jueves, 29 de agosto de 2024

GIORDANO BRUNO. Donde ardió la hoguera. Tercera y última Parte

 GIORDANO BRUNO. Donde ardió la hoguera. Tercera y última Parte.

Giordano Bruno. Retrato “moderno” basado en una ilustración de una obra de 1578

Giordano Bruno, nacido Filippo Bruno, en Nola; enero o febrero de 1548 y fallecido en Roma, el 17 de febrero de 1600. 

Astrónomo, Filósofo, Teólogo, Matemático y Poeta. 

Sus teorías cosmológicas superaron el modelo copernicano, pues propuso que el Sol era simplemente una estrella y que el universo debía contener un infinito número de mundos habitados por animales y seres inteligentes. 

Miembro de la Orden de los Dominicos, propuso en el campo teológico una forma particular de panteísmo, lo cual difería considerablemente de la visión cosmológica sostenida por las distintas confesiones cristianas.

Además de estos razonamientos, sus afirmaciones teológicas fueron otra de las causas de su condena, que lo llevaron a ser ejecutado por las autoridades civiles de Roma después de que la Inquisición romana lo declarara culpable de herejía, razón por la cual fue quemado vivo. Tras su muerte, su nombre ganó fama considerable, particularmente en el siglo XIX y principios del XX.

Su lugar de nacimiento, Nola, a unos veinte kilómetros de Nápoles, estaba entonces bajo dominio español. Sus padres fueron Giovanni Bruno, hombre de armas en el ejército español, y Fraulissa Savolino y fue bautizado con el nombre de Filippo.

Empezó estudiando en Nola, pero en 1562 se trasladó a Nápoles, donde recibió lecciones de Giovanni Vincenzo de Colle en el Studium Generale y de Téofilo da Vairano en el Monasterio Agustino de la ciudad. 

En junio de 1565 ingresó en la Orden de los Dominicos, en el Monasterio de Santo Domingo Mayor de Nápoles, donde se dedicó al estudio de la Filosofía Aristotélica y a la Teología de Santo Tomás (Tomismo). Este mismo año cambió su nombre de pila por el de Giordano.

En 1571 compareció ante el papa Pío V para exponer su sistema nemotécnico, dedicando al Papa su obra Sobre el Arca de Noé. En 1572 fue ordenado sacerdote y en 1575 recibió el título de Doctor en Teología.

Sus problemas empezaron durante su adoctrinamiento. Fue procesado por rechazar tener imágenes de santos en su celda y aceptar solo el Crucifijo. Más tarde se le abrió un nuevo proceso por recomendar a otro novicio que dejase un libro sobre la Vida de la Virgen y se dedicase a leer otras obras más importantes. También se le acusó de defender la herejía arriana. En marzo de 1576 huyó del convento, sin esperar a que terminase la causa contra él.

Se trasladó a Roma, donde estuvo alojado en el convento de Santa María sobre Minerva. Sus opiniones suscitaron un escándalo, y se formularon 130 artículos de acusación contra él. Por temor a la Inquisición, a los veintiocho años abandonó la «prisión angosta y negra del convento», y huyó de Roma en 1576, comenzando una vida errante y aventurera. Desde entonces pudo decir, con razón: «toda la tierra es patria para un filósofo».

Viajó por el norte de Italia: Génova, Savona, Turín, Venecia y Padua, enseñando Gramática y Cosmogonía a los niños, para ganarse la vida. Al mismo tiempo, estudió intensamente las obras de Nicolás de Cusa y de Bernardino Telesio y adoptó el sistema de Nicolás Copérnico, lo que le valió ser combatido, tanto por los católicos como por los protestantes. Expresó en escritos y conferencias sus ideas científicas acerca de la pluralidad de los mundos y sistemas solares, el Heliocentrismo, la infinitud del espacio,  el universo y el movimiento de los astros.

Se trasladó luego a otras regiones: Bérgamo, Milán. Pasó a Francia, alojado durante el invierno de 1578 en el convento de los Dominicos de Chambéry. Se le desaconsejó viajar a Lyon debido al recrudecimiento de los conflictos de religión en aquella zona, por lo que se dirigió a Ginebra donde fue recibido en 1579 por el marqués de Vico, un calvinista de origen napolitano a quien manifestó su deseo de «vivir en libertad». Allí abandonó definitivamente los hábitos religiosos y se inscribió en la Universidad de Ginebra. Poco después publicó un ataque contra Antoine de La Faye, un célebre profesor calvinista, en el que exponía veinte errores cometidos por el profesor en una de sus lecciones. Por ese motivo fue arrestado y abandonó Ginebra tan pronto como pudo. 

Volvió a Francia donde, tras pasar un mes infructuoso en Lyon, se doctoró en Teología en la Universidad de Toulouse y enseñó durante dos años (1580-1581) en esta ciudad. Escribió la Clavis magna (lulista) y explicó el tratado De Anima, de Aristóteles. Después de varios tropiezos, debidos a la guerra religiosa, fue aceptado por Enrique III —a quien fascinó la prodigiosa memoria de Bruno— como profesor de la Universidad de París en 1581.

