Al quedar viuda, con un hijo pequeño a su cargo, Johanna recibió como herencia toda la obra de Vincent van Gogh y la correspondencia que este había intercambiado con su hermano Theo, el difunto marido de Johanna. Entonces empezó el proyecto de su vida: dar a conocer al mundo el gran pintor que había sido su cuñado y al que por entonces nadie reconocía. Johanna se convirtió en un agente fundamental para que la obra de uno de los artistas más célebres de la historia del arte no cayese para siempre en el olvido.
Así, la relevancia del nombre de Johanna Van Gogh-Bonger para la Historia del Arte es casi incalculable y, además, se produjo de la forma más inesperada. Quizás se podría establecer una cifra aproximada considerando el precio desorbitado por el que ha sido vendido alguno de los cuadros de su cuñado, Vincent van Gogh. Sin el giro pictórico del que participó el artista a finales del siglo XIX, y que entre otros factores daría pie a las vanguardias del siglo XX, costaría, incluso, entender la evolución del arte contemporáneo.
Por ello, la historia le debe tanto a la olvidada mujer de Theo Van Gogh, el hermano del pintor. Su papel fue tan determinante que se puede afirmar que sin Johanna, posiblemente, no hubiera “existido” Van Gogh.
Recientemente se ha conocido más sobre la fascinante vida de esta mujer gracias la publicación de una biografía escrita por Hans Luijten, Comisario del Museo Van Gogh de Ámsterdam, que tuvo acceso por primera vez a los diarios personales de Johanna.
Las raíces de Johanna se asientan en una familia de origen neerlandés de clase media, que inculcó a sus hijos el valor de saber pasar desapercibido. En este ambiente de contención y seguridad, la posición de sus padres le dio la oportunidad de formarse, para lo que escogió la carrera de profesora de inglés. En su infancia desarrolló ya una sensibilidad artística que le permitió aprender a tocar el piano.
Durante su juventud, pasó una época clave de su vida en Londres, donde empezó a tomar un control incipiente sobre sus inseguridades y trabajó impartiendo clases, convirtiéndose en especialista en Percy B. Shelley.
Su estancia en Inglaterra provocó en Johanna, también, el despertar de sus inquietudes políticas y sociales, pues allí entró en contacto con el movimiento en auge del sufragismo y con los movimientos obreros. Además, hizo algunas traducciones en las que pudo desarrollar sus habilidades lingüísticas, ya que para entonces hablaba tres idiomas: inglés, neerlandés y alemán.
En su estancia en Londres, además de completar su formación y superar algunas de sus inseguridades, se despertaron en Johanna inquietudes sociales y políticas que moldearon su actitud posterior.
Fue en 1885 conoció a Theo van Gogh, que no tardó más de tres citas en declararle su amor y pedirle matrimonio.Como Johanna era enemiga de toda reacción impulsiva, lo rechazó, pero él insistió y un año después, ella aceptó.
A los 30 años, Theo vivía en París y su principal ocupación consistía en tratar de buscar compradores y galerías para los cuadros de su hermano Vincent, aunque no solo comerciaba con ellos, sino con los de otros jóvenes artistas parisinos que empezaban a desafiar el academicismo imperante, con su obsesión por el color imperante, excluyente de la forma.
Así, Johanna entró de pleno en el fascinante mundo de los artistas bohemios de finales del siglo XIX, en muchas ocasiones, en compañía de Gauguin, Pissarro o Toulouse-Lautrec. Como apunta en una entrada de su diario, la joven cayó rendida al encanto de ese mundo de creatividad, exotismo y vanguardia, consciente de estar presenciando un cambio de tendencia, y describe esa temporada como la más feliz de su vida.
El hijo que nació del matrimonio fue bautizado Vincent, como homenaje del cariño que Theo sentía por su hermano.
Cuando Johanna llegó a París, Vincent, ya se había marchado a Arlés, atraído por los colores de la Provenza francesa. Desde allí, se carteaba con su hermano y le mandaba los nuevos trabajos que Theo, que apoyaba de todas las maneras posibles la producción artística de Vincent, intentaba colocar en el mercado.
La casa siempre estaba llena de Van Goghs, pues el artista vivía uno de sus periodos más prolíficos, de creación casi frenética. Un periodo vital paralelo al empeoramiento de su salud mental: el corte de la oreja (1888), el consiguiente ingreso en varios sanatorios provenzanos (1889) y, finalmente, la muerte, en 1890.
