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Pablo no conoció a Jesús, y tampoco existe documento alguno que nos asegure la veracidad de su caída del caballo con la consecuente conversión: ¿qué sabemos, pues, de él, además de lo que escribió?
Pablo de Tarso, de nombre judío Saulo de Tarso, San Pablo, nació en Tarso, Cilicia, entre el 5 y el 10 d. C. y falleció en Roma, entre el 58 y el 67. Es llamado el «Apóstol de los Gentiles», el «Apóstol de las Naciones», o simplemente «el Apóstol».
Fundó de comunidades cristianas, evangelizó en varios de los más importantes centros urbanos del Imperio romano, tales como Antioquía, Corinto, Éfeso y Roma, y fue autor de algunos de los primeros escritos canónicos cristianos —incluyendo el más antiguo conocido, la Primera Epístola a los Tesalonicenses—, Pablo constituye una personalidad de primer orden del cristianismo primitivo, y una de las figuras más influyentes en toda la historia del cristianismo.
Del análisis de sus epístolas auténticas, surge un Pablo de Tarso que reunía en su personalidad, raíces judías, la gran influencia que sobre él tuvo la cultura helénica y su reconocida interacción con el Imperio romano, cuya ciudadanía —según el Libro de los Hechos de los Apóstoles— ostentaba, se sirvió de este conjunto de condiciones para fundar algunos de los primeros centros cristianos y para anunciar la figura de Jesucristo tanto a judíos como a gentiles.
Sin haber pertenecido al círculo inicial de los Doce Apóstoles, y recorriendo caminos marcados por incomprensiones y adversidades, se convirtió en artífice eminente en la construcción y expansión del cristianismo en el Imperio romano, gracias a su talento, a su convicción y a su carácter indiscutiblemente misionero. Su pensamiento conformó el llamado cristianismo paulino, una de las cuatro corrientes básicas del cristianismo primitivo, que integran el Canon Bíblico.
De las llamadas Epístolas Paulinas, la Epístola a los Romanos, la Primera y la Segunda epístola a los Corintios, la Epístola a los Gálatas, la Epístola a los Filipenses, la Primera Epístola a los Tesalonicenses y la Epístola a Filemón, son obra de Pablo de Tarso, como autor prácticamente indiscutido. Son, junto con el libro de los Hechos de los Apóstoles, las fuentes primarias independientes cuyo exhaustivo estudio científico-literario permitió fijar algunas fechas de su vida, establecer una cronología relativamente precisa de su actividad, y una semblanza bastante acabada de su apasionada personalidad.
Sus escritos, de los que han llegado a la actualidad copias tan antiguas como el papiro datado de los años 175-225, fueron aceptados unánimemente por todas las Iglesias cristianas.
Su figura, asociada con la cumbre de la mística experimental cristiana, resultó inspiradora en artes tan diversas como la arquitectura, escultura, pintura, literatura, y cinematografía y es para el cristianismo, ya desde sus primeros tiempos, una fuente ineludible de doctrina y de espiritualidad.
Pablo no cambió su nombre al abrazar la fe en Jesucristo, ya que, como todo romano de la época, tenía un praenomen relacionado con una característica familiar; Saulo, su nombre judío, que etimológicamente significa ‘invocado’, ‘llamado’, y un cognomen, el único usado en sus epístolas, Paulus, su nombre romano, que etimológicamente significa ‘pequeño’ o ‘poco’.
El Apóstol se llamaba a sí mismo Παῦλος/Pavlos en sus cartas escritas en griego koiné. Este nombre aparece también en la Segunda Epístola de Pedro, 3:15 y en los Hechos de los Apóstoles a partir de 13, 9.
Antes de ese versículo, el libro de los Hechos lo llama con la forma griega Σαούλ/Saúl o Σαῦλος/Savlos. El nombre, expresado en hebreo antiguo, equivaldría al del primer rey del Antiguo Israel, un benjaminita, igual que Pablo. Ese nombre significa «invocado», «llamado» o «pedido».
También se utiliza su nombre Σαῦλος/Saulos, en los relatos de su «conversión». El libro de los Hechos de los Apóstoles señala además el paso de «Saulo» a «Pablo», al emplear la expresión «Σαυλος, ο και Παυλος», «Saulo, también [llamado] Pablo» o «Saulo, [conocido] también [por] Pablo», lo que no significa un cambio de nombre. En el judaísmo helenista, era relativamente frecuente portar un doble nombre: uno griego y otro hebreo.
