miércoles, 28 de febrero de 2024

“Las Lanzas” o “La rendición de Breda”, en la versión imaginada por Velázquez


La obra representa el momento en que Justino de Nassau rinde la ciudad de Breda, en 1625, a las tropas españolas, al mando del general Ambrosio Spínola, que aparece recibiendo las llaves de la ciudad de manos del derrotado.

Velázquez no estaba allí y no parece que intentara reflejar exactamente, la escena de la La rendición de Breda, sino captar una esencia; es decir, la de la España de los “Austrias”, como un imperio que vence pero que jamás humilla. Velázquez muestra un General victorioso al servicio de la Corona que posa su mano en el hombro del holandés vencido para impedir que se postre ante él durante la entrega de las llaves de la ciudad; algo que nunca ocurrió, sino en esencia.

Cuando Velázquez empezó su trabajo, entre 1634 y 1635, ya habían pasado unos diez años desde el suceso, cuando ya la leyenda popular y obras de ficción habían distorsionado ya. 

Entre 1634 y 1635, Velázquez se encargó de la decoración del Salón de Reinos, la pieza principal de la residencia de descanso que se estaba construyendo Felipe IV, conocida como Palacio del Buen Retiro. Para decorar las paredes del pabellón se encargaron doce pinturas que exaltaran las victorias militares de los Austrias.


Entre otros artistas coetáneos, Zurbarán ejecutó la Defensa de Cádiz contra los ingleses, mientras que Velázquez se reservó esta escena de La rendición de Breda, una obra de creación que no estaba concebido como lo conocemos hoy, de hecho, hay un visible “pentimento” en el caballo que aparece de espaldas, que demuestra que, en principio, estaba en el centro.

Zurbarán: Defensa de Cádiz contra los ingleses.

Breda. ¿Velázquez?

La historia real se produjo a partir de agosto de 1624, cuando el general Ambrosio Spínola, al mando de los Tercios de Flandes, cercó, por sorpresa, Breda. La ciudad estaba en aquel momento dentro de las fronteras de las Provincias Unidas (actual Holanda), la zona protestante de los Países Bajos que a finales del siglo XVI se libró del yugo de los Austrias y que se había convertido en la pesadilla de la monarquía española, pues los holandeses se alzaban como unos serios competidores navales y comerciales para el Imperio.

La acción de Spínola suponía tanto un correctivo a la insolencia flamenca como una acción para recuperar un punto fronterizo estratégico. Era, en cualquier caso, un hecho de armas más en el marco de las luchas entre católicos y protestantes –agrupadas bajo el nombre de Guerra de los Treinta Años– que se multiplicaban entonces en Europa.

Ambrosio Spínola // Justino de Nassau

El 2 de junio de 1625, tras nueve meses de agotador aislamiento, el gobernador de Breda, Justino de Nassau, se rendía. La noticia provocaba un intenso júbilo en toda España, siendo, además, un gran acontecimiento para el resto de Europa, pues caballeros de todas parten habían viajado en alguna ocasión para contemplar las entonces famosísimas tácticas militares de Spínola.

Tres días después se producía el acto formal de capitulación. La magnanimidad de Spínola se hizo legendaria, porque prohibió cualquier agresión a las tropas holandesas que abandonaban la ciudad; no impuso demasiadas presiones para que los habitantes de Breda renunciaran a su fe protestante e, incluso, alabó el valor de sus oponentes.

Pero ningún testigo de la época dejó escrito que Nassau le hiciese entrega de las llaves de la ciudad. Parece ser que esta escena procedió de la obra de teatro, de Pedro Calderón de la Barca: El Sitio de Bredá, escrita hacia 1626, resultando muy creíble que esta fuera la base para la escena central del cuadro de Velázquez.

JUSTINO.— Aquestas las llaves son

de la fuerza, y libremente

hago protesta en tus manos

que no hay amor que me fuerce

a entregarla, pues tuviera

por menos dolor la muerte.

Aquesto no ha sido trato,

sino fortuna, que vuelve

en polvo las monarquías

más altivas y excelentes.

ESPÍNOLA.— Justino, yo las recibo,

y conozco que valiente

sois; que el valor del vencido

hace famoso al que vence.

Y en el nombre de Filipo

Cuarto, que por siglos reine,

con más victorias que nunca,

tan dichoso como siempre,

tomo aquesta posesión.

DON GONZALO.— Dulces instrumentos  [suenan.

DON LUIS.— Ya el Sargento en la muralla

las armas de España tiende.

SARGENTO.— Oíd, soldados, oíd,

Españoles y otras gentes,

¡Bredá por el Rey de España!


Pedro Calderón de la Barca

El sitio de Bredá, I, 139

La Rendición de Breda también es conocida como Las Lanzas, a pesar de que las armas que aparecen son más propiamente picas -en el bando español- y alabardas -en el holandés-.

El pintor nunca escondió el origen teatral del lienzo: Spínola y Nassau parecen realmente estar representando una escena con un decorado de fondo. Basta con mirar a Spínola e imaginar las palabras que Calderón puso en su boca en aquel instante. Un gesto que ejemplifica el valor español más universal de la época: la hidalguía, la gran idea que subyace en el cuadro.

