La mayor parte de las
mujeres que desarrollaron una carrera profesional en el mundo de la música
durante el convulso siglo XX tuvieron vidas extraordinariamente complejas y
apasionantes. Además de luchar contra los estereotipos a los que habitualmente
se han enfrentado, vivieron en medio de los conflictos bélicos acaecidos en su
tiempo y lograron pasar a la historia gracias a su actitud ante la vida y a los
registros sonoros que han catapultado sus interpretaciones a la eternidad. Clara
Haskil es uno de esos casos admirables.
Haskil nació en Bucarest
-Rumanía-, en 1895, en el seno de una familia judía sefardí.
Recibió sus primeras lecciones de piano de su madre, Berthe Haskil, algo
habitual, ya que las mujeres a lo largo de los siglos han estado próximas a los
instrumentos de tecla y, además, han sido las principales transmisoras musicales. De hecho, cuando el cabeza
de familia Haskil falleció en 1899, las clases de piano e idiomas impartidas
por su madre significaron un importante sustento económico.
Desde muy pequeña, Haskil demostró excelentes aptitudes, siendo capaz de reproducir obras musicales escuchadas tan solo una vez, habilidad que recuerda a Mozart, quien, según cuenta la más que probable leyenda, transcribió el Miserere Mei, de Gregorio Allegri, tras haberlo escuchado en la celebración litúrgica de la Pascua a la que asistió en la Basílica de San Pedro, en Roma, en el año 1770. Tenía 14 años.
Su familia, consciente del talento musical de
la pequeña Clara, decidió que, a los siete años, se trasladara a Viena con uno
de sus tíos y, posteriormente a París, donde recibió lecciones de piano y violín.
En el Conservatorio de París –el mejor del mundo a principios de siglo
-1900– fue alumna de Alfred Cortot, en 1907, aunque, al parecer,
el maestro de piano no estaba muy contento con ella. Posteriormente también
estudió bajo la tutela de Lazare Lévy.
La capital francesa significó el comienzo de sus éxitos. En 1910 alcanzó el primer premio de piano en un concurso organizado por el propio Conservatorio, otorgado por un jurado formado por Gabriel Fauré, Moritz Moszkowski, Raoul Pugno y Ricardo Viñes.
Enseguida empezó a ofrecer conciertos en Francia, Austria, Italia y Suiza. Cuando tenía quince años, en Zúrich, conoció al pianista y director italiano Ferruccio Busoni, quien, al escucharla en una de sus actuaciones, la invitó a continuar sus estudios bajo su tutela en Berlín. Haskil no accedió; una decisión de la que, al parecer, se arrepintió toda su vida.
En el año 1914 se produjo la Primera Guerra Mundial, momento que coincidió, para Clara, con la pérdida de su madre, el arresto de su tío en un campo de refugiados y numerosos problemas de salud debido a la escoliosis deformante que le habían diagnosticado. Finalizado el conflicto bélico, y tras una temporada larga inmovilizada con un corsé de escayola después de una intervención quirúrgica, su actividad como concertista se incrementó.
Aunque seguía viviendo en Francia, Suiza se convirtió en un lugar importante para Clara Haskil. Allí encontró un clima favorable para su salud, un ambiente amable y el inicio de la admiración del público europeo. En Viena, la prensa la erigió como “una nueva estrella” tras sus conciertos de 1923.
Estados Unidos también cayó a sus pies. Así lo demuestra el éxito alcanzado tras su primera gira en 1924, triunfando en Nueva York y logrando excelentes críticas en los principales diarios: “Clara Haskil, recién llegada de París, hizo una notable demostración de dedos voladores en su primer recital de Nueva York en el Aeolian Hall” (New York Herald).
Durante su vida interpretó el gran repertorio para piano: Sonatas de Mozart, Joseph Haydn y Ludwig van Beethoven, Iberia de Isaac Albéniz, la Sonata en Si menor de Franz Liszt, Conciertos para piano y orquesta de Mozart y de Beethoven, y el Concierto para piano y orquesta nº 2 de Frédéric Chopin, entre otras grandes composiciones.
La crítica siempre se mostró
entusiasmada ante sus actuaciones, aunque sus cartas desprenden una fuerte
autoexigencia y un constante inconformismo en busca de la perfección que nunca acababa de
satisfacer su voluntad. Probablemente, ello le provocó el miedo escénico
que padeció durante su vida y con el que logró convivir -sin poder combatirlo-,
con enorme esfuerzo.
Concierto
para piano y orquesta nº 20 de Mozart. Piano solista:
Clara Haskil Ferenc
Fricsay, cond. (1954)
Desde el punto de vista económico, fue también una época difícil debido a la ausencia de conciertos y a que, durante esos años, no era posible que los extranjeros actuasen en la radio. Sin embargo, gracias a sus amigos y admiradores, logró obtener la documentación necesaria para ser acogida en Suiza en 1942. Se instaló en Vevey, ciudad en la que desde 1963, cada dos años, se celebraba el Concurso Internacional de Piano Clara Haskil, y donde, en su momento, era visitada por amigos como Charles Chaplin.