El nombre Paulos es la forma griega del conocido cognomen romano Paulus, utilizado por la gens Emilia. Solo se puede conjeturar respecto de la forma en que Pablo obtuvo este nombre romano. Es posible que tuviera relación con la ciudadanía romana que su familia poseía por habitar en Tarso. También es posible que algún antepasado de Pablo adoptara ese nombre por ser el de un romano que lo manumitió. Si bien Paulus significa en latín ‘pequeño’ o ‘exiguo’, no se relaciona con su contextura física o con su carácter.
Con todo, Pablo pudo dar otro significado al uso del nombre Paulos. Giorgio Agamben, recuerda que cuando un señor romano dueño de esclavos compraba un nuevo siervo, le cambiaba el nombre como signo de su cambio de estado o de situación, por otro, más bien despectivo. Agamben señala ejemplos de ello: «Januarius qui et Asellus (Asnillo); Lucius qui et Porcellus (Cochinillo); Ildebrandus qui et Pecora (Ganado); Manlius qui et Longus (Largo); Aemilia Maura qui et Minima (La menor)», etc.
El nombre de la persona aparecía en primer lugar; el nuevo nombre se señalaba al final; ambos nombres se unían por la fórmula «qüi et», que significa ‘el cual también [se llama]’. En el libro de los Hechos de los Apóstoles aparece la frase: «Σαυλος, ο και Παυλος» /‘Saulo, también [llamado] Pablo’/, donde «ο και» es el equivalente griego de la expresión latina «qüi et». Agamben propone que Saulo cambió su nombre por el de Pablo cuando mudó de estado, de libre a siervo/esclavo, siendo que se consideraba servidor de Dios o de su Mesías. Siguiendo esa línea de pensamiento, Pablo se habría considerado un instrumento humano pequeño (paulus, ‘pequeño’; San Agustín de Hipona señala lo mismo en el Comm. in Psalm. 72,4: «Paulum […] minimum est»), de poco valor, escogido, sin embargo, por Dios, su Señor, para desempeñar una misión.
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Se conoce a Pablo de Tarso principalmente por dos tipos de documentación, que se pueden clasificar según su nivel de importancia:
Sus cartas auténticas. Probablemente escritas todas en la década del 50, son las siguientes -en un posible orden cronológico-:
- Primera Epístola a los Tesalonicenses,
- Primera Epístola a los Corintios,
- Epístola a los Gálatas,
- Epístola a Filemón,
- Epístola a los Filipenses,
- Segunda Epístola a los Corintios y
- Epístola a los Romanos.
Se consideran la fuente más útil e interesante por ser el más fiel reflejo de su personalidad humana, literaria y teológica. No obstante, la crítica histórica ha identificado varios pasajes de estas cartas que se consideran interpolaciones posteriores.
Los Hechos de los Apóstoles. Particularmente a partir del capítulo 13 son, a efectos prácticos, los hechos realizados por Pablo. Este libro aporta un conjunto notable de informaciones sobre él, desde su «conversión» en el camino a Damasco hasta su llegada a Roma como prisionero. Atribuido por algunos estudiosos a Lucas el Evangelista, su valoración historiográfica es sin embargo controvertida, debido a sus contradicciones u omisiones con las cartas del propio Pablo. Por citar dos ejemplos, los Hechos no mencionan en absoluto las relaciones tormentosas de Pablo con la Iglesia de Corinto; las cartas auténticas de Pablo no mencionan el llamado «decreto apostólico» recogido en Hechos 15, 24-29, una concesión al judaísmo sobre la prohibición de determinados alimentos. También hay discordancias teológicas por ejemplo, los Hechos pasan por alto la postura típicamente paulina de la justificación por la fe, sin las obras de la ley, bien marcada por ejemplo, en la Epístola a los Romanos.
Los biógrafos de Pablo suelen dar la preferencia a las cartas paulinas auténticas mientras aceptan aquellos datos del libro de los Hechos que no son discordantes con las cartas.
Existe otro tipo de obras, las llamadas «epístolas pseudoepigráficas o deuteropaulinas», que fueron escritas con el nombre de Pablo, quizá por algunos discípulos suyos después de su muerte. Incluyen:
- Segunda Epístola a los Tesalonicenses,
- Epístola a los Colosenses,
- Epístola a los Efesios,
- Tres «cartas pastorales»,
- Primera y la Segunda Epístola a Timoteo
- Epístola a Tito.