En esa etapa de su vida publicó sus obras: Las sombras de las ideas -un tratado de memoria artificial dedicado al monarca francés, y donde plasmó, por primera vez, su adhesión a la cosmología copernicana-, El canto de Circe y la comedia en lengua italiana Candelaio (Candelero).

En 1583 viajó a Inglaterra, tras ser nombrado Secretario del Embajador francés Michel de Castelnau. Allí se convirtió en asiduo concurrente a las reuniones del poeta Philip Sidney y enseñó en la Universidad de Oxford la nueva Cosmología Copernicana, atacando las ideas tradicionales. 

Después de varias discusiones, abandonó Oxford. 

Sus escritos más importantes son: La cena de las cenizas, Del universo infinito y los mundos, y Sobre la causa, el principio y el uno (escritas en 1584). En 1585 escribió Los furores heroicos, donde, en un estilo de diálogo platónico, describía el camino hacia Dios a través de la sabiduría.

Ese mismo año volvió a París con el Embajador, para luego dirigirse a Marburgo, donde dio a la prensa las obras escritas en Londres. En Marburgo retó a los seguidores del aristotelismo a un debate público en el Colegio de Cambrai, donde fue ridiculizado, atacado físicamente y expulsado del país.

Durante los siguientes cinco años vivió en diversos países protestantes, donde escribió muchos trabajos en Latín sobre Cosmología, Física, Magia y el Arte de la Memoria; fue uno de los grandes representantes de la tradición hermética. Llegó a demostrar, aunque por métodos falaces, que el Sol es más grande que la Tierra. En 1586 expuso sus ideas en la Sorbona y en el Colegio de Cambrai, y enseñó Filosofía en la Universidad de Wittenberg. 

En 1588 viajó a Praga, donde escribió artículos dedicados al Embajador de España, Guillem de Santcliment, y al emperador Rodolfo II.

Pasó a servir brevemente como profesor de Matemáticas en la Universidad de Helmstedt, pero tuvo que huir otra vez cuando fue excomulgado por los luteranos. Todavía en Helmstedt pudo culminar sus poemas, De triplici minimo et mensura, De monade, numero et figura, y De immenso, innumerabilibus et infigurabilibus. 

En 1590 se dirigió al Convento de los Carmelitas en Francfort, ciudad en la que ganó fama de «hombre universal» y donde dio a la imprenta los poemas latinos mencionados, y después fue a Zúrich.

A instancias de Giovanni Mocenigo, noble veneciano, volvió a Italia. Mocenigo se convirtió en su protector, para impartir cátedra particular, fijando su residencia en Venecia.

El 21 de mayo de 1592, Mocenigo, «no satisfecho de la enseñanza y molestado por los discursos heréticos de su huésped», lo denunció a la Inquisición veneciana, que lo encarceló el 23 de mayo de 1592, pero fue reclamado por Roma el 12 de septiembre. 

El 27 de enero de 1593 se ordenó su encierro en el Palacio del Santo Oficio, en el Vaticano. Estuvo en la cárcel entre siete y ocho años mientras se disponía el juiciobajo el tribunal de Venecia—, en el que se le adjudicaban cargos por blasfemia, herejía e inmoralidad; así como por sus enseñanzas sobre los múltiples sistemas solares y sobre la infinitud del universo. Durante la ocupación napoleónica se perdieron la mayoría de los folios de ese juicio.

El proceso fue dirigido por el cardenal Roberto Belarmino, canonizado en 1930 por la Iglesia Católica, quien años después, en 1616, llevaría un proceso similar contra Galileo Galilei. Giovanni Mocenigo fue acusado de herejía al descubrirse que intentaba dominar las mentes ajenas, cosa que Bruno se negó a enseñarle. Nunca fue apresado ni existió proceso en su contra.

En 1599 se expusieron los cargos en contra de Bruno, recopilados por el propio Belarmino y el dominico Alberto Tragagliolo -Comisario General del Santo Oficio-. Las múltiples ofertas de retractación fueron desestimadas. 

Finalmente, sin que se tenga conocimiento del motivo, Giordano Bruno decidió reafirmarse en sus ideas y, el 20 de enero de 1600, el papa Clemente VIII ordenó que fuera llevado ante las autoridades seculares. Las alegaciones finales por escrito de Bruno, dirigidas al pontífice, «fueron abiertas pero no leídas».

Luigi Firpo lista estos cargos que fueron puestos contra Bruno por la Inquisición:

-Tener opiniones en contra de la fe católica y hablar en contra de ella y sus ministros.

-Tener opiniones contrarias a la fe católica sobre la Trinidad, la Dvinidad de Cristo y la Encarnación.

-Tener opiniones contrarias a la fe católica en relación con Jesús como Cristo.

-Tener opiniones contrarias a la fe católica en relación con la virginidad de María, la madre de Jesús.

-Tener opiniones contrarias a la fe católica en relación con la Transubstanciación y la Misa.

