La Monarquía
753–717 a.C. Rómulo
716–674 a.C. Numa Pompilio
674-642 a. C. Tulio Hostilio
642-617 a. C. Anco Marcio
Fin de los Sabinos
Tarquinios:
617-579 a. C. Lucio Tarquinio Prisco
579-535 a. C. Servio Tulio
535-509 a. C. Lucio Tarquinio el Soberbio
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La tradición de lo que ocurrió antes de la fundación de la ciudad o mientras se estaba construyendo, está más próxima a adornar las creaciones del poeta, que a las actas auténticas del historiador, y no tengo ninguna intención de establecer su verdad o su falsedad. Tito Livio
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ANCO MARCIO (641-617 a. C.)
Numa Pompilio, segundo rey de Roma y Anco Marcio, al que se supone su nieto: NVMAE. POMPILI. ANCI. MARCI.
En el reverso aparece la Victoria sobre un pilar, bajo el arco de un puente.
Bajo el otro arco, parte de una nave y la luna. Dibujo de 1867
Nieto, al parecer, de Numa Pompilio, por línea materna, fue el último rey de origen sabino. Aun siendo respetuoso con las instituciones religiosas, como Numa, continuó la política bélica y expansionista de Rómulo.
Escribió Tito Livio, que, tras la muerte de Tulio Hostilio, fue elegido popularmente Anco Marcio; que el Senado confirmó la elección y que él, reconociendo que el último reinado, tan espléndido en otros aspectos, había sido muy lamentable por el abandono de la religión -o la mala ejecución de los ritos-, estaba decidido a volver a los modos más antiguos de culto y a dirigir los asuntos oficiales de la religión como fueron organizados por Numa. Al efecto, instruyó al Pontífice para que copiara los comentarios de Numa y los hiciera públicos. Los Estados vecinos y su propio pueblo, que anhelaban la paz, tuvieron la esperanza de que el rey seguiría a su abuelo en talante y política.
En este estado de cosas, los latinos, con los que se había hecho un tratado en el reinado de Tulio –Hostilio–, recuperaron la confianza y efectuaron una incursión en territorio romano. Al solicitar los romanos una reparación, la rechazaron arrogantemente, considerando al nuevo rey como un hombre dedicado sólo a las capillas y altares. Anco Marcio decidió que sería difícil para él mantener la paz sin defenderse, ya que su paciencia fue puesta a prueba, y despreciada; hasta que decidió que era más necesario un Tulio que un Numa.
Así pues, si Numa había instituido la práctica religiosa para tiempos de paz, Anco dictaría las ceremonias apropiadas para el estado de guerra. Y para que tales guerras fueran proclamadas con cierta formalidad, dictó una ley, con la que los Feciales se conducen hasta hoy, cuando requieren una reparación por daños. El procedimiento es como sigue.
El embajador se envuelve la cabeza con una orla de lana. Cuando ha llegado a las fronteras de la nación de la que exige satisfacción, dice:
-¡Oye, Júpiter! ¡Oíd, límites de esta nación; ¡Oye, Justicia! Soy el heraldo público del pueblo romano, vengo con razón y debidamente autorizado, y debe darse fe a mis palabras.
Después de leer los términos de la demanda, pone a Júpiter por testigo de la misma –y termina diciendo:
-Si exijo la entrega de tales hombres o tales bienes en contra de la justicia y la religión, no me permitas disfrutar nunca más de mi tierra natal.
Acto seguido, repite estas palabras mientras traspasa la frontera; a todo el que se cruza con él; cuando atraviesa las puertas y al entrar en el foro.
Después, si su demanda no es satisfecha en el término de treinta y tres días –que es el plazo de gracia fijado–, se declara la guerra en los siguientes términos:
-¡Escucha, Júpiter, y tú Jano Quirino, y todos vosotros, dioses celestiales, y vosotros, dioses de la tierra y del mundo inferior, oídme! Os pongo por testigos de que este pueblo es injusto y no cumple con sus obligaciones sagradas. Así pues, consultaremos a los ancianos en nuestra tierra sobre el modo en qué debemos obtener nuestros derechos.
