Óleo sobre lienzo, 74 x 61 cm., sin marco, con marco: 94 x 81 cm. Procedencia: importante colección particular, Madrid.
Retrato de medio cuerpo del maestro del Manierismo tardío español. Pintor toledano coetáneo del hijo de El Greco, Jorge Manuel Theotocópuli, con el que colaboró en algunas obras, como el túmulo levantado en 1621 a la muerte de Felipe III. Su estilo, gracias a lo heterogéneo de su formación, aparece muy variado, en ocasiones, casi contradictorio. La fuerte impronta de El Greco permanecerá siempre en su pintura, sobre todo en el alargamiento y la inestabilidad de sus figuras; pero su conocimiento directo de la experiencia caravaggista en Roma, precisamente en unos años en los que ésta se encontraba en pleno auge, lo vinculan también con el naturalismo, patente en algunas de sus obras. Más que una evolución personal entre dos maneras que parecen contrapuestas, Tristán parece inclinarse hacia una u otra en momentos concretos, ya sea por decisión propia o por imposición de la clientela. Asimismo, el estudio de las composiciones venecianas es apreciable en su pintura, pero, sin duda, la más clara influencia viene determinada por las obras que Juan Bautista Maíno dejó en Toledo, especialmente el gran “Retablo de las Cuatro Pascuas” de la iglesia de San Pedro Mártir, novedosa plasmación del naturalismo romano avivado con un suntuoso colorido.
Todo ello se vería reflejado en obras como el conjunto que realiza Tristán en 1616 para la iglesia parroquial de Yepes, en Toledo, uno de los más importantes de su producción, del que el Prado guarda dos ejemplos de santas. El resto de las obras de Tristán en la pinacoteca madrileña son seis lienzos con los que se le vincula, aunque uno de ellos es muy dudoso, y provienen en su mayoría del Museo de la Trinidad, además de un “Anciano” procedente de la Colección Real y La Última Cena adquirida en 1993 gracias al legado Villaescusa (García López, D. en Enciclopedia M.N.P., 2006, tomo VI, p. 2112).
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Luis Tristán de Escamilla, también conocido como Luis de Escamilla o Luis Rodríguez Tristán, del Siglo de Oro, es considerado el mejor discípulo del Greco, si bien evolucionó hacia un naturalismo tenebrista totalmente opuesto al del griego.
Hijo de comerciantes y artesanos de Toledo, Tristán entró a trabajar en el taller del Greco, cuyo estilo imitó hasta el punto de que confundía, en ocasiones a los críticos, que atribuyeron obras de cada uno, al otro. Con el Greco estuvo entre 1603 y 1606, pero luego marchó a Italia, donde estuvo desde 1606 a 1613.
Se le considera el principal discípulo del pintor greco toledano, sin contar al hijo de este, Jorge Manuel Theotocópuli, de calidad muy inferior.
Luis Tristán trabajó toda su vida en Toledo. No estilizó tanto las figuras como el Greco e intentó matizar un Manierismo ya pasado de moda con el enfoque naturalista en los pormenores y el tratamiento de la materia, enfoque que provenía del caravaggismo italiano y los ecos de la Contrarreforma.
Su estilo es muy personal, con un tono de áspera gravedad, de gamas terrosas sobre las que brillan toques de intenso colorido luminoso.
Aparte de algunos retratos de acusado realismo -Anciano, El Calabrés, El Cardenal Sandoval, etcétera-, su obra principal es de temática religiosa. Presenta las figuras alargadas y distorsionadas y recrea las composiciones del maestro, pero introduce elementos de la vida cotidiana como cuota al gusto naturalista que terminó por imponerse, y sus figuras presentan más peso.
Pintada por Tristán en 1616, esta obra procede del retablo de la iglesia parroquial de Yepes, Toledo, donde formaba parte de un conjunto de retratos de santos que acompañaban grandes lienzos con escenas de la vida de Cristo. Destruido parcialmente en 1936, las pinturas fueron restauradas en el Museo del Prado y se devolvieron al altar de su iglesia el 16 de septiembre de 1942, colocándose en su ubicación original, a excepción de esta María Magdalena y de Santa Mónica que se quedaron en el Museo.