-Decir que existen múltiples mundos.

-Tener opiniones favorables de la transmigración del espíritu en otros seres humanos después de la muerte.

-Brujería.

La Inquisición lo acusó inicialmente por sus ideas antidogmáticas, que ya le habían costado el hábito dominico. Como antitrinitario, rechazó la Virginidad de María y la Transubstanciación. Sus reflexiones sobre cuestiones de cosmología y su atracción por la magia dieron gradualmente lugar a una impresionante lista de acusaciones. Al final, impugnaron el conjunto de su pensamiento. 

En febrero de 1593, Bruno fue encarcelado en las prisiones del Santo Oficio. El juicio se prolongó durante otros dos años, antes de tomar la decisión de realizar un estudio en profundidad de sus obras, que fueron censuradas y posteriormente quemadas en la Plaza de San Pedro. 

Desde su celda, Bruno terminó de escribir una declaración para su defensa, y presentó su alegato final el 20 de diciembre de 1594 ante el Santo Oficio. El juicio fue interrumpido durante seis meses, tiempo durante el cual Bruno continuó defendiendo activamente su teoría de los infinitos mundos, a veces afirmando que estaba dispuesto a retractarse, y otras declarando que era fiel a sus ideas. Por lo tanto, el Cardenal Belarmino elaboró una lista de las teorías consideradas heréticas, sobre las que Bruno de nuevo vaciló antes de negarse categóricamente a renunciar a ellas.

Las ocho proposiciones a las que el filósofo se negó a renunciar fueron las siguientes:

-La declaración de «dos principios reales y eternos de la existencia: el alma del mundo y la materia original de la que se derivan los seres».

-La doctrina del universo infinito y los mundos infinitos en conflicto con la idea de la Creación: «El que niega el efecto infinito niega el poder infinito».

-La idea de que toda realidad, incluyendo el cuerpo, reside en el alma eterna e infinita del mundo: «No hay realidad que no se acompañe de un espíritu y una inteligencia».

-El argumento según el cual «no hay transformación en la sustancia», ya que la sustancia es eterna y no genera nada, sino que se transforma.

-La idea del movimiento terrestre, que —según Bruno— no se oponía a las Sagradas Escrituras, las cuales estaban popularizadas para los fieles y no se aplicaban a los científicos.

-La designación de las estrellas como «mensajeros e intérpretes de los caminos de Dios».

-La asignación de un alma «tanto sensorial como intelectual» a la Tierra.

-La oposición a la doctrina de Santo Tomás sobre el alma: la realidad espiritual permanece cautiva en el cuerpo y no es considerada como la forma del cuerpo humano.

El papa Clemente VIII dudó de la sentencia impuesta antes de dictarla porque no deseaba convertir a Bruno en un mártir. El 8 de febrero fue leída y en ella se le declaraba herético, impenitente, pertinaz y obstinado. Es famosa la frase que dirigió a sus jueces: Tembláis acaso más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla

Fue excomulgado y sus trabajos quemados en la plaza pública.

Estatua de Giordano Bruno, por Ettore Ferrari, en el Campo de Fiori de Roma.

Lo habitual era ejecutar al acusado de herejía, siempre que este se retractara en el último momento, y después, quemar el cuerpo. En el caso de Giordano Bruno, tras casi ocho años de cautiverio, fue quemado vivo el 17 de febrero de 1600 en el Campo de' Fiori, en la ciudad de Roma.

Durante todo el proceso fue acompañado por monjes católicos. Según testigos presenciales, el nolano fue «despojado de sus ropas, desnudado y atado a un palo»; además, llevaba la lengua «aferrada en una prensa de madera para que no pudiese hablar». Antes de ser quemado en la hoguera, uno de ellos le ofreció un crucifijo para que lo besara, pero Bruno lo rechazó y dijo que moriría como un mártir y que su alma subiría con el fuego al paraíso.

Casi tres siglos después de su muerte, el 9 de junio de 1889, se erigió por suscripción internacional una estatua en el lugar de su muerte, exaltando su figura como mártir de la libertad de pensamiento y de los nuevos ideales.

Según la Enciclopedia de Filosofía de la Universidad de Stanford, «en 1600 no había una postura oficial de la Iglesia Católica sobre el sistema copernicano, y ciertamente no era una herejía. Cuando Giordano Bruno fue quemado en la hoguera como hereje, no tuvo nada que ver con sus escritos en apoyo de la cosmología copernicana». Entre sus afirmaciones teológicas que se consideraron heréticas estaban las siguientes: que Cristo no era Dios, sino meramente un mago, excepcionalmente hábil; que el diablo se salvará; y otras.

Según Isaac Asimov, su muerte tuvo un efecto disuasorio en el avance científico de la civilización, particularmente en las naciones católicas; pero, a pesar de esto, sus observaciones científicas continuaron influyendo en otros pensadores, y se le considera uno de los precursores de la Revolución científica.