Las amistades fueron fundamentales en la vida
de la pianista, tanto en el aspecto vital como en el profesional. Algunos de
sus amigos la ayudaron económica y socialmente, como Winnaretta Singer, la
princesa de Polignac, que fue mecenas de grandes músicos.
●
Estudió piano y órgano. En 1893 se casó con Edmond
de Polignac, homosexual como ella, pudiendo así vivir ambos en libertad con el
apoyo mutuo.
Tenía un salón en Venecia, donde invitaba a Gabriel Fauré. Ayudó a la mayor parte de los músicos de su tiempo. Los franceses Nadia Boulanger, Emmanuel Chabrier, Jean Françaix, Reynaldo Hahn, Darius Milhaud, Maurice Ravel, Henri Sauguet, Germaine Tailleferre, Jean Wiener, y también Isaac Albéniz, Manuel de Falla, Igor Markevitch, Kurt Weill, Ethel Smyth, Karol Szymanowski. Los pianistas Ricardo Viñes, Blanche Selva, Clara Haskil, Lili Kraus, Arthur Rubinstein y la bailarina Isadora Duncan también fueron beneficiados por ella como mecenas.
Tuvo numerosas relaciones con mujeres, muchas casadas, que la convirtieron en la comidilla de los cotilleos en toda la ciudad del amor. Famoso fue el día en que el esposo de una de sus amantes gritaba a la puerta de su mansión "Si eres la mitad de hombre que crees que eres, [¿?] ven afuera y pelea conmigo".
Winnaretta Singer fue la esposa de Isaac Singer, el inventor de la primera máquina de coser producida en serie, y vigésima hija de la modelo parisina Isabella Boyer. Nacida en 1865, Winnaretta creció en una familia sensible a las artes y mostró una gran pasión por la música desde su adolescencia. Cuando cumplió 13 años, como regalo de cumpleaños, pidió escuchar una interpretación de su obra favorita de Beethoven, el String Quartet op. 131, que aún se consideraba una pieza musical “incomprensible” por el antiguo mundo musical parisino de la época. Muchos años después, después de un emotivo primer encuentro con Virginia Woolf, Winnaretta le escribió:
Estimada señora Woolf:
(¿Cuándo me permitirás llamarte Virginia y cuándo me llamarás
Winnaretta?)
No fue la maravillosa Cavatina,
sino el comienzo del XIV cuarteto, el Opus 131, que deseaba escuchar en
mi 13° cumpleaños. También debo haberte enviado ese disco con el Opus 130.
De todos modos, aquí están los compases iniciales: siempre han sido uno de los
mayores placeres de mi vida, junto con el Preludio de la fuga número 23 en la
48 de Bach. ¡Ay! No puedo escribirlo yo misma, pero trataré de dictar todo lo
que pueda recordar sobre mi cumpleaños número 13, ya que eres lo
suficientemente buena como para preocuparte por lo que sucedió en ese
cumpleaños en particular, lo que me conmueve profundamente. (…) Nunca
olvidaré esa hora contigo junto al fuego, ese momento permanecerá en mi corazón
para siempre. Agradecida y cariñosamente. Winnaretta.
●
A la edad de 15 años, Winnaretta conoció al
compositor Gabriel Fauré y empezó una relación basada en la amistad, la
confianza y la admiración mutua, que duró toda su vida. Faurè,
reconociendo la inteligencia y la sensibilidad artística de Winnaretta, pudo
haber tenido por ella un sentimiento similar a los de Schumann con la joven
Clara Wieck antes que floreciera entre ellos el romance. Para el,
Winnaretta fue su primera mentora y una importante amiga.
En 1882, Winnaretta visitó por primera vez el Festival de Bayreuth y se convirtió en una apasionada admiradora de la música de Wagner, tanto que decidió visitar la ciudad una vez al año a partir de ese momento. Su actitud hacia la música alemana contemporánea fue aún más sorprendente si consideramos que, en ese momento, la música de Wagner no era bien recibida en muchas de las salas de conciertos y teatros de París, principalmente debido al sentimiento anti-alemán generalizado tras la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana.
No solamente pensaba en términos de música clásica contemporánea, Winnaretta también era una excelente pintora y una verdadera admiradora de las obras de sus contemporáneos, en particular Edgar Degas y Claude Manet. En sus memorias puede leerse: “Aunque secretamente me gustaba más la música, la pintura me atraía casi por igual, y pasaba todo el tiempo posible en el Musée du Louvre, sin entender mucho de lo que veía allí, pero formando los gustos y aversiones más fuertes”.
En 1885, Winnaretta pintó un retrato de su hermana Belle-Blanche que fue admitido en el Salón de París de 1886 y se le ofreció un lugar en la exposición.
Isaac Singer murió el 24 de julio de 1875, dejando a Winnaretta una considerable suma de dinero, disponible para cuanto cumpliera los 21 años. Ella organizó todo rápidamente para convertirse en la administradora legal de su herencia. A partir de entonces, Winnaretta decidió invertir su fortuna en la actividad que más feliz la hizo: patrocinando las artes, especialmente la música.