Vincent se iba de este mundo siendo un incomprendido y sin el reconocimiento artístico que tanto había perseguido su hermano. Apenas se tiene constancia de un par de valoraciones positivas de su obra mientras vivía, y Theo solo había conseguido vender una ínfima parte de sus obra.
En menos de un año la vida de Johanna había dado un vuelco rotundo; se había convertido en una joven viuda de 28 años, con un bebé a su cargo y que había recibido en herencia un piso en París; un gran número de obras de su cuñado y una inmensa colección de cartas fraternales que Theo había guardado con el mismo cariño con el que había atendido a su hermano mayor en vida.
A la joven madre se le presentaba la necesidad de buscar un medio para ganarse la vida, y decidió volver a su tierra natal para abrir una casa de huéspedes que pudiera generarle algunos ingresos.
La respuesta nos lleva directamente a Johanna Van Gogh-Bonger y a la ingente labor que llevó a cabo los siguientes años de su vida para conseguir que la obra de su cuñado fuera reconocida tal y como ella creía que se merecía. De esta manera, culminaría también el proyecto vital de su difunto esposo como último tributo hacia el artista.
Después de leer todas las cartas y quedar prendada por las profundas reflexiones de Vincent sobre su arte, su técnica y cada una de las pinceladas que daban forma a su obra, así como de la precisión narrativa con la que transmitía todas sus sensaciones a su hermano, pudo entender la complejidad de un artista torturado por los vaivenes de una mente inestable, pero cuya genialidad estaba por revelar.
Johanna se autoimpartió un curso acelerado de crítica y marchante de arte, leyendo publicaciones de arte moderno, títulos de George Moore, y también se inspiró en la escritora Mary Ann Evans, además de retomar los antiguos contactos que le había proporcionado su estancia en París. Al principio, la reacción hacia las obras de Van Gogh fue la misma que cuando el artista estaba vivo, pero gracias a su convicción y a la insistencia, al considerar las cartas como parte esencial de su proceso creativo, consiguió la primera exposición en solitario del artista, en 1892 y poco a poco, diversas galerías se fueron interesando en su representado.
Por ejemplo, Johanna prestaba todos los cuadros para las muestras y, aunque los galeristas insistían, nunca los ponía todos a la venta. Así, muchos pudieron acabar pronto en grandes museos y ser admirados por el público general. También solía situar cuadros menores al lado de obras más consolidadas porque los compradores solían animarse al ver los primeros.
Se han señalado dos grandes hitos en la gestión de la preciada herencia que recibió Johanna Bonger. Uno es la gran exposición de 1905, que tuvo gran repercusión en toda Europa; Johanna supo transmitir la esencia e la obra de van Gogh y captar el interés de grandes fortunas e importantes museos. Por otra parte, su obsesión con las cartas de los hermanos, la llevó a publicarlas en 1914 en la versión original.
Una de las últimas misiones a las que dedicó su vida fue que la obra de Van Gogh llegara al público estadounidense, para lo que se marcó el objetivo de traducir la correspondencia. Lamentablemente, fue algo que no ocurrió hasta 1927, dos años después de su muerte. Pero su legado para el mundo y la historia del arte, ya era una realidad, y quedaría marcado para siempre, aunque a menudo olvidando, que Johanna Van Gogh-Bonger fue la mujer que hizo posible a Van Gogh. Fue ella quien supo ver el valor de su obra y convenció al público para que le prestara la atención merecida; fue quien hizo el complicado trabajo de profundizar en un patrimonio sin ningún valor y, mediante su trabajo, le otorgó la relevancia que hoy el mundo entero reconoce y que tanto se ha estudiado durante años.
A ella le debemos que obras como El sembrador (1888), Habitación en Arlés (1888), Noche estrellada (1889) o Girasoles (1889) puedan ser contempladas hoy en los museos, llenando una parte de la historia del arte sin la que habría sido difícil comprenderla en su totalidad.
Van Gogh tuvo un interés especial en los sembradores a lo largo de su carrera artística. En total, realizó más de 30 dibujos y pinturas sobre este tema. Pintó este sembrador en el otoño de 1888. En ese momento, Van Gogh trabajaba con Paul Gauguin (1848-1903). Gauguin creía que en su trabajo Van Gogh debería basarse menos en la realidad y más en su imaginación. Aquí, Van Gogh usó colores destinados a expresar emoción y pasión. Asignó los papeles protagónicos al amarillo verdoso del cielo y al violeta del campo. El sol amarillo brillante parece un halo, convirtiendo al sembrador en un santo.