El historiador de la ciencia Alexandre Koyré, considera que la «audacia» del pensamiento bruniano «causó una transformación —una verdadera revolución— en la imagen tradicional del mundo y de la realidad física», habiendo propuesto una visión del universo cercana a la posteriormente desarrollada por Newton. En definitiva, fueron sus ideas las que alertaron a la Iglesia acerca del peligro que podría suponer la nueva astronomía para la religión, precipitando las posteriores condenas sobre Copérnico (1616) y Galileo (1633).

Giordano Bruno fue ante todo un antiaristotélico. Rechaza la idea de vacío como lo entendía Aristóteles, y por tanto la ausencia de espacio más allá de la esfera de las estrellas fijas. En el Diálogo Segundo de Sobre el infinito Universo y los mundos. escribe:

Por lo cual, al asignar al vacío un nombre y un concepto que nadie le asigna, (Aristóteles) llega a edificar castillos en el aire y a destruir su propio vacío y no el de todos los demás que han hablado del vacío y se han servido de este nombre “vacío”. No de otra manera procede este sofista en todas las otras cuestiones, como las del movimiento, el infinito, la materia, la forma, la demostración y el ente en las cuales edifica siempre sobre la base de su propia definición y sobre el nombre al que asigna un nuevo significado. Por eso, cualquiera que no esté en realidad privado de juicio puede fácilmente advertir cuan superficial es este hombre en la consideración de la naturaleza de las cosas y cuan apegado se halla a suposiciones que ni son admitidas ni son dignas de serlo, más vacuas en su filosofía natural de lo que se podrían imaginar nunca en matemática.

Un ataque tan rotundo contra el que se consideraba el filósofo infalible en la Edad Media, bien pudo contribuir a soliviantar los ánimos en contra de Giordano Bruno, además de por el lado religioso, por el lado filosófico.

Bruno creía que la Tierra giraba alrededor del Sol y que la rotación diurna aparente de los cielos es una ilusión causada por la rotación de la Tierra alrededor de su eje. Bruno también sostuvo que, porque Dios es infinito, el universo podría reflejar este hecho.

[…] el universo es uno, infinito, inmóvil... No es capaz de comprensión y por lo tanto es interminable y sin límites y a ese grado infinito e indeterminable y por consecuencia inmóvil. Teófilo en De la causa, principio, et Uno, de Giordano Bruno.

Bruno también afirmó que las estrellas en el cielo eran otros soles como el nuestro, a las que orbitan otros planetas. Indicó que el apoyo de esas creencias en ninguna manera contradecía las Escrituras o la verdadera religión.

También afirmó que el universo era homogéneo, compuesto por los cuatro elementos -agua, tierra, fuego y aire-, en lugar de tener las estrellas una quintaesencia separada. En esencia —aunque el uso de este término sea anacrónico—, las mismas «leyes físicas» estarían operando en todas partes. Espacio y tiempo eran ambos infinitos. No había lugar en su universo estable y permanente para las nociones cristianas de la Creación y Juicio Final.

La cosmología de Bruno está marcada por la infinitud, homogeneidad e isotropía, con sistemas planetarios con vida, distribuidos uniformemente a lo largo de todo el universo.

Es famosa la evidencia dada por Giordano Bruno de la relatividad del movimiento, mostrando que la Tierra no es estática. Si cae una piedra desde la parte superior del mástil de un barco en movimiento, caerá aún al pie del mástil, sin importar el movimiento del barco; demostrando que uno no puede considerar el movimiento de un cuerpo en términos absolutos, solo con un sistema de referencia. Todas las cosas que hay sobre la Tierra se mueven con la Tierra. Una piedra lanzada desde lo alto del mástil volverá al final de alguna manera, aunque la nave se esté moviendo.

La cena de las cenizas (1584)

Bruno también defendió el Atomismo, recuperando los conceptos materialistas de la Antigüedad. Esto se expone en varias de sus obras, especialmente en De triplici minimo et mensura, donde sostiene que todos los compuestos físicos mutan y retornan a los mínimos o átomos, de los cuales a su vez surgen nuevos cuerpos que reconfiguran el universo una y otra vez -la conocida como «alternancia vicisitudinal», en lenguaje bruniano-, y señalando a la Aritmética, la Geometría y la Física como las tres ramas básicas del conocimiento.

En el uso común la Magia es entendida como dominio sobre las fuerzas físicas, espirituales o divinas; sin embargo, el estudio de la Magia en Bruno se muestra como la capacidad de percibir o reconocer el conjunto de relaciones vinculatorias que se suscitan dentro del reino de lo fantástico. Esto es: la práctica mágica se asienta en su teoría de los vínculos. Por ello, el «mago» debe conceder fuerte atención al trabajo de la imaginación. La imaginación constituye la puerta de acceso a todos los afectos que pueden conmover a un ser viviente.

Se requieren básicamente tres factores para lograr la vinculación:

-potencia activa en el agente;

-potencia pasiva en el sujeto o el paciente (esto es una disposición o aptitud de no resistencia);

-y la aplicación apropiada a las circunstancias de tiempo y lugar.