Con estas palabras el embajador vuelve a Roma y el rey pregunta a un miembro del Senado:
-El pueblo romano se ha quejado de los latinos priscos, que estaban obligados solidariamente a entregar, descargar y reparar, pero no han hecho ninguna de estas cosas, ¿cuál es tu opinión?
-Yo soy de la opinión de que deben ser recuperados por una guerra justa y legal, por tanto, doy mi consentimiento y voto para ello.
Y cuando la mayoría de los presentes se declaraban de la misma opinión, se acordaba la guerra. El Fecial llevaba a las fronteras enemigas una lanza con punta de hierro o quemada al extremo y manchada de sangre, y, en presencia de al menos tres adultos, proclamaba:
-En la medida en que los pueblos de los latinos priscos han sido considerados culpables de injusticia contra el pueblo de Roma y los Quirites, y dado que estos han ordenado que haya guerra con los latinos priscos, al igual que el Senado, yo y el pueblo de Roma, declaramos y hacemos la guerra a los pueblos de los latinos priscos.
Dicho esto, arroja su lanza en el territorio contrario. La posteridad adoptó tal costumbre.
Tras encargar el cuidado de los diversos ritos sacrificiales a los Flamines y otros sacerdotes, y alistar un nuevo ejército, Anco avanzó contra Politorio, una ciudad perteneciente a los latinos. La tomó al asalto, y siguiendo la costumbre, transfirió la totalidad de la población a Roma.
Puesto que en el Palatino estaban los primeros romanos; los sabinos en el Capitolio, y dado que los albanos, se asentaron en el Celio, para los recién llegados fue asignado el Aventino.
Después de su evacuación, Politorio fue capturada por los latinos y volvió a recuperarse, por lo que los romanos decidieron arrasar la ciudad, evitando que se convirtiese en un refugio permanente para el enemigo. Al final, Anco regresó con un inmenso botín a Roma, y muchos miles de latinos fueron admitidos a la ciudadanía.
El Janículo –en el Trastévere- fue incorporado a los límites de la ciudad, poniéndolo en contacto con ella por medio de un puente, para la comodidad del tráfico. Este fue el primer puente construido sobre el Tíber, y fue conocido como el Puente Sublicio.
El Pons Sublicius. Reconstrucción de Luigi Canina
Conectaba el Forum Boario con el Trastévere. Derribado en parte por la corriente, fue conocido como el Ponte Rotto.
Ponte Rotto
Sobre sus restos se construyó uno nuevo, en piedra, que pasó a ser conocido como el Puente Emilio.
El Ponte Emilio en un cuadro de 1880. Ettore Roesler Franz
El puente cayó en 1598, y fue demolido en 1880, conservándose sólo un arco del mismo, que hoy ofrece el aspecto de una melancólica pintura romántica.
Sublicio, Rotto, Emilio…
Anco Marcio hizo construir también la primera cárcel de Roma y el puerto de Ostia, con instalaciones salineras.
La Fosa de los Quirites –añade Tito Livio–, también fue obra del rey Anco, y ofrecía una protección considerable a las más bajas y por lo tanto más accesibles partes de la Ciudad. En medio de esta vasta población, ahora que el Estado se había visto tan grandemente aumentado, el sentido del bien y del mal se oscureció y se cometieron muchos crímenes en secreto. Para intimidar a la creciente anarquía, fue construida una prisión en el corazón de la ciudad, con vistas al Foro. Las adiciones hechas por este rey no se limitan a la Ciudad.
El Bosque Mesio fue tomado a los vetentinos, y el dominio Romano se extendió hasta el mar y en la desembocadura del río Tíber se fundó la ciudad de Ostia; se construyeron salinas a ambos lados del río, y el templo de Júpiter Feretrius se amplió a consecuencia de los éxitos en la guerra.