Para obtener la independencia financiera y
social del resto de su familia, Winnaretta se casó con el Príncipe Louis de
Scey-Montbéliard en 1877. Matrimonio que terminaría pocos años después
debido a su insatisfacción sexual. Sin embargo, Winnaretta tenía ambiciones
claras con respecto a su lugar en la sociedad parisina de la época. Gracias a
circunstancias impredecibles, la solución perfecta a los problemas de
Winnaretta se personificaron en el Príncipe Edmond de Polignac.
Descendiente de una antigua familia aristocrática, habiendo perdido toda su
fortuna en el mercado de valores, Edmond era un hombre sensible e introvertido,
cuya única ambición vital era convertirse en un compositor. La pareja parecía
encajar perfectamente: él no tenía un centavo, pero tenía un título importante;
ella era extremadamente rica, pero necesitaba una conexión con la aristocracia
parisina para ser aceptada en sus círculos. Además, ambos compartían los mismos
tendencias sexuales.
Winnaretta y Edmond vivieron felices juntos
hasta la muerte de él, en 1901, unidos por la pasión común de la música
y por el deseo de estar rodeados por los compositores y artistas emergentes de
la época. Winnaretta decidió abrir un taller en París a principios de 1894.
Durante el día, el taller fue el estudio de pintura de Winnaretta; por la noche
se convirtió en una sala de recitales. Con la colaboración de Edmond,
Winnaretta pudo establecer un salón muy exitoso en su palacio en la Rue
Cartambert en París, que atrajo a algunos de los miembros más destacados de la
aristocracia francesa, y lo más importante, se convirtió en un lugar para que
los compositores franceses y extranjeros promovieran su música recién
compuesta.
Siendo pianista y organista, tenía suficiente conocimiento musical para poder reconocer el talento de un compositor desde el principio de su carrera. El salón de la pareja se hizo conocido por su refinado gusto musical y por su comprensión del repertorio todavía desconocido en París en ese momento: desde la música antigua de Bach, Handel y Rameau hasta la compleja música de vanguardia modernista.
Al salón parisino de Winnaretta asistieron la mayoría de los músicos contemporáneos, como Gabriel Fauré, Igor Stravinsky, Claude Debussy, Eugène Ysaÿe, George Enescu, Jean Francaix, Sergei Prokofiev, Maurice Ravel, Manuel De Falla, Jules Massenet, Joseph Suk, Clara Haskil, Arthur Rubinstein, Dinu Lipatti y Nadia Boulanger. Más allá de la esfera de la música clásica, el salón de Winnaretta fue conocido y frecuentado por poetas y escritores de la época, en particular Marcel Proust, Jean Cocteau, Paul Verlaine y Colette.
La editorial Chester de Londres acaba de publicar la nueva edición de la partitura de ‘El retablo de maese Pedro’, obra compuesta por Manuel de Falla “como homenaje devoto a la gloria de Miguel de Cervantes” y dedicada a su mecenas, la princesa de Polignac.
La edición ha sido realizada por el musicólogo y director musical del Archivo Manuel de Falla, Yvan Nommick, quien ha basado su trabajo de revisión y corrección en el estudio y cotejo de todas las fuentes disponibles actualmente.●
La que habría de ser Princesa de Polignac
nació en The Castle (El Castillo) en 1865. Sus apellidos paternos no remitían a
ninguna casa real ni a la aristocracia. La suya comenzó siendo una historia
unida al emergente poder industrial norteamericano. The Castle era una suntuosa
mansión próxima a la ciudad de Nueva York. Por vía paterna nuestra protagonista
ostentaba un apellido leído en millones de hogares: Singer. En efecto,
Winnaretta Singer Polignac fue hija del industrial que perfeccionó la máquina
de coser, Isaac Merritt Singer. Por vía materna, la joven Winnaretta
también hubo de asumir una biografía que ya bordeaba lo legendario. La belleza
de Isabella Eugénie Boyer, su madre, trascendió el círculo de amistades y los
salones de la alta sociedad: el escultor Frédéric Bartholdi se inspiró en el
rostro de Isabella, al modelar la Estatua de la Libertad.
Cuando, a mediados de 1878, Isabella decidió volver
con sus hijos a París, su ciudad natal, la capital francesa se preparaba para
la Exposición Universal que celebraría ese año, instalándose la cabeza
de la Estatua de la Libertad (Lady Liberty), recién terminada por
Bartholdi, en el Campo de Marte.
En 1893 Winnaretta contrajo matrimonio, en segundas nupcias, con un miembro de una de las más antiguas familias de la aristocracia francesa, el príncipe Edmond de Polignac, compositor amateur. Sylvia Kahan escribe en su biografía de aquella singular mujer -Music’s Modern Muse’-, University of Rochester Press, 2003): “Si su unión fue un ‘matrimonio blanco’, sin componente sexual, ello trajo sin embargo a cada uno de los dos un inesperado grado de satisfacción. Mucho más que un matrimonio de conveniencia, fue una celebración de respeto, admiración, de crecimiento intelectual, y actividad artística, y de mutuo entendimiento”.
