miércoles, 17 de enero de 2024

Clara Haskil, Pianista excepcional.

 


Clara Haskil (1895-1960), Wanda Landowska (1879-1959), María Barrientos (1884-1946), Jacqueline du Pré (1945-1987) y Alicia de Larrocha (1923-2009) son una representación de destacadas intérpretes musicales de la historia occidental. Sus actuaciones fueron aclamadas en todo el mundo y, sin embargo, sus nombres no siempre resultan conocidos.

La mayor parte de las mujeres que desarrollaron una carrera profesional en el mundo de la música durante el convulso siglo XX tuvieron vidas extraordinariamente complejas y apasionantes. Además de luchar contra los estereotipos a los que habitualmente se han enfrentado, vivieron en medio de los conflictos bélicos acaecidos en su tiempo y lograron pasar a la historia gracias a su actitud ante la vida y a los registros sonoros que han catapultado sus interpretaciones a la eternidad. Clara Haskil es uno de esos casos admirables.

Haskil nació en Bucarest -Rumanía-, en 1895, en el seno de una familia judía sefardí. Recibió sus primeras lecciones de piano de su madre, Berthe Haskil, algo habitual, ya que las mujeres a lo largo de los siglos han estado próximas a los instrumentos de tecla y, además, han sido las principales transmisoras musicales. De hecho, cuando el cabeza de familia Haskil falleció en 1899, las clases de piano e idiomas impartidas por su madre significaron un importante sustento económico.

Desde muy pequeña, Haskil demostró excelentes aptitudes, siendo capaz de reproducir obras musicales escuchadas tan solo una vez, habilidad que recuerda a Mozart, quien, según cuenta la más que probable leyenda, transcribió el Miserere Mei, de Gregorio Allegri, tras haberlo escuchado en la celebración litúrgica de la Pascua a la que asistió en la Basílica de San Pedro, en Roma, en el año 1770. Tenía 14 años.

Su familia, consciente del talento musical de la pequeña Clara, decidió que, a los siete años, se trasladara a Viena con uno de sus tíos y, posteriormente a París, donde recibió lecciones de piano y violín. En el Conservatorio de París –el mejor del mundo a principios de siglo -1900– fue alumna de Alfred Cortot, en 1907, aunque, al parecer, el maestro de piano no estaba muy contento con ella. Posteriormente también estudió bajo la tutela de Lazare Lévy.

La capital francesa significó el comienzo de sus éxitos. En 1910 alcanzó el primer premio de piano en un concurso organizado por el propio Conservatorio, otorgado por un jurado formado por Gabriel Fauré, Moritz Moszkowski, Raoul Pugno y Ricardo Viñes.

Enseguida empezó a ofrecer conciertos en Francia, Austria, Italia y Suiza. Cuando tenía quince años, en Zúrich, conoció al pianista y director italiano Ferruccio Busoni, quien, al escucharla en una de sus actuaciones, la invitó a continuar sus estudios bajo su tutela en Berlín. Haskil no accedió; una decisión de la que, al parecer, se arrepintió toda su vida.

En el año 1914 se produjo la Primera Guerra Mundial, momento que coincidió, para Clara, con la pérdida de su madre, el arresto de su tío en un campo de refugiados y numerosos problemas de salud debido a la escoliosis deformante que le habían diagnosticado. Finalizado el conflicto bélico, y tras una temporada larga inmovilizada con un corsé de escayola después de una intervención quirúrgica, su actividad como concertista se incrementó.

Aunque seguía viviendo en Francia, Suiza se convirtió en un lugar importante para Clara Haskil. Allí encontró un clima favorable para su salud, un ambiente amable y el inicio de la admiración del público europeo. En Viena, la prensa la erigió como “una nueva estrella” tras sus conciertos de 1923.

Estados Unidos también cayó a sus pies. Así lo demuestra el éxito alcanzado tras su primera gira en 1924, triunfando en Nueva York y logrando excelentes críticas en los principales diarios: “Clara Haskil, recién llegada de París, hizo una notable demostración de dedos voladores en su primer recital de Nueva York en el Aeolian Hall” (New York Herald).

Durante su vida interpretó el gran repertorio para piano: Sonatas de Mozart, Joseph Haydn y Ludwig van Beethoven, Iberia de Isaac Albéniz, la Sonata en Si menor de Franz Liszt, Conciertos para piano y orquesta de Mozart y de Beethoven, y el Concierto para piano y orquesta nº 2 de Frédéric Chopin, entre otras grandes composiciones.

La crítica siempre se mostró entusiasmada ante sus actuaciones, aunque sus cartas desprenden una fuerte autoexigencia y un constante inconformismo en busca de la perfección que nunca acababa de satisfacer su voluntad. Probablemente, ello le provocó el miedo escénico que padeció durante su vida y con el que logró convivir -sin poder combatirlo-, con enorme esfuerzo.

 

https://youtu.be/coBhUvFgR5U

 

Concierto para piano y orquesta nº 20 de Mozart. Piano solista: Clara Haskil Ferenc Fricsay, cond. (1954)


Fue, en palabras de Jeremy Siepmann, “músico para músicos” y “pianista para pianistas”. Pero la Segunda Guerra Mundial, que coincidió con nuevos problemas de salud, interrumpió su carrera, además de infundirle el miedo a ser capturada por su condición de judía.