Casa de Venus. Ostia
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Durante el reinado de Anco, un hombre rico y ambicioso llamado Lucumo se trasladó a Roma con la esperanza y el deseo de ganar alta distinción, para lo que no existía oportunidad en Tarquinia, pues era de estirpe extranjera. Era hijo de Demarato el Corintio, que había sido expulsado de su hogar por una revolución y que pasó a establecerse en Tarquinia.
Allí se casó y tuvo dos hijos, sus nombres eran, el citado Lucumo y Arruncio. Arruncio murió antes que su padre, quedando su mujer embarazada, pero Lucumo le sobrevivió y heredó todos sus bienes, porque Demarato había muerto poco después que su hijo Arruncio, sin conocer el estado de su nuera, por lo que no dispuso en su testamento nada para su nieto. El niño, así excluido de la herencia de su abuelo, fue llamado, por su pobreza, Egerio.
Lucumo, entre tanto, encantado por su herencia, aumentó su riqueza mediante el matrimonio con Tanaquil, que era descendiente de una de las principales familias del Estado, y no podía soportar la idea de haber rebajado su posición al casarse con alguien de menor dignidad que ella por nacimiento. Los etruscos menospreciaban a Lucumo como hijo de un refugiado extranjero y ella no podía soportar aquella indignidad, de modo que, olvidando todos los lazos del patriotismo, para que su marido pudiera alcanzar mayor honor, decidió que emigrarían y que Roma era el lugar más adecuado para su propósito, pues consideraba que entre una joven nación donde toda la nobleza era de reciente creación y ganada por el mérito personal, habría lugar para un hombre de valor y energía.
Tanaquil recordó a su esposo que el sabio Tacio había reinado allí; que Numa había sido llamado desde Cures para ocupar el trono, y que el mismísimo Anco era hijo de una sabina y no podría remontar su nobleza más allá de Numa.
La ambición de Lucumo, y el hecho de que Tarquinia era su país de origen sólo por parte materna, le hizo sopesar atentamente aquellas propuestas y, en consecuencia, se trasladaron a Roma.
Habían llegado al Janículo, y estaba Lucumo sentado junto a su mujer en el carruaje, cuando un águila vino volando suavemente hacia abajo; le quitó el sombrero; giró alrededor del carro dando fuertes gritos; volvió a poner el sombrero en la cabeza de Lucumo y se perdió en el horizonte.
Tanaquil, que, como la mayoría de los etruscos, era una experta en la interpretación de los prodigios celestes, estaba encantada con el presagio. Se abrazó a su marido y le dijo que se le ofrecía un destino alto y majestuoso, que tal era la interpretación de la aparición del águila. Dijo que el presagio se refería a la coronación y encumbramiento de su persona, porque el pájaro había levantado a lo alto un adorno puesto por manos humanas, para reemplazarlo como regalo del cielo.
Lleno de estas esperanzas y conjeturas entraron en la ciudad, y después de procurarse una residencia, él se anunció como Lucio Tarquinio Prisco. El hecho de ser extranjero y rico, le ganó notoriedad y aumentó la suerte que la fortuna le proporcionó. Su conducta cortés, su pródiga hospitalidad y los muchos actos de bondad mediante los que se ganó a todos los que pudo, hicieron que su fama llegara a Palacio.
Una vez presentado al Rey, pronto ganó su confianza, y se hizo tan familiar que era consultado tanto en asuntos de Estado como en otros privados y tanto de paz como de guerra. Por fin, después de pasar todas las pruebas de carácter y capacidad, fue nombrado por el rey tutor de sus hijos.
Tras 24 años de reinado -período no superado por ninguno de sus predecesores, en capacidad y reputación, ni en la guerra o la paz-, murió Anco Marco, seguramente, de muerte natural, como su abuelo antes que él, siendo recordado como uno de los grandes pontífices de Roma. Sus hijos casi habían llegado a la edad adulta. Fue el último de los reyes latino-sabinos de Roma.