Edmond de Polignac murió en 1901, quedando
Winnaretta viuda a los 36 años. A partir de entonces, y hasta su muerte en
1943, la princesa de Polignac desarrolló una inestimable labor como benefactora
y mecenas de artistas, siendo especialmente significativa su contribución en el
terreno musical. El salón de música del palacete parisino de la princesa, en la
Avenida Henri Martin, acogió innumerables veladas musicales hasta 1939,
escuchándose entre sus muros obras, en muchos casos por primera vez y dedicadas
a la princesa, de Fauré, Debussy, Albéniz, Stravinsky, Falla, Satie o
Poulenc. Además, el salón era frecuentado por personalidades como Cocteau,
Diaghilev, Colette o Proust, que encontró no pocos motivos para su
obra literaria en aquellas veladas musicales y artísticas.
Entre la máquina de coser y la Estatua de la
Libertad, sus padres ya fueron legendarios Su salón parisino fue el centro
musical y literario de la mejor cultura europea anterior a 1940.
●
Singer puso a disposición de Haskil uno de los
pianos de su mansión parisina e incluso la introdujo en un círculo cultural
elitista al invitarla habitualmente a su salón. Allí conoció a músicos como Igor
Stravinski e incluso tocó a dos pianos junto a Vladimir Horowitz. Sin embargo,
su carácter tímido no ayudó mucho a que pudiera aprovechar al máximo las
relaciones sociales para beneficio profesional.
Disfrutó de colaboraciones con músicos de
primera fila, como -entre otros muchos-, Pau Casals, Eugène Ysaÿe y Herbert von
Karajan, con quien compartió una exitosa gira por Viena y Salzburgo bajo su
batuta.
Concierto para piano y orquesta nº 23 de Mozart. Director: Herbert von Karajan. Piano solista: Clara Haskil (1956). https://youtu.be/BMYjGkgzinU?si=o35tLU1TAY5osZFq
Sin embargo, Charles Chaplin fue quizá el
más famoso de sus amigos. Era habitual que la familia Chaplin visitara a la
pianista en su casa de Vevey, a quienes agasajaba musicalmente. Ella también
acudía a Manoir de Ban, propiedad del actor desde 1952, donde celebraron
en varias ocasiones la Navidad. Chaplin fue quien profesó de una manera más
pública su admiración hacia ella, como se desprende de estas palabras en una
entrevista radiofónica del año 1962: “Durante mi vida he conocido tres
genios. Uno fue Clara Haskil. Los otros fueron el profesor Einstein y Sir
Winston Churchill”.
Durante su carrera, Haskil afrontó
escasos compromisos profesionales. En parte, eso tuvo que ver con sus
dificultades para las relaciones sociales y especialmente con la falta de un
agente que se ocupara de estas cuestiones. Un ejemplo de esa poca actividad
concertística, se puede observar en el año 1936, en que solamente ofreció seis
conciertos públicos, dos de ellos gratis. Afortunadamente, podemos disfrutar de
su legado gracias a sus grabaciones.
En 1947 grabó su primer disco comercial
para Decca interpretando el Concierto
para piano y orquesta nº 4 de
Beethoven con la Orquesta Filarmónica de Londres bajo la batuta de Carlo Zecchi.
Concierto para piano y orquesta nº 4 de Beethoven. Piano: Clara Haskil (1947). https://youtu.be/c9PgZJbP5lU
Sus interpretaciones se caracterizan por
la precisión y la agilidad. Se puede observar un toque ligero y una gran
naturalidad, sin abuso del pedal. Su compositor favorito fue Mozart, de
quien, a su vez, se ha convertido en un referente. De hecho, Eduardo Arteaga señala que la interpretación de Haskil
se aproxima estilísticamente a la pureza de la visión de Mozart.
Precisamente, el periódico norteamericano The Sun, en 1924,
alabó su magnífica capacidad para lograr matices sutiles.
No solo se convirtió en una destacada
intérprete solista, sino también de música de cámara. Así se puede constatar en
las grabaciones de las Sonatas
para violín y piano
de Mozart y de Beethoven con el violinista belga Arthur Grumiaux,
reflejo de su buen entendimiento y de las giras de conciertos que realizaron en
vida. Los discos demuestran sintonía y cercanía al texto del compositor. La
relación personal y profesional con Grumiaux llega hasta el final de su vida.
En 1960, de camino a Bruselas para
encontrarse con el músico, Haskil falleció por complicaciones derivadas de una
caída sufrida a su llegada en la estación.
Sonatas para violín y piano de Beethoven. Violín:
Arthur Grumiaux. Piano: Clara Haskil (1956)
Las grabaciones de Clara Haskil de la
obra de Robert Schumann también se han convertido en referentes. Tanto
en las microformas del compositor alemán –como Escenas de niños Op. 15 y Escenas del bosque
Op. 82– como en el
Concierto para piano en La
menor se puede
comprobar el dominio técnico de Haskil y su apreciación de cierto sentido de
libertad.
Si bien recibió la medalla de Caballero
de la Legión de Honor, la más alta condecoración honoraria
francesa, en 1952 y fue aclamada por el público y la crítica en vida, el mayor
reconocimiento a su trayectoria es, que su legado haya pasado a la posteridad, gracias
a la magia de las grabaciones y a que su visión musical perdure para siempre.