Desde el punto de vista económico, fue también una época difícil debido a la ausencia de conciertos y a que, durante esos años, no era posible que los extranjeros actuasen en la radio. Sin embargo, gracias a sus amigos y admiradores, logró obtener la documentación necesaria para ser acogida en Suiza en 1942. Se instaló en Vevey, ciudad en la que desde 1963, cada dos años, se celebraba el Concurso Internacional de Piano Clara Haskil, y donde, en su momento, era visitada por amigos como Charles Chaplin.

Las amistades fueron fundamentales en la vida de la pianista, tanto en el aspecto vital como en el profesional. Algunos de sus amigos la ayudaron económica y socialmente, como Winnaretta Singer, la princesa de Polignac, que fue mecenas de grandes músicos.

Winnaretta Singer

 Nació en Nueva York en 8 de enero de 1865 - 26 de noviembre de 1943, Princesa Edmond de Polignac. Importante mecenas musical y heredera de la empresa de máquinas de coser Singer Corporation.

Estudió piano y órgano. En 1893 se casó con Edmond de Polignac, homosexual como ella, pudiendo así vivir ambos en libertad con el apoyo mutuo.

Tenía un salón en Venecia, donde invitaba a Gabriel Fauré. Ayudó a la mayor parte de los músicos de su tiempo. Los franceses Nadia Boulanger, Emmanuel Chabrier, Jean Françaix, Reynaldo Hahn, Darius Milhaud, Maurice Ravel, Henri Sauguet, Germaine Tailleferre, Jean Wiener, y también Isaac Albéniz, Manuel de Falla, Igor Markevitch, Kurt Weill, Ethel Smyth, Karol Szymanowski. Los pianistas Ricardo Viñes, Blanche Selva, Clara Haskil, Lili Kraus, Arthur Rubinstein y la bailarina Isadora Duncan también fueron beneficiados por ella como mecenas.

Tuvo numerosas relaciones con mujeres, muchas casadas, que la convirtieron en la comidilla de los cotilleos en toda la ciudad del amor. Famoso fue el día en que el esposo de una de sus amantes gritaba a la puerta de su mansión "Si eres la mitad de hombre que crees que eres, [¿?] ven afuera y pelea conmigo".

Winnaretta Singer fue la esposa de Isaac Singer, el inventor de la primera máquina de coser producida en serie, y vigésima hija de la modelo parisina Isabella Boyer. Nacida en 1865, Winnaretta creció en una familia sensible a las artes y mostró una gran pasión por la música desde su adolescencia. Cuando cumplió 13 años, como regalo de cumpleaños, pidió escuchar una interpretación de su obra favorita de Beethoven, el String Quartet op. 131, que aún se consideraba una pieza musical “incomprensible” por el antiguo mundo musical parisino de la época. Muchos años después, después de un emotivo primer encuentro con Virginia Woolf, Winnaretta le escribió:

 

Estimada señora Woolf:

(¿Cuándo me permitirás llamarte Virginia y cuándo me llamarás Winnaretta?)

No fue la maravillosa Cavatina, sino el comienzo del XIV cuarteto, el Opus 131, que deseaba escuchar en mi 13° cumpleaños. También debo haberte enviado ese disco con el Opus 130. De todos modos, aquí están los compases iniciales: siempre han sido uno de los mayores placeres de mi vida, junto con el Preludio de la fuga número 23 en la 48 de Bach. ¡Ay! No puedo escribirlo yo misma, pero trataré de dictar todo lo que pueda recordar sobre mi cumpleaños número 13, ya que eres lo suficientemente buena como para preocuparte por lo que sucedió en ese cumpleaños en particular, lo que me conmueve profundamente. (…) Nunca olvidaré esa hora contigo junto al fuego, ese momento permanecerá en mi corazón para siempre. Agradecida y cariñosamente. Winnaretta.

A la edad de 15 años, Winnaretta conoció al compositor Gabriel Fauré y empezó una relación basada en la amistad, la confianza y la admiración mutua, que duró toda su vida. Faurè, reconociendo la inteligencia y la sensibilidad artística de Winnaretta, pudo haber tenido por ella un sentimiento similar a los de Schumann con la joven Clara Wieck antes que floreciera entre ellos el romance. Para el, Winnaretta fue su primera mentora y una importante amiga.

 

En 1882, Winnaretta visitó por primera vez el Festival de Bayreuth y se convirtió en una apasionada admiradora de la música de Wagner, tanto que decidió visitar la ciudad una vez al año a partir de ese momento. Su actitud hacia la música alemana contemporánea fue aún más sorprendente si consideramos que, en ese momento, la música de Wagner no era bien recibida en muchas de las salas de conciertos y teatros de París, principalmente debido al sentimiento anti-alemán generalizado tras la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana.

No solamente pensaba en términos de música clásica contemporánea, Winnaretta también era una excelente pintora y una verdadera admiradora de las obras de sus contemporáneos, en particular Edgar Degas y Claude Manet. En sus memorias puede leerse: “Aunque secretamente me gustaba más la música, la pintura me atraía casi por igual, y pasaba todo el tiempo posible en el Musée du Louvre, sin entender mucho de lo que veía allí, pero formando los gustos y aversiones más fuertes”.