Los vínculos no son eternos, porque se dan en el mundo, a la vez que no todo puede vincular a todas las cosas —y, si lo hace, no se da del mismo modo—. Hay tres accesos para vincular:

-la visión, a través de formas, gestos, movimientos y figuras adecuadas;

-el oído, mediante la voz y el discurso;

-y la mente o imaginación.

Los vínculos se establecen a través de los sentidos. Sucede la «entrada», que es cuando son percibidos; la «atadura», que es cuando se empieza a formar un sentido de las cosas que entraron por la vía de los sentidos; luego sucede el «vínculo»; y, finalmente, la «atracción».

El mago o manipulador debe ser consciente en todo momento de que, para atraer a uno o más individuos, debe considerar toda la variedad de intereses de los sujetos a hechizar. Por esta razón, para la técnica mágica se requiere tener un conocimiento más que parcial del sujeto y sus deseos, pues sin tenerlo no puede darse ningún vínculo.

Su propuesta mágico-fantástica responde a los tres niveles de realidad que en su ontología señala: el mundo divino y el mundo material son conectados mediante la fantasía, de manera que ella es el intermediario en el proceso que va de la sensibilidad a la cognición.

La sensibilidad es un proceso multívoco y dinámico de asociaciones en el ascenso y descenso de los datos perceptibles. La concepción metafísica de Bruno está emparentada con las ideas de Pico della Mirandola, quien consideraba al hombre con una posición intermedia entre las partes superiores (divinas) y las partes inferiores (materiales). Del mismo modo, Bruno extiende las teorías elaboradas por Marsilio Ficino, quien, como San Agustín, distinguía tres reinos: el material, el divino y el espiritual. De modo que quien vincula alma y cuerpo es el espíritu. Es en el espíritu donde se da el ascenso y descenso de las ideas y percepciones; ahí se forma la sensibilidad del sujeto: el alma tiene contacto con las cosas materiales gracias al reflejo que de ellas se da (en imágenes) dentro del espíritu, mientras que el cuerpo accede al contacto luminoso de la inteligencia por su reflejo en el espíritu como fantasías. 

Del mismo modo, Bruno, al igual que Ficino, considera que el espíritu no es propio de los hombres, sino que es una realidad propia, un mundo en sí mismo; así, podemos hablar de un mundo de los espíritus.

En la teología platónica de Ficino puede observarse una sutil distinción entre el concepto de «imaginación» y el de «fantasía», siendo la primera aquella que da forma a lo que percibimos, mientras que la segunda emite un juicio respecto a lo ya elaborado por la imaginación. La fantasía, en cuanto que emite juicios, también ha de distinguirse del intelecto. La primera se ocupa de lo particular —esto es, traduce los universales en particulares—, mientras que el intelecto concibe los universales —por lo que posee autonomía sobre la fantasía—; pero ambos operan de manera simultánea. La capacidad del mago para influenciar y atraer reside en reconocer el vínculo que une todas las cosas: a partir del lenguaje corpóreo, el cual aporta una imagen completa sobre algo, que, vía el sentido, manda a las percepciones por el canal de los mediadores -la imaginación y la fantasía) para, de tal modo, elevarse hasta el intelecto.

Bruno advierte que las características particulares de nuestros juicios no son estéticas ni éticas en sí mismas, dado que, al ser la fantasía la función intermediaria del espíritu, ella misma establece un sentido al vincular. Así, el juicio que discierne es siempre fantástico: en cada representación tenemos un halo de fantasía.

La aportación fantástica no es un juicio racional; responde más bien a la sensibilidad, siendo esta el eje que va acomodando toda percepción interior y exterior. El reino de la fantasía es el lugar de cruce donde todo adquiere sentido; es el lugar del alma humana, de tal modo que el alma se conforma a través de los vínculos y se constituye a partir de las relaciones multívocas con que asocia cosas, arquetipos y espíritus.

La técnica de la magia consiste en descubrir el misterio del hechizo, sacando partido de la continuidad del pneuma individual y del pneuma universal. 

El amor es un mago por excelencia, pues pone a su disposición todos los medios de persuasión para apoderarse de ciertos objetos; su finalidad es atar. El mago puede ejercer su influencia sobre los objetos, los individuos, las sociedades, así como también puede invocar la presencia de aquellos seres invisibles, los demonios y los héroes. Mas, para actuar y dominar la manipulación, debe acumular el conocimiento de las redes que se entrelazan para alcanzar el objeto de su deseo. Esta operación es el vincular. De este modo, la magia como técnica sirve como instrumento de manipulación individual o en masa; el conocimiento de los vínculos apropiados permite al mago disponer de toda la naturaleza; por eso, antiguamente, mago y sabio se identificaban. Del mismo modo, reconocer las redes vinculatorias permite el dominio de uno mismo, por lo que podemos considerar el uso de la magia como una condición esencial para la acción humana en cuanto que permite una manifestación libre y no reactiva de las percepciones que nos atan. Así, cuantos más conocimientos tenga el manipulador sobre aquellos o aquello que quiere vincular, mayores serán sus probabilidades de éxito, puesto que sabrá escoger las circunstancias y el momento propicio para crear el lazo vinculante.

