a las enormes e interesadas presiones de Gran Bretaña para lograr la destitución de tan competente ministro de Fernando VI, por vía del embajador español en Londres Ricardo Wall, el Marqués de la Ensenada se adelanta y presenta su dimisión ante el rey, aunque finalmente este no se la acepte. El monarca se ha acostumbrado al eficaz trabajo de su primer ministro y ya no puede prescindir de él: leal, activo, cauto, incansable... Manda un nuevo informe al rey, previo a las Reales Órdenes de 1751, en donde le detalla cuáles son sus próximos proyectos:

Proponer que Vuestra Majestad tenga iguales fuerzas de tierra que la Francia y de mar que la Inglaterra, sería delito, porque ni la población de España lo permite ni el Erario puede suplir tan formidables gastos; pero proponer que no se aumente el ejército y que no se haga una marina decente sería querer que España continuase subordinada a la Francia por tierra y a la Inglaterra por mar. Consta el ejército de Vuestra Majestad de 133 batallones (sin ocho de marina) y 68 escuadrones: vista la distribución por plazas y guarniciones resulta que solo vienen a quedar para campaña 57 batallones y 49 escuadrones. Francia tiene 377 batallones y 255 escuadrones, por lo que se halla con 244 batallones y 167 escuadrones más que Vuestra Majestad y a principios de 1728 llegaba su ejército a 435.000 infantes y 56.000 caballos. La Armada naval de Vuestra Majestad solo tiene presentemente 18 navíos y 15 embarcaciones menores; Inglaterra tiene 100 navíos de línea y 188 embarcaciones menores. Yo estoy en el firme concepto de que no se podrá valer Vuestra Majestad de la Francia si no tiene 100 batallones y 100 escuadrones libres para poner en campaña, ni de la Inglaterra si no tiene 60 navíos de línea y 65 fragatas y embarcaciones menores.

Hay que tener en cuenta que la población española llegaba por aquel entonces a unos nueve millones cuatrocientos mil habitantes, según los estudios de Miguel Artola basados en el catastro que el mismo Ensenada encargó en 1756.

Por antipatía y por interés serán siempre los franceses e ingleses enemigos entre sí, porque unos y otros aspiran al comercio universal, y el de España con América es el que más les interesa.

Teniendo vuestra Majestad 60 navíos de línea y 65 fragatas, como propongo, y 100 batallones y 100 escuadrones, que propongo también, la Francia galanteará a nuestro gobierno para que juntos ataquemos a la Inglaterra, y la Inglaterra nos ofrecerá su alianza para atacar a la Francia, y de esta manera Francia y la Inglaterra perderán su dominio en tierra y mar y se convertirá Vuestra Majestad en el árbitro de la paz y de la guerra.

El marqués supo desde el primer día que lo vital para España era pues, saber con qué efectivos exactos se disponía para la defensa militar. Una potencia europea de aquel tiempo no podía dejar de ser menos que las poderosas Francia e Inglaterra. Decía el marqués que: «los soldados en tiempo de paz deben estar en los campos, trabajando y procreando».

El ministro inaugura un periodo de "paz con todos y guerra con nadie":

que conozcan las potencias extranjeras que hay igual disposición en el rey para empuñar la espada que para ceñir las sienes con oliva.

Destitución y últimos años

El marqués llegó a decantarse más por Francia que por Gran Bretaña, aunque los británicos lograron su final destitución en 1754 a causa de una serie de intrigas en palacio. El clima empezó a enfriarse desde 1750-51. La razón fue su actuación al margen del monarca, porque pretendía preparar en La Habana una flota dispuesta a asaltar las posesiones inglesas de Campeche y Belice.

Era su política francófila la que delataba sus intenciones, así que el rey, mostrándose partidario de la máxima neutralidad posible, lo destituyó. Había demasiado riesgo ante un nuevo conflicto con Gran Bretaña en el Caribe. Las intrigas inglesas, del embajador Keene, y francesas, del embajador Duras, intentaban forzar una entrada en guerra de España, pues la guerra de los Siete Años entre Francia y Gran Bretaña no se hacía esperar. Los incidentes diplomáticos de gran calado acabaron por afectar al mismo Ensenada, que sabía que el conflicto internacional no tardaría en estallar y que, sin duda, España debería contar con la flota ya lista para plantarle cara a Inglaterra.

Intentando forzar una guerra entre España, Gran Bretaña, Francia y sus agentes en Madrid dieron apoyo a la secreta intervención que preparaba el marqués para atacar a los colonos ingleses instalados en Belice y Mosquitia.