En 1885, Winnaretta pintó un retrato de su hermana Belle-Blanche que fue admitido en el Salón de París de 1886 y se le ofreció un lugar en la exposición.

Isaac Singer murió el 24 de julio de 1875, dejando a Winnaretta una considerable suma de dinero, disponible para cuanto cumpliera los 21 años. Ella organizó todo rápidamente para convertirse en la administradora legal de su herencia. A partir de entonces, Winnaretta decidió invertir su fortuna en la actividad que más feliz la hizo: patrocinando las artes, especialmente la música.

Para obtener la independencia financiera y social del resto de su familia, Winnaretta se casó con el Príncipe Louis de Scey-Montbéliard en 1877. Matrimonio que terminaría pocos años después debido a su insatisfacción sexual. Sin embargo, Winnaretta tenía ambiciones claras con respecto a su lugar en la sociedad parisina de la época. Gracias a circunstancias impredecibles, la solución perfecta a los problemas de Winnaretta se personificaron en el Príncipe Edmond de Polignac. Descendiente de una antigua familia aristocrática, habiendo perdido toda su fortuna en el mercado de valores, Edmond era un hombre sensible e introvertido, cuya única ambición vital era convertirse en un compositor. La pareja parecía encajar perfectamente: él no tenía un centavo, pero tenía un título importante; ella era extremadamente rica, pero necesitaba una conexión con la aristocracia parisina para ser aceptada en sus círculos. Además, ambos compartían los mismos tendencias sexuales.

Edmond y Winnaretta.

Winnaretta y Edmond vivieron felices juntos hasta la muerte de él, en 1901, unidos por la pasión común de la música y por el deseo de estar rodeados por los compositores y artistas emergentes de la época. Winnaretta decidió abrir un taller en París a principios de 1894. Durante el día, el taller fue el estudio de pintura de Winnaretta; por la noche se convirtió en una sala de recitales. Con la colaboración de Edmond, Winnaretta pudo establecer un salón muy exitoso en su palacio en la Rue Cartambert en París, que atrajo a algunos de los miembros más destacados de la aristocracia francesa, y lo más importante, se convirtió en un lugar para que los compositores franceses y extranjeros promovieran su música recién compuesta.

Siendo pianista y organista, tenía suficiente conocimiento musical para poder reconocer el talento de un compositor desde el principio de su carrera. El salón de la pareja se hizo conocido por su refinado gusto musical y por su comprensión del repertorio todavía desconocido en París en ese momento: desde la música antigua de Bach, Handel y Rameau hasta la compleja música de vanguardia modernista.

Al salón parisino de Winnaretta asistieron la mayoría de los músicos contemporáneos, como Gabriel Fauré, Igor Stravinsky, Claude Debussy, Eugène Ysaÿe, George Enescu, Jean Francaix, Sergei Prokofiev, Maurice Ravel, Manuel De Falla, Jules Massenet, Joseph Suk, Clara Haskil, Arthur Rubinstein, Dinu Lipatti y Nadia Boulanger. Más allá de la esfera de la música clásica, el salón de Winnaretta fue conocido y frecuentado por poetas y escritores de la época, en particular Marcel Proust, Jean Cocteau, Paul Verlaine y Colette.

La editorial Chester de Londres acaba de publicar la nueva edición de la partitura de El retablo de maese Pedro, obra compuesta por Manuel de Fallacomo homenaje devoto a la gloria de Miguel de Cervantes” y dedicada a su mecenas, la princesa de Polignac.

La edición ha sido realizada por el musicólogo y director musical del Archivo Manuel de Falla, Yvan Nommick, quien ha basado su trabajo de revisión y corrección en el estudio y cotejo de todas las fuentes disponibles actualmente.

La que habría de ser Princesa de Polignac nació en The Castle (El Castillo) en 1865. Sus apellidos paternos no remitían a ninguna casa real ni a la aristocracia. La suya comenzó siendo una historia unida al emergente poder industrial norteamericano. The Castle era una suntuosa mansión próxima a la ciudad de Nueva York. Por vía paterna nuestra protagonista ostentaba un apellido leído en millones de hogares: Singer. En efecto, Winnaretta Singer Polignac fue hija del industrial que perfeccionó la máquina de coser, Isaac Merritt Singer. Por vía materna, la joven Winnaretta también hubo de asumir una biografía que ya bordeaba lo legendario. La belleza de Isabella Eugénie Boyer, su madre, trascendió el círculo de amistades y los salones de la alta sociedad: el escultor Frédéric Bartholdi se inspiró en el rostro de Isabella, al modelar la Estatua de la Libertad.

 

Cuando, a mediados de 1878, Isabella decidió volver con sus hijos a París, su ciudad natal, la capital francesa se preparaba para la Exposición Universal que celebraría ese año, instalándose la cabeza de la Estatua de la Libertad (Lady Liberty), recién terminada por Bartholdi, en el Campo de Marte.

En 1893 Winnaretta contrajo matrimonio, en segundas nupcias, con un miembro de una de las más antiguas familias de la aristocracia francesa, el príncipe Edmond de Polignac, compositor amateur. Sylvia Kahan escribe en su biografía de aquella singular mujer -Music’s Modern Muse’-, University of Rochester Press, 2003): “Si su unión fue un ‘matrimonio blanco’, sin componente sexual, ello trajo sin embargo a cada uno de los dos un inesperado grado de satisfacción. Mucho más que un matrimonio de conveniencia, fue una celebración de respeto, admiración, de crecimiento intelectual, y actividad artística, y de mutuo entendimiento”.