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Muchos la consideraron la
intérprete más importante de Mozart en su tiempo. También fue conocida como una
magnífica intérprete de Beethoven, Schumann, y Scarlatti. Además, Haskil
colaboró con músicos famosos, como Georges Enescu, Eugène Ysaÿe, Pau Casals, Joseph
Szigeti, Géza Anda, Isaac Stern y Arthur Grumiaux, con quien realizó su último
concierto. Tocó como solista bajo la batuta de directores muy importantes, como
Stokowski, Karajan, Beecham, ç Solti, Barbirolli, Boult, Jochum, Sawallisch,
Kempe, Szell, Celibidache, Klemperer, Hans Rosbaud, Monteux, Cluytens, Paray, Markevitch,
Giulini, Ansermet, Münch, Kubelik, Fricsay...
Como ya se dijo, Clara Haskil provenía de una familia judía sefardí rumana (Haskil parece provenir del verbo hebreo השׂכיל
que significa “discernir”, relacionado con la palabra Haskala) y fue una niña
superdotada. A los tres años ya reproducia, con un dedo sobre el teclado,
melodías que había escuchado ubna vez. La madre de Clara, Berthe Haskil,
pianista y música aficionada, le da sus primeras lecciones de piano y Clara
revela increíbles dotes de oído y digitación. Su madre le dio su nombre de pila
en memoria de su propia hermana mayor a quien admiraba apasionadamente y que
murió a la edad de veinte años mientras estudiaba brillantemente piano en el
Conservatorio de Bucarest. Clara también estudió violín y también gran talento.
Tenía dos hermanas, Lili, la mayor, que tocaba el piano, y Jane,
la menor que estaba aprendiendo violín.
Su padre murió en 1899 a consecuencia de una neumonía
contraída una noche de diciembre durante un incendio en su edificio, y su madre
tuvo que mantener a la familia dando clases de piano, francés, alemán,
italiano, griego moderno, y luego abriendo un pequeño taller de costura, para
poder quedarse con sus hijos. Pero su trabajo no era suficiente y la familia
sobrevivió gracias a la ayuda de uno de sus hermanos, Isaac. Actuario, Isaac se
convertirá en director de National, una de las primeras compañías de seguros
rumanas. Así pudo ayudar a los Haskil y poco a poco se convirtió en el cabeza
de familia.
Clara Haskil siguió desarrollando sus dotes, siempre
junto a su madre. Un amigo de los Haskil lleva a la niña a un profesor de canto
del Conservatorio que le tocó una sonatina de Mozart que ella no conocía, pero
la reprodujo inmediatamente sin fallar, de una sola vez, luego la vuelvió a
tocar transponiéndola. Tenía cinco años y su madre decide ingresarla en el
conservatorio. Su fama se extiende e hizo que la escuchara la propia reina
Elisabeta de Rumania.
Viena y París
Cuando Clara tenía siete años, la
familia decidió enviarla a estudiar piano a Viena, donde fue sola con otro de
sus tíos; Avram, un médico de treinta y cinco años que ya no ejercía y que tenía
verdadera pasión por su sobrina. En Viena, Avram la lleva a visitar al famoso
pianista Anton Door. Asombrado por las cualidades de la niña, escribió al
diario vienés Neue Freie Presse que publicó el siguiente
artículo:
"El profesor Anton Door llama nuestra atención
sobre una niña cuyo talento musical es bastante excepcional. Y nos escribe:
“Estos días vino a mi casa un médico procedente de
Rumanía y llevaba de la mano a una niña de siete años, hija de una viuda. Esta
niña es un prodigio: nunca ha recibido una verdadera educación musical -pero no
es necesaria porque todo lo que se le toca, en las posibilidades de sus
manitas, lo toca a su vez de memoria, sin falta y lo que es más en cualquier
tono. Le presenté una sonata fácil de Beethoven: la descifró perfectamente y
sin problemas. Estamos ante un gran enigma: esta madurez del cerebro de una niña
es verdaderamente angustiosa."
Clara estudió en Viena con el profesor Richard
Robert. Este maestro, del que también fueron alumnos Rudolf Serkin y George Szell era un excelente pedagogo que vio a una niña triste y le organizó una
pequeña habitación donde pudiera jugar. Clara, que entonces apenas tenía ocho
años, aprendió rápido y tocó entonces sus primeros conciertos de Mozart.
Después de tres años de estudio con Richard Robert,
el tío Avram decide llevar a Clara, que entonces tenía diez años, a París,
donde empezó a estudiar con Joseph Morpain -alumno de Gabriel Fauré-. Clara se
presenta a las pruebas de acceso a piano y violín del Conservatorio de París. Continuó sus estudios de violín junto con
los de piano hasta que la escoliosis deformante que le fue diagnosticada en
1914 le impidió seguir tocando este instrumento.
Se convirtió en alumna de Alfred
Cortot en 1907, pero al ilustre pianista no le gustaba y, frente a los demás
alumnos, a menudo la despedía diciendo: “¡La próxima vez sabremos de ti!
Incluso le dirá: “¡Tocas como una señora de la limpieza! y se la entregó
a su colega Lazare-Lévy. Gabriel Fauré, entonces director del
Conservatorio de París, se encariñó con ella y la felicitó después de escucharla tocar una de sus piezas, Tema y
variaciones: "¡No sabía que había tanta música en esto que había
escrito!".