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Lucio Tarquinio Prisco 617-579 a. C.
Tarquinio estaba muy ansioso por que la elección del nuevo rey se celebrara tan pronto como fuera posible. En el momento señalado para ello, envió a los hijos de Anco a una expedición de caza. Se dice que fue el primero que se propuso para la corona y que pronunció un discurso para asegurarse el interés de la plebe.
Afirmó que no estaba haciendo una petición insólita y que no era el primer extranjero que aspiraba al trono romano; si así fuera, cualquiera podría sentir sorpresa e indignación, pero era el tercero, puesto que Tacio no sólo fue extranjero, sino que reinó después de haber sido enemigo de Roma, mientras que Numa, un completo desconocido en la Ciudad, había sido llamado al trono, aún sin pretenderlo.
En cuanto a él, cuando fue dueño de sí mismo, se había trasladado a Roma con su esposa y toda su fortuna; había vivido en Roma más tiempo que en su propia patria, desempeñando sus funciones de ciudadano; había aprendido las leyes y los ritos ceremoniales de Roma, tanto civiles como militares, bajo las órdenes de Anco, un maestro muy eficiente. Añadió que había sido insuperable en los deberes y servicios a aquel rey, su protector, y que no había sido menos que él mismo en el trato generoso a los demás.
Oyendo estas razones, que sin duda eran ciertas, el pueblo romano con entusiasta unanimidad lo eligió rey. Pero, aunque en todos los demás aspectos era un hombre excelente, la ambición que lo impulsó a buscar la corona, le siguió en el trono. Con el propósito de reforzarse él mismo tanto como de aumentar el Estado, nombró un centenar de nuevos senadores procedentes de las tribus menores, los cuales formaron un cuerpo de incondicionales partidarios suyos, pues sólo por su favor, habían entrado en el Senado. Tarquinio Prisco fue así el quinto rey de Roma, y el primero de origen etrusco.
La primera guerra que tuvo fue con los latinos. Tomó la ciudad de Apiolas al asalto, y se llevó mayor cantidad de botín de lo que hubiera podido esperarse y después que todo fue llevado en carros a Roma, celebró los Juegos con mayor esplendor y en una escala mayor que sus predecesores.
Entonces, por primera vez, se señaló un lugar en lo que es ahora el Circo Máximo, en el que se asignaron lugares a los patricios y caballeros donde cada uno de ellos pudiese construir sus tribunas, que fueron llamadas foros, desde las que pudieran contemplar los Juegos. Estas tribunas se plantaron sobre puntales de madera, elevándose a lo alto hasta cuatro metros de altura. Las competiciones fueron carreras de caballos y boxeo, con caballos y boxeadores en su mayoría, de Etruria.
Maqueta del Circo Máximo
El terreno que ocupaba el Circo Máximo, en su estado actual
Este rey también dividió el terreno alrededor del Foro para la construcción de sitios, portales y tiendas que allí se instalaron y duplicó el tamaño de Roma, aportando fabulosos tesoros a la ciudad, que empleó en erigir grandes monumentos y otras construcciones, con perfecto sistema de alcantarillado de la ciudad, como la Cloaca Máxima, e inició la construcción del Foro Romano.
Interior de la Cloaca Máxima, hoy
Aspecto exterior de la Cloaca Máxima en la actualidad
Lucio Tarquinio Prisco murió después de 38 años de reinado, asesinado, precisamente, por sus educandos; los hijos de su predecesor, Anco Marcio.
Cuando Tarquinio –dice Tito Livio–, llevaba treinta y ocho años en el trono, su yerno, Servio Tulio –quien le sucedió–, era estimado, con mucho, por encima de cualquier otro, no sólo por el rey, sino también por los patricios y la plebe.