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Menos de tres meses después de la muerte de Vincent, el 29 de julio de 1890, Theo sufrió un colapso físico total. Su agonía fue tremenda y macabra. Murió en enero de 1891.
"¡Todo no es más que un sueño! Lo que hay detrás de mí, mi corta y dichosa felicidad conyugal, ¡eso también ha sido un sueño!", escribió, acongojada, Johanna Bonger el 15 de noviembre de 1891 en su diario.
"Durante un año y medio fui la mujer más feliz de la Tierra. Fue un sueño largo, hermoso, maravilloso, el más hermoso que uno puede soñar. Y después vino todo ese sufrimiento indecible".
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Jo, como se llamaba a sí misma, también era neerlandesa y había conocido a Theo cuando tenía 22 años, pero se veían poco pues él vivía en París. No obstante, como escribió en su diario el 25 de julio de 1887, el hermano que servía de ancla a la cordura a Vincent, la sorprendió con su impetuosidad dos años después.
"El viernes fue un día lleno de emociones.
"A las dos de la tarde sonó el timbre de la puerta: era Van Gogh de París. Me alegré de que hubiera venido, hablamos de arte y literatura (...) y de repente empezó a hacerme una declaración".
"Sonaría improbable en una novela, pero realmente sucedió: después de estar en mi compañía durante tres días como máximo, quiere pasar toda su vida conmigo, quiere poner toda su felicidad en mis manos. ¿Cómo puede ser?".
Lamentó "desesperadamente" haberlo herido, pero su respuesta fue "no", a pesar de que "lo que me conjuró fue el ideal con el que siempre he soñado; una vida rica llena de variedad y alimento para la mente".
"¡Oh, si tan sólo pudiera, pero mi corazón no siente nada por él!".
Sin embargo, casi dos años después, el 17 de abril 1889 Jo se casaba con Theo.
Jo se fue a vivir al París de la belle époque, con su esposo, que representaba a artistas de vanguardia que la mayoría de los otros marchantes de arte rechazaban, como Gauguin, Pissarro y Toulouse-Lautrec. Y de alguna manera también compartía parte de su vida con su genial y torturado cuñado, a quien Theo apoyaba económica y emocionalmente para que pudiera dedicarse exclusivamente a la pintura.
Vincent no sólo ocupaba espacio en la mente y corazón de Theo, sino también en su hogar, que estaba siempre repleto de sus cuadros, que no dejaban de llegar.
Sin embargo, Jo no lo conoció en persona hasta la primavera de 1890. Justo antes de la Navidad de 1888, mientras ella y Theo anunciaban su compromiso, Vincent no estaba, pero llegó, para su sorpresa, como un ser con el mismo espíritu que los lienzos que la rodeaban.
“Ante mí estaba un hombre robusto, de hombros anchos, de color saludable, una mirada alegre en sus ojos y algo muy decidido en su apariencia”, escribió ella en su diario.
Theo lo invitó para que conociera al hijo que habían tenido, al que habían puesto el nombre del tío -Vincent-, y, observó Jo, "ambos tenían lágrimas en los ojos".
Pocos meses después, ambos estarían muertos.
A pesar del dolor, Jo asumió la que había sido la misión de su marido.
"Además del niño, (Theo) me dejó otra tarea: el trabajo de Vincent, hacer que se vea y se aprecie tanto como sea posible." "No me quedé sin propósito".
A eso se dedicó durante años: a salvar la brecha entre el desprecio y el amor por la obra del que, sin su esfuerzo, no habría sido reconocido como uno de los más grandes artistas de la historia.
Jo se mudó a Bussum, entonces una pequeña ciudad neerlandesa con una vibrante vida cultural y, para ganarse la vida, abrió una pensión.
"Ahora tengo que asegurarme de que todas las preocupaciones domésticas no me reduzcan a una máquina doméstica, pues tengo que mantener mi mente alerta".
Consciente de que iba a entrar en un mundo dominado por hombres, sin ser considerada como una conocedora de arte, se dedicó a leer, tanto textos para aprender más sobre arte, como otros para fortalecerse como mujer.
