Giovanna de Austria, (1573-1630), hija ilegítima de don Juan de Austria. Nació y vivió toda su vida en la península italiana, donde se casó y tuvo descendencia.
Nació de la relación entre el joven Juan de Austria, vencedor de Lepanto, y la dama sorrentina Diana Falangola. Recibió el nombre de su tía Juana de Austria, princesa viuda de Portugal, que había fallecido pocas semanas antes de su nacimiento.
Fue criada en Parma con su tía Margarita de Austria, pero cuando esta partió para asumir el gobierno de los Países Bajos en 1580, Felipe II decidió que Juana debía regresar a Nápoles. Allí permaneció durante 10 años en la abadía real de Santa Clara, donde continuó la educación iniciada por Margarita de Austria.
En 1602, Juana escribió una carta a Felipe III en la que le pedía cierta independencia económica que le permitiera no depender del virrey de Nápoles en todo. El monarca accedió a la petición y le asignó una renta de 3.000 ducados y una dote de 60.000.
Con la citada dote, Juana pudo contraer matrimonio el 14 de junio de 1603 con el joven noble siciliano Francisco Branciforte. El matrimonio tuvo tres hijas, de las cuales solo una, Margarita, llegó a la edad adulta.
Juana fundó la iglesia de Santa María de la Victoria de Nápoles y la donó, junto con el convento, a los padres teatinos. Quedó viuda en 1622 y falleció finalmente en 1630.
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Los contemporáneos retratan a don Juan de Austria como un joven de físico y trato atractivos y le atribuyen muchas aventuras amorosas.
Tuvo amistad con la Princesa de Éboli, lo que le permitió tener relaciones con María de Mendoza, fruto de las cuales fue la niña nacida en 1568: Ana. Don Juan la entregó a la crianza de Magdalena de Ulloa. Posteriormente, la niña entraría en el convento de Madrigal y tuvo participación en la «intriga del “Pastelero de Madrigal».
Estando en Nápoles, en los años posteriores a la victoria de Lepanto, tuvo relaciones con Diana de Falangola, de la que tuvo una niña llamada Juana, nacida el 11 de septiembre de 1573 y fallecida el 8 de febrero de 1630. Don Juan la confió al cuidado de su hermana Margarita. La enviaron al convento de Santa Clara de Nápoles. Posteriormente se relacionó con Zenobia Saratosia, de la que tuvo un hijo, muerto al poco de nacer, y con Ana de Toledo, esposa del alcalde napolitano.
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Sabemos, pues, que tuvo dos hijas. La primera, nacida en España y reconocida como doña Ana de Austria, que fue abadesa de las Huelgas de Burgos.
Su madre fue una María de Mendoza, pero había tantas. María de Mendoza, que Mercedes Formica, por ejemplo, (Madrid, 1979) persigue el misterio de esta mujer. La segunda de estas hijas fue Donna Giovanna d'Austria, nacida en Nápoles, y después de pasar muchos años en un convento fue liberada por Felipe III –que la liberí y la dotó-, y se desposó con un príncipe italiano.
Peter O'M. Pierson. Santa Clara University, California-
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La “Historia” del “Pastelero de Madrigal”
El episodio del Pastelero de Madrigal empieza, pues, con la sorprendente, inesperada e incomprensible desaparición en la batalla de Alcazarquivir (1578) del joven rey portugués Don Sebastián, que dio lugar a un movimiento místico-secular, llamado Sebastianismo, por el cual no se consideraba realmente muerto al monarca sino "perdido", creyéndose que algún día volvería a recuperar el trono de Portugal. Estas ideas propiciaron la aparición de diversos episodios de suplantación de la personalidad del rey desaparecido.
El rey Sebastián no había dejado descendencia y sólo podía sucederle su sexagenario y enfermo tío abuelo, el Cardenal don Enrique de Avís, proclamado rey en agosto de 1578. Don Enrique tampoco tenía descendencia al ser clérigo católico y sus dolencias le impedían un gobierno eficaz, mientras Felipe II de España, tío de don Sebastián por línea materna, presionaba al Papado para impedir una dispensa que permitiera el matrimonio del anciano monarca portugués.