Edmond de Polignac murió en 1901, quedando Winnaretta viuda a los 36 años. A partir de entonces, y hasta su muerte en 1943, la princesa de Polignac desarrolló una inestimable labor como benefactora y mecenas de artistas, siendo especialmente significativa su contribución en el terreno musical. El salón de música del palacete parisino de la princesa, en la Avenida Henri Martin, acogió innumerables veladas musicales hasta 1939, escuchándose entre sus muros obras, en muchos casos por primera vez y dedicadas a la princesa, de Fauré, Debussy, Albéniz, Stravinsky, Falla, Satie o Poulenc. Además, el salón era frecuentado por personalidades como Cocteau, Diaghilev, Colette o Proust, que encontró no pocos motivos para su obra literaria en aquellas veladas musicales y artísticas.

Entre la máquina de coser y la Estatua de la Libertad, sus padres ya fueron legendarios Su salón parisino fue el centro musical y literario de la mejor cultura europea anterior a 1940.

 

Singer puso a disposición de Haskil uno de los pianos de su mansión parisina e incluso la introdujo en un círculo cultural elitista al invitarla habitualmente a su salón. Allí conoció a músicos como Igor Stravinski e incluso tocó a dos pianos junto a Vladimir Horowitz. Sin embargo, su carácter tímido no ayudó mucho a que pudiera aprovechar al máximo las relaciones sociales para beneficio profesional.

Disfrutó de colaboraciones con músicos de primera fila, como -entre otros muchos-, Pau Casals, Eugène Ysaÿe y Herbert von Karajan, con quien compartió una exitosa gira por Viena y Salzburgo bajo su batuta.

En lo personal, disfrutó de una profunda amistad con el pianista rumano Dinu Lipatti.

Concierto para piano y orquesta nº 23 de Mozart. Director: Herbert von Karajan. Piano solista: Clara Haskil (1956).  https://youtu.be/BMYjGkgzinU?si=o35tLU1TAY5osZFq

Sin embargo, Charles Chaplin fue quizá el más famoso de sus amigos. Era habitual que la familia Chaplin visitara a la pianista en su casa de Vevey, a quienes agasajaba musicalmente. Ella también acudía a Manoir de Ban, propiedad del actor desde 1952, donde celebraron en varias ocasiones la Navidad. Chaplin fue quien profesó de una manera más pública su admiración hacia ella, como se desprende de estas palabras en una entrevista radiofónica del año 1962: “Durante mi vida he conocido tres genios. Uno fue Clara Haskil. Los otros fueron el profesor Einstein y Sir Winston Churchill”.

Charles Chaplin y Clara Haskil. Louise Productions

Durante su carrera, Haskil afrontó escasos compromisos profesionales. En parte, eso tuvo que ver con sus dificultades para las relaciones sociales y especialmente con la falta de un agente que se ocupara de estas cuestiones. Un ejemplo de esa poca actividad concertística, se puede observar en el año 1936, en que solamente ofreció seis conciertos públicos, dos de ellos gratis. Afortunadamente, podemos disfrutar de su legado gracias a sus grabaciones.

 

En 1947 grabó su primer disco comercial para Decca interpretando el Concierto para piano y orquesta nº 4 de Beethoven con la Orquesta Filarmónica de Londres bajo la batuta de Carlo Zecchi.

 

Concierto para piano y orquesta nº 4 de Beethoven. Piano: Clara Haskil (1947). https://youtu.be/c9PgZJbP5lU

 

Sus interpretaciones se caracterizan por la precisión y la agilidad. Se puede observar un toque ligero y una gran naturalidad, sin abuso del pedal. Su compositor favorito fue Mozart, de quien, a su vez, se ha convertido en un referente. De hecho, Eduardo Arteaga señala que la interpretación de Haskil se aproxima estilísticamente a la pureza de la visión de Mozart. Precisamente, el periódico norteamericano The Sun, en 1924, alabó su magnífica capacidad para lograr matices sutiles.

 

Sonata K 330 de Mozart. Piano: Clara Haskil (1954)

https://youtu.be/QynFwdNrDm4

 

No solo se convirtió en una destacada intérprete solista, sino también de música de cámara. Así se puede constatar en las grabaciones de las Sonatas para violín y piano de Mozart y de Beethoven con el violinista belga Arthur Grumiaux, reflejo de su buen entendimiento y de las giras de conciertos que realizaron en vida. Los discos demuestran sintonía y cercanía al texto del compositor. La relación personal y profesional con Grumiaux llega hasta el final de su vida.

En 1960, de camino a Bruselas para encontrarse con el músico, Haskil falleció por complicaciones derivadas de una caída sufrida a su llegada en la estación.

Sonatas para violín y piano de Beethoven. Violín: Arthur Grumiaux. Piano: Clara Haskil (1956)

Las grabaciones de Clara Haskil de la obra de Robert Schumann también se han convertido en referentes. Tanto en las microformas del compositor alemán –como Escenas de niños Op. 15 y Escenas del bosque Op. 82– como en el Concierto para piano en La menor se puede comprobar el dominio técnico de Haskil y su apreciación de cierto sentido de libertad.