Fernando VI recomendó a Carvajal hablar con Ensenada, mientras que la reina Bárbara sospechaba cada vez más de él a raíz de la pugna de este con el embajador portugués, Vilanova de Cerveira, y sus diferencias en el conflicto con los jesuitas deParaguay. La retirada del favor de la reina fue decisiva para la caída en desgracia del marqués.

El duque de Huéscar, amigo del soberano, presionó asimismo a Fernando VI, siguiendo las orientaciones de Carvajal para mantener una opción neutral a toda costa. Sin embargo, la repentina muerte en abril de 1754 de José de Carvajal propició aún más que los hechos se acelerasen. El embajador británico, Benjamin Keene, buscó pruebas incriminatorias contra Ensenada con la ayuda de Ricardo Wall ´-con ascendencia irlandesa y sucesor de Carvajal-. Finalmente, parece ser que se hallaron las órdenes de guerra firmadas por el marqués sin conocimiento del rey, lo que acabó por llegar a conocimiento de Fernando. 

A las 12 de la noche del 20 de julio de 1754, el marqués de la Ensenada fue arrestado en su casa de Madrid por orden del rey, acusado de alta traición a la Corona por ocultamiento de órdenes de guerra. 

Si bien no se le condenó al exilio, sí que fue desterrado a provincias, pasando a residir "bajo vigilancia" en Granada y, más tarde, logrando permiso regio, el 21 de diciembre de 1757, para instalarse en El Puerto de Santa María, en Cádiz. En ambas localidades continuaría disfrutando, sin embargo, de influyentes amistades y apoyos, lo que le hizo su castigo algo más llevadero. Los objetivos ingleses de apartar a Ensenada del poder se habían cumplido; «no se construirán más buques en España» anotó satisfecho el embajador británico.

Sustituyeron al ministro Juan Francisco Gaona y Portocarrero, II conde de Valdeparaíso en Hacienda, Sebastián de Eslava como Secretario de Guerra, Julián de Arriaga en Marina y Ricardo Wall en Indias.

Mientras tanto, la mayoría de los ensenadistas de la Corte fueron desterrados o apartados de los resortes del poder en que se habían instalado. Ricardo Wall siempre tuvo temores de posibles represalias por la conjura que había organizado junto al embajador británico para lograr la caída en desgracia del ministro, y por ello sembró Madrid de pasquines contra el marqués e inundó de rumores de conspiraciones con la Farnesio todos los círculos políticos. No le fue fácil acabar con el confesor padre Rávago, pero también éste fue apartado por orden del rey. Únicamente Farinelli mantuvo su lugar gracias al firme apoyo de Bárbara de Braganza, aunque nunca más quiso volver a inmiscuirse en política.


La llegada de Carlos III todavía le supuso un fugaz retorno a la corte española, en 1760, aunque contra lo que pronosticaron los ensenadistas, Carlos III jamás hizo demasiado caso al retornado marqués, lo que cerró definitivamente la etapa política de este. 

El político trató de resumir al nuevo rey sus planes económicos en la Instrucción Reservada a la Junta de Estado, y de alguna manera logró que algunas de sus reformas se aplicaran hasta 1766. El estallido del célebre Motín de Esquilahe le perjudicó gravemente, dado que fue un cabeza de turco más junto al ministro italiano. De hecho no está del todo clara su participación en la conjura que dio lugar al motín, tal vez obra de agentes británicos en Madrid, aunque Carlos III decidió destituirle también para acallar la protesta popular. Perdió entonces los cargos de consejero de Estado y Hacienda y miembro de la Junta del Catastro.

Esquilache, de Giuseppe Bonito

El Motín pretendía erradicar definitivamente el uso de la capa larga y el chambergo -sombrero de ala ancha, gacho, redondo, montera calada y otros modelos especificados-, bajo el argumento de que el embozo permitía el anonimato y la facilidad de esconder armas, lo que fomentaba toda clase de delitos, violaciones y desórdenes.

Quiero y mando que toda la gente civil... y sus domésticos y criados que no traigan librea de las que se usan, usen precisamente de capa corta (que a lo menos les falta una cuarta para llegar al suelo) o de redingot o capingot y de peluquín o de pelo propio y sombrero de tres picos, de forma que de ningún modo vayan embozados ni oculten el rostro; y por lo que toca a los menestrales y todos los demás del pueblo (que no puedan vestirse de militar), aunque usen de la capa, sea precisamente con sombrero de tres picos o montera de las permitidas al pueblo ínfimo y más pobre y mendigo, bajo de la pena por la primera vez de seis ducados o doce días de cárcel, por la segunda doce ducados o veinticuatro días de cárcel... aplicadas las penas pecuniarias por mitad a los pobres de la cárcel y ministros que hicieren la aprehensión.

Bando de 10 de marzo de 1766.