Las dudas rodean el lugar de nacimiento y las condiciones del “Pastelero”. Mientras en Madrigal se le tiene por hijo de la villa, se apunta a Toledo como el lugar más probable de su nacimiento. El documento más antiguo que se conserva sobre su persona se refiere a un título de examen de Pastelero expedido en dicha ciudad.
Sobre la identidad de sus padres, entramos de lleno en el terreno de la leyenda: lo más probable es que fuera huérfano, pero se ha apuntado que podría ser hijo de Don Juan Manuel de Portugal, padre del rey Sebastián, y una madrigaleña llamada María Pérez o María de Espinosa, doncella de los marqueses de Castañeda o de la Infanta Juana, esposa del príncipe Juan; sería Gabriel en este caso, hermanastro del rey Sebastián. Afirmaba, ser el mismo, D. Sebastián, vuelto de la muerte y tan añorado por los portugueses.
Los hechos comprobados dicen que en 1594 llega Gabriel de Espinosa a Madrigal, tras un largo periplo ejerciendo su oficio de pastelero, no con su acepción actual sino referido a la elaboración de pasteles de carne y empanadas, acompañado de una hija de dos años llamada Clara, y de una mujer, Isabel Cid.
Seguramente llamaría la atención que el pastelero Espinosa dominara idiomas -al menos, francés y alemán-, tuviese destreza montando a caballo y pareciese ser, en fin, algo más que un sencillo pastelero. Aunque tampoco es imposible que hubiera aprendido dichas habilidades en su trabajo tras la milicia del capitán Pedro Bermúdez, a la que siguió en campaña ejerciendo su oficio.
Por aquella época vivía también en Madrigal el personaje al que se apunta como urdidor del plan que debería llevar al pastelero a ceñirse la corona de Portugal. Se trata de Fray Miguel de los Santos, agustino de nacionalidad portuguesa y vicario del convento de Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal, que había sido confesor en la corte del rey Don Sebastián, habiendo apoyado al Prior de Crato en sus intenciones de reclamar el trono de Portugal. Por tal motivo fue desterrado de Portugal y enviado a Castilla conforme a órdenes del rey Felipe II.
El tercer e imprescindible personaje de la trama es Doña María Ana de Austria, hija natural de Don Juan de Austria, Capitán de los ejércitos españoles, héroe de Lepanto y a su vez hijo natural de Carlos I.
Nacida en 1568 de las relaciones con Dña. María de Mendoza, la niña había sido entregada para ser educada por Doña Magdalena de Ulloa. Ingresó en el convento de Agustinas de Madrigal a los seis años de edad, enviada por su tío paterno Felipe II. Parece que doña María Ana no sentía vocación religiosa, y que prefería las historias de aventuras y guerras, especialmente si se referían a su ilustre padre o a su primo Sebastián, al que, como tantos en la época, aún creía vivo. De los interrogatorios del proceso posterior parece deducirse que esas ilusiones estaban alentadas por el vicario del convento, Fray Miguel de los Santos, quien decía tener visiones en las que aparecían la misma doña María Ana y su primo Sebastián uniendo sus vidas.
Uno de los puntos oscuros de esta historia se centra en el encuentro entre Fray Miguel de los Santos y Gabriel de Espinosa. Quizá el fraile descubrió, asombrado, un gran parecido con el rey Don Sebastián a quien había conocido en persona; quizá solo porque era pelirrojo como él -detalle poco habitual en Castilla-, y de extrañas buenas maneras, lo cual le dio la idea de iniciar una alambicada trama con el pastelero, que en cualquier caso estuvo de acuerdo con el plan, ya fuera por considerarse a sí mismo como el rey don Sebastián o conspirando con el fraile para suplantarlo.