“Träumerei”, de Escenas de niños Op. 15 de Schumann.

https://youtu.be/jnB51JbW2VQ

 

Si bien recibió la medalla de Caballero de la Legión de Honor, la más alta condecoración honoraria francesa, en 1952 y fue aclamada por el público y la crítica en vida, el mayor reconocimiento a su trayectoria es, que su legado haya pasado a la posteridad, gracias a la magia de las grabaciones y a que su visión musical perdure para siempre.

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Muchos la consideraron la intérprete más importante de Mozart en su tiempo. También fue conocida como una magnífica intérprete de Beethoven, Schumann, y Scarlatti. Además, Haskil colaboró con músicos famosos, como Georges Enescu, Eugène Ysaÿe, Pau Casals, Joseph Szigeti, Géza Anda, Isaac Stern y Arthur Grumiaux, con quien realizó su último concierto. Tocó como solista bajo la batuta de directores muy importantes, como Stokowski, Karajan, Beecham, ç Solti, Barbirolli, Boult, Jochum, Sawallisch, Kempe, Szell, Celibidache, Klemperer, Hans Rosbaud, Monteux, Cluytens, Paray, Markevitch, Giulini, Ansermet, Münch, Kubelik, Fricsay...

Como ya se dijo, Clara Haskil provenía de una familia judía sefardí rumana (Haskil parece provenir del verbo hebreo השׂכיל que significa “discernir”, relacionado con la palabra Haskala) y fue una niña superdotada. A los tres años ya reproducia, con un dedo sobre el teclado, melodías que había escuchado ubna vez. La madre de Clara, Berthe Haskil, pianista y música aficionada, le da sus primeras lecciones de piano y Clara revela increíbles dotes de oído y digitación. Su madre le dio su nombre de pila en memoria de su propia hermana mayor a quien admiraba apasionadamente y que murió a la edad de veinte años mientras estudiaba brillantemente piano en el Conservatorio de Bucarest. Clara también estudió violín y también gran talento. Tenía dos hermanas, Lili, la mayor, que tocaba el piano, y Jane, la menor que estaba aprendiendo violín.

Su padre murió en 1899 a consecuencia de una neumonía contraída una noche de diciembre durante un incendio en su edificio, y su madre tuvo que mantener a la familia dando clases de piano, francés, alemán, italiano, griego moderno, y luego abriendo un pequeño taller de costura, para poder quedarse con sus hijos. Pero su trabajo no era suficiente y la familia sobrevivió gracias a la ayuda de uno de sus hermanos, Isaac. Actuario, Isaac se convertirá en director de National, una de las primeras compañías de seguros rumanas. Así pudo ayudar a los Haskil y poco a poco se convirtió en el cabeza de familia.

Clara Haskil siguió desarrollando sus dotes, siempre junto a su madre. Un amigo de los Haskil lleva a la niña a un profesor de canto del Conservatorio que le tocó una sonatina de Mozart que ella no conocía, pero la reprodujo inmediatamente sin fallar, de una sola vez, luego la vuelvió a tocar transponiéndola. Tenía cinco años y su madre decide ingresarla en el conservatorio. Su fama se extiende e hizo que la escuchara la propia reina Elisabeta de Rumania.

La Reina Elisabeta de Rumanía con G. Enesco

Viena y París

Anton Door (1833–1919) ~1913

Cuando Clara tenía siete años, la familia decidió enviarla a estudiar piano a Viena, donde fue sola con otro de sus tíos; Avram, un médico de treinta y cinco años que ya no ejercía y que tenía verdadera pasión por su sobrina. En Viena, Avram la lleva a visitar al famoso pianista Anton Door. Asombrado por las cualidades de la niña, escribió al diario vienés Neue Freie Presse que publicó el siguiente artículo:

"El profesor Anton Door llama nuestra atención sobre una niña cuyo talento musical es bastante excepcional. Y nos escribe:

“Estos días vino a mi casa un médico procedente de Rumanía y llevaba de la mano a una niña de siete años, hija de una viuda. Esta niña es un prodigio: nunca ha recibido una verdadera educación musical -pero no es necesaria porque todo lo que se le toca, en las posibilidades de sus manitas, lo toca a su vez de memoria, sin falta y lo que es más en cualquier tono. Le presenté una sonata fácil de Beethoven: la descifró perfectamente y sin problemas. Estamos ante un gran enigma: esta madurez del cerebro de una niña es verdaderamente angustiosa."

Clara estudió en Viena con el profesor Richard Robert. Este maestro, del que también fueron alumnos Rudolf Serkin y George Szell era un excelente pedagogo que vio a una niña triste y le organizó una pequeña habitación donde pudiera jugar. Clara, que entonces apenas tenía ocho años, aprendió rápido y tocó entonces sus primeros conciertos de Mozart.

Después de tres años de estudio con Richard Robert, el tío Avram decide llevar a Clara, que entonces tenía diez años, a París, donde empezó a estudiar con Joseph Morpain -alumno de Gabriel Fauré-. Clara se presenta a las pruebas de acceso a piano y violín del Conservatorio de París. Continuó sus estudios de violín junto con los de piano hasta que la escoliosis deformante que le fue diagnosticada en 1914 le impidió seguir tocando este instrumento.