La medida fue vista como la imposición de una moda de procedencia extranjera. Paradójicamente, la castiza vestimenta origen de la polémica había sido introducida apenas cien años antes por las tropas del general Schömberg y popularizada en Madrid por la guardia de la reina Mariana de Austria, regente en la minoría de edad de Carlos II. 

Ensenada nunca se casó, pero fueron muchos sus aliados y amigos: desde el padre Isla hasta Torres Villarroel pasando por Farinelli, Nicolás de Francia .-marqués de San Nicolás-, el arnedano Pedro Salvador Muro y Alonso –I marqués de Someruelos-, y el conde de Superunda, virrey del Perú. 

Tuvo fama de católico y jesuita, aunque un pasquín de 1754 decía que «no se le conoció confesor».

Exiliado por orden real a Medina del Campo, el marqués de la Ensenada falleció en dicha villa castellana el 2 de diciembre de 1781, sin poder salir jamás de allí y tras 15 años de inactividad política.


Colección de arte

Fue propietario de una importante colección de arte, que salió a la venta; varias de sus mejores pinturas ingresaron en la colección real en 1768 y se conservan ahora en el Prado:

Judit, único cuadro de Rembrandt en el museo madrileño,

Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, a caballo de Diego Velázquez,

Rubens pintando la alegoría de la Paz de Luca Giordano
La Virgen y el Niño adorados por san Luis, rey de Francia de Claudio Coello

Judith y Holofernes de Tintoretto,

San Pedro liberado por un ángel de Guercino, y

Cristo muerto sostenido por un ángel de Alonso Cano. 

El inventario que reflejó tal compra fue realizado por Anton Raphael Mengs, asesorado por Tiepolo. 

Consideraciones posteriores y valoración. La Persecución

Elogiado por Cabarrús y Canga Argüelles, su política, en línea con la iniciada por Patiño y Campillo en el reinado de Felipe V y seguida por los colaboradores de Carlos III, fue reconocida con posterioridad a su defunción. Sin embargo, a pesar de su talante reformista, desde la perspectiva actual la valoración de su gobierno está marcada por la persecución del pueblo romaní.

En 1869 sus restos mortales fueron trasladados al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, y empezaron a editarse obras retrospectivas sobre su labor al frente de la política española. Varios estudios de interés son los de Domínguez Ortiz —máximo especialista en la materia— o Rodríguez Casado en su Política y políticos de Carlos III, o Antonio Rodríguez Villa en su Don Cenon de Somodevilla, marqués de la Ensenada.

Otros títulos de fácil consulta en bibliotecas son una biografía de A. Manzanares (editada en Logroño en 1966) o el estudio sobre la reforma fiscal que publicó A. Matilla Tascón en El Catastro de Ensenada.

Actualmente, existe un Colegio Mayor Universitario en Madrid que lleva su nombre, que pertenece a la Real Asociación de Hidalgos de España o el cuartel militar del Marqués de la Ensenada de Medina del Campo en Valladolid, que fue destruido por las tropas napoleónicas siendo levantado nuevamente por Alfonso XII tras ver los planos antiguos del acuartelamiento y el lugar idílico donde se situaba, muy cerca de donde muriera Isabel la Católica. A día de hoy dicho acuartelamiento, uno de los más antiguos y bellos del país, ha quedado en el olvido por parte del Ministerio de Defensa español.

La Pragmática Sanción de 1783 –oficialmente Pragmática-Sanción en fuerza de ley, en que se dan Nuevas Reglas para contener y castigar la vagancia de los que hasta aquí se han conocido como Gitanos, o Castellanos nuevos, con lo demás que expresa-, fue una pragmática con «fuerza de ley» dictada por el rey Carlos III de España para intentar integrar a los «gitanos» por medios no exclusivamente represivos, tras el fracaso del proyecto de «exterminio» de la «mala raza» de los gitanos conocido como la Gran Redada de 1749, bajo el reinado de su antecesor Fernando VI.

La nueva política de Carlos III hacia los gitanos plasmada en la Pragmática Sanción de 1783, según José Luis Gómez Urdáñez, supuso «un giro de 180 grados», aunque en realidad «no fue más que el reconocimiento, tardío y obligado, de asumir que el genocidio, tal y como lo intentó Ensenada, era inviable».

Antecedentes

La Pragmática Sanción de 1783, oficialmente Pragmática-Sanción en fuerza de ley, en que se dan Nuevas Reglas para contener y castigar la vagancia de los que hasta aquí se han conocido como Gitanos, o Castellanos nuevos, con lo demás que expresa-, fue una pragmática con «fuerza de ley» dictada por el rey Carlos III de España para intentar integrar a los «gitanos» por medios no exclusivamente represivos, tras el fracaso del proyecto de «exterminio» de la «mala raza» de los gitanos conocido como la Gran Redada de 1749, bajo el reinado de su antecesor Fernando VI.