El conjunto del retablo estuvo formado por cinco grandes lienzos y siete pequeños que representan: La Adoración de los Pastores, la Adoración de los Reyes Magos, la Flagelación, el Camino del Calvario, la Resurrección y la Ascensión.
Los cuadros pequeños representan a San Agustín, un Santo Apóstol, San Bartolomé, Santa Águeda, Santa Mártir, Santa Mónica y orea Santa. De los dos originales que se quedaron en el Museo del Prado realizó copias Federico Avrial para que pudieran colocarse en la iglesia de Yepes. MNP.
Acaso su trabajo más importante sea, precisamente, el conjunto de cuadros realizado para el Retablo del altar mayor de la Colegiata de san Benito Abad de Yepes, Toledo, fechado en 1616, con seis escenas de la vida de Jesús y ocho medias figuras de santos.
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Adoración de los Reyes Magos del Museo de Bellas Artes de Budapest,
Sagrada Familia. Instituto de Artes de Mineápolis, y la
Adoración de los Pastores, de 1620, en el Museo Fitzwilliam de Cambridge.
Entre sus discípulos tuvo al bodegonista Pedro de Camprobín.
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Pedro de Orrente. Bautizado en Murcia el 18 de abril de 1580-Valencia, 19 de enero de 1645. Fue un pintor barroco español, natural de Murcia, pero formado en Toledo. Por Jusepe Martínez, quien seguramente llegó a conocerlo, consta que completó su formación en Italia con Leandro Bassano, cuya influencia se advierte inequívocamente en su obra junto con la de otros maestros italianos, lo que unido a sus constantes desplazamientos dentro de la península hace de Orrente un artista clave en la formación y difusión del naturalismo, tanto en Castilla, como en Valencia.
Hijo de Jaime de Horrente, mercader de origen marsellés, establecido en Murcia en 1573, donde casó con Isabel de Jumilla. Fue bautizado el 18 de abril de 1580 en la iglesia de Santa Catalina de esa misma ciudad. Consta documentalmente la relación amistosa de su padre con un Juan de Arizmendi, pintor de quien nada más se sabe, que quizá fuese el primer responsable de su formación antes de abandonar Murcia.
En 1600 se encontraba ya en Toledo, donde contrató, «libre y fuera de curaduría», el retablo de la Virgen del Saz en la villa de Guadarrama (Madrid), obra no conservada.
No vuelven a tenerse noticias hasta 1604, cuando un tal Jerónimo de Castro se comprometía a pagar en Murcia al padre del pintor, un San Vidal que Orrente había pintado para él. Se deduce que Pedro se hallaba ausente, quizá en Italia, no reapareciendo documentalmente hasta 1607, de nuevo en Murcia, concertando los servicios de una criada.
En 1612, avecindado en Murcia, contrajo matrimonio y fechó la Bendición de Jacob, de la colección Contini, obra ya plenamente bassanesca, además de dar poder a Angelo Nardi para que cobrase en su nombre un lienzo que había pintado para un platero de Madrid, lo que implica la existencia de una relación amistosa con el pintor italiano, a quien pudo conocer en la propia Italia o en algún viaje no documentado de Orrente a la corte, donde Nardi se había establecido en 1607.
Amigo de «mudar tierras», según dijo de él Jusepe Martínez, hacia 1616 debía de encontrarse en Valencia, donde pintó el monumental Martirio de San Sebastián, de su catedral y rivalizó con Francisco Ribalta.
Un año posterior es el Milagro de Santa Leocadia pintado para la Catedral de Toledo, que cobró llamándose «vecino de Murcia». Es posible que en estos desplazamientos entre Murcia y Toledo parase algún tiempo en Cuenca, donde Cristóbal García Salmerón se demuestra estrecho seguidor de su obra y quizá discípulo.
En 1624 solicitó en Murcia ser admitido como Familiar del Santo Oficio, pero en 1626 se encontraba de nuevo en Toledo, donde Alejandro de Loarte le nombró albacea testamentario y recibió como aprendiz a Juan de Sevilla, hijo del escultor Juan de Sevilla Villaquirán, el único discípulo documentado.
Allí trabó amistad con Jorge Manuel Theotocópuli, hijo de El Greco, y apadrinó con su esposa a dos de sus hijos en 1627 y 1629.