Se convirtió en alumna de Alfred Cortot en 1907, pero al ilustre pianista no le gustaba y, frente a los demás alumnos, a menudo la despedía diciendo: “¡La próxima vez sabremos de ti! Incluso le dirá: “¡Tocas como una señora de la limpieza! y se la entregó a su colega Lazare-Lévy. Gabriel Fauré, entonces director del Conservatorio de París, se encariñó con ella y la felicitó después de escucharla tocar una de sus piezas, Tema y variaciones: "¡No sabía que había tanta música en esto que había escrito!".

Clara viví sola en París con su tío Avram, un hombre taciturno, y durante unas vacaciones en Rumania, su madre al verla tan triste decidió alquilar un apartamento en París. Por razones económicas, no pudo llevarse a sus otras hijas Lili y Jane. El tío Avram, enfermo, volvió a Bucarest y se unió a la compañía de seguros de su hermano, donde permaneció hasta 1911.

En 1909, a la edad de catorce años, Clara obtuvo el primer premio de violín en el concurso de la Union Française de la Jeunesse presidido por Jacques Thibaud, pero sólo obtuvo un segundo premio de piano en el Conservatorio.

Al año siguiente, en 1910, Clara ganaría su primer premio de piano en el Conservatorio en la clase de Alfred Cortot. Empezó a dar conciertos. En Viena, un empresario suizo se interesó por ella y organizó una gira por el norte de Italia y Suiza. Ferruccio Busoni, que escuchó tocar a Clara en Zúrich, sugirió a su madre que la joven viniera a estudiar con él, a Berlín, y se encontró con una negativa de la que Clara se arrepentiría toda su vida.

Georges Enesco & Alfred Cortot 1930

Aquejada de escoliosis deformante, Clara Haskil es acogida en Berck, en el norte de Francia, donde se tratan pacientes con tuberculosis ósea. Vivirá allí un calvario hecho de agudos sufrimientos morales y físicos. Será encorsetada en yeso durante muchos meses y permanecerá en Berck hasta el final de la guerra, en 1918.

En 1917 la madre de Clara Haskil murió de cáncer. Su tío Avram estaba en un campo de refugiados -fue arrestado ya que había tomado la ciudadanía austriaca-. Clara se encontraba sola. Si bien hasta entonces no era particularmente propensa al miedo escénico, pero, a partir de entonces éste se volverá terriblemente intrusivo y paralizante. A menudo se negaba a tocar, alegando que "no funcionaría...". Además, rara vez quedaba satisfecha con sus prestaciones.

Después de la Primera Guerra Mundial, regresó a París. Georges Enesco intervino entonces ante el Estado rumano para que la joven música pudiera completar allí sus estudios musicales y en 1921 lo hizo actuar en Lausana. En París, la pianista conoció a la Sra. Gélis-Didot y la Sra. Paul Desmarais, quienes organizaban un salón y se encontraban entre los mecenas más activos del mundo musical parisino. Fue la señora Desmarais quien le ofreció a Clara Haskil ir a reponer fuerzas a Suiza, acompañada de una enfermera. Allí encuentra a su tío Avram, cuyo carácter se ha ensombrecido mucho y realiza encuentros importantes para el reconocimiento de su talento. Durante estos años, de 1920 a 1950, Suiza fue el único país donde el público reconoció el genio de Clara Haskil y le aseguró su lealtad.

La joven pianista carecía de confianza en sí misma. Durante su primer concierto con la Orquesta de la Suisse Romande y su director Ernest Ansermet, su miedo escénico era tan fuerte que no podía imaginar subir al escenario. Sin embargo, el concierto fue un éxito y Ernest Ansermet no deja de felicitarla. Clara Haskil pasó la noche en el hotel repitiendo a su compañera de cuarto: "¿No es así, Monsieur Ansermet está furioso?". Esta autocrítica excesiva, el miedo escénico paralizante antes de subir al escenario y la enfermedad de Parkinson de su tío Avram, que rechazaba los cuidados de su sobrina, la llevaron a rechazar e incluso cancelar conciertos, e impidieron que su carrera avanzara. En ocasiones se ha escrito que Clara Haskil tenía una actuación sobria, "adelantada a su tiempo" y que por ello habría sido rechazada por el público parisino. No es así: la crítica de la época y las pocas grabaciones de las décadas de 1920 y 1930 muestran todo lo contrario a una pianista con un toque muy virtuoso, apasionado y romántico en esencia.

Su carrera se estancó a pesar del apoyo de sus patrocinadores. En 1924, en Bruselas, su concierto obtuvo un gran éxito... pero no volvería a ser contratada hasta 1930. Dio dos conciertos en Viena donde interpretó su caballo de batalla de la época, una obra con la que no se la identifica hoy en día, el segundo concierto de Rachmaninoff: es un gran éxito, pero serán sus únicas apariciones en Viena hasta 1952.