La nueva política de Carlos III hacia los gitanos plasmada en la Pragmática Sanción de 1783, según José Luis Gómez Urdáñez, supuso «un giro de 180 grados», aunque en realidad «no fue más que el reconocimiento, tardío y obligado, de asumir que el genocidio, tal y como lo intentó Ensenada, era inviable».

En el preámbulo de las instrucciones dadas a las autoridades locales se les decía que el «único medio» para «curar tan grave enfermedad» -«el vago y dañino pueblo que infecta a España de gitanos»- era «exterminarlos de una vez». El 31 de julio de 1749 y en los días posteriores fueran sacados de sus casas o de sus asentamientos unos 9000 gitanos y gitanas de todas las edades. En general solo ofrecieron resistencia cuando se procedió a separar a las familias: las mujeres, las niñas y los niños menores de siete años, por un lado, que fueron recluidos en casas de misericordia o en otros lugares, como la Alcazaba de Málaga; los varones y los niños mayores de siete años por otro, que fueron llevados a trabajar en los Arsenales de la Marina de Guerra.

A mediados de agosto Ensenada se lamentaba de no «haberse logrado la prisión de todos». Además le llegaban noticias de alborotos y de gitanos que habían huido, por lo que reiteró sus instrucciones de que «en todas partes se solicite y asegure la prisión de los que hubiesen quedado». Asimismo, tenía que responder a las quejas que le llegaban de los gobernadores de los arsenales y de los alcaides de las casas de misericordia, completamente hacinadas.

Para evaluar el estado de la operación se reunió una Junta el 7 de septiembre bajo la supervisión del confesor del rey Francisco Rávago y allí Ensenada disfrazó su fracaso, del que culpó a las autoridades locales, proponiendo una medida de perdón. Así el 27 de octubre se emitió una Instrucción en la que se ordenaba que fueran liberados los gitanos que acreditaran un «buena» forma de vida. A pesar de la «benigna» Instrucción el marqués de la Ensenada siguió con su plan de evitar la «procreación» «de tan malvada raza».No fueron muchos los gitanos liberados en aplicación de la Instrucción del 27 de octubre.

La resistencia que ofrecieron los gitanos a trabajar en los arsenales ―hicieron huelgas de brazos caídos a pesar del riesgo que corrían de que se les aplicaran grilletes o cepos o de ser ahorcados―, las fugas para reunirse con sus mujeres y sus hijos y las protestas violentas, sobre todo de las gitanas presas, forzaron a que el nuevo rey Carlos III, una vez destituido Ensenada por su antecesor en el trono en 1754, aprobara en 1763 un INDULTO ―«algo poco frecuente en el Antiguo Régimen», apostilla José Luis Gómez Urdáñez― y que algunos ministros comenzaran a cuestionar las política que se había aplicado hasta entonces y que culminaría con la promulgación de la Pragmática Sanción de 1783.

Aunque fracasó el plan de acabar con «tan malvada raza» el daño originado por la «Gran Redada», según Manuel Martínez Martínez, del Instituto de Estudios Almerienses, fue «incalculable, pues causó una profunda brecha entre ambas comunidades [gitanos y no gitanos] y acentuó la pobreza y la marginalidad de una colectividad étnica que prácticamente en su totalidad se hallaba asentada y en proceso de completa integración».

El debate previo: la oposición del conde de Aranda

Retrato del Conde de Aranda (1769) por Ramón Bayeu, Museo de Huesca. 
Aristócrata y político español Pedro Pablo Abarca de Bolea (1719-1798), que fue el X conde de Aranda y también presidente del Consejo de Castilla y secretario de Estado de Carlos IV.

«A la vista del fracaso de las medidas genocidas del marqués de la Ensenada», bajo Carlos III, y con el impulso del ministro Pedro Rodríguez de Campomanes, se dio un giro (relativo) a la política sobre los gitanos abandonando las medidas exclusivamente represivas con el objetivo de «reducir» a los gitanos a la vida cristiana. Sin embargo, aún había miembros del gobierno que seguían defendiendo las políticas de Ensenada como el conde de Aranda que en una consulta abierta en 1771 fue aún más lejos que aquél cuando propuso que no se separaran a los niños gitanos de sus madres y padres a los siete años ―como había hecho Ensenada― sino al nacer, para que ni siquiera aprendiesen a hablar «la jerigonza», es decir, el caló. Serían llevados a hospicios y luego los niños pasarían a la Marina y a trabajar en las maestranzas, fábricas de lonas, herrerías, etc., mientras que las niñas serían sirvientas u obreras. El conde de Aranda abogaba por la «aniquilación» de los gitanos, por «extinguir esta casta libertina y criminal». 