Aunque no podían alegar derecho alguno, puesto que el hereditario no estaba contemplado en la ley, los dos hijos de Anco siempre habían sentido intensamente haber sido privados del trono de su padre por la traición de su tutor. La ocupación –del trono– por un extranjero que ni siquiera era de origen italiano, y mucho menos descendiente de romano, aumentaba su indignación. Así, cuando vieron que ni incluso después de la muerte de Tarquinio volvería a ellos la corona, sino que descendería sobre un esclavo, pensaron que sería una desgracia para todo el pueblo romano, y especialmente para su casa, ya que, mientras que la descendencia masculina de Anco todavía estaba viva, la soberanía de Roma quedaría no sólo abierta a los extranjeros, sino incluso a los esclavos.
Se determinaron, por lo tanto, a rechazar tal insulto por la espada. Pero fue sobre Tarquinio más que en Servio, en quien buscaban vengar sus agravios; ya que, en caso de que Servio fuese asesinado, el rey sin duda elegiría a otro como yerno para que heredase la corona. Estas consideraciones les decidieron a tramar un complot contra la vida del rey.
Dos feroces pastores fueron seleccionados para la acción. Aparecieron en el vestíbulo del palacio, cada uno con sus herramientas habituales, y fingiendo una violenta y escandalosa pelea atrajeron la atención de todos los guardias reales. Luego, cuando ambos comenzaron a apelar al rey, y su clamor había penetrado en el palacio, fueron convocados ante el rey.
Al principio trataron, gritándose el uno al otro, de ver quién podía hacer más ruido. Después de ser reprimidos por el lictor, se les ordenó hablar por turno; se tranquilizaron y comenzaron a exponer su caso.
Así, mientras la atención del rey estaba puesta en uno, el otro blandió su hacha y la clavó en la cabeza del rey, y dejando el arma en la herida ambos salieron corriendo del palacio. Era el año 578 a.C.
Mientras los espectadores recogían al moribundo Tarquinio en sus brazos, los lictores capturaron a los fugitivos. Los gritos atrajeron a una multitud, preguntándose qué había sucedido.
En medio de la confusión, Tanaquil ordenó que el palacio fuera despejado y las puertas cerradas y curó con cuidado la herida, pues tenía esperanza de salvar la vida del rey. Al mismo tiempo, decidió tomar otras precauciones, por si el caso resultase sin esperanza, y convocó a toda prisa a Servio. Le mostró a su marido en la agonía de la muerte, y tomando su mano, le imploró que no dejara sin venganza la muerte de su suegro, ni permitiera que su suegra se convirtiese en entretenimiento de sus enemigos.
–El trono es tuyo, Servio, –dijo–: si eres un hombre; pues no pertenece a aquellos que, por las manos de otros, han cometido este que es el peor de los crímenes. ¡Adelante! Nosotros también, aunque extranjeros, hemos reinado. Sé consciente tú mismo, no de dónde surgiste, sino de lo que eres y si en esta situación de urgencia no te puedes decidir, sigue mis consejos.
Como el clamor y la impaciencia del pueblo no se podía contener, Tanaquil se acercó a una ventana en la parte superior del palacio que da a la Vía Nova, y se dirigió al pueblo. Les rogó que se animasen, y le dijo que el rey había sido sorprendido por un golpe repentino, pero que el arma no había penetrado a mucha profundidad, que ya había recobrado el conocimiento, que la sangre había sido lavada y examinada la herida, y que todos los síntomas eran favorables. Estaba segura de que pronto volverían a verlo, y mientras tanto, ordenaba que el pueblo reconociera la autoridad de Servio Tulio, quien se encargaría de administrar justicia y cumplir todas las demás funciones de la realeza.
Servio apareció entonces con su trabea –una especie de toga, pero más corta y estrecha– asistido por los lictores, y después de tomar asiento en la silla real decidió en algunos casos e interrumpió la presentación de otros con la excusa de consultar al rey. Así, durante varios días después de la muerte de Tarquinio, Servio continuó fortaleciendo su posición ejerciendo una autoridad delegada. Pero al fin, los gritos de duelos se oyeron en palacio y se divulgó el hecho de la muerte del rey.