Este mismo año, avecindado en Toledo, contrató el retablo mayor y colaterales del Convento de Franciscanos de Yeste (Albacete), parcialmente conservados, y se le llama en el documento pintor de Su Magestad, en alusión, quizá, a los cuadros de Orrente que por orden del Conde-Duque de Olivares habían sido empleados en la decoración del nuevo Palacio del Buen Retiro.
En 1630 cobró una cantidad muy estimable de la Catedral de Toledo por un Nacimiento de Cristo, pintado para la Capilla de los Reyes Nuevos, en competencia con la Adoración de los Reyes de Eugenio Cajés, de la que salió, según Palomino, «muy ventajoso Orrente».
Las noticias de su estancia en Toledo llegan hasta 1632, cuando contrató un retablo para el convento de San Antonio de Padua del que nada se conserva. En febrero de 1633 un despacho de la Inquisición en relación con su pretensión de obtener la familiatura se refiere a él y a su mujer como vecinos de Espinardo, localidad próxima a Murcia.
La siguiente noticia es ya de 1638; se encuentra en Murcia y tiene, en propiedad, dos casas. Pero solo un año después había abandonado de nuevo la ciudad, pues un tal Lorenzo Suárez hubo de hacerse cargo del Retablo de la Concepción que había dejado inconcluso.
Parece probable que se trasladase a Valencia, donde el 17 de enero de 1645, viudo, sin hijos, y con una holgada situación económica, hizo testamento. Murió dos días después, siendo enterrado en la iglesia de San Martín de aquella ciudad. Discípulos o seguidores suyos en esta etapa valenciana, según se aprecia en sus respectivas obras, fueron Esteban March, Pablo Pontons y el también murciano Mateo Gilarte.
Orrente ha sido conocido como el «Bassano español». Ya en la colección de Carlos I de Inglaterra, una de sus obras, una escena pastoril, aparecía asignada al «español que fue imitador del estilo del Bassan».
Cincuenta años después de su muerte, José García Hidalgo, todavía le recordaba entre los grandes pintores como segundo Bassano y en mediocres versos aconsejaba al principiante en pintura «... de Velázquez, Murillo, y de Carreño / aprende colorido y historiado (.../...) De Orrente los ganados, y pastores».
El conocimiento de la obra de los Bassano en Toledo, donde sus cuadros eran copiados por Sánchez Cotán y citados con respeto por El Greco, hubo de influir sin duda en su determinación de marchar a Venecia, donde se encontraba en 1605. La influencia de los Bassano, y en particular de Leandro, resulta evidente no sólo en aspectos formales de su pintura sino, sobre todo, en la configuración de uno de los aspectos fundamentales de su producción artística: la transformación, con sentido comercial, de los temas bíblicos, en especial los tomados del Antiguo Testamento, en escenas de género de ambiente pastoril.
Otros maestros venecianos dejaron también en él profunda huella. Muy significativa es la influencia del Veronés, perceptible en sus composiciones más complejas del Nuevo Testamento, con múltiples figuras e indumentarias vagamente orientales, tal como se puede encontrar en las Bodas de Caná, de la parroquial de La Guardia (Toledo) o en los Calvarios, con sus cruces en posición oblicua. Los atrevidos escorzos de estos cuadros, así como los del gran cuadro de la Aparición de Santa Leocadia de la Catedral de Toledo, o el impresionante Martirio de Santiago el Menor del Museo de Bellas Artes de Valencia, con sus puntos de vista bajos, remiten por otra parte a la obra de Tintoretto, como señalara Lafuente Ferrari.
Importante cuadro de altar, firmado y fechado por Pedro Orrente en 1639. Representa el Martirio de Santiago el Menor, descrito en la Leyenda Dorada. Cuando el apóstol iba a ser lapidado, uno de los sacerdotes del templo se encaró a la multitud tratando de evitar el enfrentamiento, pero un espontáneo armado con una pértiga de batanero descargó sobre la cabeza del apóstol un golpe tan terrible, que le rompió el cráneo y le saltó los sesos.
Se trata de una obra maestra del período maduro de Orrente pintada para València, según testimonios de Díaz del Valle y de Palomino, aunque sin especificar para dónde.