El plan del conde de Aranda también incluía la posibilidad de enviarlos a América, «interpolados con otras gentes honradas, en nuestras colonias más distantes de la Luisiana, orillas del río Orinoco, bahía de San Julián, isla de Juan Fernández, para que sean vecinos útiles», pero el secretario de Marina, Pedro González de Castejón, se opuso porque los gitanos eran «los más infames hombres que se conocen». También se opuso José de Gálvez y Gallardo, ministro de Indias, porque pensaba que «serían capaces, colocados en América, de alterar la constitución y seguridad de aquellos grandes dominios». Gálvez recordó que los gitanos tuvieron siempre prohibido ir a América por «sabias leyes que tenían por objeto conservar las Indias y mantener a los habitantes en la religión católica».

La Pragmática y su aplicación

Floridablanca; José Moñino y Redondo, de Goya. Museo del Prado.

En la Pragmática se declaraba «que los que llaman y se dicen gitanos no lo son por origen ni por naturaleza, ni provienen de raíz infecta alguna», aunque al mismo tiempo se exigía que «ellos y cualquiera de ellos no usen de la lengua, traje y método de vida vagante de que hayan usado hasta presente, bajo las penas abajo contenidas», entre las que se incluía la pena de muerte para los «gitanos inobedientes».

Como ha señalado José Luis Gómez Urdáñez, «se había abierto el camino hacia la asimilación del “gitano bueno”, el trabajador que abandonaba el nomadismo y otras costumbres, como el vestido o el idioma, pero no iba a resultar fácil salvar los viejos tópicos, ni evitar las medidas represivas que contenía la ley. Como siempre, se tendía la mano a los útiles vasallos, los gitanos buenos, y se amenazaba con el puño de hierro a los malos, los incorregibles, los viciosos. Pero al menos, ya no eran la “malvada raza”. En aquel momento, según un censo que se realizó con ocasión de la Pragmática, vivían en España unos 11 000 gitanos, dos tercios de ellos en Andalucía.

Cuatro años después de aprobada la Pragmática Sanción el secretario Pedro Escolano de Arrieta presentó un informe al secretario de Estado conde de Floridablanca, en el que afirmaba que «esta sabia providencia no ha producido todo el buen efecto que se deseaba, pues son frecuentes las quejas que se dan de que semejante clase de gentes ha vuelto a la vida holgazana que tenían, pasando a ferias y mercados y empleándose en el ejercicio de cambiar caballerías». 

En su relación de la efectividad real de la Pragmática Sanción hizo un repaso detallado de la misma y de los capítulos 1 al 4 sobre no usar lengua, traje, prohibición de llamarles gitanos, etc., afirmó que el fracaso era general. Puso como ejemplo el caso de Málaga donde el alcalde mayor no pudo conseguir unir el gremio de herreros gitanos y el de cristianos viejos, porque estos últimos se habían negado e incluso habían recurrido a la Chancillería de Granada.

Sobre el capítulo 7, sobre el avecindamiento en el plazo de 90 días, también afirmó que había fracasado porque muchos gitanos luego «volvieron a levantar su domicilio sin saberse de su paradero». Lo mismo sucedía con el capítulo 8, sobre las profesiones que podían ejercer, porque se registraban como jornaleros pero cuando se acababa el trabajo volvían al trato de caballerías o a trajinar con todo tipo de géneros, seguramente «hurtados, o comprados con dinero robado».

La única autoridad que presentó, en 1785, un informe positivo de la aplicación de la Pragmática Sanción fue Francisco de Zamora y Aguilar, ministro del Crimen de la Real Audiencia de Cataluña con jurisdicción sobre Barcelona y sus alrededores. En él afirmaba que había conseguido la integración de muchachas gitanas que antes «no sabían más que bailar y cantar canciones indecentes, y ya han aprendido la doctrina cristiana y las obligaciones de madre de familia», además de hacer algunos trabajos textiles. En un informe posterior de diciembre de 1788 ―dos semanas después de la muerte de Carlos III― remitido al conde de Floridablanca explicó los medios con los que había conseguido «reducir a vasallos útiles, conforme a los deseos de S. M., las 200 personas que hay en Barcelona y pueblos de su rastro, que han sido entre otros deshacer la estrecha unión de estas familias, acomodando cada una en habitación separada, dividiendo ésta entre personas y caballerías». Los cuartos los había amueblado y blanqueado y les había hecho «mudar de traje», todo pagándoselo «porque su pobreza no les permitía estos gastos». Advertía que había encontrado un problema común al resto de España: «la oposición de los gremios y dificultad de encontrar maestros que los admitiesen (de aprendices)».