Desde el siglo XIX, distintos autores han negado la paternidad paulina directa de estas cartas, atribuyéndolas a algunos discípulos posteriores. Con todo, una minoría de autores sigue defendiendo la autoría paulina de estas cartas, en particular de Colosenses, argumentando que las variaciones en el estilo y en la temática se pueden justificar por el cambio del marco histórico en que se escribieron.
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Saulo Pablo nació, posiblemente entre el año 5 y el año 10 d. C., en Tarso -en la actual Turquía-, por entonces ciudad capital de la provincia romana de Cilicia, en la costa sur del Asia Menor.
En la Epístola a Filemón, se declaró ya anciano –presbytés-. La escribió estando preso, bien a mediados de la década del año 50 en Éfeso, o bien a principios de la década del año 60 en Roma o Cesarea. Se supone que en aquella época se alcanzaba la ancianidad hacia los cincuenta o sesenta años. A partir de este dato, se estima que Pablo nació a comienzos del siglo I, hacia el año 10 d. C. Por lo tanto, fue contemporáneo de Jesús de Nazaret, al que, sin embargo, no llegó a conocer vivo.
El autor de los Hechos afirma que Pablo era oriundo de Tarso, ciudad situada en la provincia de Cilicia. Corrobora esta tradición que la lengua materna de Pablo era el griego desde su nacimiento, y que no se observan semitismos en sus epístolas.
Además, Pablo utilizó la Septuaginta, traducción al griego de los textos bíblicos, empleada por las comunidades judías del mundo antiguo más allá de Judea. Este conjunto concuerda con el perfil de un judío de la diáspora, nacido en una ciudad helenística.
Septuaginta; Setenta Intérpretes: Fue el texto utilizado por las comunidades judías de todo el mundo antiguo más allá de Judea, y luego por la iglesia cristiana primitiva, de habla y cultura griegas. De hecho, la partición, la clasificación, el orden y los nombres de los libros del Antiguo Testamento de las Biblias cristianas no viene del Tanaj o Biblia hebrea, sino que proviene de los códices judíos y cristianos de la Septuaginta.
A esto se suma la inexistencia de tradiciones alternativas que mencionen otros posibles lugares de nacimiento, con excepción de una noticia tardía de Jerónimo de Estridón, que consigna el rumor de que la familia de Pablo procediese de Giscala, ciudad de Galilea -De viris illustribus, —Comentario a Filemón—; fines del siglo IV-, noticia considerada en general carente de respaldo.
Por entonces, Tarso era una ciudad próspera, de cierta importancia. Capital de la provincia romana de Cilicia desde el año 64 a. C., estaba enclavada a los pies de los montes Tauro y a orillas del río Cidno, cuya desembocadura en el mar Mediterráneo servía a Tarso de puerto. Tarso poseía importancia comercial, ya que formaba parte de la ruta que unía Siria y Anatolia. Además, era el centro de una escuela de filosofía estoica. Se trataba, pues, de una ciudad conocida como centro de cultura, filosofía y enseñanza. La ciudad de Tarso tenía concedida la ciudadanía romana por nacimiento, lo cual explicaría que Pablo fuera ciudadano romano pese a ser hijo de judíos.
La información acerca de la ciudadanía romana de Pablo solo se encuentra en los Hechos de los Apóstoles, y no encuentra paralelismos en las Cartas de Pablo, por lo que aún hoy resulta motivo de debate. Contra esta noticia, Vidal García aduce que un ciudadano romano no hubiese sido apaleado, tal como asegura Pablo que le ocurrió a él en 2, Corintios 11, 24-25, ya que estaba prohibido.
A favor, Bornkamm señala que el nombre Paulus era romano. Y, si no hubiera sido romano, Pablo no habría sido trasladado a Roma tras su detención en Jerusalén. Sin embargo, hay excepciones en ambos supuestos. Peter van Minnen defendió enérgicamente la historicidad de la ciudadanía romana de Pablo, sosteniendo que era descendiente de uno o más libertos, de quienes habría heredado la ciudadanía.
Hijo de hebreos y de la tribu de Benjamín, el libro de los Hechos de los Apóstoles señala además otros tres puntos respecto de Pablo: que recibió su educación en Jerusalén, instruido a los pies del famoso rabino Gamaliel; y que era fariseo.