Protegido por un fuerte cuerpo de guardia, Servio fue el primero que ascendió al trono sin ser elegido por el pueblo, aunque sin la oposición del Senado. Cuando los hijos de Anco oyeron que los instrumentos de su crimen habían sido detenidos, que el rey estaba todavía vivo, y que Servio era tan poderoso, se exiliaron a Suessa Pomecia.
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Servio Tulio (578-534 a. C.)
Así pues, tras la muerte de Prisco, su yerno Servio Tulio le sucedió en el trono, siendo el segundo rey de origen etrusco que gobernaba Roma. Como su suegro anteriormente, Servio libró varias guerras victoriosas contra los etruscos. Utilizó el botín obtenido en sus campañas para erigir las primeras murallas que cercaron las siete colinas romanas sobre el pomerium, las llamadas Murallas Servianas e introdujo algunos cambios en la organización del ejército romano.
Murallas Servianas
Servio publicó una nueva Constitución en la que se otorgaba mejor consideración a las clases ciudadanas, pero, fundamentalmente, instituyó el primer censo de la historia, dividiendo a las gentes de Roma en cinco clases económicas, para aplicar impuestos de forma gradual y más acorde con los bienes censados en cada caso.
Añade Tito Livio, que los trabajos del censo se vieron acelerados por una ley en la que Servio disponía el encarcelamiento e incluso la pena capital contra los que evadieran la valoración de sus bienes.
Utilizó asimismo el censo para establecer el derecho al voto en base a la riqueza personal, de modo que la mayor parte del poder político, quedó en manos de las élites económicas, motivo por el que, posteriormente, introdujo ciertas reformas tendentes a promover el derecho entre las clases más desfavorecidas, lo que, finalmente, disgustó a los patricios.
El largo reinado de 44 años de Servio Tulio finalizó con su asesinato en una conspiración urdida, en este caso-, por su propia hija Tulia y el marido de esta, Tarquinio, el sucesor en el trono. Un crimen que Tito Livio narra en detalle.
Cuando Servio ya estaba ahora afirmado en el trono tras su larga posesión, llegó a sus oídos que el joven Tarquinio estaba diciendo que reinaba sin el consentimiento del pueblo. Pero él se aseguró, en primer lugar, la benevolencia de la plebe asignando a cada cabeza de familia una parcela de la tierra que había sido tomada al enemigo. Luego les propuso la cuestión de si era su voluntad y decisión que reinase y fue aclamado rey por un tan voto unánime como ningún rey antes que él obtuvo.
Esto no disminuyó en absoluto las esperanzas de Tarquinio de hacerse con el trono, antes al contrario; era un joven audaz y ambicioso, y su esposa Tulia estimulaba su inquieta ambición. Supo que la concesión de tierras al pueblo se oponía a la opinión del Senado, y aprovechó la oportunidad que se le brindaba para difamar a Servio y fortalecer su propia facción en esa Asamblea.
Así, sucedió que el palacio romano proporcionó un ejemplo del crimen que los poetas trágicos han descrito, con el resultado de que el odio sentido por los reyes aceleró el advenimiento de la libertad, y la corona ganada por la maldad fue la última en serlo.
Este Lucio Tarquinio tenía un hermano, Arruncio Tarquinio, un joven de carácter dulce. Los dos Tulias, las hijas del rey, habían casado con estos dos hermanos, y el carácter de ellas, era el opuesto al de sus maridos. Fue, creo yo, la buena fortuna de Roma la que intervino para evitar que dos naturalezas violentas se unieran en matrimonio, y para que el reinado de Servio Tulio pudiera durar lo bastante como permitir al Estado asentarse en su nueva constitución.