Consecuencias

Sobre la eficacia de la Pragmática de 1783 Gómez Urdáñez concluye: «La ausencia de destinos en los que trabajar y de centros donde educarse —corregirse— dejó la pragmática de Carlos III en puro papel y los alcaldes y corregidores siguieron elevando informes negativos y aplicando las penas tradicionales. George Borrow, otro “amigo de los gitanos” —seguramente más preocupado por su desconocimiento de la Biblia— comprobaría años después los pobres resultados conseguidos con la pragmática de 1783».

●●●

El pueblo gitano en España, también denominado pueblo caló o calé, tiene una historia de aproximadamente seis siglos, desde que se introdujeran en la península en oleadas migratorias. La antropología moderna, gracias al análisis lingüístico del habla gitana, ha podido situar su origen ancestral en el subcontinente indio. La lengua caló de los gitanos españoles proviene del romaní, hablado por los gitanos europeos, que guarda relación con el sánscrito y el prácrito. En la actualidad, el caló está en vías de extinción.

Los gitanos en España poseen rasgos culturales propios y una identidad común. Aunque ciudadanos de pleno derecho a efectos legales, los gitanos en España aún observan altas tasas de pobreza, exclusión social, discriminación laboral y criminalidad. La región con mayor población caló era Andalucía, aunque también destacan en Cataluña, Comunidad Valenciana, Madrid, pero se pueden encontrar comunidades por todo el país. En 2014 se estimaron entre 725 y 750 mil gitanos en España. 

Entrada y primera presencia documentada del pueblo gitano en España.

Cómo y cuándo llegaron los gitanos a la península ibérica es una cuestión cuyo consenso dista de haberse alcanzado. Una primera teoría, aunque no demostrada documentalmente, los hace proceder del norte de África, desde donde habrían cruzado el estrecho de Gibraltar para reencontrarse en Francia con la ruta migratoria norteña. Se trataría de los tingitanos -en su pronunciación deformada, gitanos, es decir, procedentes de Tingis, hoy Tánger-. La otra, más consistente por estar muy documentada, es la entrada por el norte. Si bien hay controversia en la fecha de su llegada, pues hay constancia de un salvoconducto concedido en Perpiñán en 1415 por el infante Alfonso de Aragón a un tal Tomás, hijo de Bartolomé de Sanno, del que se dice era Indie Majoris Ethiope” y no egipciano, en peregrinación a Santiago de Compostela. Sí lo era Juan de Egipto Menor, al que en 1425, Alfonso V le concede carta de seguro, el que mayoritariamente es aceptado como el primer gitano en llegar a la península.

«…Como nuestro amado y devoto don Juan de Egipto Menor… entiende que debe pasar por algunas partes de nuestros reinos y tierras, y queremos que sea bien tratado y acogido… bajo pena de nuestra ira e indignación… el mencionado don Juan de Egipto y los que con él irán y lo acompañarán, con todas sus cabalgaduras, ropas, bienes, oro, plata, alforjas y cualesquiera otras cosas que lleven consigo, sean dejado ir, estar y pasar por cualquier ciudad, villa, lugar y otras partes de nuestro señorío a salvo y con seguridad… y dando a aquellos pasaje seguro y siendo conducidos cuando el mencionado don Juan lo requiera a través del presente salvoconducto nuestro… Entregada en Zaragoza con nuestro sello el día doce de enero del año del nacimiento de nuestro Señor 1425. Rey Alfonso.».

En 1435 fueron vistos en Santiago de Compostela, y en 1462 se les recibió con honores en Jaén. Años más tarde, a los egipcianos -de donde procede realmente el nombre de gitanos- se le añadieron los grecianos, peregrinos que penetraron por la ribera mediterránea en los años ochenta del siglo XV, probablemente a causa de la caída de Constantinopla. Unos y otros continuaron deambulando por toda la península, siendo bien recibidos al menos hasta 1493, año en el que un grupo de egipcianos llegó a Madrid, donde el Concejo acordó «…de dar limosna a los de Egibto porque a ruego de la Villa pasaron delante, diez reales, para evitar los daños que pudieran hacer trescientas personas que venían…».

En esos años se sucedieron los salvoconductos, otorgados a supuestos nobles gitanos peregrinos. El seguimiento de esos salvoconductos por toda la geografía española revela para algunos investigadores, según Teresa San Román, algunas evidencias:

• El número de gitanos que entraron o habitaron en la Península en el siglo XV se calcula aproximadamente en 3000 individuos.

• Los gitanos viajaban en grupos variables, de 80-150 personas, lideradas por un hombre.

• Cada grupo autónomo mantenía relaciones a distancia con alguno de los otros, existiendo tal vez relaciones de parentesco entre ellos; algo común en nuestros días entre los gitanos españoles.