El verdadero operador debe ser capaz de ordenar, corregir y disponer de la fantasía, y componer sus especies según su voluntad. (Culianu, Eros y magia en el Renacimiento (1999, p. 135)).

La acción mágica a su vez se sirve de un gran instrumento de manipulación: el eros. Como ya había enunciado Ficino, todo puede definirse en relación con el amor, pues todos los afectos se reducen a uno, dos o tres: el amor y/o el odio, y/o el miedo, deseo y/o repugnancia. Lo externo se imprime en la imaginación a través de los sentidos, cargado de afectos que se atraen o se repelen. Por simpatía y antipatía nos vemos movidos hacia algo, sin olvidar que todo aquello que se nos aparece externamente no es totalmente arbitrario sino que responde al lenguaje universal, o lo que los platónicos llamarían el «alma del mundo». La técnica de toda operación mágica reside en la apropiación de la fantasía. La potencia del imaginario se explota justo cuando ella interviene porque tiene la capacidad de colorear el alma de acuerdo con el sentido que ella misma crea. 

Otro componente importante a la hora de poner en práctica la técnica del mago es la fe, pues sin ella no se puede llevar a cabo nada; así lo menciona Bruno en sus tesis de magia.

El mago o manipulador se distingue del común de los mortales en tanto que los últimos están sometidos a un sinfín de afectos o fantasías; por ello, Bruno advierte constantemente procurar no transformarse de operador a instrumento de fantasmas. Sin embargo, hay fantasías provocadas por una acción voluntaria del sujeto, como la de los artistas o poetas; y hay otras fantasías cuyo origen está en otra parte, las cuales pueden haber sido provocadas por los demonios o inducidas por una voluntad humana. De éstas justamente, advierte Bruno, hay que cuidarse. De ahí la importancia del arte de la manipulación. Hoy día se puede observar la trascendencia de la técnica mágica en actividades como la mercadotecnia y la publicidad, incluso en la actividad política y religiosa, en cuanto que son actividades dirigidas a manipular a los individuos con un fin en concreto, tomando en cuenta, sino todos, al menos sí gran parte de los intereses intersubjetivos a consideración.

Podemos sostener que la tecnología viene a ser una magia democrática que permite a todo el mundo, gozar, de las facultades extraordinarias que hasta ahora, solo podía presumir el mago. (Culianu, Eros y magia en el Renacimiento (1999, p. 149)).

Obras:

Hay obras que aún no han sido publicadas en español, otras se consideran perdidas, y hay otras de cuya atribución se duda. La obra completa de Bruno figura en el Índice de libros prohibidos de la Iglesia Católica.

1582:

Ars memoriae 

De umbris idearum 

Cantus Circaeus 

De compendiosa architectura

Candelaio o Candelajo Comedia 

1583:

Ars reminicendi Triginta Sigilli 

Explicatio triginta sigillorum 

Sigillus sigillorum

1584:

La Cena de le Ceneri 

De la causa, principio, et Uno 

De l'infinito universo et Mondi 

Spaccio de la Bestia Trionfante 

1585:

Cabala del cavallo Pegaseo - Asino Cillenico 

De gli heroici furori 

Figuratio Aristotelici Physiciauditus

1586:

Dialogi duo de Fabricii Mordentis Salernitani

Idiota triumphans

De somni interpretatione con l' Insomniun.

Centun et viginti articuli denatura et mundo adversus peripateticos

Animadversiones circa lampaden lullianan

Lampas triginta statuarum

1587:

Delampade combinatoria Lulliana

De progresu et lampade venatoria logicorum

1588:

Oratio valedictoria 

Camoeracensis Acrotismus

De specierum scrutinio

Articuli centum et sexaginta adversus huius tempestatis mathematicos atque Philosophos

De vinculis in Genere 

1589:

Oratio consolatoria 

1590:

De magia 

1591:

De triplici minimo et mensura

De monade numero et figura

De innumerabilibus, immenso, et infigurabili

De imaginum, signorum et idearum compositione 

1595:

Summa terminorum metaphisicorum

1612:

Artificium perorandi

Fecha desconocida:

Libri physicorum Aristotelis explanati

De magia - Theses de maxia 

De magia mathematica

De rerum principiis et elementis et causis

Medicina Lulliana

El cantautor cubano Silvio Rodríguez lo menciona en su canción, Cita con ángeles:

Cuando este ángel surca el cielo,

no hay nada que se le asemeje.

El fin de su apurado vuelo

es la sentencia de un hereje.

No se distraiga ni demore,

todo es ahora inoportuno.

Va rumbo al campo de las flores

donde la hoguera espera a Bruno.

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El escultor Ettore Ferrari se convertiría más tarde en el Gran Maestre del Grand Oriente de la jurisdicción francmasónica de Italia. Los masones habían apoyado firmemente la eliminación del gobierno papal de Roma y su incorporación a una República o la Unificación de Italia bajo la monarquía piamontesa de Saboya. Sus otras esculturas incluyen un monumento en Rovigo dedicado a Giuseppe Garibaldi, quien luchó por la independencia italiana.