Entre otras anotaciones, escribió sobre "esa mujer grande, valiente e inteligente" que era su heroína, la autora Mary Ann Evans conocida por su seudónimo de George Eliot: "Recordarla es siempre un incentivo para ser mejor".
Además, se sumergió en la otra parte de la herencia que había recibido: leyó todas las cartas de Van Gogh, descubrió su alma y se dio cuenta de que eran la clave. Para que pudieran apreciarlo como artista, tenían que conocerlo como ser humano.
Y comprendió algo más al internarse en la vida del artista.
Van Gogh había llevado una vida desapegada de lo material y enamorada de lo natural, así que habría querido que su arte deleitara a la gente común.
“Ningún resultado de mi trabajo sería más agradable para mí”, le escribió Vincent a Theo, citando a otro artista, “que el hecho de que los trabajadores comunes y corrientes colgaran los grabados en su habitación o lugar de trabajo”.
Jo tenía que lograr que los expertos permitieran que el público pudiera ver la obra de Van Gogh. Se armó con herramientas y, aunque no lo pareciera, trazó una estrategia.
Su "centro de la cultura", como lo describió, era la casa de su amiga Anna, cuyo esposo, Jan Veth, era uno de los retratistas y crítico de arte más respetados de la época y estaba al frente de la revista cultural La Nueva Guía. Veth, sin embargo, se convertiría en un dolor de cabeza en sus esfuerzos por abrirle los ojos al mundo a la obra de Van Gogh.
"Cuando llegué aquí con las pinturas, esperaba que a él también le gustaran y me ayudara, pero me dijo francamente que no les veía nada, por lo que ya casi no hablamos de ellas".
El crítico, confesó después, que al principio le “repugnaba la cruda violencia de algunos Van Gogh”, cuyas obras le parecían “casi vulgares”.
Pero ella no se daría por vencida, y él, “se comería sus palabras.”
La reacción de otros invitados por Jo a su casa a conocer la obra de su cuñado, fue mucho más favorable.
"Bussum. 24 de febrero de 1892.
"Una visita esta tarde: dos pintores, Verkade y Serusier, este último parisino. "Piensan que el trabajo de Vincent es maravilloso. Escuchar esa exclamación de admiración fue algo muy inusual: aquí en Holanda la gente no es tan generosa en lo que respecta a la obra de Vincent".
Y, cuando la gente no venía a ella, ella iba con el bebé en un brazo y una pintura bajo el otro, a visitarla.
"Esta mañana fui a (la firma de marchantes) Wisselingh en Amsterdam (...) Tenía conmigo una pequeña cosa de Vincent, pero muy, muy buena, que mostré y ahora quieren un par de sus obras por encargo. ¡Qué triunfo!".
Al tiempo, fue logrando que se incluyeran pinturas de su cuñado en exhibiciones, sobre las que los críticos comentaban.
"20 de marzo de 1892.
"Algunas de las pinturas de Vincent han sido expuestas en el Oldenzeel de Rotterdam: dos artículos firmados por De Meester se publicaron en el Rotterdamsche Courant, y otro entusiasta en otro periódico. “El hecho de que se esté volviendo cada vez más conocido me da una satisfacción indescriptible".
Con la aparición de más y más entusiastas, la actitud de Veth empezó a cambiar:
"Ahora sus ojos también comienzan a abrirse y se toma la molestia de mirar. Pero en lugar de admitir abiertamente que ha aprendido a verlos, me echa la culpa a mí: dice que le he impedido ver, al poner siempre mi opinión en primer lugar"
Veth no fue el único que menospreció a Jo, pero no logró amedrentarla, y al final, ella lo convenció.
Tras darle las cartas de Van Gogh a Veth, el crítico, que ofreció publicarlas, escribió una de las primeras apreciaciones, diciendo que Vincent era un artista que “busca la raíz cruda de las cosas”. La estrategia de desnudar la intensidad de la persona que estaba tras la expresividad de las pinturas, fue convirtiendo a Van Gogh en un fenómeno.
Entre tanto, Jo fue vendiendo pinturas, poco a poco para ir introduciendo a Van Gogh gradualmente, y particularmente en colecciones abiertas al público en diferentes partes del mundo, para que el mayor número posible de personas las vieran.
Además, las prestó a más de 100 exposiciones en Europa, para avivar el interés.