Clara viví sola en París con su tío Avram, un hombre
taciturno, y durante unas vacaciones en Rumania, su madre al verla tan triste
decidió alquilar un apartamento en París. Por razones económicas, no pudo
llevarse a sus otras hijas Lili y Jane. El tío Avram, enfermo, volvió a
Bucarest y se unió a la compañía de seguros de su hermano, donde permaneció
hasta 1911.
En 1909, a la edad de catorce años, Clara obtuvo el
primer premio de violín en el concurso de la Union Française de la Jeunesse presidido por Jacques Thibaud, pero sólo obtuvo un segundo premio de piano en el
Conservatorio.
Al año siguiente, en 1910, Clara ganaría su primer
premio de piano en el Conservatorio en la clase de Alfred Cortot. Empezó a
dar conciertos. En Viena, un empresario suizo se interesó por ella y organizó
una gira por el norte de Italia y Suiza. Ferruccio Busoni, que escuchó tocar a Clara en Zúrich, sugirió a su madre que la joven
viniera a estudiar con él, a Berlín, y se encontró con una negativa de la que
Clara se arrepentiría toda su vida.
●
Georges Enesco & Alfred Cortot 1930
Aquejada de escoliosis deformante,
Clara Haskil es acogida en Berck, en el norte de Francia, donde se tratan
pacientes con tuberculosis ósea. Vivirá allí un calvario hecho de agudos
sufrimientos morales y físicos. Será encorsetada en yeso durante muchos meses y
permanecerá en Berck hasta el final de la guerra, en 1918.
En 1917 la madre de Clara Haskil murió de cáncer. Su tío Avram estaba en un campo de
refugiados -fue arrestado ya que había tomado la ciudadanía austriaca-. Clara
se encontraba sola. Si bien hasta entonces no era particularmente propensa al
miedo escénico, pero, a partir de entonces éste se volverá terriblemente
intrusivo y paralizante. A menudo se negaba a tocar, alegando que "no
funcionaría...". Además, rara vez quedaba satisfecha con sus
prestaciones.
Después de la Primera Guerra
Mundial, regresó a París. Georges Enesco intervino entonces ante el Estado rumano para que la joven
música pudiera completar allí sus estudios musicales y en 1921 lo hizo actuar
en Lausana. En París, la pianista conoció a la Sra. Gélis-Didot y la Sra. Paul
Desmarais, quienes organizaban un salón y se encontraban entre los mecenas más
activos del mundo musical parisino. Fue la señora Desmarais quien le ofreció a
Clara Haskil ir a reponer fuerzas a Suiza, acompañada de una enfermera. Allí
encuentra a su tío Avram, cuyo carácter se ha ensombrecido mucho y realiza
encuentros importantes para el reconocimiento de su talento. Durante estos
años, de 1920 a 1950, Suiza fue el único país donde el público reconoció el
genio de Clara Haskil y le aseguró su lealtad.
La joven pianista carecía de confianza en sí misma.
Durante su primer concierto con la Orquesta de la Suisse Romande y su
director Ernest Ansermet, su miedo escénico era tan fuerte que no podía imaginar subir al escenario.
Sin embargo, el concierto fue un éxito y Ernest Ansermet no deja de
felicitarla. Clara Haskil pasó la noche en el hotel repitiendo a su compañera
de cuarto: "¿No es así, Monsieur Ansermet está furioso?".
Esta autocrítica excesiva, el miedo escénico paralizante antes de subir al
escenario y la enfermedad de Parkinson de su tío Avram, que rechazaba los
cuidados de su sobrina, la llevaron a rechazar e incluso cancelar conciertos, e
impidieron que su carrera avanzara. En ocasiones se ha escrito que Clara Haskil
tenía una actuación sobria, "adelantada a su tiempo" y
que por ello habría sido rechazada por el público parisino. No es así: la
crítica de la época y las pocas grabaciones de las décadas de 1920 y 1930
muestran todo lo contrario a una pianista con un toque muy virtuoso, apasionado
y romántico en esencia.
Su carrera se estancó a pesar del apoyo de sus
patrocinadores. En 1924, en Bruselas, su concierto obtuvo un gran éxito... pero
no volvería a ser contratada hasta 1930. Dio dos conciertos en Viena donde
interpretó su caballo de batalla de la época, una obra con la que no se la
identifica hoy en día, el segundo concierto de Rachmaninoff: es un gran
éxito, pero serán sus únicas apariciones en Viena hasta 1952.
La Sra. Gélis le organizó una gira por Norteamérica y
Clara Haskil triunfó en Nueva York. Deslumbrado por la interpretación de esta
joven pianista de 29 años, el crítico del Courrier Musical de New York escribió
un artículo muy elogioso y sumamente sensible el 13 de noviembre de 1924:
"Decir que Miss Haskil toca con toda su alma puede parecer
ridículamente sentimental; no hay, sin embargo, otra o mejor expresión. Parece
estar buscando el significado puramente interior y más profundo de los
pensamientos y sentimientos que se encuentran en la mente misma del compositor,
a través de su música. Su interpretación denota una inmensa y simpática
comprensión de los impulsos humanos, de todas las pasiones, deseos, alegrías y
tristezas, sucesivas esperanzas y desánimos que han inspirado la composición de
las obras que interpreta. Oír a mademoiselle Haskil interpretar a Schumann,
Chopin, Ravel, es tocar de cerca la revelación de la naturaleza de estos
hombres, de los motivos que les hacían escribir y que les hacían escribir como
lo hacían. Ya no es un simple concierto, es más bien una íntima comunión con el
genio.”