En ella, la plasmación de lo narrado está servida con sobriedad extrema. La diagonal trazada por el escalón sugiere el espacio, en el que destaca en primer término con gran dramatismo el cuerpo tendido del santo mártir. Por detrás, tomados desde un punto de vista bajo, aparecen el sacerdote, acompañantes y el esbirro que sostiene la pértiga de batanero con la que golpeó la cabeza del apóstol.
Procedente de una colección particular de Granada, fue adquirido en 1988 por la Generalitat para el Museo de Bellas Artes de València.
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Pero Orrente, aunque bassanesco en la elección de los temas y en el tratamiento de los paisajes con iluminación crepuscular, en la ejecución se separa de lo veneciano, avanzando más en la dirección del naturalismo tenebrista. Así lo observó ya Francisco Pacheco, quien pudo conocer a Orrente durante su estancia en Toledo en 1611.
Al tratar de la pintura de animales, el suegro de Velázquez decía en este sentido que era un «género de pintura [que] ha acreditado en España nuestro Pedro Rente aunque se diferencia en el modo del Basan y hace manera suya conocida por el mismo natural».
En obras como el San Sebastián de la catedral de Valencia, con un paisaje veneciano, el modelado escultórico y la intensa iluminación ponen de manifiesto el conocimiento de la obra de Caravaggio o, cuando menos, de los maestros caravaggistas, interpretados por Orrente de un modo semejante a como lo hará su contemporáneo Luis Tristán.
También es semejante su tratamiento del color, con la reducción de la suntuosidad veneciana a una gama apagada de ocres terrosos y tonalidades tostadas interrumpidas ocasionalmente por solo alguna mancha de verde o rojo intenso y blanco brillante.
Obra de concepción bassanesca en la amplitud de su paisaje poblado por múltiples figuras de dibujo preciso.
Las obras de Orrente de atribución segura, firmadas en muchos casos, junto con las de su taller o escuela, son muy abundantes, pero al estar raramente fechadas resulta difícil hablar de evolución dentro de un estilo que, por lo demás, aparece en lo fundamental, uniforme.
En el conjunto de su numerosa producción destacan los lienzos de temas bíblicos con amplios paisajes tratados como escenas de género de carácter pastoril, con un detenido estudio de los muchos animales y accesorios presentes, lienzos sobre los que asentó su prestigio como el «Bassano español».
Pero Orrente fue autor también de grandes cuadros de altar, de composición compleja y con grandes figuras llenando el espacio, como ya observó Jusepe Martínez, al apuntar, que «aunque el Bassan se ejercitó más en hacer figuras medianas, nuestro Orrente tomó la manera mayor, en que dio a conocer su grande espíritu».
Fue autor, además, de algunas series de fábulas mitológicas extraídas de las Metamorfosis de Ovidio, dos de las cuales estaban en poder del Marqués de Leganés y otra es citada por Antonio Palomino, en Madrid, en poder de un particular, diciendo de ella que es «cosa excelente». De este aspecto peor conocido de su producción únicamente han subsistido dos cuadros: Céfalo y Procris, en colección particular valenciana, y Cadmo llega al lugar designado por el oráculo, en colección particular madrileña, en los que muestra unos tipos cotidianos cercanos a los de sus temas bíblicos y alejados de cualquier aspecto heroico.
La primera obra de datación segura de entre las conservadas, como se ha indicado, la Bendición de Jacob, de la Colección Contini, fechada en 1612, es ya obra próxima a los Bassano y es esa la influencia más perdurable en su obra, igualmente perceptible, como ya señalara Palomino, en el conmovedor (y un tanto truculento) Martirio de Santiago el Menor, del Museo de Bellas Artes de Valencia, con sólo cinco figuras grandes ocupando todo el espacio, pero con un tratamiento de la materia de calidades aterciopeladas y colores densos plenamente venecianos. Pero es en sus series bíblicas, con ciclos dedicados a Jacob, Abraham y Noé, entre los motivos tomados del Antiguo Testamento, y los milagros de Cristo extraídos del Nuevo, donde la huella de lo bassanesco es más profunda y, también, su personal y rica inventiva, apegada a lo cotidiano a fin de hacer verosímil el hecho narrado.