Eugène Ysaÿe

43 avenue Georges-Mandel, Paris 16e (antigua avenida Henri-Martin)

La Sra. Gélis le organizó una gira por Norteamérica y Clara Haskil triunfó en Nueva York. Deslumbrado por la interpretación de esta joven pianista de 29 años, el crítico del Courrier Musical de New York escribió un artículo muy elogioso y sumamente sensible el 13 de noviembre de 1924: "Decir que Miss Haskil toca con toda su alma puede parecer ridículamente sentimental; no hay, sin embargo, otra o mejor expresión. Parece estar buscando el significado puramente interior y más profundo de los pensamientos y sentimientos que se encuentran en la mente misma del compositor, a través de su música. Su interpretación denota una inmensa y simpática comprensión de los impulsos humanos, de todas las pasiones, deseos, alegrías y tristezas, sucesivas esperanzas y desánimos que han inspirado la composición de las obras que interpreta. Oír a mademoiselle Haskil interpretar a Schumann, Chopin, Ravel, es tocar de cerca la revelación de la naturaleza de estos hombres, de los motivos que les hacían escribir y que les hacían escribir como lo hacían. Ya no es un simple concierto, es más bien una íntima comunión con el genio.

Clara Haskil volvió a Nueva York al año siguiente, en 1925, nuevamente gracias a Mme Gélis, luego a fines de 1926 - principios de 1927, en particular para un concierto con el director de orquesta británico Leopold Stokowski. Este concierto fue un gran éxito y Léopold Stokowski la recomendó a su agente. Este último estaba listo para organizar una gira por los Estados Unidos, pero Clara Haskil no disponí8a de los 100 dólares necesarios para los gastos de publicidad, una suma importante en ese momento, y esta gira no se llevará a cabo. No volvería a los Estados Unidos hasta treinta años después.

Dinu Lipatti, Besançon, 1950

Para la música de cámara, sus socios se entusiasman inmediatamente con el diálogo que se establece con ella, como Pau Casals, al que le encanta tocar en su compañía.

En 1927, con motivo del centenario de la muerte de Beethoven, el gran violinista Eugène Ysaÿe la eligió para interpretar las diez sonatas para violín y piano del maestro en tres conciertos.

La casa Gaveau le ofreció hacerse cargo de toda su carrera con la única condición de que solo tocara los pianos de la marca. Como no le gustaban, se negó, a pesar de los repetidos intentos de acercarse de la marca francesa que, así rechazada, acabará desistiendo.

Edificio en Vevey en el que vivió Clara Haskil desde 1951 hasta 1960.

Conoce a la princesa de Polignac, nacida Winnaretta Singer, como sabemos, una de las últimas grandes mecenas privadas del siglo XXS. La princesa reconoce en ella a una gran intérprete y decide ayudarla, no tanto por su fortuna -su avaricia era legendaria- como poniendo a su disposición uno de los pianos de su mansión privada de la avenida Henri-Martin. Clara puede así ensayar tanto como quiera y poco a poco se va introduciendo en las veladas musicales que ofrece la princesa en sus salones. Se encontrará allí con Stravinsky, Poulenc, Rubinstein, Horowitz. Pero Clara, que es enfermizamente tímida, nunca aprovechará estos encuentros a excepción de una tarde de 1936 con un joven pianista de inmenso talento, Dinu Lipatti, también rumano. Instantáneamente se establece entre ellos una profunda amistad que sólo la muerte de su amigo en 1950 interrumpirá. En 1938, estreno su sinfonía concertante para dos pianos para él.

Cuando su talento empieza a imponerse, la guerra llega para ponerlo todo “patas arriba”. Clara Haskil es judía y tiene que esconderse. Gracias a su hermana Jane, miembro de la Orquesta Nacional de Francia, pasó con los músicos a la zona libre bajo el Gobierno de Vichy y fue recibida en la mansión de otra protectora de las artes, la condesa Lily Pastré. De hecho, gracias a la insistencia de Youra Guller, compañera de clase del conservatorio,  Clara se aloja en la propiedad de la condesa, en Montredon, ya atestada de exiliados y fugitivos.

En 1942, su salud se deterioró. Aumentaban sus dificultades para leer; dolores de cabeza cada vez más violentos la asaltan casi a diario: se le diagnostica un tumor en el nervio óptico. Traen de París al discípulo de un gran neurocirujano que acepta que no le paguen su operación y sólo pide que le paguen el viaje y los documentos de la zona libre. La operación, que se desarrolla en Marsella, dura nueve horas con anestesia local. Durante toda la operación, para comprobar que nada en su cerebro está afectado, Clara Haskil toca en la mesa de operaciones el concierto Jeunehomme de Mozart, “su concierto” como ella lo llama. Su recuperación es rápida y asombrosa. Para celebrar este "regreso a la vida", se organiza un concierto para ella en los jardines de Montredon. Interpreta el Concierto en re menor n.º 20, KV 466 de Mozart. Un relato de Antoine Goléa evoca la Belleza Absoluta, que se atreve a oponerse al mal y a los sufrimientos de la guerra.

Como podía ser detenida en cualquier momento y una vez ya liberada de una redada organizada por la policía francesa de Vichy, se la instó a refugiarse en Suiza, a lo que se negaba. El mismo círculo de amigos y admiradores, que en Suiza se encargó de recaudar el dinero necesario para su operación, se afana ahora en obtener los papeles que le permitirán ser acogida en este país que, desde sus inicios, la reconoció. Tras una última vacilación, casi en el andén de la estación, Clara Haskil subió sola al tren rumbo a Suiza a principios de noviembre de 1942. Llegó a Ginebra veinticuatro horas después. El oficial de aduanas que revisó sus papeles le dijo: “Es usted, señorita Haskil, quien nos hizo una música tan hermosa…”

Su círculo de amigos la llevó al Cantón de Vaud donde pasó el resto de su vida. A pesar de la prohibición que se le hace de salir del cantón, consigue poder dar algunos conciertos en la Suiza francófona. La lealtad del público suizo le asegurará los escasos ingresos que tendrá durante estos años al final de la guerra.