El feroz espíritu de una de las dos Tulias estaba desazonado porque nada había en su marido que pudiera llenar su codicia o ambición. Todos sus afectos se pasaron al otro Tarquinio, al que admiraba, porque era verdaderamente de sangre real, y al mismo tiempo que despreciaba a su hermana.
Fue, pues, la mujer la iniciadora de las maldades. Constantemente mantenía entrevistas secretas con el marido de su hermana, a la que incansablemente vilipendiaba tanto como a su propio marido, afirmando que habría sido mejor para ella haber permanecido soltera y él soltero, a la vez que pensaba que si el cielo le hubiese dado el marido que se merecía, pronto habría visto establecida en su propia casa la soberanía que su padre ejerció.
Rápidamente infectó al joven con su propia imprudencia. Lucio Tarquino y Tulia la joven, con un doble asesinato, limpiaron en sus casas los obstáculos a un nuevo matrimonio. Su boda fue celebrada con la aquiescencia tácita si no con la aprobación de Servio.
Desde ese momento la vejez de Tulio se hizo más amarga, su reinado más infeliz. La mujer le importunaba noche y día, sin dar reposo a su marido, por miedo a que los últimos asesinatos resultasen infructuosos. Lo que ella quería, dijo, no era un hombre que sólo fuese su marido en el nombre, o con quien fuera a vivir en resignada servidumbre; el hombre que necesitaba era alguien que se considerase digno de un trono, que recordase que era el hijo de Tarquinio Prisco, quien prefirió llevar una corona en lugar de vivir con la esperanza de ella.
–Si eres el hombre con quien yo pensaba que estaba casada, entonces te llamo mi marido y mi rey; pero si no, he cambiado mi condición para peor, ya que no sólo eres un cobarde, sino un criminal.
¿Por qué no te dispones a actuar? No eres, como tu padre, natural de Corinto o de Tarquinia, ni es una corona extranjera la que tienes que ganar. Los penates de tu padre, la imagen de tus antepasados, el palacio real, el trono real dentro de él, el propio nombre de Tarquinio, te declaran rey.
Pero si no tienes el valor suficiente para ello, ¿por qué despiertas falsas esperanzas en el Estado? ¿Por qué te permites que te consideren miembro de la realeza? Vuelve a Tarquinia o a Corinto, vuelve a la posición desde la que surgisteis; tienes más la naturaleza de tu hermano que la de tu padre.
Con frases como estas ella lo acosaba, además, estaba también, constantemente obsesionada con la idea de que mientras Tanaquil, una mujer de origen extranjero, había demostrado tal espíritu como para dar la corona a su marido y a su yerno después, -bien que ella misma, aunque de ascendencia real, no tenía ningún poder para darla o quitarla-.
Incitado por las palabras furiosas de su mujer, Tarquinio empezó tantear y entrevistarse con los nobles y plebeyos; les recordó el favor que su padre les había mostrado, y les pidió que demostrasen su gratitud; se ganó a los más más jóvenes con regalos, haciendo promesas tan magníficas en cuanto a lo que haría, y haciendo denuncias contra el rey, su causa se hizo más fuerte entre todos los órdenes.
Al final, cuando pensó que había llegado el momento de actuar, apareció de repente en el foro con un grupo de hombres armados. Se produjo un pánico general, durante el cual se sentó en la silla real del Senado y ordenó que los padres debían ser convocados por el pregonero a la presencia del rey Tarquinio. Ellos se reunieron a toda prisa, algunos ya preparados para lo que se avecinaba, y otros, temerosos de que su ausencia pudiera despertar sospechas, y consternados por la extraordinaria naturaleza del incidente, estaban convencidos de que el destino de Servio estaba sellado.
Tarquino recordó el linaje del rey; protestó diciendo que era un esclavo e hijo de un esclavo, y que después que su padre fuera vilmente asesinado, había tomado el trono, como regalo de una mujer, sin que fuese nombrado ningún interrex como hasta entonces lo había sido, sin haberse convocado ningún tipo de asamblea, sin que se emitiera ningún tipo de voto por el pueblo para adoptarlo, ni confirmación alguna por el Senado.