En esas composiciones de gabinete de tamaño mediano, situadas en variados escenarios, muy aptas según Palomino para los «estrados» y salas de casas particulares, pobladas por numerosas y vivaces figuras de pequeño tamaño con su acompañamiento de animales domésticos y objetos de naturaleza muerta tratados con una minuciosidad detallista, a veces un tanto seca, pero con toques sueltos de luz en las lanas de las ovejas, se pone de manifiesto su habilidad narrativa y es en ellas en las que se asentó su fama, siendo muchos, como decía Pacheco, los pintores mediocres que «se sustentan con sus copias», algunos, como Mateo Orozco, conocidos por sus nombres.
Entre las piezas que formaron parte de estos ciclos conservados más o menos completos en diversos lugares y algunas conocidas por varios ejemplares, cabría destacar el Labán dando alcance a Jacob del Museo del Prado, por el amplio desarrollo de su paisaje sabiamente iluminado, o la Multiplicación de los panes y los peces del Museo del Ermitage de San Petersburgo, que, con La entrada en Jerusalén, del mismo museo o las Bodas de Caná de la parroquial de La Guardia, muestran unos colores claros y un gusto por la precisión en el dibujo del desnudo que podrían recordar a Maino, influencia evidente también en los mendigos en reposo de La curación del paralítico, de Orihuela.
Un problema particular relacionado con la ausencia de dataciones seguras lo plantean algunas obras en las que se han advertido influencias del Greco. Pertenecen a este grupo un conjunto de pinturas localizadas en Toledo, tales como el Bautismo de Cristo, del retablo de los Carmelitas, con unas proporciones en las figuras inusualmente largas, el San Juan Bautista, en pie, de la Catedral y el San Juan Bautista junto a una fuente, del Museo de Santa Cruz, o la Asunción de la Virgen del Marqués de Auñón que, descartado un aprendizaje junto al cretense, podrían llevarse a la década de 1620, cuando también en la obra de Tristán, se advierte un retorno a modelos del Greco, y ponerse en relación con la documentada amistad con Jorge Manuel.
En obras más tardías, como la Adoración de los pastores y la Epifanía, del Retablo de Yeste, fechado en 1629, el tizianesco Martirio de San Lorenzo, de la Iglesia de San Esteban de Valencia, inspirado en el lienzo de El Escorial, o La curación del paralítico del Museo de Arte Sacro de Orihuela y Colegio del Patriarca, obras que pudo realizar en la posterior etapa valenciana; nada queda ya de los tipos humanos del Greco y la amplitud espacial se puede explicar mejor por el conocimiento de los grandes maestros venecianos.
En otros lienzos de grandes dimensiones y destinados a la devoción, como los citados, Martirio de San Sebastián, de la Catedral de Valencia y Milagro de Santa Leocadia, de la Catedral Toledana, la luz dirigida es francamente tenebrista, con ecos de las obras de Carlo Saraceni, pintadas para la misma Catedral de Toledo, sin apartarse, al mismo tiempo, de la iluminación veneciana en algún contraluz o en la sugestión del paisaje disipando las sombras del fondo en el San Sebastián.
De una fecha próxima a este último ha de ser el Sacrificio de Isaac, del Museo de Bellas Artes de Bilbao, -probablemente pintado en Valencia donde se conocen algunas copias-, en el que del mismo modo se funde lo bassanesco y veneciano con el tenebrismo más avanzado, con amplias repercusiones en la obra de los pintores”ribaltescos” y en especial sobre el más joven de ellos, Juan Ribalta.
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MAÍNO
Fray Juan Bautista Maíno, Maino o Mayno. Pastrana, Guadalajara; bautizado el 15 de octubre de 1581- Madrid, 1 de abril de 1649. Fue un pintor español del Barroco.
Sus padres fueron, un comerciante milanés de paños y una noble portuguesa, que estuvieron al servicio de la duquesa de Pastrana, la famosa Princesa de Éboli.
Algunos críticos piensan que Maíno aprendió con El Greco, pero no ha podido demostrarse documentalmente; el hecho es que se formó en Italia, donde pasó los años que van de 1600 a 1608 y donde conoció la pintura de Caravaggio, de su discípulo Orazio Gentileschi, de Guido Reni y de Annibale Carracci.