El 20 de abril de 1884, el Papa León XIII publicó la Encíclica Humanum genus. Poco después, los masones decidieron crear una estatua del panteísta Giordano Bruno. El monumento fue financiado con donaciones privadas, principalmente una suscripción iniciada por estudiantes de la Universidad de Roma, y los Consejos Nacionales de Estado no impidieron su erección. El consejo del Municipio de Roma aprobó el 10 de diciembre de 1888, por votación de 36 a 13, la ubicación del monumento en el Campo di Fiori. Hubo una fuerte oposición por parte de la Iglesia Católica contra lo que se consideraba una ofensa contra la religión.

La estatua se inauguró el 9 de junio de 1889, en el lugar donde Bruno fue quemado en la hoguera por herejía el 17 de febrero de 1600, y el político radical Giovanni Bovio pronunció un discurso rodeado de unas 100 banderas masónicas. Dado que miles de personas y estudiantes alineados con movimientos anticlericales se habían congregado en Roma para la inauguración, el Vaticano cerró el museo y advirtió a las iglesias y parroquias locales que cerraran sus puertas para evitar confrontaciones o incidentes de lo que consideraban una turba atea. 

En octubre de 1890, el Papa León XIII emitió una nueva advertencia a Italia en su encíclica Ab Apostolici contra la masonería y comentó sobre el monumento en el siguiente pasaje:

"aquella obra eminentemente sectaria, la erección del monumento al renombrado apóstata de Nola, que, con la ayuda y favor del gobierno, fue promovida, determinada y realizada por medio de la masonería, cuyos portavoces más autorizados no se avergonzaron de reconocer su propósito y declarar su significado. Su propósito era insultar al Papado; su significado de que, en lugar de la fe católica, debe sustituirse ahora la más absoluta libertad de examen, de crítica, de pensamiento y de conciencia: y es bien sabido lo que se entiende por tal lenguaje en boca de las sectas."

1578

El Proceso de Giordano Bruno a cargo de la Inquisición Romana. Relieve de bronce de Ettore Ferrari (1845-1929), Campo de' Fiori, Roma.





Esposizione di Parigi. Giordano Bruno, statua di Ettore Ferrari, premiato.

Giordano Bruno. - … fu un giorno arrestato dai soldati della Repubblica.

«Los magos pueden lograr más por la fe que los médicos por la verdad».

«No me avergüenzo de haber incurrido en trabajos, dolores, exilio, porque con los trabajos avancé, con los dolores acumulé experiencia, con el exilio aprendí, puesto que en el breve trabajo encontré prolongado descanso, en el ligero dolor inmensa alegría, en el angosto exilio una patria amplísima». (Discurso de despedida de la Universidad de Wittenberg (1588)

«¡Y pensar que en el mismo fuego que Prometeo había robado a los dioses fue quemado Giordano Bruno!». Albaigés Olivart, José María y M. Dolors Hipólito (1997). Un siglo de citas.


Giordano Bruno murió el 17 de febrero de 1600 en el Campo de’ Fiori, en Roma. Allí fue cumplida su sentencia, primero se le colgó, desnudo y amordazado, y luego fue quemado vivo en la hoguera.

Hace 424 años, un 17 de febrero del año 1600, tuvo lugar en Roma un acontecimiento dantesco. Cientos de personas se reunieron en el Campo dei Fiori -Campo de las Flores-, en Roma para ver morir en la hoguera a Giordano Bruno por orden de la Santa Inquisición.

Nacido en 1548 en Nola, Nápoles, acabó en la hoguera por haber desafiado a la Iglesia e ir en contra de las ideas vigentes en aquel momento como, por ejemplo, negar que la Tierra era el centro del Universo.

Sin un lugar a donde ir, Bruno decidió volver a Italia después de 15 años.

Fue el peor error de su vida.

El noble Giovanni Mocenigo, con la excusa de que Bruno fuese su profesor, lo invitó a su casa pero acabó entregándolo a la Inquisición veneciana.

Ante el tribunal, el teólogo dejó de lado la arrogancia y la soberbia que lo habían caracterizado todos estos años por primera vez, pero ya no le sirvió de nada.

A pesar de decir que sus predicaciones eran filosofía y no religión, el Santo Oficio decidió que su único destino sería la hoguera.

Aunque con debate, la mayoría de científicos hoy en día está de acuerdo en que Bruno fue un visionario que apoyó teorías que solo serían comprobadas siglos después. Y su enfrentamiento con la Iglesia tenía que ver sobre todo con una lucha política, de acuerdo con Damineli: "Era una lucha entre la Iglesia conservadora (dueña del poder), y la burguesía revolucionaria (clase en ascensión), esa fue la principal razón para la persecución de la Iglesia".