La educación de Pablo es objeto de muchas especulaciones. La opinión mayoritaria de los especialistas señala que recibió la educación inicial en la misma ciudad de Tarso. Asimismo, se sugiere que se habría mudado a Jerusalén, siendo adolescente, o ya un joven. Algunos estudiosos, que mantienen una actitud de gran reserva respecto de la información brindada por los Hechos, objetan estos datos. Otros no encuentran razón suficiente para descartar los datos del libro de los Hechos 22, 3 referidos a su educación a los pies de Gamaliel I el Viejo, autoridad de mente abierta.
Según Du Toi, los Hechos y las Cartas paulinas auténticas respaldan como más probable que Pablo fuera a Jerusalén en sus años de adolescencia. Más importante aún, este estudioso remarca que la dicotomía Tarso–Jerusalén debería superarse mediante el reconocimiento de que la persona de Pablo fue un punto de encuentro e integración de una variedad de influencias. La educación de Pablo a los pies de Gamaliel sugiere su preparación para ser rabino.
Que Pablo fuera fariseo es un dato que llegó a nosotros a partir del pasaje autobiográfico de la Epístola a los Filipenses:
Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable. Epístola a los Filipenses 3, 5-6
Sin embargo, estos versículos forman parte de un fragmento de la carta que algunos autores consideran un escrito independiente posterior al año 70. Hyam Maccoby cuestionó que Pablo fuese fariseo al afirmar que no se observa ningún rasgo rabínico en las cartas paulinas.
Con todo, el carácter fariseo de Pablo en su juventud suele ser aceptado sin reticencias por otros autores, a lo que se suman las palabras que el libro de los Hechos pone en boca del Apóstol:
Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén. Ellos me conocen de mucho tiempo atrás y si quieren pueden testificar que yo he vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión. Hechos de los Apóstoles 26, 4-5
En resumen, Saulo Pablo sería un judío de profundas convicciones, estricto seguidor de la Ley mosaica.
Un tema discutido en la investigación del «Pablo histórico» es su estado civil, del cual no existe constancia clara.
Los textos de 1 Corintios 7, 8 y 1 Corintios 9, 5, sugieren que cuando escribió esa carta en la primera mitad de la década del año 50, no estaba casado, pero eso no aclara si nunca se había casado, si se había divorciado o si había enviudado.
En general, los investigadores suelen optar por dos posiciones mayoritarias:
A) que habría permanecido célibe toda su vida sin que quede clara la razón precisa, que no sería necesariamente de índole religiosa;
B) que habría estado casado, y luego habría enviudado. Esta posición fue planteada por Joachim Jeremias, y encontró entre otros seguidores a J.M. Ford, E. Arens y, en nuestros días, a S. Légasse. Esta postura supone que Pablo estaba casado porque era preceptivo en el caso de los rabinos. Por lo tanto, cuando Pablo escribió en 1 Corintios 7, 8: «Digo a los solteros y a las viudas, 'bueno es que os quedéis como yo estoy'», podría ser clasificado entre los viudos (chérais), no entre los solteros (agamois);
Pablo no se habría casado de nuevo (cf. 1 Corintios 9, 5). E. Fascher, que defendió el celibato perpetuo de Pablo, mostró objeciones a esta teoría.
Romano Penna y Rinaldo Fabris señalan otra posición posible: que Pablo y su presunta mujer se hubiesen separado. Ese supuesto podría vincularse con el llamado privilegio paulino, establecido por el Apóstol, lo cual consiste en el derecho que tiene a romper el vínculo matrimonial la parte cristiana cuando la otra parte es infiel y no se aviene a vivir con ella pacíficamente.
Cabe plantearse si, habiendo estado Saulo Pablo en Jerusalén «a los pies de Gamaliel», conoció personalmente a Jesús de Nazaret durante su ministerio o al momento de su muerte. Las posiciones de los estudiosos son diversas, pero en general se presume que no fue así, ya que no hay mención de ello en sus epístolas. Resulta razonable pensar que, si hubiera sucedido un encuentro semejante, Pablo lo habría consignado en algún momento por escrito.
Siendo este el caso, cabría también cuestionar la presencia permanente de Saulo Pablo en Jerusalén en sus años de adolescencia o juventud. A partir de Hechos 26, 4-5, Raymond E. Brown sugiere que Saulo Pablo era fariseo desde su juventud. Dado que resultaría infrecuente la presencia de maestros fariseos fuera de Palestina y que, además del griego, Pablo conocía el hebreo, el arameo o ambos, la suma de toda esa información da pie a pensar que, al iniciarse la década de los años 30, Pablo se trasladó a Jerusalén con el fin de estudiar más profundamente la Torá.