Clara Haskil volvió a Nueva York al año siguiente, en
1925, nuevamente gracias a Mme Gélis, luego a fines de 1926 - principios de
1927, en particular para un concierto con el director de orquesta británico Leopold Stokowski.
Este concierto fue un gran éxito y Léopold Stokowski la recomendó a su agente.
Este último estaba listo para organizar una gira por
los Estados Unidos, pero Clara Haskil no disponí8a de los 100 dólares
necesarios para los gastos de publicidad, una suma importante en ese momento, y
esta gira no se llevará a cabo. No volvería a los Estados Unidos hasta treinta
años después.
Para la música de cámara, sus
socios se entusiasman inmediatamente con el diálogo que se establece con ella,
como Pau Casals, al que le encanta tocar en su compañía.
En 1927, con motivo del centenario
de la muerte de Beethoven, el gran violinista Eugène Ysaÿe la eligió
para interpretar las diez sonatas para violín y piano del maestro en tres
conciertos.
La casa Gaveau le ofreció hacerse
cargo de toda su carrera con la única condición de que solo tocara los pianos de la marca. Como no le gustaban,
se negó, a pesar de los repetidos intentos de acercarse de la marca francesa
que, así rechazada, acabará desistiendo.
Conoce a la princesa de Polignac,
nacida Winnaretta Singer, como sabemos, una de las últimas grandes
mecenas privadas del siglo XXS. La princesa reconoce en ella a una gran intérprete
y decide ayudarla, no tanto por su fortuna -su avaricia era legendaria- como
poniendo a su disposición uno de los pianos de su mansión privada de la avenida
Henri-Martin. Clara puede así ensayar tanto como quiera y poco a poco se va
introduciendo en las veladas musicales que ofrece la princesa en sus salones. Se
encontrará allí con Stravinsky, Poulenc, Rubinstein, Horowitz. Pero Clara, que es enfermizamente
tímida, nunca aprovechará estos encuentros a excepción de una tarde de 1936 con
un joven pianista de inmenso talento, Dinu Lipatti, también rumano.
Instantáneamente se establece entre ellos una profunda amistad que sólo la muerte
de su amigo en 1950 interrumpirá. En 1938, estreno su sinfonía concertante para
dos pianos para él.
Cuando su talento empieza a imponerse, la guerra llega
para ponerlo todo “patas arriba”. Clara Haskil es judía y tiene que
esconderse. Gracias a su hermana Jane, miembro de la Orquesta Nacional de Francia, pasó con los músicos a la zona libre bajo el Gobierno de Vichy y fue
recibida en la mansión de otra protectora de las artes, la condesa Lily
Pastré. De hecho, gracias a la insistencia de Youra Guller,
compañera de clase del conservatorio, Clara se aloja en la propiedad de la condesa, en
Montredon, ya atestada de exiliados y fugitivos.
En 1942, su salud se deterioró. Aumentaban sus
dificultades para leer; dolores de cabeza cada vez más violentos la asaltan
casi a diario: se le diagnostica un tumor en el nervio óptico. Traen de París al
discípulo de un gran neurocirujano que acepta que no le paguen su operación y
sólo pide que le paguen el viaje y los documentos de la zona libre. La
operación, que se desarrolla en Marsella, dura nueve horas con anestesia local.
Durante toda la operación, para comprobar que nada en su cerebro está afectado,
Clara Haskil toca en la mesa de operaciones el concierto “Jeunehomme” de Mozart, “su concierto” como ella lo llama. Su
recuperación es rápida y asombrosa. Para celebrar este "regreso a la
vida", se organiza un concierto para ella en los jardines de Montredon. Interpreta el Concierto en re
menor n.º 20, KV 466 de Mozart. Un relato de Antoine Goléa
evoca la Belleza Absoluta, que se atreve a oponerse al mal y a los
sufrimientos de la guerra.
Como podía ser detenida en cualquier momento y una vez
ya liberada de una redada organizada por la policía francesa de Vichy, se la
instó a refugiarse en Suiza, a lo que se negaba. El mismo círculo de amigos
y admiradores, que en Suiza se encargó de recaudar el dinero necesario para su
operación, se afana ahora en obtener los papeles que le permitirán ser acogida
en este país que, desde sus inicios, la reconoció. Tras una última
vacilación, casi en el andén de la estación, Clara Haskil subió sola al tren
rumbo a Suiza a principios de noviembre de 1942. Llegó a Ginebra veinticuatro
horas después. El oficial de aduanas que revisó sus papeles le dijo: “Es
usted, señorita Haskil, quien nos hizo una música tan hermosa…”
Su círculo de amigos la llevó al Cantón
de Vaud donde pasó el resto de su vida. A pesar de la prohibición que se le hace de salir del cantón, consigue poder dar algunos
conciertos en la Suiza francófona. La lealtad del público suizo le asegurará
los escasos ingresos que tendrá durante estos años al final de la guerra.