En 1905 sintió que era el momento de organizar algo inimaginable hacía una década: una exposición en el Museo Stedelijk, el principal escaparate de arte moderno de Ámsterdam. Se encargó de todo ella misma -aunque su hijo Vincent hizo las invitaciones- y montó la que sigue siendo la exhibición más grande de obras de Van Gogh de la historia, con 484 piezas expuestas.
Gracias a su trabajo, para entonces los miles de amantes del arte que la visitaron sentían que lo conocían artística y personalmente.
Pero, aunque con esa exposición la reputación de Van Gogh se cimentó y el valor de su obra -en dinero- se triplicó, todavía había pinturas que para muchos eran demasiado atrevidas, como "La noche estrellada".
Ese cielo nocturno en cuya “profundidad azul las estrellas brillaban, verdosas, amarillas, blancas, rosas, más brillantes, más esmeraldas, lapislázuli, rubíes, zafiros” que había fascinado a Van Gogh, como le escribió a Theo, escandalizó a varios críticos. No obstante, el interés por su arte no hizo más que crecer, y esas voces fueron sepultadas bajo las de sus admiradores, no sólo eventualmente , sino para siempre. Todo gracias a Jo.
La importancia de su labor no fue conocida en toda su extensión hasta que Hans Luijten, investigador principal en el Museo Van Gogh de Ámsterdam, publicó su libro titulado, en neerlandés, “Alles voor Vincent” (“Todo por Vincent”, 2022). Luijten dedicó una década a investigarlo, tras conseguir el permiso de la familia para ver el diario de Jo, que habían mantenido bajo llave desde su muerte, en 1925. Jo lo había empezado a escribir cuando tenía 17 años, cinco años antes de conocer a Theo.
La primera línea decía: “Me parecería terrible tener que decir al final de mi vida: ‘En realidad, he vivido para nada, no he logrado nada grande o noble’”.
Haber asegurado que la obra de Vincent van Gogh no se quedara para siempre en la oscuridad fue, ciertamente, grande y noble… y algo que millones de admiradores le agradecemos infinitamente.
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Que Johanna quedó viuda con un hijo de apenas un año al que mantener.
Tras la muerte de Vincent y de su marido, Johanna trabajó intensamente para editar la correspondencia entre los hermanos, produciendo el primer volumen en holandés en 1914. También jugó un rol clave en el crecimiento de la fama y la reputación de Vincent a través de donaciones de su trabajo a varias exposiciones retrospectivas tempranas. Además escribió la historia de la familia Van Gogh.
Y que Johanna heredó un apartamento en París con algunos muebles y aproximadamente 200 obras de su cuñado Vincent, que por entonces no tenían ningún valor. A pesar de que le habían aconsejado que se deshiciese de los cuadros de Vincent, volvió a Holanda, abrió una casa de huéspedes en Bussum, un pueblo a 25 km de Ámsterdam, y empezó a restablecer sus contactos artísticos.
Tras quedar viuda volvió a escribir su Diario -que había abandonado durante su matrimonio-, deseando que su hijo lo leyese algún día.
Para obtener ingresos extra, tradujo cuentos del francés e inglés al holandés. Trabajó intensamente para editar la correspondencia de los hermanos, produciendo, como hemos adelantado, el primer volumen en holandés en 1914. También jugó un rol clave en el crecimiento de la fama y la reputación de Vincent a través de donaciones de su trabajo a varias exposiciones retrospectivas tempranas. Además escribió la historia de la familia Van Gogh.
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Johanna Bonger y Johan Cohen Gosschalk.
En 1905, y a pesar de la desaprobación de su familia, fue miembro fundador del movimiento socialista de las mujeres.
En 1901, Johanna se había casado con Johan Cohen, un pintor nacido en Ámsterdam, pero once años después, volvió a enviudar. En 1914 trasladó el cuerpo de Thèo desde Utrecht y lo enterró junto a la tumba de su hermano Vincent. Un brote de la hiedra tomada del jardín de Paul Gachet cubre ambas tumbas.
Johanna vivió en Nueva York entre 1915 y 1919. Murió el 2 de septiembre de 1925, a la edad de 62 años, en Laren, Holanda. En el momento de su muerte, aún estaba traduciendo las cartas de Vincent al inglés.