Según los Hechos de los Apóstoles, el primer contacto fidedigno con los seguidores de Jesús lo tuvo en Jerusalén, con el grupo judío-helenístico de Esteban y sus compañeros. Pablo aprobó la lapidación de Esteban el protomártir, ejecución datada en la primera mitad de la década del 30.
En su análisis, Vidal García limita la participación de Saulo Pablo en el martirio de Esteban al señalar que la noticia sobre la presencia de Pablo en esa lapidación no pertenecería a la tradición original utilizada por Hechos. Bornkamm argumenta sobre la dificultad de suponer que Pablo haya estado siquiera presente en la lapidación de Esteban.
Con todo, otros autores -por ejemplo, Brown, Fitzmyer, Penna, Murphy O'Connor, etc.) no encuentran razones suficientes para dudar sobre la presencia de Pablo en el martirio de Esteban. Siempre según los Hechos, los testigos de la ejecución de Esteban pusieron sus vestidos a los pies del «joven Saulo» (Hechos 7, 58). Martin Hengel considera que Pablo podría tener en aquellos momentos unos 25 años.
El Capítulo 8 de los Hechos de los Apóstoles muestra en los primeros versículos un cuadro panorámico de la primera persecución cristiana en Jerusalén, en la que Pablo se presenta como el alma de esa persecución. Sin respetar ni a las mujeres, llevaba a los cristianos a la cárcel. Saulo aprobaba su muerte. Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. Hechos de los Apóstoles 8, 1-3
No se habla de matanzas pero, en un discurso posterior en el templo (Hechos 22, 19-21), Pablo señaló que anteriormente había andado por las sinagogas encarcelando y azotando a los que creían en Jesús de Nazaret. En Hechos 9,1 se indica que las intenciones y propósitos de Saulo eran amedrentar de muerte a los fieles. Y en Hechos 22, 4 se coloca en boca de Pablo su persecución «hasta la muerte», encadenando y encarcelando a hombres y mujeres.
Vidal García y Bornkamm manifiestan su desconfianza respecto de los alcances reales de esa persecución, tanto desde el punto de vista de su extensión geográfica cuanto de su grado de violencia. Barbaglio señala que los Hechos hacen aparecer a Pablo, «no como el perseguidor sino como la persecución personificada», por lo que no se los puede considerar una crónica neutra. Sanders sostiene que esa persecución se debió al celo de Pablo, y no a su condición de fariseo. Más allá de los alcances precisos de su carácter persecutorio, se podría resumir —en palabras de Gerd Theissen— que la vida del Pablo precristiano se caracterizó por «el orgullo y el celo ostentoso por la Ley».
Una de las epístolas de Pablo relata su actividad antes de la revelación:
[…]pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Pues ya estáis enterados de mi conducta anterior en el Judaismo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres. Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco.
Pablo, en sus cartas, afirmó haber visto a Jesús resucitado, pero apenas dio detalles sobre su visión. Presentó esta experiencia como una «visión» (1 Corintios 9, 1), como una «aparición» de Jesucristo resucitado (1 Corintios 15, 8) o como una «revelación» de Jesucristo y su Evangelio (Gálatas 1, 12-16; 1Corintios 2, 10). Pero nunca presentó esta experiencia como una «conversión», porque para los judíos «convertirse» significaba abandonar a los ídolos para creer en el Dios verdadero, y Pablo nunca había adorado a ídolos paganos, ni había llevado una vida disoluta. Los biblistas tienden a acotar a un marco muy preciso el significado del término «conversión» aplicado a Pablo. En realidad, cabe que Pablo interpretara que tal experiencia no lo hacía menos judío, sino que le permitía llegar a la esencia más profunda de la fe judía ya que por entonces el cristianismo aún no existía como religión independiente.
En las obras de arte y en la creencia popular se tiene la imagen de que Pablo cayó de su caballo, cuando ni en las epístolas paulinas ni en los Hechos de los Apóstoles, se menciona una caída de caballo.
Fue el autor de los Hechos de los Apóstoles quien construyó un relato detallado, que se repite con variaciones en tres capítulos. Según los Hechos, después del martirio de Esteban, Saulo Pablo se dirigió a Damasco, hecho que los biblistas tienden a situar en el término del año subsiguiente a la lapidación de Esteban.