Fray Miguel de los Santos pone en contacto a Gabriel de Espinosa con la monja más ilustre de la localidad, doña María Ana de Austria, aunque tampoco está claro si doña María Ana creyó realmente en la reaparición de su primo Sebastián o si apenas vio al pastelero como una oportunidad de escapar del convento y convertirse en reina. Poco después ambos se prometían en matrimonio, condicionado por parte de doña María Ana a conseguir la dispensa de su voto por el Papado, merced que esperaría conseguir por ser su futuro marido el rey de Portugal. Pronto comenzaron discretas visitas de aristócratas portugueses, que también dieron en “reconocer” al pastelero Espinosa como su rey perdido.
Para continuar con el plan y dado que las habladurías iban en aumento, el propio Gabriel de Espinosa viajó a Valladolid, llevando unas joyas propiedad de doña María Ana, quizá para convertirlas en dinero efectivo para continuar con el plan; aunque también se apunta que iba hacia el norte a encontrarse con un hermano que la monja creía tener, para después volver con él a Madrigal.
Sin embargo el pastelero no se comportó precisamente de modo aristocrático: tras varios días mostrando las joyas por la ciudad y hablando con poco respeto del rey Felipe II, -por lo que fe denunciado y preso por Don Rodrigo de Santillán, alcalde del crimen en la Chancillería-.
La sorpresa fué mayor, cuando, además de las joyas, se encontraron en posesión de Gabriel de Espinosa cuatro cartas: dos de Fray Miguel de los Santos en las que le trata de “Majestad” y otras dos de María Ana de Austria, sobrina del propio rey Felipe II, en las que le trataba como su prometido e incluso no dudaba en llamar “hija” a la niña del detenido. El asunto se remitió a la corte de Madrid, para informar directamente a Felipe II. Solo habían pasado tres meses desde la llegada de Gabriel de Espinosa a Madrigal.
Sea porque el asunto ya era conocido por Felipe II o no, la reacción fue inmediata. El propio D. Rodrigo de Santillán viajó con sus alguaciles de Valladolid a Madrigal, hizo encerrar a María Ana de Austria en sus aposentos y le prohibió todo contacto con el mundo exterior, además, incautó los documentos de la joven monja y arrestó a Fray Miguel.
Y fue entonces cuando el fraile reveló su fantástico descubrimiento: el extraño comportamiento de Gabriel de Espinosa se debe a que en realidad es Don Sebastián, el derrotado y desaparecido rey portugués.
Se instruyó un proceso contra los detenidos por suplantación de la personalidad del rey a quien la corte española consideraba oficialmente muerto.
Acusados de crimen de lesa majestad, ambos procesados fueron reiteradamente interrogados, algunas veces bajo tormento. Las preguntas, se centraban sobre todo en la identidad del suplantador. Pero poco dijo Gabriel de Espinosa sobre su vida y andanzas, sosteniendo que su verdadero nombre no era por el que se le conocía sino que lo usaba porque aparecía en su título de pastelero. Su comportamiento resultó ambiguo; desde una pronta confesión de suplantar la identidad de don Sebastián hasta negarla. El proceso era tutelado personalmente por Felipe II desde la Corte, conservándose una gran cantidad de correspondencia entre los comisionados y el propio rey.
Finalmente se sentencia a Gabriel de Espinosa a morir en la horca. el 1 de agosto de 1595. Su comportamiento durante la ejecución estimuló aún más la leyenda: el orgullo de su mirada, la tranquilidad ajustándose la soga al cuello, la furia con la cual citó a D. Rodrigo de Santillán, el hombre que lo detuvo, ante el Tribunal de Dios. Tras el ahorcamiento, Gabriel de Espinosa fue decapitado y descuartizado, exponiéndose sus despojos al pueblo en cada una de las cuatro puertas de la muralla, y la cabeza en la fachada del Ayuntamiento de la villa.
Fray Miguel de los Santos también fue condenado a muerte y ahorcado en la Plaza Mayor de Madrid, una vez reducido a su condición de laico. Tampoco el agustino dejó de contribuir al misterio, afirmando antes de morir haber creído firmemente que el pastelero era el rey Sebastián de Portugal, a quien había conocido personalmente. Su cadáver fue decapitado y la cabeza enviada a Madrigal.