El prestigio de Vincent van Gogh comenzó a extenderse en los años posteriores a su muerte; primero en su país natal, después por Alemania y luego por toda Europa. En gran medida pudo conocerse gracias a las numerosas Cartas que intercambió con su hermano Theo desde agosto de 1872 en adelante, traducidas por su cuñada Johanna Van Gogh-Bonger que las publicó en tres volúmenes en 1914. El célebre pintor holandés fue ayudado por su hermano Theo para desarrollarse como artista, pero fue su cuñada, Johanna Bonger, quien dedicó su vida a convertirlo en una auténtica leyenda universal.
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En el mundo del arte, pocos nombres son tan reconocibles como Vincent Van Gogh. Hoy en día, sus pinturas se encuentran entre las más valiosas del mundo, y los coleccionistas están dispuestos a pagar decenas de millones por un solo lienzo.
Pero, la realidad es, que, durante su vida, Van Gogh luchó -en vano- por encontrar un público para su obra. Vendió sólo un puñado de pinturas y su genio pasó prácticamente desapercibido. Sólo después de su muerte, como hemos visto, su cuñada, Johanna Bonger Van Gogh, asumió la tarea de promover su legado y, al hacerlo, ayudó a dar forma al curso de la historia del arte. Se trataba de más de 900 pinturas y más de 1.000 dibujos.
Johanna empezó por catalogar y documentar cada pieza de la colección, un proceso minucioso que tardó años en completarse. Luego se dedicó a organizar exposiciones de la obra de Van Gogh, tanto en los Países Bajos como fuera de ellos. Las estrategias de marketing artístico de Johanna se adelantaron a su tiempo.
Colaboró con artistas y marchantes influyentes, como Emil Scha∫ffler y Paul Cassirer, para exhibir el trabajo de Van Gogh en las principales ciudades, como París, Berlín y Londres. También tomó decisiones estratégicas sobre qué piezas vender y cuáles conservar, asegurándose de que las obras clave permanecieran en posesión de la familia.
Quizás la contribución más importante de Johanna al legado de Van Gogh fue su decisión de publicar la correspondencia entre Vincent y Theo. Estas cartas, que abarcan más de una década, brindan una visión fascinante de la visión artística y las luchas personales de Van Gogh. También ayudan a humanizar al artista, revelando un alma sensible y profundamente apasionada detrás del genio torturado.
La publicación de las cartas de Van Gogh tuvo un profundo impacto en la reputación póstuma del artista. Ayudaron a establecer su biografía y proporcionaron contexto para su trabajo, a menudo incomprendido. Hoy en día, las cartas se consideran un recurso esencial para cualquiera que busque comprender la vida y el arte de Van Gogh.
Gracias en gran parte a los incansables esfuerzos de Johanna, el trabajo de Van Gogh fue ganando reconocimiento gradualmente en los años posteriores a su muerte. Grandes exposiciones en Ámsterdam, Londres y Berlín ayudaron a cimentar su reputación como artista visionario, mientras que las ventas de sus pinturas empezaron a alcanzar precios cada vez más altos.
La historia de Johanna también destaca el importante papel que han desempeñado las mujeres en la historia del arte, a menudo trabajando entre bastidores, para defender el trabajo de artistas masculinos. Sin su dedicación y perseverancia, es posible que el genio de Van Gogh hubiera pasado desapercibido durante mucho tiempo.
Hoy en día, Van Gogh es celebrado como uno de los más grandes artistas de todos los tiempos y su obra es admirada por sus colores atrevidos, pinceladas expresivas e intensidad emocional. Y si bien, gran parte del crédito de su éxito pertenece al propio artista, está claro que Johanna Bonger Van Gogh jugó un papel esencial en la configuración de su perdurable legado.
Vincent Van Gogh vendió sólo un puñado de pinturas durante su vida, posiblemente tan solo dos o tres. La venta mejor documentada es la de «The Red Vineyard», -“El Viñedo Rojo”-, que fue comprada por la artista belga Anna Boch, en 1890.
Dado que, después de la muerte de Vincent en 1890, su hermano Theo, que heredó toda su colección de obras de arte, murió a su vez, apenas seis meses después, la colección pasó a Johanna Bonger Van Gogh.
Johanna utilizó una variedad de estrategias para promover el trabajo de Vincent, incluida la organización de exposiciones, la colaboración con marchantes y artistas influyentes y la publicación de las cartas de Vincent a su hermano Theo.