Sus simpatías estaban con la escoria de la sociedad de la que había surgido, y celoso de la nobleza a la que no pertenecía, había tomado la tierra de los hombres principales del Estado y la repartió entre los más viles; había descargado en ellos la totalidad de las cargas que antes habían sido sufragadas en común por todos; había instituido el censo para que el conocimiento de las fortunas de los ricos pudieran mover a envidia, y que fuesen una fuente de fácil acceso para repartir prebendas, cuando quisiera, a los más necesitados.
Corría el año 535 a.C.
Servio, citado por un mensajero sin aliento, llegó a la escena, mientras Tarquinio seguía hablando. Tan pronto como llegó al vestíbulo, exclamó en voz alta:
–¿Qué significa esto, Tarquinio? ¿Cómo te atreves, con tanta insolencia, a convocar al Senado o sentarte en esa silla mientras estoy vivo?
Tarquinio respondió violentamente que ocupaba el asiento de su padre, que el hijo de un rey era mucho más legítimo heredero al trono que un esclavo, y que él, Servio, en su juego imprudente, había insultado a sus amos demasiado tiempo.
Se oyeron gritos de sus partidarios respectivos; el pueblo se precipitó en el Senado, y fue evidente que el que ganase la lucha reinaría.
Entonces Tarquinio, forzado por la apremiante necesidad a llegar al último extremo, aferró a Servio por la cintura, y siendo un hombre mucho más joven y fuerte, le sacó del Senado y lo arrojó escaleras abajo, hacia el Foro.
Luego volvió a llamar al Senado al orden, pero los magistrados y asistentes del rey habían huido, mientras que el rey, medio muerto por la agresión, fue rematado por aquellos a quienes Tarquinio había enviado tras él.
Se cree actualmente que esto se hizo por sugerencia de Tulia, pues estaba muy en consonancia con su maldad. En todo caso, hay acuerdo general en que conducía por el Foro en un carro de dos ruedas, y desvergonzada por la presencia de la multitud, llamó a su esposo fuera del Senado y fue la primera en saludarlo como rey.
Cuando regresaba, llegando al Esquilino, el conductor de su carro paró horrorizado y se detuvo, señalando a su señora el cuerpo de Servio, asesinado.
Entonces, cuenta la tradición, se cometió un crimen abominable y antinatural cuyo recuerdo aún se conserva y por eso llaman al lugar, Vicus Sceleratus – Vía Maldita.
Se dice que Tulia, incitada a la locura por los espíritus vengadores de su hermana y su marido, pasó el carro justo sobre el cuerpo, y que quedó sangre de su padre en el carro y sobre ella misma, contaminada por sí y por los penates de su marido, a través de cuya ira, un reinado que comenzó con la maldad pronto fue llevado a su fin por una causa similar.
Tulia manda a su conductor que aplaste el cadáver de su padre.
Jean Bardin, c. 1765
Servio Tulio reinó cuarenta y cuatro años, e incluso un sucesor sabio y bueno habría tenido dificultades para ocupar el trono como él lo había hecho. La gloria de su reinado fue aún mayor porque con él pereció toda justa y legítima monarquía en Roma. Suave y moderado como fue su dominio, había, sin embargo, según algunas autoridades, sentido la tentación de abandonarlo, pues se había concentrado el poder en una sola persona, pero su propósito de devolver la libertad al Estado se vio interrumpido por este crimen familiar.
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Lucio Tarquinio, el último rey de Roma, justamente apodado de Soberbio, privó a su suegro de sepultura, con la excusa de que Rómulo no había sido sepultado. Mató a los principales nobles de quienes sospechaba fuesen partidarios de Servio y, consciente de que el precedente que había establecido, al acceder al trono por la violencia, podría ser utilizado en su contra, se rodeó continuamente de un guardia armada.
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