Tampoco mostró piedad Felipe II con su sobrina, aunque siendo monja y de sangre real conservó la vida. Doña María Ana de Austria fue encerrada en estricta clausura en el convento de Nuestra Señora de Gracia, en Ávila, impedida de todo contacto con el exterior y bajo estricta vigilancia. Su suerte cambió -cpmo sabemos-, con la muerte del rey en 1598, cuando el nuevo monarca y primo de la monja, Felipe III, la perdonó, retornando al convento de Madrigal donde acabaría siendo priora. Finalmente, en 1611 sería nombrada Abadesa Perpetua de las Huelgas Reales de Burgos, la mayor dignidad eclesiástica que podía concederse a una mujer de la época.
Hay pocas posibilidades de que el Pastelero de Madrigal fuera otra cosa que un impostor y de que su cómplice Fray Miguel de los Santos encontrase en su parecido con el rey Sebastián, una oportunidad de recuperar una alta posición política y quizá sublevar el reino portugués contra Felipe II, devolviendo la independencia a su patria.
La coincidencia de ambos personajes en Madrigal con una hija de don Juan de Austria, María Ana de Austria, engañada o no, termina por redondear esta serie de casualidades, convirtiendo este episodio en uno de los más curiosos de la historiografía ibérica. Sigue siendo de difícil explicación cómo un sencillo pastelero pudo, en tres meses, prometer matrimonio a una monja que era la sobrina del rey, o qué fuerzas le impulsaron para mantener su actitud durante el proceso hasta el momento de su muerte.
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El argumento del “Pastelero de Madrigal” ha sido utilizado en varias obras literarias desde entonces, ya fuera para relatar el incidente o como inspiración genérica. Entre ellas destaca como la primera,
El pastelero de Madrigal, comedia del dramaturgo setecentista Jerónimo Cuéllar, así como la pieza teatral del poeta y dramaturgo del Romanticismo,
José Zorrilla: Traidor, inconfeso y mártir (1849), la novela histórica de
Patricio de la Escosura. Ni rey ni roque (1835) y
El pastelero de Madrigal (1862) del folletinista Manuel Fernández y González, sin duda la más popular, pues a finales del siglo XIX vendió más de doscientos mil ejemplares de la obra.
La hija de Don Juan de Austria: Ana de Jesús en el proceso al pastelero de Madrigal (1973) de Mercedes Formica en 1975 recibió el Premio Fastenrath de la Real Academia Española. Se trata de un estudio histórico.
En 2020, ha sido publicado el libro titulado "El pastelero de Madrigal. Una guerra encubierta contra la Monarquía Hispánica en el siglo XVI", escrito por el historiador Álvaro Orea, que ha consultado la extensa fuente primaria del Archivo General de Simancas para escribir un ensayo histórico, que condensa de manera breve y muy divulgativa, todo lo relevante en relación con el Pastelero de Madrigal. La última obra literaria publicada sobre el tema es la de José Guadalajara y Félix Jiménez (2022), titulada Fado por un rey, que aborda la figura de Gabriel de Espinosa en clave de investigación histórica.
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Gabriel de Espinosa. Toledo ¿? - Madrigal de las Altas Torres, Ávila; 1 de agosto de 1595. Fue un impostor español protagonista del incidente conocido como del “pastelero de Madrigal”, que consistió en la suplantación de la personalidad del desaparecido rey Sebastián I de Portugal. Espinosa fue ejecutado tras el proceso instruido a raíz de dicha suplantación.
El episodio del “Pastelero de Madrigal” ha de comprenderse según la situación política en el Portugal de aquellos años. La sorprendente desaparición en la batalla de Alcazarquivir (1578) del joven rey portugués Sebastián había dado lugar a un movimiento místico-secular, el llamado Sebastianismo, por el cual no se consideraba realmente muerto al monarca sino "perdido", creyendo que algún día volvería para recuperar el trono de Portugal, -en lugar, sobre todo, de Felipe II-.