Las cartas de Van Gogh a su hermano Theo brindan una visión fascinante de su proceso artístico, sus luchas personales y su filosofía sobre la vida y el arte. Ayudan a humanizar al artista y proporcionan contexto para su trabajo, a menudo incomprendido.
Hoy en día, Vincent Van Gogh es ampliamente considerado como uno de los artistas más influyentes del siglo XIX. Su estilo audaz y expresivo tuvo una profunda influencia en el desarrollo del arte moderno, y su obra sigue siendo celebrada por su intensidad emocional y poder visual.
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La primera carta que Vincent Van Gogh escribió a su hermano menor Theo está fechada en agosto de 1872, y la última en julio de 1890. En los dieciocho años que las separan Vincent escribió al menos novecientas –casi tres al mes– aunque la frecuencia varió bastante. La extensión es todavía más importante que su número, a medida que la correspondencia aumentaba crecía también el volumen de cada una, con frecuencia ocho hojas e incluso más.
La estrecha relación epistolar que Vincent y Théo mantenían hace que el lenguaje de las cartas sea evidentemente fraternal. En ellas Vincent habla con Théo de todo, le describe las situaciones que vive a lo largo de sus múltiples cambios de residencia, le recomienda libros, le habla de su gusto por el arte y su predilección por ciertos pintores, por lo que es posible saber qué le gustaba, o le disgustaba y qué le intrigaba. Un detalle importante son los pasajes en los que Vincent describe los dibujos o pinturas en los que trabajaba y lo que más le atraía del tema, junto a reflexiones acerca de la composición y el uso del color, y, a menudo añadía pequeños bocetos para que su hermano se hiciera una idea de su trabajo.
Gracias a estas cartas, es posible conocer al pintor en las diferentes facetas de su personalidad en continua evolución; leerlas es adentrarse en un personaje único y de excepcional brillantez, al contrario de lo que podía pensarse del artista al que antecedía su fama de perturbado y conflictivo.
Sus cartas a Theo pueden entenderse como extensión de su pensamiento y construir una visión más completa de Van Gogh: el hombre y el artista.
El quehacer artístico de Vincent Van Gogh comenzó en 1880, cuando vivía en Bruselas, donde se inscribió en la Academia de Bellas Artes. Entre 1881 y 1885 vivió en La Haya, Nuenen y Amberes. En febrero de 1886 llegó a París y para 1888 se instaló en Arles. Finalmente se asentó en Auvers-sur-Oise donde falleció en 1890.
Su carrera activa dentro de la pintura es por lo tanto relativamente breve; sólo diez años, pero de una gran intensidad. Se calcula que realizó unas 900 pinturas y 1600 dibujos.
Hijo de un pastor calvinista, Van Gogh, eligió en un principio la vocación de predicador entre los mineros belgas del Borinage, una experiencia que lo marcaría por el resto de su vida. Influido por la Biblia, pero al mismo tiempo por las ideas socialistas de su época, Van Gogh se formó una visión del mundo y de la vida que serían claves dentro de su quehacer artístico. Entre sus libros tenía una copia de la Biblia, la Revolución Francesa de Michelet, obras de Dickens, Víctor Hugo, y Emile Zola. Por ello no es de extrañar que se sintiera atraído por la obra de Jean François Millet, Gustave Courbet, Camille Corot y Eugene Delacroix y que se inclinara por la pintura más próxima al realismo, de mayor carácter social, con representaciones de campesinos, obreros y gente del pueblo.
Una vez en París, Vincent, que había hecho hasta entonces una pintura más bien oscura, se empapó del color de los artistas franceses, la luz y las tonalidades brillantes de los Impresionistas marcarían su obra en adelante.
La experiencia fue valiosa, sin embargo más allá de las técnicas aprendidas, Van Gogh se sintió frustrado, y con nuevo entusiasmado, aprendió otras técnicas pero lo decepcionaron sus colegas. En 1887 escribió que al contrario de lo que esperaba encontrar, algunos de los pintores le disgustaron como personas, Vincent sentía que sus compañeros artistas no estaban comprometidos con la sociedad
En verano del mismo año escribió a su hermano: “me siento triste de pensar que aun en caso de éxito, la pintura no compensará los gastos […] y me sucede sentirme ya viejo y fracasado […] para triunfar se necesita ambición y la ambición me parece absurda. Yo no se que resultará”.