• La separación entre cada grupo era variable y en ocasiones unos seguían a los otros a corta distancia y por las mismas rutas.

• La estrategia de supervivencia más común era la de presentarse como peregrinos cristianos para buscar la protección de un noble.

• La forma de vida era nómada y se dedicaban a la adivinación y el espectáculo.

Primeros intentos de asimilación

En el siglo XV los estereotipos negativos aún no estaban enraizados, y entre la hostilidad y la fascinación la cultura gitana se dispersó por el continente europeo, mezclándose con las culturas y los idiomas locales. Cuando tuvo lugar el descubrimiento de América, en 1492, los gitanos ya estaban esparcidos por toda España. Está plenamente establecido que en 1498, Cristóbal Colón, en su tercer viaje, embarcó a cuatro gitanos que pisaron el nuevo mundo. 

La presencia de la población gitana se fue convirtiendo en un desafío para los poderes establecidos, para la población sedentaria y para la religión dominante. El desencuentro entre los no gitanos y los gitanos se iniciaría en España en el siglo XVI. Así, la Pragmática de Medina del Campo de 1499 los obligó a abandonar la vida nómada. La legislación daba a los gitanos un plazo de dos meses para su integración. Eso incluía que debían habitar en un domicilio fijo, adoptar un oficio y abandonar su forma de vestir y costumbres, so pena de expulsión o esclavitud:

Mandamos a los egipcianos que andan vagando por nuestros reinos y señoríos con sus mujeres e hijos, que del día que esta ley fuera notificada y pregonada en nuestra corte, y en las villas, lugares y ciudades que son cabeza de partido hasta sesenta días siguientes, cada uno de ellos viva por oficios conocidos, que mejor supieran aprovecharse, estando atada en lugares donde acordasen asentar o tomar vivienda de señores a quien sirvan, y los den lo hubiese menester y no anden más juntos vagando por nuestros reinos como lo facen, o dentro de otros sesenta días primeros siguientes, salgan de nuestros reinos y no vuelvan a ellos en manera alguna, so pena de que si en ellos fueren hallados o tomados sin oficios o sin señores juntos, pasados los dichos días, que den a cada uno cien azotes por la primera vez, y los destierren perpetuamente destos reinos; y por la segunda vez, que les corten las orejas, y estén sesenta días en las cadenas, y los tornen a desterrar, como dicho es, y por la tercera vez, que sean cautivos de los que los tomasen por toda la vida.

Real Pragmática de 1499, fechada en Medina del Campo, Novísima Recopilación, Libro XII, título XVI.

Se los conminó de nuevo en 1539 a la sedentarización bajo pena de seis años de galeras. En España se promulgaron, a partir del año 1499, más de 280 pragmáticas contra el pueblo gitano. Frente a la práctica de la deportación a América, que fue empleada ese mismo siglo por Portugal, los gitanos españoles solamente podían viajar a América con permiso expreso del rey. Felipe II decretó en 1570 una prohibición de entrada a los gitanos en América y ordenó el regreso de los ya enviados. Se conoce el caso de un herrero gitano -Jorge Leal- que consiguió autorización para viajar a Cuba en 1602. Distintos factores hicieron que los gitanos españoles, como los de toda Europa, se resistieran a la asimilación y conservaran sus propios caracteres culturales más o menos intactos. Cervantes escribe en su novela La Gitanilla (1613):

Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo, y las ganas del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte.

A finales del siglo XVII se inició otro movimiento migratorio entre la población gitana del oeste europeo, como consecuencia del recrudecimiento de la persecución en la Europa occidental, que afectaría a España. 

La Gran Redada y el proyecto de exterminio de 1749

Niñas gitanas, obra de William-Adolphe Bouguereau.

En julio de 1749 se produjo la Gran Redada, también conocida como Prisión general de gitanos, con la que se dio inicio al proyecto de "exterminio" autorizado por el rey Fernando VI, y que tras desechar la opción de la expulsión, se encargó al Marqués de la Ensenada, arrestar y, finalmente «extinguir»., a todos los gitanos del reino a través de su separación física por sexos y edades. Algo más de 9.000 personas gitanas acabaron presas, siendo repartidos los hombres y niños mayores de siete años entre los tres arsenales peninsulares, en tanto que las mujeres lo fueron entre varias casas de misericordia.

En 1763 se notificó a los gitanos, por orden del rey Carlos III, que iban a ser puestos en libertad. Se produjo un atasco burocrático de dos años más y el Rey ordenó acelerar los trámites y dio órdenes de finalizar el asunto. En julio de 1765, dieciséis años después de la redada, la secretaría de Marina emitió orden de liberar a todos los presos, orden que hacia mediados de mes ya se habría cumplido en todo el país. La última liberación se produjo el 16 de marzo de 1767 de dos gitanos que hasta entonces se hallaban como capataces en los trabajos del camino de Guadarrama; y aún, en 1783, treinta y cuatro años después de la redada, estaban siendo liberados algunos gitanos de Cádiz y Ferrol.