El rey Sebastián no había dejado descendencia y sólo podía sucederle su sexagenario y enfermo tío abuelo, el cardenal don Enrique de Avís proclamado rey en agosto de 1578. Don Enrique tampoco tenía descendencia al ser clérigo católico y sus dolencias le impedían un gobierno eficaz, mientras Felipe II de España, tío de don Sebastián por línea materna, presionaba al Papado para impedir una dispensa que permita el matrimonio del anciano monarca portugués.
Cuando don Enrique murió en enero de 1580 sin herederos, se extinguió la dinastía de los Avís y estalló la Crisis sucesoria portuguesa de 1580, donde Felipe II de España alegó sus derechos al trono portugués como hijo de Isabel de Portugal, hija del rey Juan III de Portugal y tía de don Sebastián; como consecuencia el trono portugués pasó al rey español, perdiendo así Portugal su independencia. Todo esto motivó a los seguidores de la Casa de Avís para "encontrar" al "rey desaparecido" don Sebastián y restaurarlo en el trono de Portugal. En ese contexto sucede el extraño episodio, mezcla de leyenda y realidad. que deja algunos cabos sueltos, como el de Gabriel de Espinosa, el “Pastelero de Madrigal”.
La bruma envuelve su lugar de nacimiento y las condiciones del mismo. Mientras en Madrigal se le tiene por hijo de la villa, sin embargo se apunta a Toledo como el lugar más probable de su nacimiento, señalándose que el documento más antiguo que se conserva sobre su persona refiere un título de examen de pastelero expedido en dicha ciudad. Sobre la identidad de sus padres, entramos de lleno en el terreno de la leyenda: lo más probable es que fuera huérfano, pero se ha apuntado que podría ser hijo de Don Juan Manuel de Portugal, padre del rey Don Sebastián, y una madrigaleña llamada María Pérez o María de Espinosa, doncella de los marqueses de Castañeda o de la infanta Juana, esposa del príncipe Juan; sería Gabriel por tanto hermanastro del rey Sebastián. Eso sin contar que pudiera ser, como afirmaba, el propio D. Sebastián vuelto de la muerte y tan añorado por los portugueses.
Los hechos comprobados dicen que en 1594 llega Gabriel de Espinosa a Madrigal, tras un largo periplo ejerciendo su oficio de pastelero -no con su acepción actual sino referido a la elaboración de pasteles de carne y empanadas-, acompañado de una hija de dos años llamada Clara, y de una mujer, Isabel Cid. Seguramente llamaría la atención que el pastelero Espinosa dominara varios idiomas, al menos, francés y alemán-, tuviese destreza montando a caballo y pareciese ser, en fin, algo más que un humilde pastelero. Aunque tampoco es imposible que hubiera aprendido dichas habilidades en su trabajo en la milicia del capitán Pedro Bermúdez, al que siguió en campaña ejerciendo su oficio.
Por aquella época vivía también en Madrigal el personaje al que se apunta como urdidor del plan que debería llevar al pastelero a ceñirse la corona de Portugal. Se trata de Fray Miguel de los Santos; agustino, de nacionalidad portuguesa y vicario del convento de Nuestra Señora de Gracia del Real de Madrigal, que había sido confesor en la corte del rey Don Sebastián, habiendo apoyado al Prior de Crato en sus intenciones de reclamar el trono de Portugal. Por tal motivo había sido desterrado de Portugal y enviado a Castilla, por orden del rey Felipe II.
El tercer e imprescindible personaje de la trama es Doña María Ana de Austria, hija natural de Don Juan de Austria, capitán de los ejércitos españoles, héroe de Lepanto e hijo natural de Carlos I. Nacida en 1568 de sus relaciones con Dña. María de Mendoza, la niña había sido entregada para ser educada por Doña Magdalena de Ulloa. Ingresó en el convento de Agustinas de Madrigal a los seis años de edad, enviada por su tío paterno Felipe II. Parece que doña María Ana no sentía vocación religiosa alguna, y que prefería las historias de aventuras y guerras, especialmente si se referían a su ilustre padre o a su primo Sebastián, al que, como muchos más en la época, aún creía vivo. De los interrogatorios del proceso posterior parece deducirse que esas ilusiones eran alentadas por el vicario del convento, Fray Miguel de los Santos, quien decía tener visiones en las que aparecían la misma doña María Ana y su primo Sebastián uniendo sus vidas.