El Humanismo Renacentista descubrió a Platón, Plotino y al Corpus Hermeticum, escrito en griego antiguo. También desenterró a otros filósofos y ofreció a la conciencia europea una nueva y más veraz imagen de estoicos, epicúreos y escépticos. 

La resurrección de Lucrecio, que deslumbró al sabio venezolano Lisandro Alvarado, y el descubrimiento del atomismo de Demócrito y Leucipo, que maravillaron al físico germano Werner Heisenberg, fueron determinantes en la evolución intelectual de Galileo y de Bruno, asienta Octavio Paz.

El Hermetismo de Bruno era anticristiano: Bruno quería volver a la antigua religión de los astros, creía que los cristianos se habían apoderado, sin decirlo, de un poderoso talismán de los egipcios, el signo de la cruz estaba grabado en el pecho de la diosa Isis y que los cristianos se lo habían robado. El signo de la cruz era más antiguo que el cristianismo. Para Bruno la verdadera cruz era la crux ansata y tenía poderes mágicos, una creencia que consumó su perdición.

Estas extravagantes ideas de Bruno y los hermetistas son poco conocidas. Su juicio y muerte en la hoguera han llegado hasta nuestros días por otras de sus creencias: postular un Universo infinito y la pluralidad de mundos habitados, ideas que habrán de recibir el aplauso de Stephen Hawking. Es esta una nueva concepción que se atribuye a Copérnico, Galileo, Kepler y otros y es cierto solo en parte. La verdad es que según historiadores modernos, Arthur Lovejoy entre ellos, el neoplatonismo fue el verdadero responsable del cambio. Esta corriente filosófica y espiritual que había sido reprimida durante toda la Edad Media, a fines del siglo XV renació con extraordinario vigor y conquistó a las mejores mentes del siglo XVI. 

Al negar a la Escolástica, dibujó otra idea del mundo que se enlazó con la nueva ciencia física y cosmográfica. Los grandes iniciadores científicos estaban muy influidos por el neoplatonismo. Ahora bien, lo que distingue a la imagen del mundo que desplazó al universo ptolemaico finito no fue tanto el heliocentrismo de Copérnico, adoptado más bien tarde, cuanto ciertas proposiciones que no eran, estrictamente, consecuencias y deducciones de la nueva ciencia: la infinitud del universo, la ausencia de centro del cosmos, la pluralidad de mundos habitados. Sin embargo, debemos aclarar que Bruno no postuló un universo infinito por razones que hogaño llamaríamos científicas sino ontológicas, morales y temperamentales, es una idea que contiene un eco de Platón: Todo lo que es, aun lo malo, es bueno.

Estas extraordinarias ideas tuvieron eco en el Nuevo Mundo Americano, la monja novohispana Sor Juana Inés de la Cruz las conocía a través del jesuita alemán Atanasio Kircher, un alucinante escritor barroco del siglo XVII que sufría de una egiptomanía incurable. Sor Juana seguramente supo del juicio a Bruno y Galileo, pero guardó silencio. “No quiero ruidos con la Inquisición”, solía decir esta magnífica poetisa mexicana del siglo XVII. (Luis Cortés para revistadehistoria.es).

“No me arrepiento, pues no me siento culpable de ningún crimen”

Bruno fue declarado hereje impenitente y obstinado. Se ordenó que fuera entregado al Estado para su ejecución, una práctica común en la época que permitía a la Iglesia aparentar que no era ella la que ejercía la violencia de la pena de muerte. La sentencia se interpretó como un claro mensaje a la intelectualidad de la época sobre los límites de la disidencia aceptable.

Finalmente, la mañana del 17 de febrero de 1600, Giordano Bruno fue llevado a la plaza Campo de’ Fiori en Roma. Frente a una multitud reunida, fue atado a un poste y quemado vivo. Las crónicas de la época sugieren que Bruno, de 52 años, enfrentó su destino con notable serenidad, rechazando incluso un crucifijo que le ofrecieron en los momentos finales, manteniendo así su desafío a la ortodoxia hasta el último aliento.

“Vosotros teméis más pronunciar mi sentencia que yo recibirla”.


FRAGMENTOS DEL POEMA DE GIORDANO BRUNO A SUS VERDUGOS

“Decid, ¿Cuál es mi crimen? ¿Lo sospecháis siquiera?

Y me acusáis. ¡sabiendo que nunca delinquí!

Quemadme, que mañana, donde encendáis la hoguera,

Levantará la historia una estatua para mi “...


” Mas sois siempre los mismos, los viejos fariseos.

Los que oran y se postran donde les pueden ver,

fingiendo fe, sois falsos llamando a Dios, ateos

!Chacales que un cadáver buscáis para roer! “…


...¡Más basta! … ¡Yo os aguardo! Dad fin a vuestra obra.

¡Cobardes! ¿Qué os detiene?... ¿Teméis al porvenir?

¡Ah! … Tembláis … Es porque os falta la fe que a mí me sobra...

Miradme … Yo no tiemblo .. ¡Y soy quien va a morir! “...

Del monumento a Bruno en Bogotá

Mercado del Campo dei Fiori

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