Entretanto, Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos de Jesús, se presentó al Sumo Sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén.
Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer».
Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie. Pablo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber. Hechos de los Apóstoles 9, 1-9
Se trata de una cripta de dos salas, situada a unos cuatro metros por debajo del nivel de la calle actual. Se asocia con el lugar en que Saulo Pablo recuperó la vista y fue bautizado por Ananías.
Existen varios puntos sin resolver respecto de este relato. Por ejemplo, en 1 Corintios 9, 1 Pablo señaló que «vio» a Jesús, pero en ningún pasaje de los Hechos (Hechos 9, 3-7; 22, 6-9; 26, 13-18) ocurre tal cosa. Más aún, los tres pasajes de Hechos no coinciden en los detalles: si los acompañantes quedaron en pie sin poder hablar o si cayeron por tierra; si oyeron o no la voz; asimismo, el hecho de que Jesús hablara a Pablo «en idioma hebreo», pero citando un proverbio griego (Hechos 26,14). Sin embargo, el núcleo central del relato coincide siempre:
— Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
— ¿Quién eres tú, Señor?
— Yo soy Jesús (de Nazaret), a quien tú persigues.
El muro fue construido en la época romana. Se suele asociar con el lugar en que Saulo Pablo fue descolgado por los discípulos de las murallas en el interior de un canasto para escapar de los judíos que habían tomado la decisión de matarlo (Hechos 9, 23-25). Hoy alberga la capilla de San Pablo.
Como resultado de la «experiencia» vivida en el camino a Damasco, Saulo de Tarso, hasta entonces dedicado a «perseguir encarnizadamente» y «asolar» con «celo» a la «Iglesia de Dios» según sus propias palabras, transformó su pensamiento y su comportamiento. Pablo siempre habló de su condición judía en tiempo presente, y señaló que él mismo debía cumplir las normas dictaminadas por las autoridades judías. Probablemente nunca abandonó sus raíces judías, pero permaneció fiel a aquella experiencia vivida, considerada uno de los principales acontecimientos en la historia de la Iglesia.
Después del suceso vivido por Pablo en el camino de Damasco, Ananías lo curó de su ceguera imponiéndole las manos. Pablo fue bautizado y permaneció en Damasco «durante algunos días».
Desde la década de 1950 se presentaron trabajos científicos que sugirieron una presunta epilepsia de Pablo de Tarso, y se postuló que su visión y experiencias extáticas pudieron ser manifestaciones de epilepsia del lóbulo temporal.
También se propuso un escotoma central como dolencia de Pablo, y que esa patología podría haber sido causada por una retinitis solar en el camino de Jerusalén a Damasco. Bullock sugirió hasta seis posibles causas de la ceguera de Pablo en el camino a Damasco: oclusión de la arteria vertebrobasilar, contusión occipital, hemorragia vítrea secundaria/desgarro de retina, lesión causada por un rayo, intoxicación por Digitalis, o ulceraciones (quemaduras) de la córnea. Con todo, el estado de salud física de Pablo de Tarso sigue siendo desconocido.
Pablo de Tarso comenzó, pues, su ministerio en Damasco y Arabia, nombre con el cual se hacía referencia al reino nabateo. Fue perseguido por el etnarca Aretas IV, hecho que se suele datar de los años 38-39, o quizás de antes del año 36.
Pablo huyó a Jerusalén, donde, según la Epístola a los Gálatas (1, 18-19), visitó y conversó con Pedro y con Santiago. Según los Hechos (9, 26-28), fue Bernabé quien lo llevó ante los apóstoles. Podría interpretarse que fue entonces cuando le transmitieron a Pablo lo que más tarde mencionó en sus cartas haber recibido por tradición sobre Jesús. La estancia en Jerusalén fue breve: se habría visto obligado a huir de Jerusalén para escapar de los judíos de habla griega. Fue conducido a Cesarea Marítima y enviado a refugiarse en Tarso de Cilicia.
Bernabé acudió a Tarso y fue con Pablo a Antioquía, donde surgió por primera vez la denominación de «cristianos» para los discípulos de Jesús. Pablo habría pasado un año evangelizando allí, antes de ser enviado a Jerusalén con ayuda para aquellos que sufrían hambruna. Antioquía se convertiría en el centro de los cristianos convertidos desde el paganismo.
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Viajes misioneros (Próximamente).
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