Uno de los puntos oscuros de esta historia se centra en el encuentro entre Fray Miguel de los Santos y Gabriel de Espinosa. Quizá el fraile descubrió asombrado un gran parecido con el rey Don Sebastián a quien había conocido en persona, quizá solo era pelirrojo como él -rasgo poco habitual en Castilla-, y de extrañas buenas maneras, y ello le dio la idea de iniciar una alambicada trama con el pastelero, que en cualquier caso estuvo de acuerdo con el plan, sea por considerarse a sí mismo como el rey don Sebastián o conspirando con el fraile para suplantarlo.
Fray Miguel de los Santos puso en contacto a Gabriel de Espinosa con la monja más ilustre de la localidad, doña María Ana de Austria, aunque tampoco está claro si ella creyó realmente en la reaparición de su primo Sebastián o si vio al pastelero como una oportunidad de escapar del convento y convertirse en reina. Poco después ambos se prometían en matrimonio, condicionado por parte de doña María Ana a conseguir la dispensa de su voto por el Papado, merced que esperaría conseguir por ser su futuro marido el rey de Portugal. Pronto comenzaron discretas visitas de aristócratas portugueses, que también dieron en “reconocer” al pastelero Espinosa como su rey perdido.
Para continuar con el plan y dado que las habladurías eran cada vez más numerosas, el propio Gabriel de Espinosa fue a Valladolid, llevando unas joyas propiedad de doña María Ana, quizá para convertirlas en dinero efectivo para continuar con el plan; aunque también se apunta que iba hacia el norte a encontrarse con un hermano que la monja creía tener, para después volver con él a Madrigal.
Sin embargo el pastelero no se comporta precisamente de modo aristocrático: tras varios días mostrando las joyas por la ciudad y hablando con poco respeto del rey Felipe II, por lo que es denunciado y preso por Don Rodrigo de Santillán, alcalde del crimen en la Chancillería. La sorpresa fue mayúscula cuando además de las joyas, encontraron en posesión de Gabriel de Espinosa cuatro cartas: dos de Fray Miguel de los Santos en las que le trata de “Majestad” y otras dos de María Ana de Austria, sobrina del propio rey Felipe II, en las que le trataba como su prometido e incluso no dudaba en llamar “hija” a la niña del detenido. El asunto se remitió a la corte de Madrid para informar directamente al rey Felipe. Solo habían pasado tres meses desde la llegada de Gabriel de Espinosa a Madrigal.
El asunto ya era conocido por Felipe II, o tal vez, no, pero su reacción fue inmediata. El propio D. Rodrigo de Santillán viajó con sus alguaciles de Valladolid a Madrigal, para encerrar a María Ana de Austria en sus aposentos y prohibirle todo contacto con el mundo exterior, incautó los documentos de la joven monja y arrestó asimismo a Fray Miguel.
Fue entonces cuando el fraile reveló su supuestamente fantástico decubrimento: en su opinión, el extraño comportamiento de Gabriel de Espinosa se debía a que en realidad era Don Sebastián, el derrotado y desaparecido rey portugués. Como era de esperar, se instruyó un proceso contra los detenidos por suplantación de la personalidad del rey a quien la corte española considera oficialmente muerto.
Acusados de crimen de lesa majestad, ambos procesados fueron reiteradamente interrogados, algunas veces bajo tormento. Las preguntas, se centraban sobre todo en la identidad del suplantador. Pero poco dijo Gabriel de Espinosa sobre su vida y andanzas, sostenía que su verdadero nombre no era por el que se le conocía sino que lo usaba porque aparecía en su título de pastelero. Su comportamiento resulta ambiguo, y va desde una pronta confesión de suplantar la identidad de don Sebastián hasta negar tal suplantación. El proceso era tutelado personalmente por Felipe II desde la corte, conservándose una gran cantidad de correspondencia entre los comisionados y el propio rey.