Desencantado de París, pero sin darse por vencido y tras haber hecho nuevas amistades con algunos artistas, Vincent se marchó a Arlés, en busca de aquello que deseaba, una búsqueda que se convertiría en su compañera por el resto de su vida y en la cual dejaría su salud tanto física como mental.
En Febrero de 1888 Vincent se estableció en Arlés, al sur de Francia, se sabe que soñaba con fundar una colonia de artistas al estilo de Barbizon. París había hecho mella en su salud agotándolo física y mentalmente, sin embargo en Arles pareció recuperarse, siendo una de sus etapas más prolíficas. Tras instalarse en una pequeña casa, Vincent empezó a prepararse para la llegada de Paul Gauguin, a quien veía como el primero de varios artistas que podrían instalarse en su colonia del sur, pintaba casi a diario y su paleta se llenó de un colorido intenso.
–Resulta, sin embargo, hasta cierto punto, sospechosa, la calidad de esgrimista de Gauguin, en relación con el corte de la oreja del pintor, especialmente justificada, por el hecho de que, acto seguido, Gauguin desapareció y se instaló lo más lejos posible de Thèo, aunque esto es discutible-, y más enigmático por el hecho, seguro, de que Thèo, jamás acusaría a nadie, pues iba en contra de sus principios religiosos, más acendrados. Algo parecido pudo suceder con el misterioso disparo que le causó la muerte. Ambas posibilidades suelen ser negadas, sin una explicación convincente.
Yo conservo de la naturaleza un cierto orden de sucesión y una cierta precisión en la ubicación de los tonos […] me interesa menos que mi color sea precisamente idéntico, al pie de la letra, desde el momento que aparece bello sobre mi tela, tan bello como en la vida.
Vincent veía en el color una función más allá de la mera impresión de luz, y si bien trabajando con los impresionistas aclaró su paleta, llevaría el recurso del color mucho más lejos, dotándolo de autonomía y haciendo de éste su mayor soporte expresivo.
Estando en Arlés realizó cuadros, tanto de exterior como naturalezas muertas, con el fin de decorar la casa, pero abandonó Arlés –como sabemos-, poco después de su llegada, tras lo cual se hundió en una oscura fase mental, de la cual saldría sólo a ratos.
A mediados de abril de 1889 ingresó voluntariamente en el sanatorio mental de Saint-Paul-de-Mausole en Saint-Rémy. Bajo permiso médico Vincent siguió pintando. Aun así, la enfermedad que padecía le ocasionaba ataques que le imposibilitaban hacerlo por largos periodos.
En mayo de 1890 Van Gogh llegó a Auvers-sur-Oise; hizo amistad con el doctor Gachet, un pintor aficionado con una pequeña colección propia con obra de Cézanne, Renoir y Pisarro, entre otros. Aquí, sin dejar de trabajar, pasó Thèo los últimos días de su vida antes de dispararse -supuestamente-, en el pecho el 27 de julio, muriendo dos días después –sorprendentemente, justo cuando aceptó recibir tratamiento y se sometió al mismo a manos de Gachet.-.
En las cartas que Vincent escribió a Theo se percibe la evolución pictórica del artista, enmarcada en el dramatismo que va adquiriendo su escritura, que refleja sus esperanzas y sus desilusiones, además de la huella que va dejando en él su inestable salud física y mental.
El arte final de Vincent Van Gogh no es la prueba de su locura, por el contrario, es exactamente lo opuesto; el intento diario por mantener su enfermedad a raya mediante trazos salvajes, producto de una mente turbulenta a momentos cuerda. Pintaba entre ataques, aferrándose a su trabajo como el mejor de los remedios, el único escape al torrente de pensamientos y sentimientos que canalizaba escribiendo y pintando. Vincent Van Gogh en total control de sus acciones, fusiona el paisaje ante sus ojos con el eufórico paisaje en su mente, de brillante colorido y retorcidas formas.
Se puede apreciar cómo para Vincent resultaba imposible separar sus ideas estéticas, sociales y filosóficas, de su comportamiento, lo cual se refleja claramente en su obra plástica, en la cual, el color intenso, las formas llameantes y las marcadas texturas expresan y reflejan sus estados de ánimo. Un hombre siempre comprometido con sus ideales y sus propósitos y absolutamente fiel a si mismo.
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