Arthur Grumiaux

Si bien su vida estuvo compuesta principalmente de decepciones, sufrimiento y citas perdidas con una carrera que prometía ser extremadamente brillante, Clara Haskil aguantó y su perseverancia finalmente le valió un brillante reconocimiento. Tan pronto como terminó la guerra, fue invitada por todo el mundo. Primero en Suiza donde ahora puede moverse libremente y donde toca en Ginebra, Zúrich, La Chaux-de-Fonds y Ascona, luego en Inglaterra donde graba para la BBC una serie de sonatas de Doménico Scarlatti, que conocen un gran éxito. En 1947 grabó su primer disco comercial para la compañía Decca (en 78 rpm): el Cuarto concierto de Beethoven con Carlo Zecchi.

Durante una serie de conciertos en Holanda, en 1949, empezaba a ganar la fama que se merecía. Clara Haskil siendo apátrida, solicitó y obtuvo la nacionalidad suiza en 1949, lo que puso fin a sus problemas administrativos para tocar en determinados países. En 1950 forma un dúo memorable junto al violinista Arthur Grumiaux, con quien hizo grabaciones de gran valor musical, especialmente las Sonatas para Violín y Piano de Beethoven. En 1951 se presentó en París, teniendo esta vez un gran reconocimiento.

Durante los últimos diez años de su vida, su agenda estuvo sobrecargada de conciertos y pudo comprarse un piano Steinway. Tocó en los Países Bajos, en Alemania, donde siempre fue muy aclamada, y en Francia, donde finalmente se reconoció su excepcional talento. En 1956 fue elegida por la Philharmonia Orchestra y Herbert von Karajan para una gira europea en homenaje a Mozart, cuyo bicentenario de nacimiento se celebraba. Una grabación pública realizada durante la Mozartwoche de Salzburgo da fe de ello y fue publicada por el Festival de Salzburgo en disco compacto. Después realizó una gira por los Estados Unidos, limitada sin embargo a Boston y Nueva York, donde dio cuatro conciertos con Charles Munch y Paul Paray y recibió grandes ovaciones. Allí, como en todas partes, se retomó la fórmula aparecida unos años antes en un periódico vienés: “Clara Haskil fue enviada a la tierra para tocar a Mozart”. Como un cometa, la pianista ilumina el cielo norteamericano, pero no volvería: la frágil salud de la artista asustó a los empresarios estadounidenses.

Tumba de Clara Haskil y sus dos hermanas, en el Cementerio de Montparnasse, división 4, en París.

"La Gran Dama de la Música", como ahora la apodan, debía enfrentar las exigencias de una carrera que asustaba y agotaba a los más jóvenes que ella. Entre 1957 y 1958 estuvo dos veces al borde de la muerte y se vio obligada a abandonar temporalmente la vida musical. Se considera entonces "en tiempo prestado", pero vuelve al escenario, retoma las sesiones de grabación, algunas de las cuales dejan boquiabiertos a los productores: ciertos movimientos de las obras sólo requieren una toma, su interpretación alcanza una cálida perfección. Así entre 1956 y 1958, para la firma Philips, grabó con el violinista Arthur Grumiaux las sonatas para piano y violín de Mozart K.301, K.304, K.376, K.378, K.454 y K.526, así como así, como las sonatas completas para piano y violín de Beethoven. En una carta a su esposa fechada el 26 de junio de 1953, Arthur Grumiaux escribe: “Mi primer concierto, el de Clara Haskil (adjunto una foto) fue, al parecer, magnífico. Tuve la mayor alegría de tocar con esta magnífica artista, una gran música y… de una modestia que muchos harían bien en imitar”. Arthur Grumiaux había conocido a Clara Haskil en el Festival Pablo Casals y este encuentro había sido el punto de partida de sus giras de conciertos y sus grabaciones, y también de una gran amistad. Charlie Chaplin, que vivía cerca de Vevey, sentía una gran amistad y una gran admiración por Clara Haskil. A menudo la invitaba al Manoir de Ban y especialmente cada Navidad cuando ella se sentaba al piano después de la cena. Dijo de ella: "He conocido a tres genios en mi vida: Einstein, Churchill y Clara Haskil".

De camino a Bruselas en 1960 para encontrar allí a Arthur Grumiaux, se cayó por las escaleras de la Gare du Midi y, tras ser trasladada de hospitales a clínicas, murió el 7 de diciembre. Está enterrada en el Cimetière du Montparnasse de París, con sus dos hermanas.

El debilitamiento de su fuerza física la obligó a reducir la dinámica sonora de su interpretación, que ahora florecía desde el triple matiz del piano hasta el forte simple. Ella reunió en esto los medios sonoros de un Chopin del que ella fue una intérprete rara y brillante.

El Concurso Internacional de Piano Clara Haskil se celebra cada dos años en Vevey (Suiza). Fue fundado en 1963 para "honrar y perpetuar la memoria de Clara Haskil".

 

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