Finalmente se sentencia a Gabriel de Espinosa a morir en la horca el 1 de agosto de 1595. Su comportamiento durante la ejecución estimula aún más la leyenda: el orgullo de su mirada, la tranquilidad ajustándose la soga al cuello, la furia con la cual citó a D. Rodrigo de Santillán, el hombre que lo detuvo, ante el Tribunal de Dios.
Tras el ahorcamiento, Gabriel de Espinosa fue decapitado y descuartizado. Se expusieron sus despojos al pueblo en cada una de las cuatro puertas de la muralla, y la cabeza en la fachada del Ayuntamiento de la villa.
Fray Miguel de los Santos también fue condenado a muerte y ahorcado en la Plaza Mayor de Madrid, una vez reducida su condición a la de laico.
También el agustino contribuyó al misterio, afirmando haber creído firmemente que el pastelero era el rey Sebastián de Portugal, a quien había conocido personalmente. El cadáver del fraile fue decapitado y su cabeza enviada a Madrigal.
Tampoco mostró ninguna piedad Felipe II por su sobrina, aunque siendo monja y de sangre real conservó la vida. Doña María Ana de Austria fue encerrada en estricta clausura en el convento de Nuestra Señora de Gracia, en Ávila, impedida de todo contacto con el exterior y bajo estricta vigilancia.
Su suerte cambió con la muerte del rey en 1598, cuando el nuevo monarca y primo de la monja, Felipe III, la perdonó, retornando al convento de Madrigal donde acabaría siendo priora. Finalmente, en 1611 sería nombrada Abadesa Perpetua de las Huelgas Reales de Burgos, la mayor dignidad eclesiástica que podía concederse a una mujer de la época.
Hay pocas posibilidades de que el “Pastelero de Madrigal” fuera otra cosa que un impostor seducido por el dinero fácil, y de que su cómplice Fray Miguel de los Santos no encontrase en su parecido con el rey Sebastián más que una oportunidad de recuperar una alta posición política y quizá sublevar el reino portugués contra Felipe II, devolviendo la independencia a su patria.
La coincidencia de ambos personajes en Madrigal con una hija de don Juan de Austria, María Ana de Austria, engañada o no, termina por engrandecer esta serie de casualidades, convirtiendo este episodio en uno de los más curiosos de la historiografía ibérica. Sigue siendo de difícil explicación cómo un sencillo pastelero pudo, en tres meses, prometer matrimonio a una monja que era la sobrina del rey, o qué fuerzas le impulsaron para mantener su actitud durante el proceso hasta el momento de su muerte.
El tema del “Pastelero de Madrigal” ha sido utilizado en varias obras literarias desde entonces, ya fuera para relatar el incidente o como inspiración general. Entre ellas destaca como la primera,
El pastelero de Madrigal, comedia del dramaturgo del setecientos, Jerónimo Cuéllar, así como la pieza teatral del poeta y dramaturgo del Romanticismo
José Zorrilla: Traidor, inconfeso y mártir (1849), la novela histórica de
Patricio de la Escosura Ni rey ni roque (1835) y
El pastelero de Madrigal, de 1862, del folletinista Manuel Fernández y González, sin duda la más popular, pues a finales del siglo XIX vendió más de doscientos mil ejemplares de la obra.
La hija de Don Juan de Austria: Ana de Jesús en el proceso al pastelero de Madrigal (1973) de Mercedes Formica, En 2020, ha sido publicado el libro titulado
"El pastelero de Madrigal. Una guerra encubierta contra la Monarquía Hispánica en el siglo XVI", escrito por el historiador Álvaro Orea, que ha consultado la extensa fuente primaria del Archivo General de Simancas para escribir un ensayo histórico, que condensa de manera breve y muy divulgativa, todo lo relevante en relación con el Pastelero de Madrigal. La última obra literaria publicada sobre el tema es la de
José Guadalajara y Félix Jiménez (2022), titulada Fado por un rey, que aborda la figura de Gabriel de Espinosa en clave de investigación histórica.