Si bien su vida estuvo compuesta
principalmente de decepciones, sufrimiento y citas perdidas con una carrera que
prometía ser extremadamente brillante, Clara Haskil aguantó y su perseverancia
finalmente le valió un brillante reconocimiento. Tan pronto como terminó la
guerra, fue invitada por todo el mundo. Primero en Suiza donde ahora puede
moverse libremente y donde toca en Ginebra, Zúrich, La Chaux-de-Fonds y Ascona,
luego en Inglaterra donde graba para la BBC una serie de sonatas de Doménico
Scarlatti, que conocen un gran éxito. En 1947 grabó su primer disco
comercial para la compañía Decca (en 78 rpm): el Cuarto
concierto de Beethoven con Carlo Zecchi.
Durante una serie de conciertos en Holanda,
en 1949, empezaba a ganar la fama que se merecía. Clara Haskil siendo apátrida,
solicitó y obtuvo la nacionalidad suiza en 1949, lo que puso fin a sus
problemas administrativos para tocar en determinados países. En 1950 forma un
dúo memorable junto al violinista Arthur Grumiaux, con quien hizo grabaciones
de gran valor musical, especialmente las Sonatas para Violín y Piano de
Beethoven. En 1951 se presentó en París, teniendo esta vez un gran
reconocimiento.
Durante los últimos diez años de su
vida, su agenda estuvo sobrecargada de conciertos y pudo comprarse un piano Steinway.
Tocó en los Países Bajos, en Alemania, donde siempre fue muy aclamada, y en
Francia, donde finalmente se reconoció su excepcional talento. En 1956 fue
elegida por la Philharmonia Orchestra y Herbert von Karajan para una gira
europea en homenaje a Mozart, cuyo bicentenario de nacimiento se celebraba. Una
grabación pública realizada durante la Mozartwoche de Salzburgo da fe de
ello y fue publicada por el Festival de Salzburgo en disco compacto. Después
realizó una gira por los Estados Unidos, limitada sin embargo a Boston y Nueva
York, donde dio cuatro conciertos con Charles Munch y Paul Paray y recibió grandes ovaciones.
Allí, como en todas partes, se retomó la fórmula aparecida unos años antes en
un periódico vienés: “Clara Haskil fue enviada a la tierra para tocar a
Mozart”. Como un cometa, la pianista ilumina el cielo norteamericano,
pero no volvería: la frágil salud de la artista asustó a los empresarios
estadounidenses.
"La Gran Dama de la Música",
como ahora la apodan, debía enfrentar las exigencias de una carrera que asustaba
y agotaba a los más jóvenes que ella. Entre 1957 y 1958 estuvo dos veces al
borde de la muerte y se vio obligada a abandonar temporalmente la vida musical.
Se considera entonces "en tiempo prestado", pero vuelve al
escenario, retoma las sesiones de grabación, algunas de las cuales dejan
boquiabiertos a los productores: ciertos movimientos de las obras sólo
requieren una toma, su interpretación alcanza una cálida perfección. Así entre
1956 y 1958, para la firma Philips, grabó con el violinista Arthur Grumiaux las sonatas para piano y violín de Mozart
K.301, K.304, K.376, K.378, K.454 y K.526, así como así, como las sonatas
completas para piano y violín de Beethoven. En una carta a su esposa fechada el
26 de junio de 1953, Arthur Grumiaux escribe: “Mi primer
concierto, el de Clara Haskil (adjunto una foto) fue, al parecer, magnífico.
Tuve la mayor alegría de tocar con esta magnífica artista, una gran música y…
de una modestia que muchos harían bien en imitar”. Arthur Grumiaux
había conocido a Clara Haskil en el Festival Pablo Casals y este encuentro
había sido el punto de partida de sus giras de conciertos y sus grabaciones, y
también de una gran amistad. Charlie Chaplin, que vivía cerca de Vevey, sentía
una gran amistad y una gran admiración por Clara Haskil. A menudo la invitaba
al Manoir de Ban y especialmente cada Navidad cuando ella se sentaba al piano
después de la cena. Dijo de ella: "He conocido a tres genios en mi vida:
Einstein, Churchill y Clara Haskil".
De camino a Bruselas en 1960 para encontrar allí a
Arthur Grumiaux, se cayó por las escaleras de la Gare du Midi y, tras ser
trasladada de hospitales a clínicas, murió el 7 de diciembre. Está enterrada en
el Cimetière du Montparnasse de París, con sus dos hermanas.
El debilitamiento de su fuerza física la obligó a
reducir la dinámica sonora de su interpretación, que ahora florecía desde el triple
matiz del piano hasta el forte simple. Ella reunió en esto los
medios sonoros de un Chopin del que ella fue una intérprete rara y brillante.
El Concurso Internacional de
Piano Clara Haskil se celebra cada dos años en Vevey
(Suiza). Fue fundado en 1963 para "honrar y perpetuar la memoria de
Clara Haskil".
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