En 1608 vuelve a Pastrana, donde da a conocer un estilo que procede del clasicismo boloñés, del naturalismo y del tenebrismo, en una Trinidad pintada para el altar lateral del Monasterio de Concepcionistas Franciscanas del lugar.
En marzo de 1611 se instala en Toledo y, en 1612, pinta, para los dominicos. el Retablo de las cuatro Pascuas, ahora en el Museo del Prado, acaso su obra más conocida. Son especialmente reseñables los lienzos de La Adoración de los Reyes Magos y La Adoración de los pastores, de formato monumental y vistoso colorido.
El 20 de junio de 1613, Maíno ingresó en la Orden de Santo Domingo y vivió en su Monasterio de San Pedro Mártir, en Toledo. Ello redujo su actividad artística, aunque a esta época pertenece otra Adoración de los pastores, actualmente en el Museo del Hermitage de San Petersburgo. Este tema bíblico fue tratado varias veces por Maíno; otra versión se guarda en el Museo Meadows de Dallas.
Felipe III lo llamó a la Corte en 1620 para que fuera maestro de dibujo del futuro Felipe IV, ya que era famoso en esta disciplina que aprendió en Italia y desarrolló luego en Toledo. Por entonces Maíno trabó amistad con Diego Velázquez, a quien protegió; lo eligió en un concurso público para pintar el tema de La expulsión de los moriscos. Este cuadro afianzó la posición del joven Velázquez en la corte madrileña, aunque tristemente no se conserva pues resultó destruido en el incendio del Alcázar de Madrid de 1734.
Maíno murió en el Convento de Santo Tomás de Madrid, en 1649. Uno de sus discípulos parece fue Juan Ricci.
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Obra
Hasta 1958 la crítica consideró a Maíno un pintor italiano, tanto por su formación en Italia como por el origen de su padre. Casi toda su obra es de temática religiosa, y es clasificado en el concepto del naturalismo tenebrista de Caravaggio y su principal discípulo, Orazio Gentileschi.
Destacan dos óleos de gran tamaño, pintados ambos en 1612, que hoy se encuentran en el Museo del Prado: la Adoración de los Magos, y la Adoración de los pastores. En ellos se aprecia la influencia del caravaggismo, que conoció de primera mano durante su visita a Roma, si bien suaviza los rasgos naturalistas y se recrea en las texturas y los materiales lujosos, más de acuerdo con Gentileschi. En dichos cuadros se aprecia una composición abigarrada, a pesar de lo cual tanto las poses como los gestos, ofrecen una imagen dinámica y plena de acción y movimiento; su realismo se deja notar, por ejemplo, en el primero de estos cuadros, en la descripción del rey Baltasar con un tipo africano perfectamente plasmado, de forma que no se puede decir haya sido representado como el estereotipo acostumbrado de europeo teñido de negro.
En cuanto a sus pinturas de temas profanos, muy escasas, se cree que ocultan cierto contenido crítico sobre la política y la sociedad de su época que no ha sido todavía bien estudiado; abundan en ellas los símbolos. Destacan en este sentido los dibujos y grabados sobre Felipe IV y el cuadro La recuperación de Bahía de Todos los Santos, que puede contemplarse en el Museo del Prado, alusivo a una acción militar en el puerto de San Salvador de Bahía, (Brasil).
De su actividad como retratista, se mencionaba su destreza en las efigies en miniatura, si bien las pocas que subsisten son de autoría dudosa y se hallan en museos extranjeros. Se conocían dos retratos a tamaño natural -Retrato de un caballero en el Museo del Prado, y Retrato de un monje dominico, en el Ashmolean Museum de Oxford-, a los que se han sumado varios recientemente atribuidos.
El Museo del Prado de Madrid, posee el mejor conjunto de obras de este artista, y le dedicó una exposición antológica en octubre de 2009. Esta muestra permitió reunir varias obras de nueva atribución.
En 2018 el Prado adquirió un pequeño San Juan Bautista pintado en cobre, singular en la producción de Maíno por estar firmado y por su cronología temprana; raro ejemplo de lo aprendido en Roma.
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