Habría que esperar a la Pragmática de 1783 para que los gitanos tuviesen permiso de residencia en cualquier parte del reino. En esa misma pragmática, Carlos III nacionalizaba a los gitanos al declararles ciudadanos españoles y, por lo tanto, el deber y derecho de los niños gitanos a la escolarización a los 4 años, siendo libres de fijar su residencia, o de emplearse y trabajar en cualquier actividad, penalizándose a los gremios que impidieran la entrada o se opusieran a la residencia de los gitanos. Pero a costa de que los gitanos abandonen su realidad étnica, como la forma de vestir, no usar el caló, asentarse y abandonar la vida errante. 

En esa misma pragmática se ilegalizó la palabra "gitano" en la administración española para referirse al colectivo, por lo que a partir de ese momento, a nivel estatal deja de existir tal distinción.

George Borrow, que se acercó al mundo gitano en la primera mitad del siglo XIX, en sus viajes por Europa como predicador protestante visitó España y aprendió la lengua de los grupos gitanos, traduciendo y publicando el Evangelio en caló. En la década de 1860 se registró otro movimiento hacia el oeste de una numerosa población gitana.

Época contemporánea

En España figuraban hasta 1978 los siguientes artículos en el Reglamento de la Guardia Civil:

• Artículo 4. Se vigilará escrupulosamente a los gitanos, cuidando mucho de reconocer todos los documentos que tengan, confrontar sus señas particulares, observar sus trajes, averiguar su modo de vida y cuanto conduzca a formar una idea exacta de sus movimientos y ocupaciones, indagando el punto al que se dirigen en sus viajes y el objeto de ellos.

• Artículo 5. Como esta clase de gente no tiene por lo general residencia fija, se traslada con mucha frecuencia de un lugar a otro, en los que son desconocidos, conviene tomar en ellos todas las noticias necesarias para impedir que cometan robos de caballería o de otra especie.

• Artículo 6. Está mandado que los gitanos y chalanes lleven, además de su cédula personal, la Patente de Hacienda que les autorice para ejercer la industria de tratante de caballerías. Por cada una de éstas llevarán una guía con la clase, procedencia, edad, hierro y señas, la cual se entregará al comprador (...) Los que no vayan provistos de estos documentos o, los que de su examen o comprobación resulte que no están en regla, serán detenidos por la Guardia Civil y puestos a disposición de la Autoridad competente como infractores de la Ley.

Como muestran algunos estudios, la criminalización o encasillamiento ha sido en todos los países el primer paso para desacreditar a la comunidad gitana con objeto de legitimar su marginación y su persecución:

-La pobreza y la exclusión- inciden en la representación social que tiende a asociar "lo gitano" con los peores rasgos de la marginalidad (drogas, delincuencia), perjudicando gravísimamente a muchos de ellos y a las familias que, aun estando en niveles de precariedad social, nunca han realizado actos delictivos de ningún orden. 

En 1983 se crea la Asociación Secretariado General Gitano; desde 2004, Fundación Secretariado Gitano, y en 1986 la Unión Romaní Española, organizaciones sociales sin ánimo de lucro que trabajan para la inclusión y la promoción de la comunidad y cultura gitana.

En 2005 se aprobó en el Congreso de los Diputados, con la totalidad de los votos emitidos a favor, una Proposición no de Ley sobre el reconocimiento del pueblo gitano.

A lo largo de 2015 se efectuaron diferentes actos reivindicando la memoria histórica del pueblo gitano en España. En Zaragoza, el 12 de enero se produjo el primer homenaje público a las mujeres que fueron víctimas de la redada de 1749. Encerradas en la Casa de Misericordia, muchas de ellas se enterraron en la iglesia de San Pablo, lugar donde se hizo el homenaje. El 30 de julio se celebró en Madrid un acto memorial para conmemorar el Samudaripen (genocidio gitano) y al día siguiente se inauguró en Pineda de Mar el primer monumento público que recuerda el inicio de la Redada General de gitanos.

Autpres de recomocido prestigio, en el siglo XX hicieron bandera del odio y dedicaron parte de su obra a recomendar el exterminio de los gitanos, sin ninguna clase de contemplaciones, mostrando una actitud absolutamente nazi y criminal sin el menor prejucio, obviando la anchura que miras que, supuestamente ofrece la cultura.

●●● CONTINUARÁ


No hay comentarios:

Publicar un comentario