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Según el proceso del llamado “Pastelero de Madrigal”, documentado en el Archivo Histórico de Simancas, añade datos y se inicia cuando Gabriel de Espinosa, de oficio pastelero, es detenido en Valladolid al llevar consigo joyas valiosas que le había dado Dª Ana de Austria –María Ana de Austria (1568-1629)–, monja de convento de Madrigal de las Altas Torres. Presuntamente Gabriel de Espinosa alegaba ser el Rey Sebastián de Portugal.
Gabriel de Espinosa explica al juez Santillán que le ha detenido que las joyas son de Dª Ana y que se las ha dado para su restauración. El juez escribe a Dª Ana preguntándole si era verdad lo que le había contado el hombre al que había detenido y en tanto llegaba la respuesta le dejó en prisión. Antes de llegar la respuesta al juez de Dª Ana, le llegan al preso varias cartas de Dª Ana y del capellán del convento donde vivía Dª Ana, fray Miguel de los Santos, que era portugués y había sido confesor del Rey de D. Sebastián.
Las cartas recibidas debieron hacer dudar al juez Santillán, pues desde entonces en el proceso se dirige al pastelero dándole el tratamiento de Majestad.
En la carta del fraile Fray Miguel de los Santos veintitrés veces se le da el tratamiento de majestad.
Durante el proceso el capellán Fray Miguel de los Santos pide al juez que se proceda al reconocimiento de Gabriel de Espinosa como Don Sebastián, y solicita que se persone el rey Felipe II para la identificación.
El juez Santillán escribe al rey Felipe II: Se podría hacer con Espinosa una diligencia muy breve y muy sustancial, que es ver si se le reconoce entre 4 o 6 personas, porque, como di cuenta a VMgd. por carta de 7 de marzo, confiesa Espinosa que Fray Miguel le advirtió que se compusiese y mesurase porque de Portugal habían venido a reconocerle y que así lo hizo, y después acá dice Espinosa que conocerá al hombre que le vino a reconocer, y con esta diligencia quedará convencido Francisco Gómez para confesar la verdad aun sin tormento. Y antes de hacer nada con Espinosa me ha parecido dar cuenta de esto a VMgd., y cuando el presidente de Castilla me escribió por carta de 6 de este mes que VMgd. mandaba que no se hiciese nada con Espinosa entendí que se había reparado allá en esto y en hacer esta diligencia que es de tanta consideración, y así, hasta advertir de esto, no he querido hacer nada con Espinosa; VMgd. será servido en mandar lo que se ha de hacer."
La respuesta de Felipe II al juez Santillán: "He recibido vuestras cartas de 15 y 16 de éste con los papeles que en ellas se acusan, y, no obstante lo que apuntáis a propósito de carear a Francisco Gómez con Gabriel de Espinosa antes de proceder adelante con él, conviene que sin ninguna dilación pronunciéis y ejecutéis la sentencia que tenéis ordenada, pues lo principal de que se ha de pender lo de Francisco Gómez es el cargo que se le ha de hacer a Fray Miguel de los Santos, y él queda por sentenciar"
El juez Santillán dictó sentencia contra Gabriel de Espinosa, que es ejecutado el uno de agosto de 1595.
Al día siguiente de la ejecución de Gabriel de Espinosa, el dos de agosto, el juez Santillán escribe al conde de Castel-Rodrigo, Cristóbal Moura, en los siguientes términos:
“Por la carta de su Majestad, verá Vuestra Señoría de lo que le doy cuenta, y sólo digo que, viendo que la resolución de hacerme merced se dilata, y parece que era ya tiempo de hacérmela, me ha parecido suplicar a Su Majestad me haga merced de mandar se me dé el salario ordinario, cuando mis servicios no merezcan más que esto, no desmerecen lo que ordinariamente se les da a todos los alcaldes, y con todo eso estoy tan confiado de la merced que Vuestra Señoría me hace, que no sólo me hará Su Majestad esta merced, sino que me hará otras mayores, como yo lo espero y todo el mundo lo entiende".
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