Sin embargo, no todo es ficción; el paisaje tras las figuras humanas es la verdadera Breda y sus alrededores, esbozado casi como un mapa, a la manera de los pintores flamencos: un paisaje holandés pintado a la holandesa, una de las apuestas más geniales de Velázquez. La atmósfera azulada es la propia de aquellas brumosas tierras del mar del Norte, captada, además, con una perfecta perspectiva aérea -es decir, que logra mediante la gradación de los colores y las pinceladas dar la sensación de lejanía, de que hay aire de por medio-.

También es verista la imagen de Spínola, a quien Velázquez conoció en una travesía entre Barcelona y Génova. El rostro de Nassau, en cambio, era ajeno al pintor y solo pudo verlo en algún retrato: por ello, quizá, Velázquez lo colocó en escorzo.

La Rendición de Breda es, así, un genial espectáculo de magia pictórica donde nada procede del azar. ¿Quiénes son los vencedores? El grupo con armas más abundantes y mejor ordenadas, el de la derecha, los españoles. ¿Quiénes los vencidos? Los que muestran menos armas y colocadas de manera desordenada; el de la izquierda, los holandeses. Y el toque supremo, un juego con dos momentos en el tiempo: detrás, las humaredas dan a entender que el sitio sigue en marcha; delante, se sella la paz.

La composición formal es una distribución de elementos y manchas de color que solo podría darse por pura casualidad, pero que jamás parece falsa. Esa es la cualidad que distingue a los pintores geniales de otros que no lo son tanto. Cada personaje adopta una postura y un ropaje que le permite destacar de los que le rodean por contraposición. La horizontalidad del cielo y el paisaje choca con la verticalidad de las armas españolas. Cuatro picas imperiales y su bandera se inclinan a la derecha, dos de las holandesas y su blasón lo hacen a la izquierda.

La entrega de llaves, símbolo del poderío español, es el centro del cuadro y el colofón de la pieza teatral de Calderón. Pero a ambos lados de Spínola y Nassau, en una imperfecta simetría, están los soldados. Podrían haber sido meros figurantes, pero Velázquez, que tampoco rehuyó inmortalizar en otras obras a los más escondidos protagonistas de la corte: como los enanos y bufones, los dotó de rasgos propios.

Curiosamente, casi ningún personaje está observando el solemne acto de las llaves; están ensimismados en sus pensamientos, son protagonistas de su propia historia. Pero todas las caras tienen un rasgo en común: cansancio, tanto las de los vencedores como las de los vencidos. Este es un detalle que se corresponde con la verdad: el sitio de Breda y las guerras holandesas en general, supusieron un esfuerzo enorme para los soldados y las arcas españolas, y Velázquez lo sabía.

Debilitado el imperio de los Austrias, la ciudad de Breda volvió a manos holandesas en 1639. Su sitio y rendición quizá habrían pasado a la posteridad como un episodio más del conflicto, pero Velázquez y su pintura le otorgaron la eternidad. Una escena recreada hizo inmortal un hecho histórico.

Que el lienzo haya llegado hasta nuestros días es casi un milagro, pues: se salvó del incendio del Buen Retiro de 1640 y después volvió a librarse de las llamas que destruyeron el Alcázar; la residencia real, en 1734. De ahí pasó al nuevo hogar de los monarcas españoles, el Palacio Real, hasta que Fernando VII, en 1819 lo donó como parte de la colección fundacional del Museo del Prado, donde sigue expuesto.

• Los personajes que Velázquez colocó en retaguardia en la parte española (a la derecha) se corresponden con la imagen arquetípica de los temidos tercios de Flandes: soldados bigotudos y patilludos.

• La figura situada más a la derecha del cuadro ha sido identificada por diversos estudiosos como la del propio Velázquez, que ya hizo lo mismo en dos lienzos más: La adoración de los Reyes Magos y, posteriormente, sin misterio alguno, en Las Meninas.


En los personajes representados en La Adoración de los Magos, se han buscado retratos de miembros de la familia del propio pintor, relacionando un autorretrato de Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez, con la cabeza del rey Melchor, el de barba blanca. Conforme a esas interpretaciones, la Virgen sería la esposa de Velázquez, Juana Pacheco, con la que había casado un año antes, el Niño Jesús sería la propia hija mayor del pintor, y él mismo, o su hermano Juan, daría rostro a Gaspar.

• Los caballos y los dos únicos arcabuces de la obra aportan una curiosa simetría. Los equinos casi parecen el anverso y el reverso del mismo animal.

• En la esquina inferior derecha puede verse una hoja de papel en el suelo. ¿Se trata de un detalle puramente formal, una hoja blanca que destacara sobre el suelo oscuro? ¿O quería simbolizar quizá un documento en concreto, casi pisoteado? En aquel tiempo el papel no constituía un bien abundante y no era común encontrarlo tirado por el suelo.


• En el irreal espacio de luz que delimitan los personajes centrales, una especie de halo alrededor de la llave, se ve una fila de soldados. Sus uniformes son de colores inconcebibles en la vestimenta militar; rosa y amarillo pálido, azul celeste y verde pastel.

En definitiva, podría decirse que, si bien Velázquez, nunca vio esta escena, la recreó de tal manera, que todos diríamos que, de alguna manera, sí la vio y así podemos verla hoy nosotros. De lo contrario, seguramente, la batalla, habría pasado al olvido general y jamás ostentaría la celebridad que representa, como una escena caballeresca.

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